El rey iba a menudo de feria en feria, y de banquete en banquete, y de todas partes les traía recuerdos a sus dos hijas mayores. Un día, cuando se dirigía a una fiesta, le dijo a su hija más joven:
—Nunca te traigo nada cuando llego a casa; dime entonces qué es lo que más deseas y te lo traeré.
Ella le respondió:
—Nunca pido nada.
—Sí, lo sé. Pero esta vez quiero traerte algo.
—Entonces traeme una flor.
Él marchó y en su viaje compró y compró, para una un sombrero y para la otra un hermoso vestido; y de nuevo para la primera un mantón y para la segunda pedrería; y entonces volviendo a casa pasó frente a un hermoso castillo y vio que tenía un grandioso jardín lleno de flores y se dijo a sí mismo: «¡Ay va! Vuelvo a casa sin una flor para mi hija. Aquí encontraré cientos de ellas.»
Y tomó algunas y, tan pronto como se disponía a partir, una voz le dijo:
—¿Quién te ha dado permiso para coger esa flor? Ya que tienes tres hijas, si no me traes una de ellas antes de que el año haya acabado, te destruiré allí adondequiera que vayas, y contigo a todo tu reino.
El rey regresó a casa y entregó sus presentes a sus hijas, y un ramillete a la más joven. Se lo agradeció muchísimo. Pero tras un tiempo el rey se volvió triste. Su hija mayor le preguntó:
—¿Qué es lo que te preocupa, padre?
—Si una de mis hijas no va a ese lugar antes de que termine el año… todo será destruido —le respondió.
—¡Que se destruya, si es por mí! No pienso ir. No tengo ninguna intención de hacerlo. Resuélvelo con las otras —respondió la mayor.
—Maneja tus asuntos como quieras, pero no me involucres —respondió la segunda.
La más joven, después de unos días, le hizo la misma pregunta a su padre:
—¿Qué es lo que te preocupa, padre? ¿Por qué estás tan triste? ¿Acaso alguien te ha ofendido?
Y él le respondió:
—Cuando fui a recoger ese ramillete para ti una voz me dijo «debo tener una de tus hijas antes de que termine el año», y ahora no sé qué debo hacer. Me dijo que si no me destruiría a mí y al reino.
Y su hija le respondió:
—Padre, no debes preocuparte. Iré yo.
E inmediatamente tomó un carruaje. Cuando llegó al castillo y entró escuchó música y voces de regocijo por todas partes, y sin embargo no vio a nadie. Encontró chocolate en una mesa en el salón, pues era todavía muy pronto. Y cuando llegó la noche su cena lista. Se fue a dormir a uno de los dormitorios abiertos y todavía no se encontró con nadie.
A la mañana siguiente una voz le dijo:
—Cierra tus ojos. Deseo colocar mi cabeza sobre tus rodillas por un momento.
—Ven si quieres. No te tengo miedo.
Y entonces apareció una gigantesca serpiente. La joven al verlo no pudo evitar ponerse a temblar. Un instante después la serpiente se fue, y la joven vivió feliz, sin que le faltase de nada, durante mucho tiempo. Sin embargo un día la voz le preguntó si no deseaba volver a casa.
Ella le respondió:
—Soy muy feliz aquí. No tengo ese deseo.
—Si lo deseas, puedes ir por tres días.
Y le dio un anillo y le dijo que si cambiaba de color, era porque él enfermaba, y que si sangraba era porque estaba a punto de morir.
La joven volvió a casa de su padre y todo el mundo se alegró muchísimo de verla. Sus hermanas mayores le dijeron:
—Debes ser muy feliz allí. Estás más bonita que nunca. ¿Con quién vives?
Y ella respondió que con una serpiente.
Nadie la creyó. Los tres días volaron como si fueran un sueño y ella se olvidó de la serpiente. Al cuarto día miró su anillo y se dio cuenta de que había cambiado. Lo rozó con la punta del dedo y el anillo empezó a sangrar. Corrió a comunicarle a su padre que se iba y salió corriendo de vuelta al castillo. Cuando llegó todo se veía triste y apagado. La música no sonaba, todas las voces se habían callado. Ella llamó a la serpiente (su nombre era Azor, y el suyo Fifine). Siguió llamándole una y otra vez hasta gritar por él pero Azor no apareció. Tras haber recorrido toda la casa se quitó los zapatos y fue al jardín, donde lloró amargamente.
Lo encontró finalmente en una esquina remota del jardín, helado, e inmediatamente encendió un gran fuego junto a él, y Azor le dijo a ella:
—Me habías olvidado. Si no hubieras encendido este fuego todo habría terminado para mí.
Fifine le respondió:
—Sí, te había olvidado, pero el anillo hizo que pensara en ti.
—Sabía que esto pasaría; por eso te di el anillo.
Y entraron en la casa, donde ella vio que todo había vuelto a la normalidad y de que el piano volvía a sonar.
Pasaron algunos días y entonces Azor le preguntó:
—Deberías casarte conmigo.
Ella no pudo darle respuesta. Él le preguntó hasta tres veces pero ella mantuvo el silencio. La casa se volvió triste de nuevo, y ella no encontró más cenas preparadas ni desayunos listos. De nuevo Azor le preguntó si se casaría con él. Sin respuesta, ella permaneció en esa casa oscura bastantes días sin comer nada, hasta que finalmente se dijo a sí misma: «Me cueste lo que me cueste, debo decirle que sí.»
Cuando la serpiente le volvió a preguntar ella cambió su respuesta:
—No me casaré con una serpiente, sino con un hombre.
Y tan pronto como ella dijo eso la música volvió a sonar. Azor le dijo que debía ir a casa de su padre y así preparar todas sus cosas, todo lo que fuera necesario para casarse al día siguiente. La joven hizo así, y le comunicó a su padre que se casaría con la serpiente. Su padre consintió pero se enfadó mucho. Sus hermanas también le preguntaron por qué se casaba con él, ya que no daban crédito.
Fifine volvió junto a Azor y él le preguntó:
—¿Qué prefieres? ¿De la casa a la iglesia, serpiente; o de la iglesia a casa, serpiente?
Ella le respondió:
—De la casa a la iglesia, serpiente.
—Yo también —dijo él.
Un hermoso carruaje los recogió en la puerta. La serpiente entró y Fifine ocupó su lugar a su lado, y cuando llegaron a la casa del rey la serpiente le dijo:
—Cierra las puertas y las cortinas; nadie debe verlo.
—Pero ellos te verán en cuanto bajes del carruaje.
—No importa; ciérralo todo.
Ella fue con su padre, y su padre acudió con toda su corte a recibir a la serpiente. Él abrió la puerta y todos se quedaron estupefactos, pues en lugar de una serpiente apareció un apuesto joven, y con él acudieron a la iglesia.
Tras la ceremonia hubo un gran banquete en casa del rey, pero el novio le dijo a su esposa:
—Hoy no debemos festejarlo. Tenemos un importante trabajo que hacer en la casa; volveremos otro día para la fiesta.
Ella se lo dijo a su padre y se fueron. Cuando llegaron el novio le trajo a ella una gran cesta con piel de serpiente en el interior, y le dijo que debía hacer un gran fuego, y que cuando oyera la primera campana de la medianoche debía lanzar la piel al fuego. Debía quemarse entera, y luego tirar las cenizas por la ventana antes de que la última campanada de las doce sonara. Si no lo hacía así, se volvería a transformar para siempre.
—Haré lo que me pides y tendré éxito.
Ella comenzó antes de medianoche a hacer el fuego, y tan pronto como oyó la primera campanada lanzó la piel de serpiente, y la movió y aplastó para que se quemara completamente antes de que sonaran las diez primeras campanadas. Luego tomó una pala y sacó las cenizas fuera, y así sonaron las doce campanadas indicando el final.
Una terrible voz dijo:
—Maldigo tu inteligencia y lo que acabas de hacer.
Y al mismo tiempo entró su marido. Ambos lo celebraron con besos y abrazos y él le explicó el gran bien que había hecho por él.
—Ahora no temo nada. Si no hubieras hecho tal y como te dije, habría sido transformado otros veinte años en serpiente. Pero ahora todo ha acabado y volveremos mañana a la casa de tu padre para festejar la boda.
Y así hicieron, y todos lo disfrutaron. Volvieron a su palacio a recoger las posesiones más valiosas que tenían pues habían sido invitados a vivir para siempre junto con el rey. La joven tuvo cuatro hijos, dos niños y dos niñas, y sus hermanas se sintieron tan celosas que su padre las mandó fuera de la casa. El rey le dio la corona a su yerno, y así vivieron felices y en la abundancia.
Biografía
Los hermanos Grimm, Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en Hanau, Hesse (Alemania). A los 20 años de edad, Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca. Ambos catedráticos de filología alemana, ya antes de llegar a los 30 años habían logrado sobresalir gracias a sus publicaciones y cuentos.
Conocidos sobre todo por sus colecciones de canciones y cuentos populares, así como por los trabajos de Jacob en la historia de la lingüística y de la filología alemanas, eran los dos hermanos mayores de un total de seis, hijos de un abogado y pastor de la Iglesia Calvinista.
Siguiendo los pasos de su padre, estudiaron derecho en la Universidad de Marburgo (1802-1806), donde iniciaron una intensa relación con C. Brentano, quien les introdujo en la poesía popular, y con F. K. von Savigny, el cual los inició en un método de investigación de textos que supuso la base de sus trabajos posteriores. Se adhirieron además a las ideas sobre poesía popular del filósofo J.G. Herder.
Entre 1812 y 1822, los hermanos Grimm publicaron los Cuentos infantiles y del hogar, una colección de cuentos recogidos de diferentes tradiciones, a menudo conocida como Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. El gran mérito de Wilhelm Grimm fue el de mantener en esta publicación el carácter original de los relatos. Siguió luego otra colección de leyendas históricas germanas, Leyendas alemanas (1816-1818). Jacob Grimm, por su parte, volvió al estudio de la filología con un trabajo sobre gramática, La gramática alemana (1819-1837), que ha ejercido gran influencia en los estudios contemporáneos de lingüística.
Fueron profesores universitarios en Kassel y Göttingen. Siendo profesores de la Universidad de dicho lugar, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt y como miembros de la Real Academia de las Ciencias.
Cómo la sabiduria se esparció por el mundo |