Poesías Cortas, Felipe Evangelista
PARA MANDAR VUESTRAS POESIAS PINCHA AQUI |
ÁNGEL NOCTURNO
A mi inolvidable Hermano Carlos Alberto (TABLÓN)
Cuando se nos va un hermano
el canto puede callar...
pero la llama fraterna
continúa, sin apagar.
Porque la sangre en su cauce
salvaguarda en su caudal
el refugio donde encuentra
afecto, la eternidad.
Girando pasa la vida
y en su alocado rodar;
va cobrando forma el alma
en un proceso ideal.
Delirante sabio loco
nunca te voy a olvidar...
Te disfrazabas de duende
para salir a jugar.
Tantos recuerdos vividos
quedaron en un lugar
de mis retinas, guardados,
y ahí van a perdurar.
Girando pasa la vida
y en su alocado rodar;
va cobrando forma el alma
en un proceso ideal.
Eras un ángel bohemio
qué en las noches solía andar
acompañando purretes
del centro hasta el arrabal.
Cuidabas de su inocencia
y con sincera hermandad
enseñabas a los pibes
el bello arte de volar.
ENTRE ÁNGELES
En sueños...
me vi rodeado de ángeles
y volando con ellos.
Hoy, siento que nada es todo
porque aprendí ya el modo
de eternizar el tiempo.
Ahora que vivo
sin mi corazón de piedra
verán que puedo
vivir sin miedos.
Nadie es feliz
en este aire
donde vuelan las cenizas;
porque en este incierto porvenir.
¡El culebreante hablar
de pitonisas
no puede presentir
el futuro en el presente
como cosa de magos!
Navegando a la deriva
que te arrastre la corriente
disfrutando de ese río
misterioso que es la vida.
NOCHE DE LAS FOGATAS
Suena con fuerza de acero
la madera en la hojalata
al compás del corazón
de un pueblo que se desangra,
y lucha por evitar
que le roben la esperanza.
¡Sin fusiles y sin bombas
con cacerolas de lata...
Mi pueblo se hizo escuchar
la noche de las fogatas!
Como pasa casi siempre
cuando la gente se cansa;
el pueblo les dijo basta
a los señores que mandan.
Peregrinando en silencio
fue hasta la historica plaza
la plaza de los reclamos,
la de mayo, la de Octubre,
la de las madres en ronda,
plaza de la esperanza.
Pero esta vez fue distinto
no habia botas ni pancartas
solo estaba el pueblo unido
a la luz de las fogatas.
Nadie sabe bien por qué;
los gestores de la nada
mancillaron la protesta
con la furia y con la rabia,
y en el piso se quedó
mi bandera ensangrentada.
Oíd mortales el grito;
qué el pueblo jamás se calla,
y esta vez para la historia
ha ganado una batalla.
VENCIENDO AL TIEMPO
Dedicado a Macó (mi amor maduro) en mínima
recompensa por haberme regalado la eternidad
en Joaquín.
Internado en la noche
entre copas y ruidos
cruzó la bohemia
dos palabras conmigo,
me dijo: -Poeta,
no te des por vencido,
no vive quien suma
los años cumplidos;
sino quien entrega
cada año vivido.
Partido en dolor
y afectos perdidos
se eleva gritando
¡Dios, estoy vivo!
Guerrero furioso
va abriendo caminos,
aún cayendo la nieve
sobre su pecho erguido,
logra encontrar el amor
y un hijo escondido
en la trama del tiempo
que cae vencido.
LOS DUENDES DEL CENTENARIO
Uruguay candombe y tango,
murga, milonga y poesía;
y la rugiente armonía
que baja del Centenario
cuando el cemento que vibra
anuncia un gol Uruguayo.
Tiene duendes ese estadio
de tantas tardes de gloria
que alimentan el recuerdo
del Celeste y sus victorias.
También en cofre seguro
-como tesoro sagrado-
guarda los goles de antaño.
Están todas las jugadas,
las gambetas y los caños
que le dieron alegria
a todos los uruguayos.
Y en ese pedazo pequeño
de noble suelo caliente
se hicieron grandes en sueños
los botijas de la gente.
Ya le mostraron al mundo
entereza e hidalguía,
y esa gloria deportiva
que arriba en el firmamento
planea como garua;
para que el mundo conozca
como es la garra charrúa.
PICADO EN LA CALLE
A los años pasados,
cincuenta vividos;
le debo un picado
jugado en la calle
de los sueños perdidos.
Y en cada pisada
del pan y queso
formar un equipo
lleno de recuerdos.
¡Al arco el fracaso,
arriba los sueños!
La Fe y la Esperanza
juegan en el medio
como centrales
dos viejos amigos
de esos que supieron
no estar nunca lejos.
Y como volantes
un amor y un beso.
Desde imaginaria
tribuna sin tiempos,
siento de la vieja;
su voz y su aliento.
Vuela el balón
por sobre la esquina
donde para la barra
que nunca se olvida.
La nostalgia es llovizna
que riega la vida.
Humedecido en ella
serás bendecido
con la eternidad
que dan los amigos;
con quienes has compartido
tan sólo un picado
jugado en la calle
de los sueños perdidos.
PEREGRINO DEL INVIERNO
Peregrino del Invierno
cierta noche en Buenos Aires;
alimentado, bebido...
y abrigado en mi ropaje
caminaba por Congreso.
¡Allí donde el pueblo hace
leyes con su pensamiento!
Umbral tras umbral había
hombres pobres que dormían
con el mármol como lecho;
protegidos por cartones
o algún cobertor desecho.
En él ultimo portal,
solo, dormitaba un perro,
enrollado y aterido
luchando contra el invierno.
Tuve para el animal
frases de piadoso afecto
y una caricia extendida
que simuló él ignorar.
Seguí entonces mi camino
rumbo al bullicioso Centro,
pero al cruzar una calle
vi que me seguía el perro;
me incliné y acaricié
su hocico canoso y viejo.
Esta vez logró entender
mi importante sentimiento;
y rozando con su rostro
mi bien abrigado cuerpo;
con gratitud amorosa
-el can devolvió mi gesto-.
Nada pedí ni entregué,
entonces fue que pensé:
-Debo darle de comer.
Fui seguido por el perro,
en busca de una cantina
que ya caliente y humeante
tuviera su chimenea.
Poco antes de llegar
en medio de la vereda
él se volvió a echar
y yo lo deje en espera.
Al cantinero ordené
qué urgentemente sirviera
carne, que ahí cocinaba,
en deshechable bandeja.
Con el alimento en mano
salí de nuevo a la calle
sólo para descubrir
que mi amigo ya no estaba.
Lo busqué, sin mucha suerte...
crucé de nuevo la calle
y su inmensa soledad
me hizo sentir el frío
de la indiferencia humana.
¿Qué hacer con esta comida?
-empezaba a preguntarme-
Cuando vi en otros umbrales
más personas en la calle.
Me dirigí al más anciano
y le entregué la bandeja.
“Muchas gracias, buen señor.”
Dijo, somnolientamente.
«No soy dueño de tus gracias».
Le contesté, con afecto.
“¿Puedo saber quién te ha enviado?
o a quién debo agradecer?”
Preguntó aquel desdichado.
«Ningún humano me ha enviado,
tampoco estaba enterado
del hambre que tú padeces».
-Contesté como apurado-.
“Entonces, dígame ¿a quién
esto debo agradecer?”
-volvió el viejo a preguntar-
Para calmar su insistencia
le dije: «Cerca de aquí
hay un ángel admirable
velando siempre por ti».
¡Vida frágil y cambiante
cuando sufriendo yo esté
que Dios recuerde esa noche
donde recuperé mi fe!.