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EL AMIGO JUAN

Cuento enviado desde Argentina por Victor Durand

EL AMIGO JUAN Juán, era un amigo de inquebrantable voluntad, que a la edad de veinte años se mudó del barrio. En mi memoria llevo el hermoso recuerdo de la infancia y adolescencia. Pasaron los años y un día de invierno encontré a Juán en los pasillos del Hospital. Contó que su padre estaba enfermo e internado, que necesitaba descansar y no podía, porque su padre necesitaba permanente cuidado. Yo, me ofrecí cuidarlo esa noche y fui a casa a buscar el equipo de mate y un buen libro para leer. Juán, indicó lo que debía hacer y se fue a descansar. Las horas pasaron. Los enfermeros cumplían sus funciones solo si lo iban a buscar a la sala de enfermerías después de la cero hora. Pedro, el padre de Juán, repentinamente comenzó a respirar con dificultad y por momentos se ahogaba. Avisé en la enfermería y el enfermero trasladó un tubo contenedor de oxígeno al lado de la cama. Cubrió la nariz y la boca con la máscara que por medio de una manguera se conectaba directamente al pico de la válvula del tubo. El enfermero, me enseñó a regular la presión del fluido con el movimiento giratorio de rodete que debía hacerlo manualmente. Después de la clase, el enfermero se retiró y yo me dispuse a tomar algunos mates y sentado frente a la cama comencé a leer. De pronto, escucho al joven de la cama de a lado que pide permiso para que me quite del camino, porque necesitaba ir hasta el baño. En el estrecho lugar debía moverme con cuidado, pero como él tenía apuros, pasó con cierta dificultad que enganchó el pié en la manguera y al estirarse el tubo de plástico flexible se salió del rostro del señor Pedro. El muchacho se enredó y el botellón de acero se balanceó que imprudentemente el joven lo sujetó por lo más alto y allí estaba el rodete de la válvula que lo abrió y desde el tubo salió el filete del oxígeno generando silbidos que alertó a todos los pacientes que abandonaron sus camas para ir corriendo por la sala en dirección a la galería. El enorme tubo cayó pesadamente al piso y al impactar la válvula se abrió un poco más y la manguera saltaba de un lado a otro como una rana asustada. El ruido iba en aumento y todos corrían para estar a salvo de una catástrofe que se avecinaba. El señor Pedro, se levantó como un relámpago y pasó a mi lado sin decir una sola palabra. Yo, agotaba la última cuota de tranquilidad y observé a las personas vestidas de blanco como si hubiesen recibido el manto del milagro porque de lo mal que estaban, pasaron a correr como si estuvieran en competencia olímpica. Yo, encorvé el torso y con la mano, cerré la válvula. Luego levanté el pesado cilindro de acero. Los pacientes suspiraron y abrieron los ojos para asegurarse que todo estaba bien. Observé que cada persona se aproximaban a sus camas y volvieron a quejarse del dolor. El señor Pedro regresó y lo ayudé a acostarse. El enfermero le colocó la máscara y comenzó el procedimiento de maniobras en la válvula hasta que el caudal de oxígeno era el óptimo. La luz de un nuevo día, iluminó la sala del Hospital, y Juán se presentó con el paquete de facturas que compró en la panadería. Saludó y preguntó: -¿Pasaste bien la noche...? -Bueno... si... - Respondí. -Agradezco la amabilidad por cuidar a mi padre... -Antes de despedirme- Interrupí- Debo decirte que debes tener mucho cuidado con el joven de la cama de al lado. Me parece que es un poco torpe...



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