Se dice que hace más de 2.000 años, nació en las tierras árabes una historia de amor trágico y sublime.
El rey Rezin había tomado el trono de la hermosa y pacífica ciudad de Damasco hace pocos años, quedando viudo poco después de ceñirse la corona; un hombre solo, recto, justo y bueno; cuyo único y verdadero gran tesoro, era su amada hija Faghira.
La princesa Faghira, era “la más bella flor” de los jardines de palacio. Nunca ojo de varón alguno había visto el rostro de la princesa Faghira, pero se decía, que la luz de sus ojos podía ablandar el corazón más duro, y la belleza de su faz, lograba marchitar las flores de envidia.
Pero quiso el destino que la paz de la hermosa Damasco fuese perturbada, Asiria invadió Damasco, su rey, un hombre intransigente y egoísta, humilló al buen Rezin cuando este se dirigió a él en audiencia pacífica para mediar y no llegar a la matanza indiscriminada.
Pero el rey de Asiria no escuchó, humilló a Rezin, diciéndole que la única manera de que él abandonaría Damasco, era si le daba a Faghira para su harem.
No como esposa… sino como concubina.
¡¡Sólo por esa ofensa Rezin hubiera deseado hundir su alfanje profundamente dentro del estómago del rey asirio!!… pero comprendió que eso solo sería enardecer las cosas.
¿Qué más iba a hacer? Se negó rotundamente, nadie mancillaría la virtud de su amada Faghira.
Pero no era tan verdad que nadie hubiera mirado la belleza de Faghira nunca. La verdad era que la jovencita, escapaba de la custodia y, acompañada de algunas doncellas, se disfrazaba como una simple campesina, y salía a recorrer las calles de la hermosa Damasco, descubriendo así, que la fama de benévolo de su amado padre, no era infundada.
Una tarde, en un mercado, unos hombres desconocidos y claramente extranjeros, importunaron a la disfrazada Faghira y a sus acompañantes.
Las arrinconaron, llamándolas despectivamente con palabras que ninguna mujer decente debería tener que escuchar nunca en su vida, amenazando sus virtudes con lascivas sonrisas en sus labios.
Las jóvenes empezaron a gritar, y a gritar lo más alto que podían para que algún hombre bueno les ayudara, pues ésa era la ley del Corán, de lo contrario, estos hombres podrían lograr mancillarlas.
Hubo alguien que escuchó sus gritos, un joven soldado del palacio de Damasco que oyendo los gritos de las jóvenes, fue de inmediato en su auxilio, matando a uno de los agresores y dejando mal heridos a los otros dos.
Luego del susto, al joven soldado le bastó reconocer el rostro de una de las doncellas para saber, que aquella de bella rostro y ojos brillantes a quien las demás protegían, no era otra que la princesa Faghira.
Y también supo de inmediato, que no era mentira lo que se contaba de ella; pues ahora mismo la belleza de su rostro bien lo hubiera vuelto su esclavo,de ella haberlo pedido; y la luz de sus ojos había tomado para siempre su corazón de guerrero, volviéndolo un cordero en su presencia.
Al devolverla a su hogar, su padre montó en cólera.
La desesperación de saber que Damasco estaba a punto de entrar en guerra junto con no haber sabido en todo el dia donde estaba su querida hija, lo hicieron castigarla, encerrándola con siete candados en la torre de sus habitaciones.
Pero el soldado, que había quedado prendado de la belleza de la jovencita, no pudo poner candados en su corazón.
Desde entonces, cada noche, en la charola en que sirvienta llevaba los alimentos a Faghira, un blanco jazmín yacía bajo las servilletas.
Pronto el joven halló la manera de enviarle recados a la princesa; recados que en principio, ella temerosa no sabía si responder, o si conservar siquiera.
Pero pronto, embelesada por la fina caligrafía y por la delicada poesía en las palabras del soldado, su joven corazón no pudo dejar de corresponder a tan dulce asedio.
Así, pronto los enamorados intercambiaban correspondencia cada vez más dulce, cada vez más tierna, cada vez más amorosa, haciendo que ya ninguno de los dos pudiera acallar el ardiente deseo de su corazón de verse y juntarse en un profundo abrazo.
Pronto, la declaración de guerra de Asiria contra Damasco fue un hecho.
El joven soldado fue llamado a las filas a servir a su patria, llegando esta noticia a oídos de la dulce Faghira, quien, transida de desesperación empapó de lágrimas la última misiva de su amado, donde de su puño y letra él mismo declaraba que, en efecto “ésta podría ser las últimas palabras que mi corazón me dicte para tus ojos…”
Sabiendo que su pueblo era pacífico y que Damasco no contaba precisamente con un fuerte contingente de armas, Faghira supo de inmediato que no habría armadura ni espada, ni escudo, que pudiera mantener ileso el pecho de su amado.
Ningun arma, excepto quizás, el gran escudo antiguo que adornaba el salón de armas del palacio, así que sin demora y sin excusa, ordenó a sus sirvientas que le hicieran llegar 5 cosas: el escudo de la armería, un punzón de cerrajero , un martillo, una aguja y una navaja muy afilada.
Al principio las doncellas se extrañaron de tan raro pedido, alarmándose, en especial de la navaja. Pensando que su dulce princesa, talvez había tomado la más triste determinación al saber que quizás pronto no tendría oportunidad de ver jamás a su distante enamorado.
Pero tanta fue su insistencia, tan tristes sus súplicas, que hicieron lo que ella les pidiera.
Al rayar el alba, Faghira destrenzó su larguísimo cabello, que sin ser rubio, asemejaba el color de la mies madura brillando al atardecer, y tomando la afilada navaja, lo cortó al ras de su hermosa cabeza, cubriéndose luego con un velo.
Con el punzón y el martillo, Faghira repujó el pesado metal, golpeándolo una y otra vez, abriendo miles de pequeños hoyitos a lo largo y ancho del escudo.
En la aguja, Faghira ensartó una tras de otra, las largas hebras de su largo y hermoso cabello, y empezó a pasarlo a travéz de los agujeros hechos en el escudo, una y otra vez, bordando, entramando, hasta que pronto iban tomando forma, los hermosos jazmines que Faghira había formado a punta de agujeros en el metal del escudo.
Toda la noche trabajó la hermosa Faghira, soportando el dolor de su cuerpo, el peso del enorme escudo.
Secando con su velo la sangre que manaba de sus manos maltratadas por el pesado trabajo que estaba realizando.
Al final, cuando amaneció, el escudo había sido cambiado.
Miles de hilos que parecían ser de oro puro, decoraban el pesado y antiguo escudo, formando en enroscadas formas, la flor de la que derivaba su nombre: jazmín.
Ayudada por sus doncellas, Faghira logró salir de sus habitaciones, cubierta con el velo para no descubrir en sacrificio de su belleza, y así llegó hasta la barraca donde el soldado se preparaba para partir al frente.
Al verla, el joven se alarmó, sabiendo que ella estaba prohibida de salir de sus habitaciones, no sólo por castigo, sino por el temor de la batalla que se avecinaba.
Pero ella le dijo que quizás esa sería la ultima vez que se vieran, y ella quería tener el recuerdo de sus ojos en su mente, y que él la viera también por última vez. Y darle un regalo.
Le hizo llegar el pesado escudo, hermoseado con el trabajo de la princesa, y él, reconoció de inmediato el color y la textura de los cabellos de la princesa en el arma que ella le entregaba, entendiendo y agradeciendo en silencio el sacrificio hecho por amor a él.
Sin poder evitarlo, aunque las leyes dictaran lo contrario, Faghira y el soldado se unieron en un fuerte y prolongado abrazo.
Acto por medio del cual, no hacía falta nada más. Así quedaban sellados sus destinos; entregadas sus vidas del uno al otro para siempre; para toda la vida y más allá.
Más tarde, desde la ventana de su torre, Faghira vio al ejército de Damasco partir al frente de batalla, reconociendo a su amado, por los destellos dorados que se desprendían de escudo en el que iba grabado su sacrificio de amor.
Como es bien sabido, tanto histórica como bíblicamente, Asiria arrasó Damasco (2da de Reyes 16:9) la familia real menor fue desterrada hacia la región de Kir.
El rey Rezin asesinado y Faghira, dada por muerta y escondida por sus familiares.
En el apuro de partir para ser escondida y salvaguardar su virtud, Faghira no pudo llevarse más que lo que llevaba puesto, y entre los pliegues de su pecho, envueltas en un pañuelo, las breves correspondencias de su amado soldado.
Los años pasaron, Damasco ahora era provincia de Asiria, y el hermoso y pacífico reino se había perdido para siempre.
Encerrada en el dolor de sus pérdidas, el único consuelo de Faghira era esperar noticias de su amado, pero ninguno de los que partieron a batalla volvió jamás.
Faghira dejó de esperarlo, entregándose a una vida triste, gris y solitaria; dedicándose a el bordado para poder comer, acompañada siempre por sus fieles doncellas que jamás conocieron más familia que ella misma.
Hasta que una tarde, un mensajero tocó a la puerta de su casa entregándole un paquete misterioso, al abrirlo, descubrió un joyero de madera con tapa de metal.
¿Quién regalaría un joyero a una mujer como ella? Si ella hace muchos años que había dejado de usar joyas que pudiera guardar en un joyero.
La caja del joyero era en conjunto sencilla, pero su tapa ¡¡era una belleza sin igual!!
Qué delicadeza, que orfebrería qué maravilloso artista había labrado algo como ésto… entonces Faghira se quedó muda al comprender lo que tenía
entre sus manos, al reconocer que la tapa del joyero era nada más y nada menos que un pedazo del escudo que ella había regalado a su amado para protegerse, y el delicado trabajo de hilos de oro, no era otra cosa que el bordado de su
propio cabello.
Al salir de su impresión, casi con temor la mujer abrió el joyero pero no halló joyas ahí, sinó un pergamino en el que prontamente y entre lágrimas de emoción e incredulidad reconoció la bella caligrafía y la dulce poesía de la prosa de su amado soldado.
“No he muerto…” le decía “He partido hacia lejanas tierras, con la intención de mantener a salvo mi vida y la tuya.”
Le explicó que el nuevo rey de Damasco, de algún modo había descubierto de sus amores, y nunca se había tragado el cuento de que ella había muerto con su padre.
Era muy probable que, a pesar de los años, él rey aun la buscara, por eso él había tardado tanto en buscarla, por miedo a ponerla en el camino de los viles apetitos de ese hombre cruel.
Le contaba que, en efecto, el escudo que ella le diera le había salvado la vida cien veces, y que la última vez, se había partido en 7 pedazos.
Uno de esos pedazos, él lo había convertido en la tapa del joyero que ahora le enviaba. Una parte de su trabajo volvía a sus manos, para que ella supiera que no solo él vivía, sino que nunca había olvidado su amor por ella ni el sacrificio de ella por amor a él.
Faghira lloró inumerables lágrimas de felicidad mientras leia una y otra vez la carta de su amado, en la que le pedía paciencia, que si Allah quiere algún dia estarían juntos, pero que por ahora no podía buscarla. Pero que el buscaría la manera de hacerle llegar pequeñas pruebas de que seguía con vida que serían también pistas de su paradero.
Al terminar de leer, Faghira tomó de su pecho el pañuelo que envolvía las primeras correspondencias de su amado, y las guardó en el joyero.
Así, cada cierto tiempo Faghira recibía pequeños trozos de lienzos egipcios, plumas de abejaruco africano, un peine de nácar de China… en fin, pequeños como recuerdos, pruebas de que él seguía vivo, pensando en ella, esperando el momento de volver a verse.
Y cada cosa nueva ella la depositaba con amor, dentro del joyero.
Así, el joyero se convirtió en algo muy preciado, en un tesoro muy bien resguardado, tanto así que cuando los dueños de la casa cobraban bruscamente el alquiler, alguno se atrevió a tomar el joyero pensando que tenía algún valor, y Faghira y sus doncellas durmieron varias noches en la calle, pues fueron arrojadas de su hogar por la violencia con que la mujer defendió lo que era suyo.
Pero los años pasaban, y el joyero se iba llenando de cartas, notas y souvenires que ya no eran gran consuelo para ella. El tiempo pasaba, cobrando la cuenta que debía cobrar y ella seguía esperando volver a verlo, y se consolaba pensando cada noche antes de dormir “mientras yo siga viva, y tu sigas vivo, la esperanza de volver a abrazarnos, no morirá jamás”
Un dia, luego de varios meses sin tener noticias de él, Faghira recibió un pequeñísimo paquete.
En su interior, un pequeño elefante de bronce, que estaba bellamente tallado, y se podía ver que el elefante estaba engalanado con flores que adornaban su cabeza y sus patas.
Un gran loto se destacaba en su frente.
Y a Faghira le recordó las ilustraciones que había visto alguna vez en los manuscritos de la gran biblioteca de su padre en el palacio de Damasco.
Entonces supo que su amado se encontraba en el norte de Indostán (India), y supo además que no podía seguir esperando a que su cabello comenzara a llenarse de canas, y decidió que partiría a encontrarlo antes de que saliera de Indostán.
Faghira no se llevó más equipaje que su joyero con ella, ese joyero que más que lleno de cosas, estaba lleno de amor,de ilusiones y de esperanzas.
Ese joyero que simbolizaba el gran sacrificio de dos amantes que no habían podido hacer realidad su gran amor por las vicisitudes de la vida y la envidia de cierta gente.
Largo fue el camino y Faghira durante su travesía tuvo que vender uno a uno los recuerdos que su amado le enviara, para poder comer, para poder beber, para poder viajar.
Porque eran importantes para su corazón pero más importante era la urgencia de llegar de una vez a donde su amor estaba y poder ser uno con él de una vez por todas.
Pero llegó tarde. Todas las pistas que recibió le indicaron que él había partido hace poco tiempo.
Grande fue la decepción de la pobre princesa Faghira, grande, al darse cuenta que si hubiera tardado menos, hubiera llegado a encontrarlo y así, partir juntos hacia donde él tuviera que marchar.
Sola, sin hogar, sin dinero, Faghira se refugió en una casa donde podía lavar platos a cambio de comida, mientras decidía qué hacer.
“Qué hermoso joyero…” le dijo un día el ama “¡Véndemelo! Te pagaré bien y podrás volver a tu país y hacer un negocio que te permita vivir cómodamente y nunca más vestir harapos”
Pero Faghira, tomando el joyero delicadamente de las manos de su ama, amablemente desistió del ofrecimiento.
Era lo único que tenia en el mundo, lo único que era verdaderamente suyo de todo lo que alguna vez había tenido. Era lo único que tenía de él, no podía cambiarlo por dinero. No podía desprenderse de él a cambio de una vida de comodidad.
Más de una vez el ama dijo “Véndemelo” y siempre Faghira desistía del ofrecimiento.
Hasta que un dia, un mensajero entró a la cocina buscándola a ella, y le entregó una nueva pista.
Entonces supo Faghira que debía continuar con su camino, porque su amado seguía con vida, pendiente de ella, esperando por ella. Y ella iría a donde él estuviera hasta que lo encontrara.
Llenando siempre su joyero de ilusiones, de esperanzas y de todo el amor que había entre ellos a pesar de la distancia y las dificultades.
Porque mientras hay vida, hay esperanzas; y mientras hay amor, todo es posible …
Dicen que la leyenda del joyero fue tan famosa en la antigüedad, que Saladino lo buscó durante la época de su lucha contra los Cruzados cristianos; gran parte de la lucha contra los cruzados fue porque ellos pensaban que Saladino conocía la ubicación de una gran reliquia santa,(el cáliz de la sangre de Cristo tal vez),pero dicen que la verdad, es que Saladino buscaba el joyero de la leyenda, para probar su gran amor a una mujer.
De esta leyenda es que supuestamente se desprende la elaboración del arte de “damasquinar” los metales, con finos hilos de oro y/o plata “como si fueran los finos cabellos de una mujer”, técnica que se hizo famosa en la península Ibérica en especial durante los 800 años de presencia árabe en España.
Sea como fuere, para los árabes, regalar un joyero damasquino a una mujer es incluso mucho más significativo que para los occidentales regalar un anillo,por ejemplo.
Cuando un hombre moro, libanés, árabe … etc, regala un joyero damasquino a una mujer, está diciéndole que su amor por ella es grande y que está dispuesto a hacer grandes sacrificios por demostrarlo , si dicha mujer acepta el joyero, está aceptando el amor de ese hombre y dando el suyo a su vez, para toda la vida.
Porque para los árabes, un joyero damasquino es sinónimo de amor eterno, un amor que va a romper las barreras del tiempo y la distancia más acérrima, y que sus almas estarán juntas, incluso más allá de la vida y la muerte; aunque, como en la leyenda, ni si quiera lleguen a estar juntos, jamás.
Con especial agradecimiento a las adaptadoras de la historia Alice y Fathmé Bucaram.Una Leyenda Arabe por Alice y Fathmé Bucaram se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
En la Granada mora existía un anciano rey llamado Aben Habuz. Durante toda su vida fue un valiente guerrero y obtuvo grandes tesoros, pero con la vejez, también se le calmó la ansiedad por nuevas riquezas. Así se dedicó a custodiar
su tesoro de los jóvenes guerreros Cristianos pues temía perder sus riquezas.
Un buen día llegó procedente de Egipto un mago árabe llamado Ibrahim. Éste conocía todos los secretos de la ciencia (incluido el de la vida eterna) porque poseía el "Libro de la sabiduría" que le había
dado Dios a Adán al echarlo del paraíso.
El mago se ofreció a crear un invento con el cual podía conocerse cuándo iban a atacar los enemigos. Ibrahim creó un curioso tablero de ajedrez donde se encontraba un jinete con una lanza; cuando el jinete apuntaba a algún sitio significaba que se acercaba un ejército por ahí, y entonces en el tablero aparecían unas figuras de ajedrez, que representaban la imagen del enemigo.
El mago incitaba al rey a que derribase las figuras y entonces así mataba al ejército enemigo. Por este trabajo, Ibrahim pidió que se acomodase una cueva de la montaña con lujos y con bailarinas que lo animasen mientras
elaboraba sus artes.
Así llegó a gastar la mitad de la fortuna del rey. Pero Aben Habuz aceptó y disfrutaba con el juego de ajedrez matando enemigos.
Pero un buen día el jinete del ajedrez apuntó a un lado del mimo que representaba un valle en el que no aparecieron figuras. ¿Venía algún enemigo?. Así mandó su ejército allá, pero en vez del enemigo capturaron a una
dulce cristiana con una lira de plata.
Ibrahim quiso poseerla, pero Aben Habuz la quiso para sí, pues estaba enamorado de su juvenil belleza. Ella no deseaba a ninguno de los dos viejos, pero se quedó en el reino de Aben Habuz.
El rey moro, empezó a gastarse todos los tesoros que le quedaban en ella, pero cuando la quería poseer, la cristiana empezaba a tocar su lira y él se dormía dulcemente.
Sus súbditos se sublevaron, pues no podían consentir que el rey se gastase su fortuna en ella y no parase de dormir. Aben Habuz pudo contener la sublevación, pero pidió al mago que hiciese algo para evitar esto, pues quería vivir en tranquilidad con la
joven.
Ibrahim le propuso construir para él un paraíso que no fuese visible desde fuera y que no se pudiese entrar de no quererlo el que viviera allí. Aben Habuz fascinado aceptó. Tardó tres días en construirlo en una montaña
de Granada, y puso una puerta grande con una mano y una llave.
A cambio, Aben Habuz le entregaría el primer animal y la carga que entrase por esa puerta. Al tercer día fueron Ibrahim, Aben Habuz y la joven cristiana cada uno en un caballo. Se pararon los tres a observar la puerta,
y el corcel de la joven echó a andar y cruzó la puerta.Ibrahim dijo que la cristiana le pertenecía, Aben Habuz se negó, pero Ibrahim entró con su caballo y cerró la puerta.
Se dice que desde entonces todo el que se queda un momento delante de esa puerta oye la lira de la cristiana y se adormece como el rey moro. Hoy en día, en ese monte, se encuentra la Alhambra y allí se puede encontrar la puerta con la mano y la llave, esperando que alguien la abra antes de caer dormido...
En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado el monarca al banquete, cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un pordiosero.
Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Este insólito comportamiento indignó al primer ministro, quien, ásperamente, le preguntó:
– ¿Acaso eres un visir?
– Mi rango es superior al de visir – repuso el ermitaño.
– ¿Acaso eres un primer ministro?
– Mi rango es superior al de primer ministro.
Enfurecido, el primer ministro inquirió:
– ¿Acaso eres el mismo rey?
– Mi rango es superior al del rey.
– ¿Acaso eres Dios? -preguntó mordazmente el primer ministro.
– Mi rango es superior al de Dios. Fuera
de sí, el primer ministro vociferó:
– ¡Nada es superior a Dios!
Y el ermitaño dijo con mucha calma:
– Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo.
En este mundo que va cada vez más rápido, a veces queremos las cosas ya, sin esperar. Y lo queramos o no, eso es lo que están aprendiendo nuestros niños(a través de nuestro comportamiento, de los videojuegos, que les premian por poca cosa, de los dibujos, que cada vez tienen un tempo más rápido…). Con este cuento aprenderán la importancia de la paciencia, del esfuerzo y de la constancia, y sabrán que si se quiere algo hay que trabajar y luchar por ello.
Cuenta la historia que en una ciudad vivía un joven estudioso que lo tenía todo, pero siempre seguía ansioso por saber más. Un día, gracias a un mercader que estaba de paso por la ciudad, se enteró de que en una ciudad lejana había un sabio que poseía tanta ciencia, sabiduría y virtud que todos los eruditos del país juntos. Y a pesar de ello, trabajaba de herrero, como sus antepasados.
El joven cogió sus cosas y se puso en camino. El viaje duró 40 días y 40 noches, y al llegar a la ciudad, se dirigió directamente al zoco*, donde sabía que trabajaba el sabio.
– ¿Qué deseas, hijo mío?
– Aprender la ciencia – Contestó en joven.
Y el herrero, sin decir nada, le cogió la mano y le puso a trabajar en la herrería con él. El joven trabajaba duro y sin rechistar desde el alba hasta la puesta de sol, y pasaron semanas, meses, y hasta cinco años.
Al cabo de ese tiempo, el discípulo, tímidamente, se atrevió a hablar:
– Maestro…
– ¿Qué quieres?
– ¡La ciencia!
– ¡Sigue tirando de la cuerda del soplador!
Si mediar palabra, el discípulo cogió la cuerda y retomó su trabajo. Y así pasó el tiempo, los años, diez años más… Y entonces el maestro se acercó al joven, le cogió del hombro y le dijo:
– Hijo mío, puedes volver a tu casa con toda la ciencia del mundo y de la vida en tu corazón. Pues toda esta ciencia y sabiduría la has adquirido con la virtud de la paciencia.
Y le dio su bendición de paz. El discípulo volvió a su casa, con su familia y amigos, viendo la vida con más claridad.
Un día, mientras permanecía inmóvil como siempre en el mismo sitio, un maestro vio aparecer en el horizonte una especie de bola de polvo. Aquella bola se hizo más y más grande y el sheik pronto reconoció a un hombre que se le acercaba corriendo y levantaba una enorme polvareda.
El hombre, que era joven, llegó hasta el maestro y se postró ante él.
– ¿Qué quieres?
El joven le contestó:
– Maestro, he venido desde lejos a oírte tocar el arpa sin cuerdas.
– Como quieras – le dijo el maestro.
El santo hombre no varió su postura lo más mínimo. No cogió ningún instrumento, no hizo nada. El maestro y el freviente discípulo permanecieron inmóviles. Tras tres días, el joven dejó percibir, quizá por un gesto, una inclinación o un carraspeo, un incipinte cansancio.
– ¿Qué te pasa? – preguntó el maestro.
El joven dudó un poco. Comenzó a balbucear algunas palabras. Para poder ayudarlo, el maestro preguntó:
– ¿No has oído nada?
– No – contestó el joven con voz culpable.
– Entonces, ¿por qué no me has pedido que tocase más fuerte?
Maestro: el sonido está dentro de nosotros, en nuestro corazón. Es cuestión de saber escucharlo.
Cuento del libro “Cuentos Sufis, la filosofía de lo simple de Omar Kurdi y Pedro Palao Pons"
ISA AL-YASIRI |
Cuenta una leyenda, que la gata favorita de Mahoma, Muezza, estaba profundamente dormida sobre la túnica del profeta, cuando alguien le llamó. Entonces, para no interrumpir el descanso de su animal favorito, cortó su túnica y abandonó la habitación muy despacio, con extremo cuidado y volviendo la vista hacia atrás enternecido.
Los turcos describen la curiosa variedad de gatos blancos con ojos dispares como "regalos de Alá" o "tocados por Alá". Quizá porque algunos gatitos blancos nacen con marcas de color en su cabeza, las llamadas "marcas de Alá". O tal vez porque Muezza, la gata idolatrada por Mahoma de la que ya hablamos, era un ejemplar blanco de ojos dispares…
Intentaba la gente distinguir (en el cielo) el cuarto creciente del mes de Ramadán pero nadie lo veía excepto Anas b. Mālik al-Ansāri, que tenía cer- ca de cien años. Fue a dar testimonio ante el juez Iyās ben Mu‘āwiya
y éste le dijo: ¡indícanos su posición! Y empezó a señalar pero nadie veía nada.
Iyās se puso a reflexionar y vio que un pelo blanco de la ceja de Anas se había torcido y se le había inclinado sobre el ojo. Se lo
retiró y se lo alisó con la mano y luego le dijo:
¡muéstranos ahora dónde está la media luna! y miró Anas y dijo: ¡no veo nada!
(1 El texto árabe adaptado y traducido por AlkhAlifA, W.SAleh, 1997: p. 29, 76.
El texto árabe original se encuentra en el libro Sarh al-‘uyun fi sarh risala Ibn Zaydun de Ibn nubata. )
Se dice desde tiempos remotos que más allá de las siete colinas, un an- ciano, enfermo y acechado por la muerte, hizo llamar a sus tres hijos:
Sabed, hijos míos, que guardo un tesoro. Al que me traiga agua mágica para curarme del mal que me consume, le revelaré el lugar donde se esconde mi fortuna.
Así, se fueron los tres hermanos, un buen día, en busca del agua mágica. Tras cinco largos días y cinco largas noches andando, llegaron por fin al alba, a un calvero del bosque. Los rayos del sol descubrían tres caminos.
el primogénito, Akli, el malvado, el que llevaba en su interior el veneno del mal, escogió el camino más bonito, bordeado por árboles repletos de flores y frutos. Saíd, el avaro, el que no compartía nunca su trozo de pan ni sus dátiles, decidió tomar el segundo camino, también muy verdoso.
en cuanto a Omar, el generoso, el más gentil de los tres hermanos, le impusieron el camino más árido, pedregoso y desierto, que ninguno de los otros dos quiso afrontar.
en el instante de separarse, Akli dijo a sus hermanos: aquí planto este arbusto de tres hojas. A la vuelta, si todas están verdes, cada uno esperará a los otros, pero si una de las hojas amarillea, sabremos que la muerte ha sorprendido a nuestro hermano.
dicho esto, se separaron, Akli se alejó felizmente por el camino fres- co, repleto de frutos, se tumbaba sobre hierba perfumada, bebía agua de los manantiales, caminaba noche y día despreocupado y fuerte. Pero un buen día, sintiéndose cerca del final, de detrás de una roca surgió una víbora azul que le mordió mortalmente. Agonizando sobre las piedras, todas las maldades que cometió se le pasaron por la mente, y lamentó su arruinada vida.
Saíd, por su parte, aunque embriagado al principio por las riquezas del camino, sentía que le invadía el miedo. efectivamente, poco a poco, los árboles se enrarecían, se secaban y perdían sus flores y frutos. Las rocas áridas se elevaban en el cielo oscuro, mientras sus pies, cada vez más pe- sados, chocaban contra las innumerables piedras del camino. Agotado y sediento, tenía la lengua hinchada por la sed, sus ojos inquietos buscaban en vano entre las rocas las flores y los frutos desaparecidos. derrotado por los remordimientos de una inútil avaricia, se desplomó sobre la estéril roca para morirse, solo.
Mientras sucedía todo esto, Omar iba apenado en el estrecho camino, fatigado, obstinado, en el silencioso desierto, cuando se le apareció un bos- quecillo detrás de una roca y la naturaleza se transformó ante sus maravi- llados ojos. Primero vio hierba verde, sembrada de flores, después árboles repletos de frutos en los que los manantiales vertían su frescura. Comió y bebió, recuperando así fuerza, y prosiguió su camino.
Al fin, llegó a la cima de una colina custodiada por siete sabios. Los más ancianos se le acercaron y le dijeron: te estábamos esperando, hijo mío. Aquí tienes el odre de agua mágica. Vuelva con tu padre y que Al-lah te proteja.
Lleno de esperanza, a pesar de la fatiga, Omar emprendió el largo ca- mino de regreso. Llegó al calvero del bosque donde se había separado de sus hermanos, y observó que dos hojas del arbusto plantado por Akli habían amarilleado durante su viaje. Se detuvo un momento, con el corazón lleno de tristeza, y después prosiguió su camino.
después de días andando, divisó por fin su pueblo natal. Lleno de alegría, corrió hacia la casa de su padre, imaginándole ya curado. Cuando la puerta se abrió, se le acercó una anciana con los ojos llenos de lágrimas y Omar supo que su padre estaba muerto.
¿dónde está mi padre?
Allí, bajo el olivo.
Al llegar a la tumba, con el corazón encogido, se recostó sobre ella.
Aún más grande fue su pena al ver la piedra manchada, cubierta de arena. entonces cogió el odre de agua mágica con el propósito de limpiarla. en ese mismo instante, la piedra se partió y brotaron miles y miles de monedas de oro de una fulgurante cascada. desde ese bendito día, un manantial mana en este lugar fértil, y las mujeres se reúnen allí para contar las virtudes de Omar el generoso.
(2 ReyeS Ruiz, A. 2006: el texto árabe adaptado por Mohammed hammú, ed. árabe, p. 97, y traducido por: Abdellatif el Bazi, ed. español, p. 107. )
Se cuenta que el león, rey del bosque, cayó enfermo.
Todos los animales vinieron a verlo para desearle un buen restableci- miento. entre los visitantes, estaba el zorro, gran sabio del bosque, le dice a su rey:
-Si quieres curarte, debes hacer la peregrinación a la Meca. estás en- fermo a causa de tus pecados: mataste y agrediste a un gran número de animales; comiste a no sé cuántos hombres........
- tienes razón, querido sabio.
Pero la Meca está muy lejos de aquí.
¿Quién podrá acompañarme?
- yo -propone el lobo- es una buena ocasión para purificarme de todas
mis pecados.
- Pero ¿qué pecados cometiste, querido lobo?
- comí varias ovejas, varias gallinas, sin olvidar las granjas que saqueé. - de acuerdo -dice el león-, acepto que me acompañes.
en la
linda del bosque, se encuentran al asno.
- Vamos a la Meca.
- ¿Puedo ir con vosotros?
- ¿Tú también cometiste pecados?
- Claro que sí, mi rey. ¿existe sobre la tierra un hombre o un animal que esté libre de pecados?
Comí a menudo
una hierba que no me pertenecía, trigo que había robado, la alfalfa de un amigo......
- Bueno, bueno. Si es así, ven con nosotros.
Un mes después, llegan a un gran desierto.
dos días de
marcha sin comer nada.
Al tercer día, el león dice al lobo:
- no vamos a quedarnos tres días sin llevarnos nada a la boca.
el lobo responde:
- entre nosotros, no estamos faltos de
comida.
- ¿Pero de qué comida se trata?
- Observa a ese herbívoro que nos acompaña.........
¿no es comida?
- Si vamos a la Meca para purificarnos de todos nuestros pecados,
¡no
podemos cometer uno antes de llegar!
- Pero, Majestad, ¡se trata de nuestras vidas!
nos lo comemos y, una vez que estemos en la Meca, imploraremos el
perdón del eterno.
- Pero ¿cómo conseguiremos comerlo?
- no te preocupes por eso.
el asno lo había escuchado todo.......
el lobo dice:
- Los tres vamos a morir de hambre. no es normal.
Uno de nosotros debe sacrificarse; en la otra vida dios reconocerá su acción.
- Pero ¿quién va a sacrificarse, dice el leon.
- el más pequeño de entre nosotros, dice el lobo.
- ¿entonces
serás tú!
- no hablo de la talla; hablo de la edad.
el más joven debe sacrificarse......
- ¿Qué edad tiene su majestad?
- he nacido 7000 años antes del nacimiento de Adán. - eres
muy viejo, Majestad, mucho........
el León:
- ¿y tú, lobo? ¿Cuál es tu edad?
- yo me acuerdo de Matusalén.
- Tú también eres muy viejo.
Volviéndose ambos hacia el asno:
-¿Qué edad tienes tú?
- no sé, no soy más que un asno, pero mis padres pegaron mi partida
de nacimiento en el hierro de mis cascos. Para conocer mi edad, hay que echarle un vistazo.
el león pide entonces al lobo que se informe de la edad del asno.
- no sé leer. Mis padres demasiado pobres, no pudieron enviarme a la escuela. Pero tú perteneces a la familia real, recibiste una enseñanza digna de tu rango...
- Por supuesto, sé muy bien leer y escribir.
el asno dice entonces al león, levantando la pata derecha:
- Vamos, Majestad, puedes leer lo que está escrito bajo mi pezuña. -¡Pero no veo nada!
-
Acércate más... Mi padre escribía muy pequeño.
Al acercarse, el león recibe un golpe tan violenta que se queda tieso... Viendo este espectáculo, el lobo pone pies en polvorosa...
..
.Sin dejar de repetir...
"dios, te agradezco el haber sugerido a mis padres que no me enviaran a la escuela" .
CUENTO ÁRABE
Había una vez un anciano muy sabio, tan sabio era que todos decían que en su cara se podía ver la sabiduría. Un buen día ese hombre sabio decidió hacer un viaje en barco, y en ese mismo viaje iba un joven estudiante. El joven estudiante era arrogante y entró en el barco dándose aires de importancia, mientras que el anciano sabio se limitó a sentarse en la proa de barco a contemplar el paisaje y cómo los marineros trabajaban.
Al poco el estudiante tuvo noticia de que en el barco se encontraba un hombre sabio y fue a sentarse junto a él. El anciano sabio permanecía en silencio, así que el joven estudiante decidió sacar conversación:
- ¿Ha viajado mucho usted? -
A lo que el anciano respondió: - Sí -
- ¿Y ha estado usted en Damasco? -
Y al instante el anciano le habló de las estrellas que se ven desde la ciudad, de los atardeceres, de las gentes y sus costumbres. Le describió los olores y ruidos del zoco y le habló de las hermosas mezquitas de la ciudad.
- Todo eso está muy bien. - dijo el estudiante - Pero... habrá estado usted estudiando en la escuela de astronomía. -
El anciano se quedó pensativo y como si aquello no tuviese importancia le dijo: - No. -
El estudiante se llevó las manos a la cabeza sin poder creer lo que estaba oyendo: - ¡Pero entonces ha perdido media vida! -
Al poco rato el estudiante le volvió a preguntar: - ¿Ha estado usted en Alejandría? -
Y acto seguido el anciano le empezó a hablar de la belleza de la ciudad, de su puerto y su faro. Del ambiente abarrotado de sus calles. De su tradición, y de otras tantas cosas.
- Sí, veo que ha estado usted en Alejandría. - repuso el estudiante - Pero, ¿estudió usted en la Biblioteca de Alejandría?. -
Una vez más el anciano se encogió de hombros y dijo: - No. -
De nuevo el estudiante se llevó las manos a la cabeza y dijo: - Pero cómo es posible, ¡Ha perdido usted media vida!. -
Al rato el anciano vio en la otra punta del barco que entraba agua entre las tablas el barco. Entonces el anciano preguntó:
- Tú has estudiado e muchos sitios, ¿verdad?. -
Y el estudiante enhebró una retahíla de escuelas, bibliotecas y lugares de sabiduría que parecía no tener fin. Cuando por fin terminó el viejo le preguntó:
-¿Y en alguno de esos lugares has aprendido natación?. -
El estudiante repasó las decenas de asignaturas que había cursado en los diferentes lugares, pero en ninguna de ellas estaba incluida la natación. - No. - respondió.
El anciano, arremangándose y saltando encima de la borda dijo antes de tirarse al agua:
- Pues has perdido la vida entera. -
Fin.
Antes de que los musulmanes conquistasen al-Ándalus, gobernaba la isla de Cádiz un rey cristiano, que tenía una hija de gran belleza a la que pretendían los reyes de las tierras vecinas. Pero la joven princesa puso condiciones y declaró: “Solo me casaré con quien construya en mi isla un talismán que impida la entrada de los enemigos, o con quien sea capaz de traer a la isla agua potable desde tierra firme”.
Dos jóvenes pretendientes empezaron a trabajar en cada uno de los difíciles retos que se propusieron, por lo que hubo que preguntar a la princesa con cual de ellos se casaría, a lo que ella contestó: “Me casaré con quien primero termine la obra que ha emprendido”.
El constructor del acueducto, tras canalizar el agua desde los manantiales, se esforzaba en el tramo final conduciendo el agua por dentro de piedras muy bien ensambladas, de forma que, cuando el acueducto cruzara la ría y las marismas para llegar a la isla, no entrase lo más mínimo de agua salada. Al llegar a la ciudad el agua dulce se recogería en unas preciosas cisternas cubiertas de brillantes mosaicos de colores.
Por lo que se refiere al constructor del talismán, edificó junto al mar una gran torre escalonada y, sobre ella, la brillante figura metálica de un hombre. La torre era maciza y sin ventanas con una base cuadrada. Sobre este primer cubo había otro, igualmente de forma cuadrangular, que sostenía un tercero con la misma forma pero con los lados más cortos. La torre se remataba con un cuarto piso con forma de pirámide truncada, al final del cual había una losa horizontal de mármol sobre la que se asentaba una escultura de maravillosa naturalidad, equilibrio y tamaño. Algunos decían que estaba hecha de oro rojo, pero a la salida del sol y a su ocaso la figura brillaba con colores verdes, azules y rojizos, como el cuello de las palomas. Era la figura de un hombre barbudo, con un vestido, cinturón y un manto dorado que, colgándole desde los hombros, le caía hasta la mitad de las piernas. Su mano izquierda, sobre el pecho, recogía las puntas del manto, mientras que el brazo derecho lo tenía extendido portando en la mano una llave. La agarraba señalando hacia el mar como si dijese: ¡No se puede pasar!
Se cuenta que el primero en finalizar la obra fue el constructor del acueducto, pero el rey, temiendo que la obra del talismán se dejase inacabada, impidió que ese hecho se proclamara. Cuando el pretendiente terminó de edificar el talismán, se le informó que el ganador había sido el constructor del acueducto. Una noticia que le resultó tan insoportable, que subió a lo más alto de la torre y se arrojó al vacío, muriendo en el acto.
De esta forma, el rey de la isla consiguió el agua potable y el talismán. Ocurriendo, según se decía, que desde que se colocó el talismán el océano se embraveció, con olas como montañas, cerrando la isla a la llegada de flotas enemigas.
Tras años de prosperidad y pacífica convivencia en la isla de Qadis, la caída de la llave que portaba en ídolo fue el presagio de una importante desgracia: una gran flota surta en la bahía, bajo el mando de Isa b. Maymún, se sublevó contra el gobernador de la isla, poniéndose de parte de los almohades del norte de África. Hermanos en la religión islámica, pero intolerantes y violentos, los almohades sometieron sin miramientos a los habitantes de Qadis, mostrando gran hostilidad a lo que la figura del talismán representaba para los gaditanos. Una circunstancia que llevó a que Maymún, fanático y codicioso, dando crédito a las leyendas que decían que dentro de la torre había un tesoro escondido y que la escultura estaba hecha de oro, mandase derribar el talismán. Pronto vería la vanidad de su acción, al comprobar que no había ninguna riqueza escondida y que la figura metálica solo tenía un baño dorado. Una acción que despertó los temores de aquellos que creían que la destrucción del talismán traería males y desgracias para Qadis.
Poco tiempo después, Maymún murió violentamente en las revueltas de al-Ándalus, cumpliéndose la maldición no escrita para quien destruyese el talismán, y los ejércitos cristianos comenzaron con éxito, por Córdoba, las batallas que les llevarían a la conquista de al-Ándalus y a la ocupación de la isla de Qadis (donde se encontraron con restos de magníficos edificios antiguos que no supieron interpretar).
Años después aún se discutía, desde al-Ándalus hasta Oriente Medio (y así consta en las versiones del cuento) si estas obras realmente las habían hecho los aspirantes a casarse con una princesa, un gigante o el mismo Hércules. Si lo que portaba el ídolo en su mano era una llave, un bastón, un pergamino, una tablilla con un texto grabado o el mango de un látigo. Si aquella torre rematada por una escultura era considerada como un talismán o como una atalaya de señales para la navegación. Si cuando se derribó el talismán realmente se sucedieron las desgracias sobre la isla, o simplemente se perjudicó a la navegación y se quebrantó el orgullo de los gaditanos.
En Cádiz este cuento, mientras muchos atienden la programación habitual de Tele 5, sigue provocando excitación mental en personas sensibles: Francisco Javier Castro escribió la novela Al-Sanan. La caída del Ídolo, Tere Posada hizo una recreación del faro en cerámica, Juan Antonio Fierro habla de la ubicación del talismán junto a la playa de El Chato y otras personas son abducidas a la plaza de Asdrúbal y al Museo Provincial, ante los restos del acueducto y la imagen del faro. Dicen que, por la expresión de sus caras, los conserjes del museo ya saben a que van y las dejan pasar sin importunarlas.
Cómo la sabiduria se esparció por el mundo |