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Traducción de Vicente Blasco Ibáñez
Las mil y una noches
Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman
de Anónimo
Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman, era el rey de Salamarcanda TI-Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: "Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a su hermano. El rey Schahzaman contestó: "Escucho y obedezco". Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.
Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?" Desenvainó inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!"
Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.
El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vió cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: "¡Oh, Massaud!" Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro, que la abrazó.
Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey: "¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra". Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa". El rey le dijo:
"Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores". El rey replicó: "Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo: "Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad.
Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fué el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla".
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores".
Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán".
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: "¡Que nadie entre!" Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr.
Cuando vió estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: "Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida". Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:
Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: "¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco".
Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió. Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vió ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: "Bajad, y no tengáis miedo de este efrit". Por señas, le respondieron: "¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!"
Ella les dijo: "¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor muerte". Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles: "Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: "Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda". El otro repuso: "No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres mayor". Y ambos empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación.
Pero ella les dijo: "¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit". Entonces, por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: "¡Qué expertos sois los dos!"
Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó: "¿Sabéis lo que es esto?" Ellos contestaron: "No lo sabemos". Entonces les explicó la joven: "Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos". Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: "Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas.
"Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.
"Ya lo dijo el poeta:
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro: "Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe consolarnos". Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este cabalgador.
En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita.
La mayor se llamaba Schehrazada, y el nombre de la menor era Doniazada. La mayor, Schehrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: "¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones...? Sabe, padre, que el poeta dice: "¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida".
Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schehrazada: "Por Alah. Padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemini y podré salvarlas de entre las manos del rey". Entonces el visir contestó: "¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro".
Pero Schehrazada repuso: "Es imprescindible que así lo haga". Entonces le dijo su padre: "Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia:
Cómo la sabiduria se esparció por el mundo |