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Pero cuando llegó la décima noche
de Anónimo
PERO CUANDO LLEGO LA 10ª NOCHE
Doniazada dijo:
"¡Oh hermana mía! acaba la relación".
Y Schehrazada contestó: "Con mucho agrado, y como un deber de generosidad". Y prosiguió: He llegado a saber, ¡oh rey poderoso! que cuando el mandadero hizo su promesa a las jóvenes, se levantó la proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente. Después de esto encendieron las velas, quemaron maderas olorosas e incienso, y volvieron a beber y comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza. Y de pronto se oyeron fuertes golpes en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fué a la puerta, y luego volvió y dijo: "Bien llena va a estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar junto a la puerta a tres ahjam con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reír. Si los hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos". Y sus hermanas aceptaron. "Diles que pueden entrar, pero entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oír cosas desagradables". Y la joven corrió a la puerta, muy alegre, y volvió trayendo a los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas, con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían a la cofradía de mendicantes llamados saalik.
Apenas entraron, desearon la paz a la concurrencia, y las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron a sentarse. Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía a su cofradía, dijeron: "Es un saaluk como nosotros, y podrá hacernos amistosa compañía". Pero el mozo, que los había oído, se levantó de súbito, los miró airadamente, y exclamó: "Dejadme en paz, que para nada necesito vuestro afecto. Y empezad por cumplir lo que veréis encima de esa puerta". Las doncellas estallaron de risa al oír estas palabras, y se decían: "Vamos a divertirnos con este mozo y los saalik".
Después ofrecieron manjares a los saalik, que los comieron muy gustosamente. Y la más joven les ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el mandadero: "Hermanos nuestros, ¿lleváis en el saco alguna historia o alguna maravillosa aventura con qué divertirnos?"
Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les trajo inmediatamente un pandero de Mussul adornado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y los tres empezaron a tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.
En este momento, volvieron a llamar a la puerta. Y como de costumbre, acudió a abrir la más joven de las tres doncellas.
Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado:
Aquella noche, el califa Harún-Al-Raschid había salido a recorrer la ciudad, para ver y escuchar por sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki y el porta alfanje Masurur, ejecutor de sus justicias. El califa en estos casos acostumbraba disfrazarse de mercader.
Y paseando por las calles había llegado frente a aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos de la fiesta. Y el califa dijo al visir Giafar: "Quiero que entremos en esta casa para saber qué son esas voces".
Y el visir Giafar replicó: "Acaso sea un hatajo de borrachos, y convendría precavernos por si nos hiciesen alguna mala partida". Pero el califa dijo: "Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la forma de entrar y sorprenderlos". Al oír esta orden, el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y Giafar avanzó y llamó a la puerta. Y al momento fué a abrir la más joven de las tres hermanas.
Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: "¡Oh señora mía! somos mercaderes de Tabaria (Tiberíades) Hace diez días llegamos a Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los mercaderes. Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado a su casa y nos ha dado de comer. Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos.
Hemos salido, pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan y ahora nos dirigimos fervorosamente a vuestra generosidad para que nos permitáis entrar y pasar la noche aquí. Y ¡Alah os tendrá en cuenta esta buena obra!"
Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy respetable, por lo cual fué a buscar a sus dos hermanas para pedirles parecer. Y ellas le dijeron: "Déjales entrar". Entonces fué a abrirles la puerta, y le preguntaron: "¿Podemos entrar, con vuestro permiso?" Y ella contestó: "Entrad". Y entraron el califa, el visir y el porta alfanje, y al verlos las jóvenes se pusieron de pie y les dijeron: "¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa! Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: "No habléis de lo que no os importa, si no queréis oír cosas que no os gusten".
Y ellos respondieron: "Ciertamente que sí". Y se sentaron, y fueron invitados a beber y a que circulase entre ellos la copa. Después el califa miró a los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida a las jóvenes, y al advertir su hermosura y su gracia, quedó aún más perplejo. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles a beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: "Soy un buen hadj".
Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le dió las gracias, diciendo para sí: "Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que hace".
Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero cuando el vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano a la proveedora, y le dijo: ¡"Oh hermana mía! levántate y cumplamos nuestro deber". Y su hermana le contestó: "Me tienes a tus órdenes".
Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo a los saalik que se apartaran del centro de la sala y que fuesen a colocarse junto a las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió.
Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: "¡Por Alah! ¡Cuán poco nos ayudas! Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa". Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y apretándose el cinturón, dijo: "Mandad y obedeceré". Y ellas contestaron: "Aguarda en tu sitio". Y a los pocos momentos le dijo la proveedora: "Sígueme, que podrás ayudarme".
Y la siguió fuera de la sala, y vió dos perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas al cuello. El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala. Entonces la mayor de las hermanas se remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: "Trae aquí una de esas perras".
Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó a acercarse, y la perra se echó a llorar y levantó la cabeza hacia la joven. Pero ésta, sin cuidarse de ello, la tumbó a sus pies, y empezó a darle latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó el brazo. Entonces tiró el látigo, cogió a la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las lágrimas y la besó en la cabeza, que la tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero: "Llévatela, y tráeme la otra". Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que a la primera.
Entonces el califa sintió que sus ojos se llenaban de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello a la joven, pero el visir le respondió por señas que lo mejor era callarse.
En seguida la mayor de las doncellas se dirigió a sus hermanas, y les dijo: "Hagamos lo que es nuestra costumbre". Y las otras contestaron: "Obedecemos". Y entonces se subió al lecho, chapeado de plata y de oro, y dijo a las otras dos: "Veamos ahora lo que sabéis".
Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó a sus habitaciones y volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la bolsa y extrajo de ella un laúd. Después se lo entregó a su hermana pequeña, que lo templó, y se puso a tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:
Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: "¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!" Pero tal aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana, y luego que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo a Giafar: "¿No te conmueven estas cosas? ¡No has visto señales de golpes en el cuerpo de esa mujer? Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y sobre todo, esa aventura de las dos perras". Y el visir contestó: "¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!, recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oír cosas que no te gusten".
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso a cantar:
Al oír este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada. Y la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con agua para que volviese de su desmayo. Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo a su hermana: "Te ruego que cantes más para que podamos pagar nuestras deudas. ¡Aunque sólo sea una vez!" Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas:
Al oír esto cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por el látigo.
Entonces dijeron los tres saalik: "Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que acabará por destruirnos la espina dorsal". Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: "¿Y por qué es eso?" Y contestaron: "Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir". Y el califa les preguntó: "¿De modo, que no sois de casa?" Y contestaron: "Nada de eso. El que parece serlo es ese que está a tu lado". Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Alah! Esta noche he entrado en esta casa por primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras".
Entonces dijeron: "Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan a la fuerza". Y todos se concertaron para obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: "¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado? Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas. Además, he aquí que se acaba la noche, y pronto irá cada uno a buscar su suerte por el camino de Alah". Después guiñó el ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: "Sólo nos queda que permanecer aquí una hora. Te prometo que mañana pondré entre tus manos a estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia".
Pero el califa rehusó y dijo: "No tengo paciencia para aguardar a mañana". Y siguieron hablando todos, hasta que acabaron por preguntarse: "¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?" Y algunos opinaran que eso le correspondía al mandadero.
A todo esto, las jóvenes les preguntaron: "¿De qué habláis, buena gente?" Entonces el mandadero se levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: "¡Oh soberana mía! En nombre de Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!"
Entonces la joven les preguntó a todos: "¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?" Y todos, excepto el visir, contestaron: "Cierto es". Y el visir no dijo ni una palabra.
Entonces la joven, al oír su respuesta, les dijo: "¡Por Alah, huéspedes míos! Acabáis de ofendernos de la peor manera. Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase, oiría lo que no le había de gustar. ¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones? Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído".
Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: "¡Hola! ¡Venid en seguida!" E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: "Atad los brazos a esa gente de lengua larga, y amarradlos unos a otros". Y ejecutada la orden, dijeron los negros: "¡Oh señora nuestra! ¡Oh flor oculta a las miradas de los hombres! ¿nos permites que les cortemos la cabeza?" Y ella contestó: "Aguardad una hora, que antes de degollarlos los he de interrogar para saber quiénes son".
Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Alah, oh señora mía!, no me mates por el crimen de estos hombres. Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no. ¡Por Alah! ¡Qué noche tan dichosa y tan agradable habríamos pasado, si no hubiésemos visto a estos malditos saalik! Porque estos saalik de mal agüero son capaces de destruir la más floreciente de las ciudades sólo con entrar en ella".
¡Qué hermoso es el perdón del fuerte! ¡Y sobre todo, qué hermoso cuando se otorga al indefenso!
¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos; no mates al inocente por causa del culpable!
Cuando el mandadero acabó de recitar, la joven se echó a reír. En este momento de su narración, Schehrazada vió aproximarse la mañana y se calló discretamente.
Historia del mandadero y las tres doncellas
de Anónimo
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocato. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con largas pestañas y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: "¡Oh mandadero! coge la espuerta y sígueme". Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió a la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní,(nazareno, cristiano) que por un dinar le dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: "Lleva eso y sígueme".
Y el mandadero exclamó: "¡Por Alah! ¡Bendito día!" Y cogió otra vez la espuerta y siguió a la joven. Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmani, melocotones de Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: "Llévalo".
Y él lo llevó, y la siguió hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven: "Corta diez artal de carne".
Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y dijo: "Llévalo, ¡oh mandadero!" Y él lo llevó así, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: "Llévalo y sígueme". Y cargó otra vez con la espuerta y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allí compró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.
Entonces el mandadero dijo: "Si me hubieras avisado habría alquilado una mula para cargar tanta cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.
Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con chapas de oro rojo.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.
Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"
Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: "¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"
Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados.
En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: "¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.
Entonces la mayor de las doncellas le dijo: "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?" Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía.
¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"
Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:
Pero el mandadero exclamó: "¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:
Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: "Sabe, ¡oh mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañarnos a beber, y singularmente hacernos velar toda la noche, hasta que la aurora bañe nuestros rostros?" Y la mayor de las doncellas añadió: "Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza". Y la que había abierto la puerta dijo: "Si no tienes nada, vete sin nada". Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: "¡Oh hermanas mías! Dejemos eso, ¡por Alah!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuanto le toque pagar a él, yo lo abonaré en su lugar".
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: "¡Por Alah! A ti te debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
Después besó las manos de las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose a la mayor, dijo: "¡Oh señora mía! Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!" Y recitó estas estrofas. en honor suyo:
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud". Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó quedamente estos versos:
¡Yo ofrezco a mi amiga un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la caridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña: "¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?"
Y yo le digo: "Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo, mi sangre, y su mezcla en la copa, es toda mi alma!”
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque y se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y extendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos: "¡Oh mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?"
Y contestó el mozo: "¡Ah ...! ¡ah ... ! ordinariamente suele llamarse la casa de la misericordia".
Pero ella exclamó: "¡Yu! ¡Yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?" Y le cogió del pescuezo y empezó a darle golpes.
Entonces dijo él: "¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva". Y repitió ella: "Tampoco es así". Y el mandadero dijo: "Pues tu pedazo de atrás". Y ella repitió: "Otra cosa". Y dijo él: "Es tu zángano". Pero ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: "Pues dime cómo se llama". Y ella contestó: "La albahaca de los puentes". Y exclamó el mozo: "¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alah! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!"
Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: "¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?" Y él dijo: "Tu grieta". Pero ella exclamó: "¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!" Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: "Entonces será la albahaca de los puentes". Pero ella replicó: "No es eso, no es eso". Y volvió a darle golpes. Entonces preguntó el mozo: "¿Pues cuál es su nombre?" Y contestó ella: "El sésamo descortezado". Y él exclamó: "¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado entre los sésamos! las mejores bendiciones!"
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: "Adivina su nombre". Entonces él le dijo: "Se llama, esto, se llama lo otro".
Y numerando con los dedos, decía: "El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias". Y por fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando, para que no le pegara más: "¿Pues cuál es su nombre?"
Y ella contestó: "El khan (la posada) de Aby-Mansur".
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestiduras y se metió en el agua. ¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: "¿Sabes, ¡oh soberana mía! cuál es su nombre?"
Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso". Y les dió a cada una un mordisco. Entonces dijeron: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso". Y a cada una les dió un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque se mueve". Y el mozo seguía negando, con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama, pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib, dijo: "¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur".
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oírle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras. Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer.
Las jóvenes dijeron al mandadero: "Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros". Pero el mozo exclamó: "¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo, que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alah!"
Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: "Hermanas, por vuestra vida, invitémosle a pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y además muy gracioso". Y dijeron entonces al mandadero: "Puedes pasar aquí la noche con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra". Y él respondió: "Así sea, ¡oh señoras mías!" Y ellas añadieron: "Levántate y lee lo que está escrito encima de las puertas". Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con letras de oro:
No hables nunca de lo que no te importe si no oirás cosas que no te gusten.
Y el mandadero dijo: "¡Oh señoras mías! os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.