Cuenta un relato guaraní, que un cachorro de puma que había quedado huérfano porque unos cazadores aborígenes asesinaron a sus padres; fue criado a escondidas por Luna, la hija del jefe de la tribu Chichiguay. Con el tiempo, este cachorro creció y se convirtió en un magestuoso animal. Ya no era posible ocultarlo y pasó a formar parte de toda la comunidad.
La relación entre el puma y la princesa se fue convirtiendo en algo tan estrecho que, donde iba ella, él la acompañaba y cuidaba de los posibles peligros. Compartían los juegos y descansos. El puma, como excelente cazador, proveía la mayor parte de los alimentos que se consumían en la aldea Chichiguay.
Cuando una tribu vecina y enemiga ancestral, los Queraguay, resolvió atacarlos por sorpresa durante la noche, Luna, al igual que los demás, estaba entregada al descanso pero fue despertada por el felino que emitía enormes y aterradores rugidos.
Para cuando los guerreros Chichiguay tomaron sus armas y se prestaron a dar batalla contra los invasores, el puma, ya había atacado y puesto en fuga a la mayor parte de ellos. El resto, con el temor del ataque producido por ese gran gato, fue tomado prisionero o muerto por los defensores.
Pasado el tiempo, "Yagüá", como se lo había bautizado, ocupó un lugar proponderante en la aldea. Los niños jugaban con él. Las mujeres podían ir tranquilas al interior de la selva a recoger los frutos que eran parte de su dieta, porque eran custodiados siempre por Yagüá. Ni la poderosa anaconda se animaba a molestar a algún integrante de la comunidad Chichiguay.
Los Queraguay, que habían escapado en esa última batalla, unieron sus fuerzas con sus otros ancestrales enemigos: Los Quitiguay. Estos últimos, aunque siempre fueron neutrales entre las contiendas Chichiguay-Queraguay, formaron parte de esa alianza y atacaron en conjunto a los Chichiguay.
Sabían de antemano que, el arma más poderosa que disponían los Chichiguay era a Yagüá. La estrategia que debían utilizar era fundamentalmente, matar al puma.
Nuevamente, con la traicionera cobertura de las sombras nocturnas, los guerreros Queraguay y sus aliados Quitiguay, atacaron la aldea Chichiguay. Yagüá, como siempre, estaba en una sigilosa vigilancia de la aldea. Los atacantes se dirigieron en dos grupos fuertemente armados. Unos a la choza de la princesa Luna a la que tomaron y quisieron llevarla prisionera, y los otros, formaron una barrera de lanzas y flechas entre Yagüá y la princesita.
El puma atacó valientemente a los secuestradores de su amiga. Destrozó con sus grandes y afiladas garras los cuerpos de sus enemigos. Trituró con sus enormes colmillos muchos cuellos y cabezas.
Pero en el fragor de la lucha, fue lanceado muchas veces por los atacantes. Las flechas colgaban a montones de su esbelto y fornido cuerpo. Los dardos, embebidos en "curaré", que le fueron arrojados, comenzaban a hacer su efecto. En un final esfuerzo, Yagüá, destrozó al último de los enemigos. La princesa Luna había sido salvada.
Herido y moribundo, se despidió de Luna y de los demás integrantes de la tribu Chichiguay con un enorme rugido. En él, expresaba a todos los integrantes de la selva, tanto humanos como animales que, debían respetar para siempre a la comunidad Chichiguay.
Se dirigío al río acompañado por Luna, se despidió en la orilla de ella y penetró en las aguas.
Dice la leyenda que en honor a tan valeroso Puma, esas transparentes aguas, se convirtieron del color de su magestuosa piel.
Hoy el río es "del color del León" conocido como el Río de la Plata.
Mirándolo, siempre recordaremos a Yagüá... "el inmortal".
Fin