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Fábulas
de Samaniego
Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.
Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá de donde se encontraba él.
Cuando competimos con rivales mucho más poderosos, no sólo no los pasaremos, sino que además se burlarán de nosotros.
Modeló Zeus al hombre y a la mujer y encargó a Hermes que los bajara a la Tierra para enseñarles dónde tenían que cavar el suelo a fin de procurarse alimentos.
Cumplió Hermes el encargo; la Tierra, al principio, se resistió; pero Hermes insistió, diciendo que era una orden de Zeus.
-Esta bien dijo la Tierra-; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo pagarán con sus lágrimas y lamentos!
No hay frutos ni recompensa si no hay sacrificio y esfuerzo.
Viendo a un buey trabajando, una becerra que sólo descansaba y comía, se condolió de su suerte, alegrándose de la de ella.
Pero llegó el día de una solemnidad religiosa, y mientras al buey se le hacía a un lado, cogieron a la becerra para sacrificarla.
Viendo lo sucedido, el buey sonriendo dijo:
-- Mira becerra, ya sabes por qué tú no tenías que trabajar:
¡ es que estabas reservada para el sacrificio !
No te ufanes de la ociosidad, pues nunca sabes que mal trae oculto.
Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso:
-- ¡ Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago !
Se había enamorado una gata de un hermoso joven, y rogó a Afrodita que la hiciera mujer. La diosa, compadecida de su deseo, la transformó en una bella doncella, y entonces el joven, prendado de ella, la invitó a su casa.
Estando ambos descansando en la alcoba nupcial, quiso saber Afrodita si al cambiar de ser a la gata había mudado también de carácter, por lo que soltó un ratón en el centro de la alcoba. Olvidándose la gata de
su condición presente, se levantó del lecho y persiguió al ratón para comérselo. Entonces la diosa, indignada, la volvió a su original estado.
El cambio de estado de una persona, no la hace cambiar de sus instintos.
Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia.
Les llamó y les dijo que le llevaran una gavilla de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.
- Ahí tienen! les dijo el padre-. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad.
Nunca olvides que en la unión se encuentra la fortaleza.
A un lobo que comía un hueso, se le atragantó el hueso en la garganta, y corría por todas partes en busca de auxilio.
Encontró en su correr a una grulla y le pidió que le salvara de aquella situación, y que enseguida le pagaría por ello. Aceptó la grulla e introdujo su cabeza en la boca del lobo, sacando de la garganta el hueso atravesado. Pidió entonces la cancelación de la paga convenida.
-- Oye amiga -- dijo el lobo -- ¿ No crees que es suficiente paga con haber sacado tu cabeza sana y salva de mi boca ?
Nunca hagas favores a malvados, traficantes o corruptos, pues mucha paga tendrías si te dejan sano y salvo.
Un viajero alquiló un Asno para llevarle a un lugar distante.
Estando el día sumamente caliente, y el sol brillando con fuerza, el viajero se paró para descansar, y buscó refugio del calor bajo la sombra
del asno.
Como esto solamente permitía protección para una persona, tanto el viajero como el dueño del asno reclamaron dicha sombra, y una disputa violenta se levantó entre ellos en cuanto a decidir cuál de los dos
tenía el derecho.
El dueño mantuvo que él había alquilado sólo al asno, y no a él con su sombra.
El viajero afirmó que él, con el alquiler del asno, había alquilado su sombra también.
La pelea progresó de palabras a golpes, y mientras los hombres lucharon, el asno galopó lejos.
El egoísta siempre termina sin nada.
Instalado en la plaza pública, un adivino se entregaba a su oficio. De repente se le acercó un quídam, anunciándole que las puertas de su casa estaban abiertas y que habían robado todo lo que había en su interior. Levantóse de un saldo y corrió, desencajado
y suspirando, para ver lo que había sucedido. Uno de los que allí se encontraban, viéndole correr, le dijo:
-Oye, amigo: tú que te picas de prever lo que ocurrirá a los otros, ¿por qué no has previsto lo que te sucedería a ti?
Siempre hay personas que pretenden dirigir lo que no les corresponde, pero no pueden manejar sus propios asuntos.
Un águila estaba persiguiendo una liebre para cazarla y comérsela, la liebre viendo que no podía escapar del águila, pidió ayuda a un escarabajo, el cual no dudo en proteger a la libre, y la alojo en su casa, prometiéndole que le iba a defender y proteger.
Cuando el águila llego a la casa del escarabajo, este le suplico que la dejara tranquila, pero el águila despreciando las suplicas de un ser insignificante, pillo y mato a la liebre. El escarabajo viendo el ultraje que cometió el águila, observo donde tenía su nido, y cuando el águila no se encontraba, subió al nido y tiro los huevos y estos se rompieron.
Viendo esto, el águila llena de angustia al ver que sus huevos estaban rotos, subió a los cielos y hablo con júpiter, para rogarle que le diese un lugar seguro para dejar los huevos. Júpiter apiadándose de las suplicas, le dijo que podría dejarlos en su regazo.
El escarabajo se enteró de esto, e hizo una pelota de estiércol y se fue volando con la bola de estiércol, cuando estaba encima de Júpiter, dejo caer el estiércol en el regazo, al ver esto, Júpiter tratando de tirar la basura que le cayó, se sacudió y tiro de paso los huevos del águila.
La moraleja de esta fábula nos recuerda que no debemos menospreciar a nadie por más insignificante y pequeño que sea, ya que hasta los más débiles, tienen una oportunidad.
Un día un anciano, después de cortar leña, la cargó a su espalda. Largo era el camino que le quedaba. Fatigado por la marcha, soltó la carga y llamó a la Muerte. Esta se presentó y le preguntó por qué la llamaba;
contestó el viejo:
-Para que me ayudes a cargar la leña...
Por lo general, el impulso por la vida es más fuerte que su propio dolor.
Muchas veces sucede que vemos con desconfianza a nuestros amigos, pero por ignorancia le tendemos la mano a quien es nuestro enemigo.
Algunos animales cuadrúpedos y algunas aves estaban siempre en guerra, durante esta guerra el murciélago temeroso de que el bando contrario gane la batalla, y viendo que sus enemigos cuadrúpedos eran más fuertes,
se cambió de bando.
Después un tiempo, llego el águila, el águila les dio ánimo y estas empezaron a pelear con más esfuerzo y ganaron a los cuadrúpedos. Y al final los cuadrúpedos y las
aves hicieron las paces, estos dos condenaron al murciélago a quitarle las plumas por su traición, y les prohibieron que jamás se acercase a ellos.
Por esta razón este animal nunca sale de día sino de noche.
Un perro muy envidioso dormía en un establo que estaba lleno de heno, cuando el ganado venía a querer comer el heno, el perro no los dejaba. Un buey que estaba muy hambriento se quiso acercarse al establo para coger un poco de heno, pero el perro se lo impidió, que le comenzó a ladrar muy fuerte y gruñía enseñándoles los dientes.
El buey, al ver que el perro no le dejaba tomar un poco del heno del establo, le dijo, eres una bestia muy envidiosa, y eres muy perversa, dime, porque no me permites que yo coma un poco de algo que a ti no te sirve.
Lo que no nos sirve y lo que no nos va a ser de utilidad, debemos dejárselo a otros que si le hará falta. No debemos tener envidia que nuestro vecino sea afortunado.
Entraron unos ladrones en una casa y sólo encontraron un gallo; se apoderaron de él y se marcharon. A punto de ser inmolado por los ladrones, rogoles el gallo que le perdonaran alegando que era útil a los hombres, despertándolos por la noche para ir a sus trabajos. -Mayor razón para matarte, exclamaron los ladrones-, puesto que despertando a los hombres nos impides robar. Nada hay que aterrorize más a los malvados que todo aquello que es útil para los honrados.
El estómago y los pies
discutían sobre su fuerza
Los pies repetían a cada momento que su fuerza era de tal modo superior, que incluso llevaban al estómago.
A lo que éste respondió:
-Amigos míos, si yo no les diera el alimento, no me podrían llevar.-
Veamos siempre con atención dónde se inicia realmente la cadena de sucesos. Demos el mérito a quien realmente es la base de lo que juzgamos.
Dícese que en otro tiempo un hombre concertó un pacto de amistad con un sátiro. Llegó el invierno y con él el frío; el hombre arrimaba las manos a la boca y soplaba en ellas. Preguntóle el sátiro por qué lo hacía.
Repuso que se calentaba la mano a causa del frío.
Sirviéronse luego de comer y los alimentos estaban muy calientes, y el hombre, cogiéndolos a trocitos, los acercaba a la boca y soplaba en ellos. Preguntóle
otra vez el sátiro por qué lo hacia. Contestó que enfriaba la comida porque estaba muy caliente.
-¡Pues escucha-exclamó el sátiro, renuncio a tu amistad porque lo mismo soplas con la boca lo que está frío que lo que está caliente!
Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba con sus legumbres, preguntándole por qué las legumbres silvestres crecían lozanas y vigorosas, y las cultivadas flojas y desnutridas.
-Porque la tierra-repuso el jardinero-, para unos es dedicada madre y para otros descuidada madrastra.
Llegó el verano y se celebraban las bodas del Sol.
Regocijábanse todos los animales del acontecimiento, faltando poco para que también las ranas fueran de la partida; pero una de ellas exclamó:
-¡Insensatas! ¿Qué motivo tenéis para regocijaros? Ahora que es él solo, seca todos los pantanos; si toma mujer y tiene un hijo como él ¿qué nos quedará por sufrir?
Un águila, cierto día, mirando hacia abajo desde su altísimo nido, vio un búho.
- ¡Qué gracioso animal! – dijo para sí -. Ciertamente no debe ser un pájaro.
Picada por la curiosidad, abrió sus grandes alas y describiendo un amplio círculo comenzó a descender.
Cuando estuvo cerca del búho le preguntó:
- ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
- Soy el búho – contestó temblando el pobre pájaro, tratando de esconderse detrás de una rama.
- ¡Ja! ¡ja! ¡Qué ridículo eres!
– rió el águila dando vueltas alrededor
del árbol
-. Eres todo ojos y plumas. Vamos a ver
– siguió, posándose sobre la rama
-, veamos de cerca cómo estás hecho.
Déjame oír mejor tu voz.
Si es tan bella como tu cara, habrá que taparse los oídos.
El águila, mientras tanto, ayudándose de las alas, trataba de abrirse camino entre las ramas para acercarse al búho.
Pero entre las ramas
del árbol un campesino había dispuesto unas varas enligadas y esparcido abundante liga en las ramas más gruesas.
El águila se encontró de improviso con las alas pegadas al árbol y cuanto más forcejeaba por
librarse, más se le pegaban todas sus plumas.
El búho dijo: - Águila, dentro de poco vendrá el campesino, te agarrará y te encerrará en una jaula.
O puede que te mate para vengar los corderos que tú te
has comido.
Tú que vives siempre en el cielo, libre de peligros, ¿qué necesidad tenías de bajar tanto para reírte de mí?
Amaba un león a una zagala hermosa;
pidióla por esposa . a su padre, pastor, urbanamente.
El hombre, temeroso, mas prudente, le respondió:
«Señor, en mi conciencia que la muchacha
logra conveniencia;
pero la pobrecita,
acostumbrada a no salir del prado y la majada
entre la mansa oveja y el cordero,
recelará tal vez que seas fiero.
No obstante, bien podremos, si consientes,
cortar tus uñas y limar tus dientes,
y así verá que tiene tu grandeza cosas de majestad,
no de fiereza.»
Consiente el manso león enamorado,
y el buen
hombre le deja desarmado.
Da luego un silbido,
llegan el Matalobos y Atrevido,
perros de su cabaña; de esta suerte
al indefenso león dieron la muerte.
Una perdiz en celo reclamada
vino a ser en la red aprisionada.
Al cazador la mísera decía:
«Si me das libertad,
en este día te he de proporcionar un gran consuelo:
por ese campo extenderé mi vuelo;
juntaré a mis amigas en bandada,
que guiaré a tus redes engañadas
y tendrás, sin costarte dos ochavos,
doce perdices como doce pavos.
» «¡Engañar y vender a tus amigas!
¿y así crees que me obligas? -respondió el cazador-.
Pues no, señora; muere y paga la pena de traidora.»
La perdiz fue bien muerta; no es dudable:
la traición, aun soñada, es detestable.
Una zorra hambrienta encontró en el tronco de una encina unos pedazos de carne y de pan que unos pastores habían dejado escondidos en una cavidad. Y entrando en dicha cavidad, se los comió todos.
Pero tanto comió y se le agrandó tanto el vientre que no pudo salir. Empezó a gemir y a lamentarse del problema en que había caído.
Por casualidad pasó por allí otra zorra, y oyendo sus quejidos se le acercó y le preguntó que le ocurría. Cuando se enteró de lo acaecido, le dijo:
-- ¡Pues quédate tranquila hermana hasta que vuelvas a tener la forma en que estabas, entonces de seguro podrás salir fácilmente sin problema!
Con paciencia se resuelven muchas dificultades.
Cayó una zorra en un profundo pozo, viéndose obligada a quedar adentro por no poder alcanzar la orilla.
Llegó más tarde al mismo pozo un chivo sediento, y viendo a la zorra le preguntó si el agua era buena. Ella, ocultando su verdadero problema, se deshizo en elogios para el agua, afirmando que era excelente, e invitó al chivo a descender y probarla donde ella estaba.
Sin más pensarlo saltó el chivo al pozo, y después de saciar su sed, le preguntó a la zorra cómo harían para salir allí.
Dijo entonces la zorra:
Hay un modo, que sin duda es nuestra mutua salvación. Apoya tus patas delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos; luego yo subiré por tu cuerpo y una vez afuera, tiraré de tí.
Le creyó el chivo y así lo hizo con buen gusto, y la zorra trepando hábilmente por la espalda y los cuernos de su compañero, alcanzó a salir del pozo, alejándose de la orilla al instante, sin cumplir con lo prometido.
Cuando el chivo le reclamó la violación de su convenio, se volvió la zorra y le dijo:
-- ¡ Oye socio, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no hubieras bajado sin pensar antes en cómo salir después !
Antes de comprometerte en algo, piensa primero si podrías salir de aquello, sin tomar en cuenta lo que te ofrezcan tus vecinos.
El águila y la flecha
Estaba asentada un águila en el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres.
Mas la vio un cazador, y lanzándole una flecha le atravezó su cuerpo.
Viendo el águila entonces que la flecha estaba construída con plumas de su propia especie exclamó:
-- ¡ Qué tristeza terminar mis días por causa de mis plumas !
Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras propias armas.
Había un hojalatero que no tenía hijos. Un día su mujer estaba sola en la casa y hacía hervir unos garbanzos. Pasó una mendiga y pidió una escudilla de garbanzos como limosna.
—No es que a nosotros nos sobren los garbanzos —dijo la mujer del hojalatero—, pero donde comen dos también comen tres: aquí tiene una escudilla y apenas los garbanzos estén cocidos, le doy un cucharón lleno.
—¡Por fin encontré un alma bondadosa! —dijo la mendiga—. Mire: yo soy un hada y quiero premiarla por su generosidad. ¡Pídame lo que quiera!
—¿Qué puedo pedirle? —dijo la mujer—. El único disgusto que tengo es el de no tener hijos.
—Si no es más que eso —dijo el hada, golpeando las manos—, ¡que los garbanzos en la olla se le vuelvan hijos!
El fuego se apagó, y de la olla, como garbanzos que hierven, saltaron afuera cien niños, pequeños como granitos de garbanzos y empezaron a gritar: —¡Mamá, tengo hambre! ¡Mamá, tengo sed! ¡Mamá, álzame en brazos!—, y a desparramarse por los cajones, las hornallas, los tarros. La mujer, asustada, se agarró la cabeza: —¿Y cómo hago ahora para sacarle el hambre a todas estas criaturas? ¡Pobre de mí! ¡Lindo premio que me dio! ¡Si antes, sin hijos, estaba triste, ahora que tengo cien estoy desesperada!
—Yo creí hacerla feliz —dijo el hada—, pero si no es así, ¡que sus hijitos vuelvan a ser garbanzos! —y golpeó otra vez las manos.
Las vocecitas no se oyeron más y en lugar de los hijitos había sólo muchos garbanzos desparramados por la cocina.
La mujer, ayudada por el hada, los recogió y volvió a ponerlos en
la olla; eran noventa y nueve.
—¡Qué raro! —dijo el hada—, hubiera jurado que eran cien.
Después el hada comió su escudilla de sopa, saludo y se fue.
Al quedarse a solas, la mujer sintió nuevamente una gran tristeza; sintió ganas de llorar y decía:
—¡Oh, si por lo menos me hubiera quedado uno; ahora me ayudaría, y podría
llevarle de comer a su padre al taller.
Entonces oyó una vocecita que decía:
—¡Mamá, no llores, aún estoy yo!—. Era uno de los hijitos, que se había escondido detrás del asa de la jarra.
La mujer sintió una gran alegría: —¡Oh, querido, sal afuera! ¿cómo te llamas?
—Garbancito —dijo el niño deslizándose por la jarra y poniéndose de pie sobre la mesa.
—Muy bien mi Garbancito —dijo la mujer—, ahora tienes que ir al taller a llevarle de comer a papá—. Preparó el canasto y lo puso sobre la cabeza de Garbancito.
Garbancito comenzó a andar y se veía sólo el canasto que parecía caminar solo.
Preguntó cuál era el camino a un par de personas y todas se asustaban proque creían que
era un canasto que hablaba. Llegó al taller y llamó:
—¡Papá, papá, ven: te traigo de comer!
Su padre pensó: “¿Quién me llama? ¡Yo no he tenido nunca hijos!” Salió y vio el canasto y debajo del canasto salía una vocecita:
—Papá, levanta el
canasto y me verás. Soy tu hijo Garbancito, nacido esta mañana.
Lo levantó y vio a Garbancito. —¡Muy bien, Garbancito! —dijo el padre, que era tachero—, ahora vienes conmigo,
porque debo ir a recorrer las casa de los campesinos, para ver si tienen
algo roto que yo pueda arreglar.
Y el papá se puso en el bolsillo a Garbancito y se encaminaron. Por el camino no hacían más que charlar y la gente veía al hombre que parecía hablar solo, y parecía estar loco.
Preguntaba en las casas: —¿Tienen algo para soldar?
—Sí, tendríamos algo —le contestaron—, pero a usted no se lo damos porque está loco.
—¿Cómo loco? Yo soy más cuerdo que todos ustedes. ¿Qué están diciendo?
—Decimos que por la calle no hace más que hablar solo.
—Pero no hablo solo. Conversaba con mi hijo.
—¿Y dónde tiene a ese hijo?
—En el bolsillo.
—¿No ve que tenemos razón? Está loco.
—Bueh, se lo muestro —y sacó del bolsillo a Garbancito montado en uno de sus dedos.
—¡Oh, qué lindo hijito! Póngalo a trabajar con nosotros, haremos que vigile al buey.
—¿Te quedarías Garbancito?
—Yo sí.
—Entonces te dejo aquí y pasaré a buscarte esta noche.
A Garbancito lo montaron sobre el cuerno de un buey y parecía que el buey estaba solo allí, en medio del campo.
Pasaron dos ladrones y viendo el buey sin custodia lo quisieron robar. Pero Garbancito
se puso a gritar:
—¡Patrón! ¡Venga, patrón!
Corrió el campesino y los ladrones le preguntaron: —Diga, señor, ¿de dónde sale esa voz?
—Ah —dijo el patrón—. Es Garbancito. ¿No lo ven? Está ahí, sobre un cuerno del buey.
Los ladrones miraron a Garbancito y dijeron al campesino:
—Si nos lo presta por unos días, lo haremos rico— y el campesino lo dejó ir con los ladrones.
Con Garbancito en el bolsillo, los ladrones fueron a la caballeriza del Rey, para robar caballos.
La caballeriza estaba cerrada, pero Garbancito pasó por el agujero de la cerradura, abrió, fue a desatar
los caballos y pudo escaparse con ellos, escondido en la oreja de un caballo.
Los ladrones estaban afuera esperándolo, montaron los caballos y galoparon hacia la casa.
Una vez llegados dijeron a Garbancito: —¡Oye, estamos cansados y vamos a dormir! ¡Dale de comer a los caballos!
Garbancito comenzó a ponerles los morrales a los caballos, pero se caía de sueño y terminó por quedarse dormido dentro de un morral.
El caballo no se dio cuenta y se comió a Garbancito
junto con la cebada.
Los ladrones, cuando vieron que no volvía, bajaron a buscarlo en la caballeriza. —Garbancito, ¿dónde estás?
—Estoy aquí —respondió una vocecita—, estoy en la panza de un caballo.
—¿Qué caballo?
—El que está aquí.
Los ladrones destriparon un caballo, pero a Gargancito no lo encontraron.
—No es éste.
—¿En qué caballo estás?
—En éste —y los ladrones destriparon otro.
De ese modo continuaron destripando un caballo después de otro, hasta que los mataron a todos, pero a Garbancito no lo encontraron. Se habían cansado y dijeron:
—¡Lástima! ¡Lo
perdimos! ¡Y pensar que nos venía tan bien! ¡Además perdimos todos los caballos!
—. Tomaron las carroñas, las tiraron en un prado y fueron a dormir.
Pasó un lobo hambriento, vio a los caballos destripados y se hizo una comilona. Garbancito seguía aún escondido en la panza de un caballo, y el lobo se lo tragó.
Así que se quedó
en la panza del lobo y cuando el lobo volvió a tener hambre y se acercó a una cabra atada en un campo, Garbancito, desde allá adentro, se puso a gritar:
¡Al lobo! ¡Al lobo!, hasta
que llegó el dueño de la cabra e hizo escapar al lobo.
El lobo dijo: “¿Qué me pasa que me salen estas voces? Debo tener la panza llena de aire”, e intentó sacar afuera el aire.
“Bien, ya debería habérseme ido”, pensó. “Iré a comerme una oveja.”
Pero cuando estuvo cerca del redil de la oveja, Garbancito, desde aquella panza, comenzó a gritar:
—¡Al lobo! ¡Al lobo!—, hasta despertar al dueño de la oveja.
El lobo estaba preocupado. “Aún tengo ese aire en la barriga que me hace hacer esos ruidos”, y volvió a intentar sacarlo afuera.
Disparó aire una vez, dos veces, a la tercera salió
también Garbancito y corrio a esconderse en una mata. El lobo, sintiéndose liberado, volvió hacia el redil.
Pasaron tres ladrones y se pusieron a contar el dinero robado. Uno de los ladrones comenzó a contar:
—Uno dos tres cuatro cinco…—. Y Garbancito, desde la mata, le hacía burla: —Uno
dos tres cuatro cinco…
—¿Así que no te quieres callar? —dijo el ladrón a uno de los compañeros—. Ahora te mato.
Y lo mató. Y al otro: —Si te interesa terminar como él, ya sabes cómo hacer… —Y recomienza. —Uno dos tres cuatro cinco…
—Y Garbancito repite: —Uno dos tres cuatro cinco…
—No soy yo el que habla —dijo el otro ladrón—, te juro, no soy yo…
—¡Quieres hacerte el vivo conmigo! ¡Yo te mato! —Y lo mató.
—Ahora estoy solo —dijo para sí—, puedo contar el dinero en paz y guardármelo todo para mí.
Uno dos tres cuatro cinco…
Y Garbancito: —Uno dos tres cuatro cinco…
Al ladrón se le pusieron los pelos de punta: —Aquí hay alguien escondido. Es mejor que me escape. —Escapó, y dejó allí el dinero.
Garbancito con la bolsa del dinero sobre la cabeza volvió a su casa y golpeó la puerta. Su madre abrió y vio sólo la bolsa del dinero.
—¡Es Garbancito! —dijo. Levantó la bolsa, debajo estaba su hijo y lo abrazó.
Había un muchacho alto y grandote que no tenía miedo a nada. Dijo a su padre: —Querido padre, quiero ir por el mundo a intentar fortuna—. El padre le dio su bendición y el muchacho se fue.
Llegó a una gran ciudad donde los muros de las casas estaban tapizados de telas negras y la gente vestía de luto y también las carrozas y los caballos estaban de luto. —¿Sucedió algo?— preguntó a uno que pasaba, y éste sollozando le dijo: —Mire: cerca de aquella montaña hay un castillo negro, habitado por brujos, y estos brujos quieren que todos los días se les envíe una criatura humana, que entra en el castillo y no vuelve más. Antes quisieron a las muchachas, y el Rey tuvo que enviar a todas las mucamas y las cocineras y las tejedoras y las planchadoras; después a todas las damiselas de la corte y a todas las damas, y hace pocos días también a su única hija. Y ninguna de ellas volvió. Ahora el Rey está enviando a los soldados, de a tres, para ver si se pueden defender, pero nadie vuelve. ¡Oh! Si alguien lograra liberarnos de los brujos, sería dueño de la ciudad.
—Quiero probar yo —dijo el joven, y de inmediato se hizo presentar al Rey. —Majestad, quiero ir yo solo al castillo—. El Rey lo miró fijo: —Si lo logras —le dijo—, y liberas a mi hija, te la doy por esposa y heredarás mi Reino. Basta que tú consigas pasar tres noches en el castillo para que el hechizo se rompa y los brujos desaparezcan.
En los merlones del castillo hay un cañón. Si mañana por la mañana aún estás vivo, dispara un tiro, pasado mañana dispara dos, y en la tercera mañana dispara tres.
Cuando se hizo de noche, el muchacho emprendió el camino hacia el castillo negro. Sube que te sube, a medianoche pasó cerca de un cementerio. De las tumbas salieron tres muertos y le dijeron:
—¿Te animas a jugar con nosotros?
—¿Y por qué no? —contestó él—. Pero ¿a qué quieren jugar?
—A los bolos —dijeron los muertos.
—¿Pero dónde tienen ustedes los bolos?
Los muertos agarraron unos huesos y los pusieron parados en el suelo.
—Estos son nuestros bolos.
-¿Y la bocha? Yo no veo ninguna bocha.
Los muertos agarraron una calavera. —Esta es nuestra bocha. —Y comenzaron a jugar a los bolos.
—¿Te animas a jugar por plata?
—¡Claro que me animo!
El joven se puso a jugar a los bolos con la calavera y los huesos, y de veras que era muy hábil: ganaba siempre él y ganó toda la plata que tenían los muertos. Una vez que quedaron sin un centavo, los muertos quisieron la revancha y se jugaron los anillos y los dientes de oro, y siguió ganado el joven. Jugaron un partido más y después le dijeron: —Volviste a ganar, y nosotros no tenemos más nada que darte. Pero como las deudas de juego deben pagarse en seguida, te damos este brazo de muerto que está aquí desde más de quinientos años; está un poco seco, pero bien conservado, y te servirá más que una espada. Cualquier enemigo que alcances a tocar con este brazo, el brazo lo agarrará por el pecho y lo empujará al suelo hecho cadáver, aun si es un gigante.
Los muertos se fueron y dejaron al muchacho con ese brazo en la mano.
Prosiguiendo su camino, el muchacho llegó al castillo negro con el brazo de muerto escondido debajo de la capa. Subió las escaleras y entró en un salón. Había una gran mesa puesta, cargada de comida, pero las sillas tenían el respaldo dado vuelta hacia la mesa. Dejó todo como estaba, fue a la cocina, encendió el fuego, y se sentó cerca del hogar, teniendo el brazo de muerto en la mano. A medianoche oyó voces en la chimenea que gritaban:
¡Ya matamos a muchos,
ahora te toca a ti!
¡Ya matamos a muchos,
ahora te toca a ti!
Y ¡patapúfete!, de la chimenea bajó un brujo, y ¡patapúfete!, bajó otro, y ¡patapúfete!, el tercero, todos con caras tan feas que asustaban y con unas narices tan largas que se doblaban en el aire como brazos de pulpos tratando de agarrarse a las manos y a las piernas del joven. Él comprendió que por sobre todo tenía que cuidarse de esas narices, y comenzó a defenderse con el brazo de muerto, como si estuviera practicando esgrima. Con el brazo de muerto tocó a un brujo en el pecho, y nada. Tocó a otro en la cabeza, y nada. Al tercero lo tocó en la nariz y la mano de muerto agarró esa nariz y le dio un tirón tan fuerte que el brujo murió. El joven comprendió que la nariz de los brujos era peligrosa, pero que era también su punto vulnerable, y se puso a apuntar a la nariz. El brazo de muerto agarró por la nariz también al segundo y lo mató; lo mismo hizo con el tercero. El muchacho se frotó las manos y fue a dormir.
A la mañana siguiente subió a los merlones y disparó el cañón: “¡Bum!” Desde el bajo, en el pueblo donde todos estaban ansiosos, vio que agitaban miles y miles de pañuelos enlutados.
Cuando al anochecer volvió a entrar en el salón, encontró ya una parte de las sillas dadas vuelta y puestas en la posición justa. Y por las otras puertas entraron damas y damiselas tristes y vestidas de luto y le dijeron: —¡Resista, por piedad! ¡Devuélvanos la libertad! —Después se sentaron a la mesa y comieron. En seguida de cenar se fueron todas, con grandes reverencias. Él fue a la cocina, se sentó bajo la chimenea y esperó la medianoche. Cuando oyó la duodécima campanada, por la chimenea se oyeron nuevamente las voces:
¡Nos mataste a tres hermanos,
ahora te toca a ti!
¡Nos mataste a tres hermanos,
Ahora te toca a ti!
Y patapúfete, patapúfete, patapúfete, tres enormes brujos, con una nariz larguísima cayeron de la chimenea. El joven, esgrimiendo el brazo de muerto, no tardó en agarrarlos por la nariz y tenderlos en el suelo, hechos cadáveres los tres.
A la mañana siguiente disparó dos cañonazos: “¡Bum! ¡Bum!”, y allá a lo lejos, en el pueblo, vio agitarse muchos pañuelos blancos: les habían quitado el crespón enlutado.
La tercera noche encontró que las sillas dadas vuelta en el salón eran todavía más, y las jóvenes vestidas de negro entraron en mayor cantidad que la noche anterior. —¡Sólo por hoy! —le imploraron—, y nos liberarás a todas!—. Después comieron con él y se volvieron a ir. Y él se sentó en el mismo lugar de la cocina. A medianoche las voces que se pusieron a gritar en la chimenea parecían un coro:
¡Nos mataste a seis hermanos,
y ahora te toca a ti!
¡Nos mataste a seis hermanos,
y ahora te toca a ti!
Y patapúfete, patapúfete, patapúfete, patapúfete, cayó una lluvia de brujos que no terminaba más, todos con sus largas narices bien empinadas, pero el muchacho arremolinaba el brazo de muerto y tantos brujos llegaban, tantos mataba, y sin esfuerzo, porque bastaba que esa manaza reseca los tocara en la nariz para convertirlos en cadáveres. Se fue a dormir realmente satisfecho y, apenas el gallo cantó, todo en el castillo volvió a vivir y un cortejo de señoritas y damas nobles, con largos vestidos de cola, entraron en la cocina para agradecerle y reverenciarlo. En medio del cortejo avanzaba la Princesa. Al llegar frente al joven, el echó los brazos al cuello y dijo: —¡Quiero que seas mi esposo!
De a tres entraron los soldados liberados y le presentaron las armas.
—Suban a los merlones del castillo —ordenó el joven—, y disparen tres tiros de cañón—. Se oyó tronar el cañón y allá a lo lejos en el pueblo se vio cómo agitaban pañuelos amarillos, verdes, rojos, azules, y el eco de un sonido de trompetas y de tambores.
El muchacho descendió de la montaña encabezando el cortejo de la gente liberada y entró en el pueblo: los crespones negros habían desparecido y no se veían más que banderas y cintas coloradas que flameaban en el viento. Estaba el Rey esperándolos, con la corona enguirnaldada de flores. El mismo día fue celebrada la boda y hubo una fiesta tan grande que aún hoy se habla de ella.
relato del libro El Pájaro Belverde y otras fábulas, de Italo Calvino (Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1977).
Vivía una rana felizmente en un pantano profundo, alejado del camino, mientras su vecina vivía muy orgullosa en una charca al centro del camino.
La del pantano le insistía a su amiga que se fuera a vivir al lado de ella, alejada del camino; que allí estaría mejor y más segura.
Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una morada donde ya estaba establecida y satisfecha.
Y sucedió que un día pasó por el camino, sobre la charca, un carretón, y aplastó a la pobre rana que no quiso aceptar el mudarse.
Si tienes la oportunidad de mejorar tu posición, no la rechaces.
Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos trescientos cincuenta kilómetros de contorno y cinco mil metros de altura.
Al norte de estos montes vivía un anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así, un día reunió a su familia para discutir el asunto.
- ¿Y si todos juntos desmontásemos las montañas? – sugirió –. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.
Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su mujer dudaba.
- No tienen la fuerza necesaria, ni siquiera para desmontar un cerrejón – objetó –. ¿Cómo podrán remover esas dos montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar – fue la respuesta.
Entonces el Viejo Tonto partió con sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! – exclamaba –. ¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como es Ud. no será capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo va a remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo Tonto exhaló un largo suspiro.
- ¡Qué torpe es Ud.! – le dijo –. No tiene Ud. ni siquiera la intuición del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.
Lie Zi
Estaba una grulla tan vieja y achacosa, que no podía coger los peces de una laguna,
a cuya orilla tenía su nido.
Así resolvió llegar por astucia a donde le era imposible por la
fuerza.
Dijo, pues, un día a un cangrejo: —Amigo mío, ¿qué va a ser ahora de ti y de tus vecinos los peces?
Van a venir unos hombres a desecar la laguna, no dejando en ella
ni una sola gota de agua.
Y vosotros todos, desgraciados, seréis recogidos y muertos.
Al oir tal noticia, todos los peces se reunieron y discutieron sobre los medios de salvación.
—Tengo una idea, —les dijo la solapada grulla.
—Como me aguija el hambre, me comeré solamente uno o dos de vosotros de cuando en cuando,
pero no puedo consentir que muráis
todos en masa, apilados en un rincón al faltaros el agua.
¿Qué provecho tendría yo en ello?
A unos cien metros de aquí, hay un gran estanque. Os salvaré a todos,
llevándoos uno a uno en mi pico.
Persuadieron los peces a una vieja carpa que fuese con la grulla para ver si decía la verdad.
La tomó ésta delicadamente en su pico, y después de mostrarle el estanque, se la devolvió
a sus compañeros.
Enterados los peces de la feliz noticia, gritaron alegres:
—Muy bien, señora grulla, ya puede empezar a llevarnos al estanque.
Había premeditado la marullera sacar los peces uno a uno y comérselos durante el camino,
debajo de un árbol; mas desgraciadamente para ella hubo de comenzar por el cangrejo.
—Vamos, —le dijo —déjame que te ponga en mi pico y así irás más cómodo.
Mas el cangrejo que era muy sagaz, respondióle:
—No me atrevo a entregarme a su pico, señora grulla: podría resbalar de él y romperme el carapacho.
Mire; nosotros los cangrejos tenemos un par de buenas tenazas;
déjeme
que con ellas me abrace a su cuello y asi iré más seguro
No vio la grulla que el la cangrejo aventajaba en astucia, y por esto accedió.
Se asió, pues, aquél al cuello de la grulla,
y sucedió que ésta en vez de ir al estanque,
se detuvo debajo de un árbol.
—¿Dónde está el estanque? —le preguntó el cangrejo.
—¿Qué estanque? —respondió la malvada grulla. —¿Acaso piensas yo me tomo esta molestia en balde?
Lo del estanque no ha sido más que un ardid para apoderarme
de ti y tus compañeros y devoraros a todos.
—Ni más ni menos que lo que yo presumía —añadió el cangrejo.
Y diciendo así, clavó sus tenazas en el cuello de la taimada grulla, que cayó muerta al suelo.
Los malvados y los ladinos son víctimas de sus propias artimañas.
Hubo una vez un sapo que estaba en la orilla de un lago, estaba recargado en una roca, observando el cielo,
un escorpión lo observaba de atrás de unos arbustos, se acercó al sapo y le dijo:
—¿Me ayudarías a cruzar al otro lado del lago? Yo me subo en ti y tu nadas hasta el otro lado.
—No, no puedo hacerlo, si tu te subes en mi, puedes picarme y voy a morirme.
—Piénsalo, si yo te pico en el lago tu morirás, pero también yo moriré,
por que si tu te hundes yo me hundo y moriré junto contigo,
solo quiero ir al otro lado,
¿me ayudarás?
Después de meditarlo por unos segundos el sapo accedió;
—Está bien, yo te ayudaré,
te llevaré al otro lado del lago y luego tu seguirás tu camino
—Estoy de acuerdo
El escorpión subió en el sapo, y con mucho esfuerzo el sapo ya iba a mitad del lago cuando sintió un picotazo en su cabeza, inmediatamente se detuvo y le preguntó al escorpión:
—¿Por qué me picaste? Ahora moriremos los dos.
—Discúlpame, no quise hacerlo, pero no pude evitarlo… esa es mi naturaleza.
Hay quienes nunca podrán cambiar.
Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole:
--No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas.-
Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.
Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole:
--No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas.-
Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.
Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey.
Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso.
Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo.
Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión.
A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto.
Entró un león en la cuadra de un labrador, y éste, queriendo cogerlo, cerró la puerta. El león, al ver que no podía salir, empezó a devorar primero a los carneros, y luego a los bueyes.
Entonces el labrador, temiendo por su propia vida, abrió la puerta.
Se fue el león, y la esposa del labrador, al oirlo quejarse le dijo:
-- Tienes lo que buscaste, pues ¿ por qué has tratado de encerrar a una fiera que más bien debías de mantener alejada ?
Si te metes a competir con los más poderosos, prepárate antes muy bien. De lo contrario saldrás malherido de la contienda.
Un amaestrador de monos, en el Reino de Song, era muy aficionado a estos animales y mantenía un gran número de ellos. Era capaz de entenderles, y los monos a él. Por supuesto, tenía que apartar una porción de la comida de su familia para dársela a ellos. Pero llegó un día en que no sobraba comida en casa y él quiso disminuir la ración de los monos. Temía, sin embargo, que no estuviesen de acuerdo con esto, y decidió engañarlos.
- Les daré tres castañas cada mañana y cuatro cada tarde – les dijo –. ¿Será suficiente?
Todos los monos se alzaron en señal de protesta.
- Bueno, ¿qué les parece entonces: cuatro en la mañana y tres en la tarde?
Los monos, esta vez, volvieron a ponerse en cuclillas, bastante satisfechos.
Un ratón campesino tenía por amigo a otro de la corte, y lo invitó a que fuese a comer a la campiña. Mas como sólo podía ofrecerle trigo y yerbajos, el ratón cortesano le dijo:
-- ¿ Sabes amigo, que llevas una vida de hormiga ? En cambio yo poseo bienes en abundancia. Ven conmigo y a tu disposición los tendrás.
Partieron ambos para la corte. Mostró el ratón ciudadano a su amigo trigo y legumbres, higos y queso, frutas y miel. Maravillado el ratón campesino, bendecía a su amigo de todo corazón y renegaba de su mala suerte. Dispuestos ya a darse un festín, un hombre abrió de pronto la puerta. Espantados por el ruido los dos ratones se lanzaron temerosos a los agujeros. Volvieron luego a buscar higos secos, pero otra persona incursionó en el lugar, y al verla, los dos amigos se precipitaron nuevamente en una rendija para esconderse. Entonces el ratón de los campos, olvidándose de su hambre, suspiró y dijo al ratón cortesano:
-- Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho; pero es al precio de mil peligros y constantes temores. Yo, en cambio, soy un pobrete y vivo mordisqueando la cebada y el trigo, mas sin congojas ni temores hacia nadie.
Es tu decisión escoger el disponer de ciertos lujos y ventajas que siempre van unidos a congojas y sosobras, o vivir un poco más austeramente pero con más serenidad.
Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos trescientos cincuenta kilómetros de contorno y cinco mil metros de altura.
Al norte de estos montes vivía un anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así, un día reunió a su familia para discutir el asunto.
- ¿Y si todos juntos desmontásemos las montañas? – sugirió –. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.
Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su mujer dudaba.
- No tienen la fuerza necesaria, ni siquiera para desmontar un cerrejón – objetó –. ¿Cómo podrán remover esas dos montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar – fue la respuesta.
Entonces el Viejo Tonto partió con sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! – exclamaba –. ¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como es Ud. no será capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo va a remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo Tonto exhaló un largo suspiro.
- ¡Qué torpe es Ud.! – le dijo –. No tiene Ud. ni siquiera la intuición del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.
Lie Zi
Estaba una grulla tan vieja y achacosa, que no podía coger los peces de una laguna,
a cuya orilla tenía su nido.
Así resolvió llegar por astucia a donde le era imposible por la fuerza.
Dijo, pues, un día a un cangrejo: —Amigo mío, ¿qué va a ser ahora de ti y de tus vecinos los peces?
Van a venir unos hombres a desecar la laguna, no dejando en ella ni una
sola gota de agua.
Y vosotros todos, desgraciados, seréis recogidos y muertos.
Al oir tal noticia, todos los peces se reunieron y discutieron sobre los medios de salvación.
—Tengo una idea, —les dijo la solapada grulla.
—Como me aguija el hambre, me comeré solamente uno o dos de vosotros de cuando en cuando,
pero no puedo consentir que muráis todos en
masa, apilados en un rincón al faltaros el agua.
¿Qué provecho tendría yo en ello?
A unos cien metros de aquí, hay un gran estanque. Os salvaré a todos, llevándoos
uno a uno en mi pico.
Persuadieron los peces a una vieja carpa que fuese con la grulla para ver si decía la verdad.
La tomó ésta delicadamente en su pico, y después de mostrarle el estanque, se la devolvió
a sus compañeros.
Enterados los peces de la feliz noticia, gritaron alegres:
—Muy bien, señora grulla, ya puede empezar a llevarnos al estanque.
Había premeditado la marullera sacar los peces uno a uno y comérselos durante el camino,
debajo de un árbol; mas desgraciadamente para ella hubo de comenzar por el cangrejo.
—Vamos, —le dijo —déjame que te ponga en mi pico y así irás más cómodo.
Mas el cangrejo que era muy sagaz, respondióle:
—No me atrevo a entregarme a su pico, señora grulla: podría resbalar de él y romperme el carapacho.
Mire; nosotros los cangrejos tenemos un par de buenas tenazas;
déjeme que con
ellas me abrace a su cuello y asi iré más seguro
No vio la grulla que el la cangrejo aventajaba en astucia, y por esto accedió.
Se asió, pues, aquél al cuello de la grulla,
y sucedió que ésta en vez de ir al estanque, se detuvo
debajo de un árbol.
—¿Dónde está el estanque? —le preguntó el cangrejo.
—¿Qué estanque? —respondió la malvada grulla. —¿Acaso piensas yo me tomo esta molestia en balde?
Lo del estanque no ha sido más que un ardid para apoderarme de ti y
tus compañeros y devoraros a todos.
—Ni más ni menos que lo que yo presumía —añadió el cangrejo.
Y diciendo así, clavó sus tenazas en el cuello de la taimada grulla, que cayó muerta al suelo.
Los malvados y los ladinos son víctimas de sus propias artimañas.
Fábulas de Buda
El águila de ala cortada y la zorra
Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole:
--No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas.-
Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.
Cuando entre socios no hay acuerdo
su asunto no ha de marchar bien,
y antes saldrá de allí un padecimiento.
........................................
Un cisne, un bagre y un cangrejo
a tirar de un carro se pusieron
y los tres juntos se engancharon de él;
¡Se afanan y se afanan mas el carro no marcha!
La carga para ellos no habría sido pesada:
pero es que el cisne tira hacia las nubes,
el cangrejo hacia atrás, y el bagre para el agua.
Quién de ellos es culpable, quién no lo es, no nos toca juzgar.
Sólo que el carro todavía está allá.
Un mosquito se acercó a un león y le dijo:
-- No te temo, y además, no eres más fuerte que yo. Si crees lo contrario, demuéstramelo. ¿ Que arañas con tus garras y muerdes con tus dientes ? ¡ Eso también lo hace una mujer defendiéndose de un ladrón ! Yo soy más fuerte que tú, y si quieres, ahora mismo te desafío a combate.
Y haciendo sonar su zumbido, cayó el mosquito sobre el león, picándole repetidamente alrededor de la nariz, donde no tiene pelo.
El león empezó a arañarse con sus propias garras, hasta que renunció al combate. El mosquito victorioso hizo sonar de nuevo su zumbido; y sin darse cuenta, de tanta alegría, fue a enredarse en una tela de araña.
Al tiempo que era devorado por la araña, se lamentaba de que él, que luchaba contra los más poderosos venciéndolos, fuese a perecer a manos de un insignificante animal, la araña.
No importa que tan grandes sean los éxitos en tu vida, cuida siempre que la dicha por haber obtenido uno de ellos, no lo arruine todo.
Había una vez un pájaro llamado rocho, de cuerpo tan enorme como la montaña Taishan y alas como nubes que cubrían los cielos.
Cuando se remontaba por los aires, se levantaba un ventarrón; y, en cada vuelo abarcaba 90.000 li deslizándose sobre el vapor brumoso, bajo el cielo azulado.
Una vez iba volando hacia el Mar del Sur.
- ¿Hacia dónde irá? – se preguntaba un paro riéndose –. Yo salto unos cuantos ren y luego bajo a divertirme entre los arbustos.
Esto es más que suficiente para mí. ¿A dónde más querrá ir?
Aquí se puede ver la diferencia de punto de vista entre el grande y el pequeño. Zhuang Z
Obligado por su dueño a bailar, un camello comentó: -- ¡ Que cosa ! No sólo carezco de gracia andando, sino que bailando soy peor aun. Usa siempre cada cosa para el propósito con el que fue creado.
La torre de los Asinello es una torre de 97,2 metros de altura, situada en el centro de la ciudad de Bolonia. Impresionante, la torre fue construida en el 1119 era probablemente más alta cuando fue inaugurada: a juzgar por sus cimientos,
prodría haber tenido originariamente 25 metros de altura. Sin embargo, sus dimensiones no son su única característica importante. La Torre degli Asinelli es, de hecho, la torre inclinada más alta del mundo, con una pendiente de
2,2 metros que es lo que la ha llevado a reducir sus dimensiones hasta las actuales el año 1488.
Sus características han inspirado, obviamente, numerosas leyendas: la mayoría relacionadas con asnos jóvenes, dado que el nombre de la familia que construyó la torre, no aparece
en ningún documento de su construcción pero sí 70 años después de la construcción – consecuentemente, no se sabe del cierto quiete fueron los propietarios originales. Esta es la variante más conocida entre las leyendas populares.
A inicio del siglo XII, había un joven albañil que trabajaba en Bolonia. Era un hombre muy pobre pero era guapo y siempre estaba feliz: nadie recuerda su verdadero nombre porque todos lo llamaban “Asinelli” a causa de los jóvenes
asnos que usaba para transportar sus instrumentos allá donde fuera.
Un día, el hombre vio a una hermosa doncella asomada a la ventana en un edifico muy alto. Era la Torre Grisenda, la casa y la fortaleza del jefe de la policia
civil, llamado Garisendo. El albañil se enamoró hasta tal punto de la joven que pide su mano al padre, aún sabiendo que sus diferencias sociales eran demasiado extremas para tener ni siquiera una oportunidad.
Garisendo, sin
embargo, era un hombre muy jovial y apreció mucho el coraje del chico. Así pues, le prometió que le concedería la mano de hija… cuando construyera la torre más grande del mundo. El muchacho estaba desesperado, dado que el esfuerzo
era claramente imposible. Trabajó muchísimo para poder recaudar todo el dinero necesario para poder llevar a cabo el proyecto, pero después de algunos meses no había ahorrado ni un centavo.
No obstante, un día, mientras
escarbaba en las orillas del rio Reno para recoger piedras y arena, Asinelli encontró un gran número de monedas de oro que las aguas se habían llevado de no se sabe dónde. Así pues, utilizó el dinero para financiar la construcción
de su torre, colocándola justa a la derecha de la torre Garisenda y cuando por fin puedo alcanzar el cielo, fue otra vez a pedir la mano de la chica.
Garisendo, que era un hombre de honor, dejó que su hija se casará
con aquel espléndido albañil y – como toda buena fábula- vivieron felices y comieron perdices.
Un asno, conducido a lo largo de un camino en la montaña, de repente resbaló y empezó a caer al borde de un precipicio profundo. Mientras él estaba en el acto de abandonarse al abismo, su dueño lo agarró por la cola, procurando regresarlo. Cuando el Asno persistió en su esfuerzo de dejarse ir abajo, el hombre lo soltó y dijo:
--Triunfa, pero triunfa a tu propio costo.
Raptó un milano a una culebra, elevándose por los aires. La culebra se volvió y le mordió, cayendo ambos desde lo alto a un precipicio, y el milano murió. Dijo entonces la culebra:
-- ¡ Insensato ! ¿ Por qué has querido hacer mal a quien no te lo
hacía ? En justicia has sido castigado por haberme raptado sin razón.
Nunca busques dañar a tu prójimo, no vaya a ser que sin que lo notes, sea más fuerte que tú, y te haga pagar tus injusticias.
En el Reino de Song había una familia que elaboraba un ungüento para las grietas en las manos; por eso, de generación en generación, se dedicaban al lavado de ropa. Un hombre oyó hablar de la cosa y ofreció 100 monedas de oro por la receta.
- Hemos estado, por generaciones, en este negocio de la lavandería – argumentaba la familia, mientras discutía la oferta –. Pero jamás ganamos más que unas cuantas monedas de oro. Sin vacilar debemos venderla.
Por entonces, el Reino de Yue invadía el Reino de Wu; y el hombre que habían comprado la receta, se la regaló al príncipe de Wu, quien al punto lo nombró general. Ese invierno, sus tropas entraron en un combate naval con las de Yue, derrotando totalmente al enemigo. Y el príncipe recompensó al general con un feudo.
Así, el mismo ungüento para las manos agrietadas pudo ganar un feudo, o simplemente aliviar a los lavanderos.
Todo depende del uso que se dé a las cosas.
Zhuang Zi
Romolo y Remo son dos hermanos gemelos nacidos de Rea Silvia, la hija de Numitor. Este, era el rey legítimo de Alba Longa, una ciudad-estado fundada por el hijo de Enera, que a su vez era el hijo de Venus, aventuras de la cual son narradas en la Eneida. Numitor había sido exiliado por su malvado hermano Amulio, que obliga a Rea Silvia a convertirse en una Vestal, es decir, en una sacerdotisa virgen para impedirle que tuviera un hijo que pudiera reclamar el trono.
Sin embargo, la muchacha era tan hermosa que el dios Marte, que ardía en deseos para estar con ella, y la violó al reparo de un bosque sagrado. El resultado de este encuentro fueron Romolo y Remo y,consecuentemente, Amulio ordenó que Rea Silvia fuera ahogada (después fue resucitada por piedad por partes de la misma agua) y quiso deshacerse de los niños siguiendo un plan un poco retorcido. Meterlos en un cesto de paja y que, después, un esclavo en el rio Aninen los dejara llevar por la corriente.
Sorprendentemente, los niños sobrevivieron a las aguas del rio, y el cesto fue arrastrado en una cueva llamada Lupercale, dado que allí se veneraba al dios lobo Luperculus. Fue aquí, donde los niños- realmente hambrientos- fueron encontrados por una loba que, en vez de comérselos, fue inspirada por Lupercus para nutrirlo, consintiéndoles que pudieran la leche de sus pezones. Más tarde, los niños fueron encontrados por un pastor y su mujer (Faustolo y Acca Larenzia), que los adoptaron y educaron. Romolo era, de los dos, el más inteligente y sabio, mientras Remo era el más fuerte y competitivo. Un día como cualquier otro, los hermanos fueron sorprendidos por unos bandidos que trabajaban por Numitor. Encarcelan a Remo y casi descubre que era el hijo pedido de Rea Silvia, pero antes de esto logra escaparse y encontrase de nuevo con Romolo. Juntos, reunen un pequeño ejército con el cual atacan a Amulio, derrotándolo y dando Alba Longa su legítimo rey, Numitor.
Un gallo, buscando comida para él y sus gallinas, encontró una gema y exclamó:
- Si mi dueño te hubiera encontrado, y no yo, él te habría tomado, y llevado a vender; pero yo no he encontrado para tí ningún objetivo. Prefiero
tener un grano de cereal que todas las joyas en el mundo.-
Lo que no tiene utilidad, no tiene valor.
Al salir con las yuntas
Los criados de Pedro
El corral se dejaron
De par en par abierto.
Todos los pavipollos
Con su madre se fueron
Aquí y allí picando
Hasta el cercano otero.
Muy contenta la pava
Decía a sus polluelos:
"Mirad, hijos, el rastro
De un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
Y no tengáis recelo,
Que yo también las como;
Es un sabroso
cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh qué días los nuestros,
Si no hubiese en el mundo
Malditos cocineros!
Los hombres nos devoran,
Y todos nuestros cuerpos
Humean en las mesas
De nobles
y plebeyos.
A cualquier fiestecilla
Ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas Navidades
Contaron mis abuelos!
¡Oh glotones humanos,
Crueles carniceros!"
Mientras tanto una hormiga
Se puso en salvamento
Sobre
un árbol vecino,
Y gritó con denuedo:
"¡Hola! conque los hombres
Son crueles, perversos:
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí! ya lo veo:
A mis tristes parientes,
¡Qué digo! a todo el pueblo
Sólo por desayuno
Os lo vais engullendo".
No respondió la pava
Por no saber un cuento
Que era entonces del caso,
Y ahora viene a pelo.
"Un gusano roía
Un grano de centeno;
Viéronlo las
hormigas:
¡Qué gritos! ¡qué aspavientos!
"Aquí fue Troya -dicen-:
Muere, pícaro perro".
Y ellas ¿qué hacían? Nada:
Robar todo el granero...
Hombres, pavos, hormigas,
Según estos ejemplos,
Cada cual en su libro
Esta moral tenemos:
La ¡alta leve en otro
Es un pecado horrendo;
Pero el delito propio
No más que pasatiempo.
Un gallo muy maduro.
De edad provecta, duros espolones,
Pacifico y seguro.
Sobre un árbol oía las razones
De un zorro muy cortés y muy atento.
Más elocuente cuanto más hambriento.
«Hermano -le decía-:
Ya cesó entre nosotros una guerra.
Que cruel repartía
Sangre y plumas al viento y a la tierra:
Baja, daré para perpetuo sello
Mis amorosos abrazos a tu cuello.
«Amigo de mi alma, -
Responde el gallo-, ¡qué placer inmenso
En deliciosa calma
Deja esta vez mi espíritu suspenso!
Allá bajo, allá voy, tierno y ansioso,
A gozar en tu seno mi reposo.
Pero aguarda un instante,
Porque vienen ligeros como el viento,
Y ya están adelante,
Dos correos que llegan al momento,
De esta noticia portadores fieles,
Y son, según la traza, dos lebreles».
«Adiós, adiós, amigo,
-Dijo el zorro-, que estoy muy ocupado;
Luego hablaré contigo
Para finalizar este tratado».
El gallo se quedó lleno de gloria.
Cantando en esta letra su victoria:
Siempre trabaja en su daño
El astuto engañador:
A un engaño hay otro engaño,
A un pícaro, otro mayor.
A lo largo de las calles Gran elefante fue dirigido,
Para mostrar lo fuera, lo más probable.
Dado que los elefantes no son una cosa común ver a
una multitud de mirones siguió en los talones.
De repente brota del barro amasado delante de ellos.
Y viendo elefante, plantea un gran escándalo,
Se abalanza, ladridos y aullidos
y hace todo lo posible para recoger una pelea.
"Hola vecino, detener el alboroto,"
Un perro callejero entona: "Usted? Tratar con elefante?
Mírate a ti mismo ladridos roncos, y él simplemente se pasea
Perplejo
y no le importa lo más mínimo acerca de su ruido."
"Ho Ho!" Amasado dice,
"Eso es lo que me gusta,
Ya que puedo ser un verdadero tipo duro
sin un solo golpe o herida.
De esa manera, los otros perros dirá:
'Para ladrar a elefante este barro amasado
! Debe ser una taza real fuerte'
En el alegre canto del verano,
Del futuro no es pensar,
Pero el invierno está cerca.
El campo era verde, ahora rojizo,
Los días felices ya desaparecieron,
Y no sucede más,
Que una hoja da techo
y almacena.
Todo se ha ido. En inviernos fríos
Desea y el hambre espera antes.
Dragon-fly no canta más:
¿Quién quiere cantar más,
Si el vientre hambriento obstaculiza.
Ella está arrastrada de
consternación
A la hormiga no está lejos:
"Querida compadre, no me dejes,
¡Seré fuerte, usted puede creerme!
Pero para manejar tormentas de invierno
Dame comida, un poco de calor.
-¡Oh, querida, es muy raro!
¿Trabajaste aquí en verano?
"-
Así que Ant sus formas de respuesta.
"Pero en verano estaba ocupado:
En la agradable hierba que habíamos tenido
Muchas obras y canciones por delante;
Muy a menudo estaba mareada.
"Ah, quieres decir:" - "Hice un éxito:
Todo el verano estaba cantando: "
Estabas cantando. Bien hecho trato!
¡Ahora baila un poco!
No parece tener ningún vínculo efectivo con ningún evento histórico demostrado, pero sí que ha evolucionado de un modo muy particular hasta convertirse en una atracción turística para el pueblo de Montebello de Torriana, cerca de Rimini, donde ha generado una pequeña industria local.
Azzurrina debería ser la presunta hija de lord Uguccione di Montebello, nacida en el 1370 y desaparecido misteriosamente el día del solsticio de verano del 21 de Junio de 1375. El nombre ‘Azzurrina’ (lit. azul) deriva del color de sus cabellos. La niña en realidad era albina: y como su piel pálida y sus cabellos blancos eran signos de brujería, su madre probó de teñirle el pelo con hierbas y carbón – pero la pólvora no fue suficiente, dejando sus cabellos de un azul claro. La única manera para proteger Azzurrina de la persecución de los habitantes del pueblo era tenerla a salvo al interno de las murallas del castillo y confiar su protección a dos hombres de confianza, Domenico y Ruggero. El día del solsticio, el padre de Azzurrina se encontraba lejos combatiendo en una de las frecuentes guerras feudales locales y una tormenta había obligado a la niña a permanecer en casa a jugar con una pelota de tela. Mientras la hacia rodar y al seguir por el corredor hacia la única habitación hexagonal del castillo, la pelota cayó en una pequeña cantina subterránea, normalmente, usada para conservar nieve pero por aquel entonces vacía. Bajo los atentos ojos de la guardia, la niña bajo las escaleras de la cantina.
Como dijeron después, una y otra vez en los interrogatorios, los guardias oyeron un grito y cuando bajaron para verificar qué había sucedido, la habitación era totalmente vacía. Justo en aquel moment la tormenta cesó.
Actualmente, los visitantes pueden hacer una visitar guiada por el castillo y dar un vistazo a la cantina -, pero sin entrar, ya sea por supersticiones o por el miedo de encontrar algún pasaje secreto que les pueda hacer daño. Podría parecer una simple historia de fantasmas… pero por alguna razón cada aniversario de un año que termina en 0 o 5, a medianoche del solsticio, todos los que están alrededor del castillo pueden oír a la niña llorar, seguido por una serie de latidos y golpes que se van debilitando.
Se reunieron un día las liebres y se lamentaban entre sí de llevar una
vida tan precaria y temerosa, pues, en efecto, ¿No eran víctimas de los
hombres, de los perros, de las águilas, y otros muchos animales ? ¡ Más
valía morir de una vez que vivir en el terror !
Tomada esta resolución, se lanzaron todas al mismo tiempo a un estanque
para morir en él ahogadas.
Pero las ranas, que estaban sentadas alrededor del estanque,
en cuanto
oyeron el ruido de su carrera, saltaron asustadas al agua. Entonces una
de las liebres, la que parecía más inteligente que las demás, dijo:
-- ¡ Alto compañeras ! No hay que apurarse tanto, pues ya
véis que aún
hay otros más miedosos que nosotras !
El consuelo de los desgraciados es encontrar otros en peores
Dentro de un bosque oscuro y silencioso
Con un rugir continuo y espantoso
Que en medio de la noche resonaba,
Una leona a las fieras inquietaba.
Dícela un oso: “Escúchame una cosa:
¿Qué tragedia
horrorosa
O qué sangrienta guerra
Qué rayos, o qué plagas a la tierra
Anuncia tu clamor desesperado,
En el nombre de Júpiter airado?”
“¡Ah! mayor causa tienen mis rugidos.
Yo, la más
infeliz de los nacidos,
¿Cómo no moriré desesperada
Si me han robado el hijo? ¡ay desdichada!”
“¡Hola! ¿conque eso es todo?
Pues si se lamentasen de ese modo
Las madres de los muchos
que devoras,
Buena música hubiera a todas horas.
Vaya, vaya, consuélate como ellas;
No nos quiten el sueño tus querellas.”
A desdichas y males
Vivimos condenados los mortales.
A cada cual, no obstante, le parece,
Que de esta ley una excepción merece;
Así nos conformamos con la pena,
No, cuando es propia, sí, cuando es ajena.
Un personaje importante fue de visita a un monasterio budista. Después de beber numerosas copas de vino, recitó un fragmento de un poema de la dinastía Tang:
Al pasar por un monasterio perdido
entre los bambúes, me detuve a conversar
con el bonzo;
Lejos de mi vida agitada, gocé
de un momento de descanso.
El bonzo riendo, lo escuchó declamar.
- ¿Por qué ríe usted? – preguntó el augusto visitante.
- Porque su momento de descanso me costó tres días completos de preparativos – contestó el viejo bonzo.
Tan Gai
Despeñado un torrente
De un encumbrado cerro.
Caía en una peña,
Y atronaba el recinto con su estruendo.
Seguido de ladrones
Un triste pasajero,
Despreciando el ruido,
Atravesó el raudal
sin desaliento
Que es común en los hombres
Poseídos del miedo,
Para salvar la vida,
Exponerla tal vez a mayor riesgo
Llegaron los bandidos,
Practicaron lo mismo
Que antes el caminante,
Y fueron
en su alcance y seguimiento.
Encontró el miserable
De allí a muy poco trecho
Un río caudaloso,
Que corría apacible y en silencio.
Con tan buenas señales,
Y el próspero suceso
Del raudal bullicioso,
Determinó
vadearle sin recelo;
Mas apenas dio un paso,
Pagó su desacuerdo,
Quedando sepultado
En las aleves aguas sin remedio.
Temamos los peligros
De designios secretos;
Que el ruidoso aparato,
Si no se desvanece, anuncia el riesgo.
Una pobre viuda tenía una única oveja. Al tiempo de la trasquila, y deseando tomar su lana en forma económica, la trasquiló ella misma, pero usaba la herramienta en tan mala forma que junto con la lana le cortaba también la carne. La oveja acongojada y con dolor, le dijo:
-¿Por qué me maltratas así, ama? ¿En que te puede beneficiar el agregar mi sangre a la lana? Si quieres mi carne, llama al carnicero quien me matará al instante sin sufrimiento, pero si lo que deseas es mi lana, ahí está el esquilador, quien me esquilará sin herirme.
Antes de ejercer una actividad, prepárate y entrénate adecuadamente para ejecutarla bien.
En una trampa una onza inadvertida
Dio mísera caída;
Al verla sin defensa
Corrieron a la ofensa
Los vecinos pastores,
No valerosos, pero sí traidores.
Cada cual por su lado
La maltrataba airado,
Hasta dejar sus fuerzas desmayadas,
Unos a palos, otros a pedradas.
Al fin la abandonaron por perdida:
Pero viéndola dar muestras de vida
Cierto pastor, dolido de su suerte,
Por evitar su muerte,
Le arrojó la mitad de su alimento,
Con que pudiese recobrar aliento.
Llega la noche: témplase la saña,
Marchan a descansar en la cabaña,
Todos con esperanza muy fundada
De hallarla muerta por
la madrugada.
Mas la fiera, entretanto,
Volviendo poco a poco del quebranto,
Toma nuevo valor y fuerza nueva;
Salta, deja la trampa, va a su cueva;
Y al sentirse del todo reforzada,
Sale, si muy ligera, más
airada;
Ya destruye ganados,
Ya deja los pastores destrozados.
Nada aplaca su cólera violenta:
Todo lo tala, en todo se sangrienta.
El buen pastor, por quien tal vez vivía,
Lleno de horror la vida le pedía.
“No serás
maltratado
-Dijo la onza-, vive descuidado,
Que yo sólo persigo a los traidores
Que me ofendieron, no a mis bienhechores”.
Quien hace agravios, tema la venganza:
Quien hace bien al fin al premio alcanza.
Dos mulas bien cargadas con paquetes andaban con dificultad por el camino. Una cargaba sacos con dinero, y la otra llevaba granos.
La mula que llevaba el dinero andaba con la cabeza erguida, como si supiera del valor de su carga, y movía de arriba abajo las campanas sonoras sujetadas a su cuello. Su compañera seguía con el paso tranquilo y silencioso.
De repente unos ladrones se precipitaron sobre ellas desde sus escondrijos, y en la riña con sus dueños, la mula que llevaba el dinero fue herida con una espada, y avariciosamente tomaron el dinero sin hacer caso del grano.
La mula que había sido robada y herida se lamentó sus desgracias. La otra contestó:
--Estoy en efecto muy contenta de que fui despreciada, pues no he perdido nada, y tampoco me hicieron daño con herida alguna.--
La ostentación bulliciosa de la riqueza sólo trae desventuras.
Un día, el célebre músico Gong Mingyi tocó música clásica ante una vaca; ésta continuó pastando como si nada. «No es que ella no la oiga, es mi música que no le interesa» - se dijo el músico. Se puso entonces a imitar en su
qin el zumbido de las moscas y el mugido de los terneritos. Al instante la vaca paró la oreja, y balanceando su cola se acercó al músico para escuchar hasta el final la música, que, esta vez tenía un significado para ella.
Mou Zin
Había una vez dos miopes y ninguno de los dos quería admitir su desgracia; por el contrario, cada cual quería probar al otro que tenía muy buena vista.
Un día se enteraron de que una familia de la vecindad llevaría un exvoto al templo. Cada uno por su lado averiguó en secreto la inscripción que grabarían. El día en que el panel iba a ser colocado, llegaron juntos al templo. Levantando los ojos, uno de ellos exclamó:
- ¡Qué bello panel!, «gloriosa es tu fama», reza la inscripción de cuatro grandes jeroglíficos.
- Eso no es todo – agregó el otro –, hay otra corrida de pequeños jeroglíficos que usted no ha visto. En ellos están el nombre del calígrafo y la fecha de la obra.
Al oírlos, una de las personas allí presentes preguntó:
- ¿De qué hablan ustedes?
- Estamos discutiendo a propósito de la inscripción que acabamos de leer en el panel del exvoto – contestaron los dos.
Todos rompieron a reír.
- ¡Ustedes están ante un muro desnudo, el panel no ha sido colocado aún! – les dijeron.
Zhuang Zhou no tenía dinero. Un día fue a ver al Marqués Guardador del Río para pedirle prestado un poco de grano.
- Está muy bien – dijo el marqués –. Pronto habré recogido los impuestos de mi feudo; entonces le prestaré trescientas monedas de oro. ¿Qué le parece?
Zhuang Zhou, muy indignado, le contó esta historia: Cuando ayer venía hacia acá oí una voz que me llamaba; mirando en torno vi una carpa tendida en un carril seco del camino.
- ¿Qué le pasa, carpa? – le pregunté.
- Soy oriunda del Mar del Este – contestó –. ¿No tiene Ud. un cubo de agua para salvar mi vida?
- Muy bien – le dije –. Muy pronto visitaré a los príncipes Wu y Yue, en el Sur, y le haré llegar el agua del Río del Oeste. ¿Qué le parece?
La carpa se indignó muchísimo.
- Estoy fuera de mi elemento habitual – dijo –, y no tengo donde residir. Un cubo de agua me salvaría, pero Ud. no me da sino promesas inútiles. Pronto tendrá que buscarme en la pescadería.
Zhuang Zi
Un cazador de aves agarró una perdiz y estaba a punto de matarla. La perdiz seriamente le pidió que le perdonara su vida, diciendo:
--Le suplico, mi amo, que me permita vivir y le atraeré muchas otras perdices como recompensa por su piedad para mí.--
El cazador contestó:
--Pues ahora con menos escrúpulos tomaré su vida, porque usted quiere salvar la suya a costa de engañar a sus amigos y familiares.--
Los traidores a su propia naturaleza, tarde o temprano, siempre son despreciados por quienes les llegan a conocer, sean amigos o enemigos.
Un conductor de camellos, después de completar la carga de su camello, le preguntó que le gustaría más: subir la colina o bajarla. La pobre bestia contestó, con muy buena razón:
--¿Por qué me lo pregunta? ¿Es que el camino plano por el desierto está cerrado?--
Burlarse del débil, creyéndole ignorante, no es una noble actitud.
Una anciana encontró un recipiente vacío que había sido llenado con el mejor de los vinos y que aún retenía la fragancia de su antiguo contenido.
Ella insaciablemente lo llevaba su nariz, y acercándolo y alejándolo decía:
-¡Que delicioso aroma¡ ¡Qué maravilloso debió haber sido el vino que dejó en su vasija tan encantador perfume¡
La memoria de todo lo bueno es perdurable.
Al salir con las yuntas
Los criados de Pedro
El corral se dejaron
De par en par abierto.
Todos los pavipollos
Con su madre se fueron
Aquí y allí picando
Hasta el cercano otero
.
Muy contenta la pava
Decía a sus polluelos:
"Mirad, hijos, el rastro
De un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
Y no tengáis recelo,
Que yo también las como;
Es un sabroso
cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh qué días los nuestros,
Si no hubiese en el mundo
Malditos cocineros!
Los hombres nos devoran,
Y todos nuestros cuerpos
Humean en las mesas
De nobles y plebeyos.
A cualquier
fiestecilla
Ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas Navidades
Contaron mis abuelos!
¡Oh glotones humanos,
Crueles carniceros!"
Mientras tanto una hormiga
Se puso en salvamento
Sobre un árbol
vecino,
Y gritó con denuedo:
"¡Hola! conque los hombres
Son crueles, perversos:
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí! ya lo veo:
A mis tristes parientes,
¡Qué digo! a todo el pueblo
Sólo por desayuno
Os lo vais engullendo".
No respondió la pava
Por no saber un cuento
Que era entonces del caso,
Y ahora viene a pelo.
"Un gusano roía
Un grano de centeno;
Viéronlo las hormigas:
¡Qué gritos! ¡qué aspavientos!
"Aquí fue Troya -dicen-:
Muere, pícaro perro".
Y ellas ¿qué hacían? Nada:
Robar todo el granero...
Hombres, pavos, hormigas,
Según estos ejemplos,
Cada cual en su libro
Esta moral tenemos:
La falta leve en otro
Es un pecado horrendo;
Pero el delito propio
No más que pasatiempo.
Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar.
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires.
- Te daré – dijo – todas las riquezas del Mar Rojo.
- Entonces te enseñaré al volar – replicó el águila.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
- Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?
Si fácilmente adquiriéramos todo lo que deseamos, fácilmente llegaríamos a la desgracia.
En la montaña Emei, había muchos monasterios. Los bonzos de los grandes monasterios eran muy ricos y los de los pequeños monasterios, muy pobres.
Un día, un bonzo de un pequeño monasterio fue de visita a un gran monasterio con el fin de despedirse, pues partía en peregrinación a Putuo, una isla del mar del Este. Putuo queda a unos tres mil lide la montaña Emei; es necesario escalar altas montañas y atravesar muchos ríos para llegar allí. Ese complicado viaje dura meses y a veces hasta años.
Cuando el bonzo pobre puso al corriente de su proyecto al bonzo rico, éste quedó asombrado:
- ¿Pero qué lleva usted para su viaje?
- Un jarro y una escudilla proveerán a todas mis necesidades. Recogeré el agua con mi jarro y cuando sienta hambre pediré alimentos de limosna con mi escudilla.
- Yo también deseo realizar esa peregrinación; hace varios años que estoy preparándome – dijo el bonzo rico – pero nunca he podido ponerme en camino, pues siempre me falta algo. Temo que usted tome las cosas un poco a la ligera. ¡Este viaje no es tan fácil como usted lo cree!
Un año más tarde, al regresar de su viaje, el bonzo pobre fue a saludar al bonzo rico de Emei y le contó cómo había sido su peregrinación a Putuo.
A pesar de su desconcierto, el bonzo rico confesó:
- En cuanto a mí, aún no he terminado mis preparativos para el viaje.
He Tang Ji
Todos los animales cada instante
Se quejaban a Júpiter tonante,
De la misma manera
Que si fuese un alcalde de Montera.
El dios -y con razón- amostazado,
Viéndose importunado,
Por dar
fin de una vez a las querellas,
En lugar de sus rayos y centellas,
De receptor envía desde el cielo
Al águila rapante, que de un vuelo
En la tierra juntó los animales,
Y expusieron en suma
cosas tales:
Pidió el león la astucia del raposo;
Éste de aquél lo fuerte y valeroso;
Envidia la paloma al gallo fiero;
El gallo a la paloma en lo ligero;
Quiere el sabueso patas más felices,
Y cuenta como nada sus narices;
El galgo lo contrario solicita:
Y en fin -cosa inaudita-
Los peces, de las ondas ya cansados,
Quieren poblar los bosques y los prados;
Y las bestias, dejando
sus lugares,
Surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo,
El águila concluye de este modo:
“¿Ves, maldita caterva impertinente.
Que entre tanto viviente
De uno y otro elemento,
Pues nadie está contento,
No
se cuenta feliz ningún destino?
¿Pues para qué envidiar el del vecino?”
Con sólo este discurso
Aun el bruto mayor de aquel concurso
Se dio por convencido.
De modo que es sabido
Que ya sólo se matan los humanos
En envidiar la suerte a sus hermanos.
Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba.
Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela.
El avaro, a su siguiente
visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente.
Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole:
- Da gracias de que el asunto no es tan grave.
Ve y trae una piedra y colócala en el hueco. Imagínate entonces que el oro aún está allí.
Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.
Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan.
Que en una marcial función
O cuando el caso lo pida,
Arriesgue un hombre su vida,
Digo que es mucha razón.
Pero el que por diversión
Exponer su vida quiera
A juguete de una fiera.
O
peligros no menores,
Sepa de dos cazadores
Una historia verdadera.
Pedro Ponce el valeroso,
Y Juan Carranza el prudente,
Vieron venir frente a frente
Al lobo más horroroso.
El prudente, temeroso.
A una encina se abalanza.
Y cual otro Sancho Panza.
En las ramas se salvó.
Pedro Ponce allí murió.
Imitemos a Carranza.
Pensó un día un lobo cambiar su apariencia para así facilitar la obtención de su comida. Se metió entonces en una piel de oveja y se fue a pastar con el rebaño, despistando totalmente al pastor.
Al atardecer, para
su protección, fue llevado junto con todo el rebaño a un encierro, quedando la puerta asegurada.
Pero en la noche, buscando el pastor su provisión de carne para el día siguiente, tomó al lobo creyendo que era un cordero
y lo sacrificó al instante.
Según hagamos el engaño, así recibiremos el daño.
El ciervo enfermo y sus visitantes
Yacía un ciervo enfermo en una esquina de su terreno de pastos.
Llegaron entonces sus amigos en gran número a preguntar por su salud, y mientras hablaban, cada visitante mordisqueaba parte del pasto del ciervo.
Al final, el pobre ciervo murió, no por su enfermedad sino porque no ya no tenía de donde comer.
Más vale estar solo que mal acompañado.
Un niño fue herido por un gusano de ortiga. Corrió a su casa y dijo a su madre:
- Me ortigó fuertemente, pero yo solamente lo toqué con suavidad.
- Por eso te ortigó – dijo la madre -, la próxima vez que te acerques a un gusano de esos, agárralo con decisión, sin caricias, y entonces será tan suave como seda, y no te maltratará de nuevo.
Al insolente, irrespetuoso, o delincuente, debe demostrársele siempre que la autoridad prevalece sobre él.
La hija de un granjero llevaba un recipiente lleno de leche a vender al pueblo, y empezó a hacer planes futuros:
-Cuando venda esta leche, compraré trescientos huevos. Los huevos, descartando los que no nazcan, me darán al menos doscientos pollos. Los pollos estarán listos para mercadearlos cuando los precios de ellos estén en lo más alto, de modo que para fin de año tendré suficiente dinero para comprarme el mejor vestido para asistir a las fiestas donde todos los muchachos me pretenderán, y yo los valoraré uno a uno.-
Pero en ese momento tropezó con una piedra, cayendo junto con la vasija de leche al suelo, regando su contenido. Y así todos sus planes acabaron en un instante.
No te ilusiones con lo que aún no tienes.
Lo que hoy las hormigas son
Eran los hombres antaño:
De lo propio y de lo extraño
Hacían su provisión.
Júpiter, que tal pasión
Notó de siglos atrás,
No pudiendo aguantar más,
En hormigas los transforma.
Ellos mudaron de forma:
¿Y de costumbres? Jamás.
Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino. Volviéndose al pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la vid. Y la vid se moría porque no podía florecer como la rosa. La rosa lloraba por no ser fuerte y sólida como el roble. Sin embargo, en medio de todo ese barullo, encontró una planta, un clavel floreciendo más fresco que nunca.
El rey le preguntó:
– ¿Cómo es que creces tan saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?
La flor contestó:
– Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste querías claveles; si hubieras querido un roble, lo habrías plantado. En aquel instante me dije: Intentaré ser clavel de la mejor manera que pueda, y heme aquí, el más hermoso y bello clavel de tu jardín.
Despeñado un torrente
De un encumbrado cerro.
Caía en una peña,
Y atronaba el recinto con su estruendo.
Seguido de ladrones
Un triste pasajero,
Despreciando el ruido,
Atravesó el raudal
sin desaliento
Que es común en los hombres
Poseídos del miedo,
Para salvar la vida,
Exponerla tal vez a mayor riesgo
Llegaron los bandidos,
Practicaron lo mismo
Que antes el caminante,
Y fueron en su alcance y seguimiento.
Encontró el miserable
De allí a muy poco trecho
Un río caudaloso,
Que corría apacible y en silencio.
Con tan buenas señales,
Y el próspero suceso
Del raudal bullicioso,
Determinó vadearle sin recelo;
Mas apenas dio un paso,
Pagó su desacuerdo,
Quedando sepultado
En las aleves aguas sin remedio.
Temamos los peligros
De designios secretos;
Que el ruidoso aparato,
Si no se desvanece, anuncia el riesgo.
Al miserable estado
De una cercana muerte reducido,
Estaba ya postrado
Un viejo león del tiempo consumido:
Tanto más infeliz y lastimoso
Cuanto había vivido más dichoso.
Los que cuando valiente
Humildes le rindieron vasallaje,
Al verlo decadente
Acuden a tratarlo con ultraje:
Que, como la experiencia nos enseña,
Del árbol caído todos hacen leña.
Cebados a porfía,
Lo sitiaban sangrientos y feroces.
El lobo le mordía,
Tirábale el caballo fuertes coces.
Luego le daba el toro una cornada,
Después el jabalí su dentellada.
Sufrió constantemente
Estos insultos: pero reparando
Que hasta el asno insolente
Iba a ultrajarle, falleció clamando:
“Esto es doble morir, no hay sufrimiento
Porque muero injuriado de un jumento”.
Si en su mudable vida,
Al hombre la fortuna ha derribado
Con mísera caída
Desde donde lo había ella encumbrado;
¿Qué ventura en el mundo se promete,
Si aun de los viles llega a ser juguete?
A las tristes palomas un milano sin poderlas pillar seguía en vano; mas él a todas horas servía de lacayo a estas señoras.
Un día, en fin, hambriento e ingenioso, así les dice: «¿Amáis vuestro reposo, vuestra seguridad
y conveniencia? Pues creedme en mi conciencia: en lugar de ser hoy vuestro enemigo, desde ahora me obligo, si la banda por rey me aclama luego, a tenerla en sosiego sin que de garra o pico tema agravio, pues tocante a la
paz seré un Octavio.»
Las sencillas palomas consintieron; aclámanle por rey.
«¡Viva-dijeronnuestro rey el Milano!»Sin esperar a más, este tirano sobre un vasallo mísero se planta, déjale con el viva en la garganta, y continuando
así sus tiranías acabó con el reino en cuatro días.
Quien al poder se acoja de un malvado, será, en vez de feliz, un desdichado.
Con las plumas de un pavo
un grajo se vistió: pomposo y bravo
en medio de los pavos se pasea.
La manada lo advierte, le rodea;
todos le pican, burlan y le envían...
¿dónde, si ni los grajos le querían?
¡Cuánto ha que repetimos este cuento
sin que haya en los plagiarios escarmiento!
Un caminante, que viajaba por el desierto, encontró a una mujer que estaba sola y terriblemente abatida. Él le preguntó:
¿Quién eres?
--Mi nombre es La Verdad-- contestó ella.
--¿Y por cual razón-- preguntó él, --abandonas la ciudad para morar sola aquí en el páramo?-
Ella respondió:
--En viejos tiempos, la falsedad era cosa de muy pocos, pero ahora convive con todos los hombres y ya no hay lugar para mí.--
Deja entrar a La Verdad a tu corazón y convive felizmente con ella.
Para mirar dos hermosos espejos que yo tenía,
fueron a mi casa un día
unos pobres defectuosos.
Pero luego que se vieron
en el cristal retratados
tales como eran, montados.
en cólera, así dijeron:
-Es insufrible insolencia
la del malévolo Autor
de estos lienzos. Sí, señor.
En nuestra misma presencia
nos injuria, nos maltrata,
nos insulta, nos apoca,
y nuestra rabia provoca,
pues
nuestras faltas retrata.
Es menester acabar
con bicho-tan insolente,
y mietras, violentamente
estos lienzos destrozar.
Mirando yo que trataba
rnis lunas de destruír -
aquella turba, el salir
comprendí que me obligaba,
Salí en fin, y revestid o
de mi propia autoridad,
les dije: -Necios, notad
que aquí nadie os ha ofendido.
Advertid, tontos, trebejos,
que son vidrios los que veis;
por lo tanto, no llaméis
retratos a los espejos.
Es propio de este cristal
y de otros más, sin que ultrajen,
reproducir una imagen
conforme al original.
Si alguno se viere viejo,
tuerto o corcovado aquí,
échese la culpa a sí
y no al autor del espejo.
El que los hizo, a fe mía,
retrataros no pensó,
pues cuando los fabricó ,
ni siquiera os conocía.
Si vosotros estuvierais
sin lacras, seguramente
de modo muy diferente
en los espejos os vierais.
Dije, y se acabó, señores,
toda la riña al momento.
¡Ojalá entiendan el cuento
mis carísimos lectores!
Requebró el rata-macho a su co-rata:
¡Qué hermosa estás querida!
¡Estás que matas!
Con un seco ademán, la tentadora,
Puso en raya al galán, frunciendo el ceño:
¡Pues mantente a distancia por ahora
y no quieras saber qué pulgas tengo!
Acabo de ir a ver a mi doctora
y la verdá es que mato, te prevengo.
No sabes de qué mal son portadoras
ni qué malas las pulgas con que vengo.
No comprendió
el ratón lo que decía.
Era común en su media naranja
andar de malas pulgas todo el día.
Creyó que la advertencia era una chanza
y persistiendo en su donjuanería
volvió con nuevos bríos a la carga.
Aflojándose un poco
la corbata
fingióse herido,
la trató de ingrata,
recitó el repertorio conocido
con variazioni de énfasis y escalas.
Fue bardo provenzal, play-boy, mariachi,
amenazó, rogó, llamó a Cupido...
Bécquer, Nervo, Rubén...pero ella:
¡Nada!
Harta la rata de la lata erótica
y los requiebros del ratón-marido
cortó por fin serena y radical:
¡Querido! ¡Menos versos y más lógica!
No soy desamorada ni neurótica.
Soy – es verdad –
una mujer fatal
mas mi fatalidad es epizótica.
Basta de versos. Vamos a lo real.
Mi doctora fue explícita y lacónica:
tienen mis pulgas el virus letal
de ese morbo que llaman la bubónica.
Sin
tiempo a despedirse de su esposa
puso el marido pies en polvorosa.
Sólo atinó en su prisa, el buen consorte,
a manotear, de paso, el pasaporte.
¡Pensar – reflexionó la abandonada –
que me juró
su amor hasta la muerte
pero se va y me deja en la estacada!
Fiel hasta que la muerte lo separe
ha de ser el esposo a su pareja.
¿También aunque la muerte le depare?
¡También! Afirma nuestra moraleja.
En un tiempo el caballo tenía todo el pasto de la llanura solamente para él.
Sucedió entonces que un venado se metió en su territorio y compartió su pasto. El caballo, deseando vengarse con el forastero, preguntó a un hombre si él quisiera ayudarle a castigar al venado.
El hombre contestó que si él aceptaba recibir un fierro en su boca y consentía en llevarlo contínuamente, él concebiría armas eficaces contra el venado.
El caballo aceptó lo solicitado. Y a partir de aquella hora él encontró que en vez de obtener venganza contra el venado, se había esclavizado al servicio de hombre.
Antes de hacer un convenio, analiza muy bien las posibles consecuencias de los términos contractuales.
- No andes atravesada y no roces tus costados contra la roca mojada, - decía una langosta a su hija.
-Madre, - repuso ésta, - tú, que quieres instruirme, camina derecha y yo te miraré y te imitaré.
Anarda la bella
Tenía un amigo
Con quien consultaba
Todos sus caprichos:
Colores de moda
Más o menos vivos.
Plumas, sombreretes.
Lunares y rizos
Jamás en su adorno
Fueron admitidos
Si él no la decía:
“Gracioso, bonito”.
Cuando su hermosura
Llena de atractivo,
En sus verdes años
Tenía más brillo,
Traidoras la roban
-Ni acierto a decirlo-
Las negras viruelas.
Sus gracias y hechizos
Llegóse al espejo:
Éste era su amigo;
Y como se jacta
De fiel y sencillo,
Lisa y llanamente
La verdad la dijo.
Anarda furiosa,
Casi sin sentido,
Le vuelve la espalda
Dando mil quejidos.
Desde aquel instante
Cuenta que no quiso
Volver a consultas
Con el señor mío.
Escúchame, Anarda:
Si buscas amigos
Que te representen
Tus gracias y hechizos,
Mas que no te adviertan
Defectos y aun vicios
De aquellos que nadie
Conoce en sí mismo,
Dime, ¿de qué modo
Podrás corregirlos?
Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo.
Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió
sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor.
Y estando pensando en
ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:
-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.
Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.
Una zorra a la cual un cepo le había cortado la cola, estaba tan avergonzada, que consideraba su vida horrorosa y humillante, por lo cual decidió que la solución sería aconsejar a las demás hermanas cortarse también la cola, para así disimular con la igualdad general, su defecto personal.
Reunió entonces a todas sus compañeras, diciéndoles que la cola no sólo era un feo agregado, sino además una carga sin razón.
Pero una de ellas tomó la palabra y dijo:
-- Oye hermana, si no fuera por tu conveniencia de ahora, ¿ nos darías en realidad este consejo ?
Cuídate de los que dan consejo en busca de su propio beneficio, y no por hacer realmente un bien.
En el alegre canto del verano,
Del futuro no es pensar,
Pero el invierno está cerca.
El campo era verde, ahora rojizo,
Los días felices ya desaparecieron,
Y no sucede más,
Que una hoja da techo y almacena.
Todo se ha ido. En inviernos fríos
Desea y el hambre espera antes.
Dragon-fly no canta más:
¿Quién quiere cantar más,
Si el vientre hambriento obstaculiza.
"Querida compadre, no me dejes,
¡Seré fuerte, usted puede creerme!
Pero para manejar tormentas de invierno
Dame comida, un poco de calor.
-¡Oh, querida, es muy raro!
¿Trabajaste aquí en verano? "
Así que Ant sus formas de respuesta.
"Pero en verano estaba ocupado:
En la agradable hierba que habíamos tenido
Muchas obras y canciones por delante;
Muy a menudo
estaba mareada.
"Ah, quieres decir:" - "Hice un éxito:
Todo el verano estaba cantando: "
Estabas cantando. Bien hecho trato!
Si cualquiera de ustedes
Se da por las paredes
O arroja de un tejado
Y queda, a bien librar, descostillado,
Yo me reiré muy bien; importa un pito.
Como tenga mi bálsamo exquisito?.
Con esta relación
un chacharero
Gana mucha opinión, y más dinero:
Pues el vulgo, pendiente de sus labios,
Más quiere a un charlatán que a veinte sabios.
Por esta conveniencia
Los hay el día de hoy en toda ciencia.
Que ocupan, igualmente acreditados.
Cátedras, academias y tablados.
Prueba de esta verdad será un famoso
Doctor en elocuencia, tan copioso
En charlatanería,
Que ofreció enseñaría
A hablar discreto, con fecundo pico,
En diez años de término, a un borrico.
Sábelo el rey, le llama, y al momento
Le manda dé lecciones a un jumento:
Pero, bien entendido,
Que sería, cumpliendo
lo ofrecido,
Ricamente premiado;
Mas cuando no, que moriría ahorcado.
El doctor asegura nuevamente
Sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
“Escuche, buen hermano,
Su frescura me espanta:
A cáñamo me
huele su garganta?.
“No tomáis, señor mío,
-Respondió el charlatán-, pues yo me río.
En diez años de plazo que tenemos.
El rey, el asno o yo ¿no moriremos?”
Nadie encuentra embarazo
En dar un largo plazo
A importantes negocios; mas no advierte
Que ajusta mal su cuenta sin la muerte.
«En tu presencia, venerable río
-al Tajo de este modo habló una fuente-,
de un poeta me quejo amargamente,
porque ha dicho (y no hay tal) que yo me río».
Un arroyo añadió: «Sí, padre mío;
es una furia lo que ese hombre miente.
Yo voy a mi camino, no censuro,
y con todo se empeña en que murmuro».
Dicen que el Tajo luego
así les respondió con gran sosiego:
«¿No tengo yo también oro en mi arena?
Pues ¡qué! ¿De los poetas os espantan
los falsos testimonios? No os dé pena:
¡mayores entre sí se los levantan!
Reíd y murmurad enhorabuena».
Un gato ataco a un gallo con la intención de matarlo, pero como no tenía ningún motivo para hacerle daño, comenzó a acusarlo de la siguiente manera: sabes que eres un animal que grita mucho, con la voz
aguda que tienes, despiertas a los que duermen tranquilamente por las noches.
El gallo defendiéndose dijo: No hago ningún mal a nadie, más bien, hago un favor, ya que mi canto sirve como un despertador para los
que tienen que levantarse temprano. El gato siguió acusando al gallo, diciéndole que era un mujeriego, cuando otros animales solo tienen una pareja.
¿Acaso yo tengo la culpa de eso? No ves que el amo me ha puesto aquí
también para multiplicar a los míos.
El gato no conforme con todo, dijo: Basta ya, no me convence todo lo que has dicho, y en eso se lanzó sobre el gallo y lo mato.
Decía la víbora al sapo,
al tiempo que lo engullía:
Me gustás porque sos guapo.
Mantenés la sangre fría.
Dominás bien tus pasiones.
Y sabés – sin gritería
ni suscitar discusiones –
aceptar con alegría
la fuerza de mis razones.
Por eso es que te distingo
con mi aprecio y te prefiero.
Vos sí que sos un amigo:
disciplinado, tranquilo,
nada esquivo ni altanero....
Vos tenés los atractivos
que de un buen amigo espero.
Merecés que te rescate
del fango y la oscuridad.
Sos un sapo de quilates
y me honrás con tu amistad.
Y
pensaba el sapo, duro,
ya yerto por el veneno:
Áspid pérfido y perjuro
¡ojalá me amaras menos!
Porque no aprecio tu apuro
por liberarme del cieno.
Yo estaba en mi agujero oscuro
más feliz con mucho menos.
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Entiende la moraleja
siempre nueva y siempre vieja:
Quien te devora en seguro,
satisfecho de sí mismo
y hasta finge en su cinismo
que es su apetito amor puro,
mientras te masca te alaba
Con tal que te quedes quieto.
Hay alabanza que es baba
para comerte en secreto.
Andando de cacería, el tigre cogió a un zorro.
- A mí no puedes comerme – dijo el zorro. –
El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus
órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás como los otros animales huyen en cuanto me ven.
El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar,
escapaban.
El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él.
Un hombre tenía en su casa la imagen de un semidiós, al que ofrecía ricos sacrificios.
Como no cesaba de gastar en estos sacrificios sumas considerables, el semidiós se le apareció por la noche y le dijo:
-Amigo
mío, deja ya de dilapidar tu riqueza, porque si te gastas todo y luego te ves pobre, me echarás a mí la culpa.
Si gastas tus riquezas en cosas innecesarias, no le eches luego la culpa de tus problemas a nadie más.
Se reunieron un día las liebres y se lamentaban entre sí de llevar una vida tan precaria y temerosa, pues, en efecto, ¿No eran víctimas de los hombres, de los perros, de las águilas, y otros muchos
animales
? ¡ Más valía morir de una vez que vivir en el terror !
Tomada esta resolución, se lanzaron todas al mismo tiempo a un estanque para morir en él ahogadas.
Pero las ranas, que estaban sentadas alrededor del estanque, en cuanto oyeron el ruido de su carrera, saltaron asustadas al agua. Entonces una de las liebres, la que parecía más inteligente que las demás, dijo:
-- ¡Alto compañeras ! No hay que apurarse tanto, pues ya ven que aún hay otros más miedosos que nosotras!
El consuelo de los desgraciados es encontrar a otros en peores condiciones.
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