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Antonio Carvajal,

poesias cortas

 


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Antonio Carvajal

A ti, siempre alegría

                                       Es el pagaros gloria tan subida
                         que cuanto más os pago, más os debo.


A ti, siempre alegría
si jazmín amanezcas
o canario en la jaula
de mi ventana seas.
Pero más si tu cuerpo
en mi amor se concreta,
de una herencia celeste
suavísimo albacea.

Mucho más cuando carne
de mi carne te entregas
y ante tus labios pálidas
son todas las anémonas,
si luna, porque clara;
si mar, porque serena;
si vegetal, por ser
prisión para la estrella.

Pues te debo alegría
y esperanza y certeza
y ser quien soy sin ti
no puede ser sin mengua,
tómame por rehenes
de mi amorosa deuda
y canario en la jaula
de tu ventana sea.

Y todavía, entonces,
¿cómo no te debiera
el alpiste y el agua
y la lechuga tierna?
Tenme como un jazmín
silvestre que, a tu vera,
se nutra de suspiros,
mi amor, mientras sesteas.

 

 

A veces el amor tiene caricias...

A veces el amor tiene caricias
frías, como navajas de barbero.
Cierras los ojos. Das tu cuello entero
a un peligroso filo de delicias.

Otras veces se clava como aguja
irisada de sedas en el raso
del bastidor: raso del lento ocaso
donde un cisne precoz se somorguja.

En general, adopta una manera
belicosa, de horcas y cuchillos,
de lanza en ristre o de falcón en mano.

Pero es lo más frecuente que te hiera
con ojos tan serenos y sencillos
como un arroyo fresco en el verano.

 

 

 

Aldaba de noviembre

Una tristeza dulce y anterior
al suspiro y las lágrimas,
anterior al idilio de la tarde
azul y el jacaranda,
invade la memoria con su música,
su brisa, su nostalgia:
Es la tristeza de mirar el cielo
cautivo entre las ramas.

 

 

 

Amor mío te ofrezco mi cabeza en un plato...

Amor mío te ofrezco mi cabeza en un plato:
desayuna. Te ofrezco mi corazón pequeño,
y una vena fecunda que tu lengua de gato
ha de lamer, ya claras las arrugas del ceño.

Otra copita y basta: Amor mío, qué rato
más feliz tu mordisco, como un nudo de sueño,
Yo escalo las paredes, tú apacientas un hato,
y yo balo en la sombra como cabra sin dueño.

Para ti no es la sombra, para ti es sólo el día,
mi Amor nunca tocado por un dedo de bruma,
mi Amor nunca dejado por la indemne alegría.

Te ofrezco un dedo rosa y unos labios de espuma,
Amor mío; te ofrezco la lengua que tenía
cuando dije tu nombre y era el eco una pluma.

"Tigres en el jardín" 1968

 

 

 

Anunciación de la carne

Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,
vino el ángel del cielo a verme una mañana;
yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana
con un candor desnudo de lino y alhelíes.

Su corte de querubes y jilgueros turquíes,
cambiaba por mi leche, mi miel y mi manzana;
el beso y la mejilla eran de nácar grana,
de tibios surtidores y absortos colibríes.

Se deslizó en mis venas como pez por el río
y, al tiempo que en su torre daba el reloj la hora,
mané sangre y luceros mezclados con rocío.

Me cerró las heridas su boca que enamora
y abrazando mi cuerpo transitado en su brío,
me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la aurora.

 

 

 

 

Bajo continuo

Como en la muchedumbre de los besos
tantos pierden relieve -sólo el beso
inicial y el postrero por los labios
recibidos perduran-, estas flores
que el año nuevo entrega: Con el blanco
del almendro en su abrigo contra el norte,
la voz del macasar, no su presencia;
hoy, esta rosa. ¿La aguardabas? Huele
como la adolescencia y sus deseos.
Pero en medio se abrieron las cidonias,
los ciruelos, manzanos y perales,
tantos y tantos, rojos, rosas, blancos,
y apenas los mirabas: Como el gozo
de unos brazos constantes de certeza
te acogieron, te acogen, y recuerdas
sólo el primer calor, sólo la boca
que te ha dicho, al partir esta mañana:
"No vuelvas tarde".

Pasas por los campos:
Entre las hojas con su verde intenso,
aún canta la blancura de los pétalos.
Es la felicidad que da sus trinos,
sus trémolos, su leve melodía,
sobre un bajo continuo de sosiego,
de paz, de vuelta al labio no sabido
en la forma, en la flor que te formule.

 

 

            

Cantar de amigo

Di, noche, amiga de los oprimidos,
di, noche, hermana de los solidarios,

¿dónde dejaste al que ayer fue mi amigo,
dónde dejaste al que ayer fue mi hermano?

-Verde le dejo junto al mar tranquilo;
joven le dejo junto al mar callado.

 

 

 

Capricho

Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;

la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;

la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;

la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.

Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:

no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.

 

 

 

Como carne apretada a nuestros huesos...

Como carne apretada a nuestros huesos
nos envuelve el amor más solo y puro,
que, apartados del mundo y su conjuro,
vivimos un festín de fiebre y besos.

Este recinto prieto, donde presos
unánimes nos damos un seguro.
este campo solar y nido oscuro
abona en gracia vida y embelesos.

Contagiados de mundo, sin embargo,
lucha es la vida con caudal de grito,
y a veces un sollozo y un letargo.

Y es que el dolor destroza nuestro mito
y el dulce amor nos sabe tan amargo
como la sed de un páramo infinito.

 

 

Correspondencia 

Fosa común de pájaros y fuentes 
eran tus ojos en la tarde ardida. 
Había un brillo cruel de luz mordida 
en tus labios sin besos y en tus dientes. 

Ayer dos corazones coincidentes, 
hoy dos bordes sangrantes de una herida, 
mañana doble sombra de guarida 
de sierpes y de lobos impacientes. 

Tú, aquí; él, por ahí: Porque no es buena 
la vida, no: No es justa y no es sagrada 
para quien muerde el fruto de la ciencia. 

Esa ciencia que nace de la pena 
de no verse mirada en su mirada, 
pedir amor y recibir paciencia.

 

 

 

Cuentas de vidrio

Así, rodado, crepitado, ungido,
estarcido y flagrado,
como derrama un niño cuenta y cuenta
de vidrio en la sonora
patena de la noche, te he entregado
mi puño y mi tormenta
y he nombrado
como albacea la Aurora.

Agujas y sedales han cosido
mi lengua al paladar, donde tú abrías
ya no sé qué navajas o alegrías,
qué sigilo mortal, qué luz de olvido.

No pido compasión; sangre te pido
y músculos joyantes y agonías,
devoradoras águilas, orgías
y uñas escodadoras del sentido.

Y vivir y cantar y la condena
cumplir de nuestro amor y ver la cima
del monte más temible destrozada

por un súbito embate de carena,
por una mano que la piedra oprima
con el temblor sediento de la espada.

"Serenata y navaja"  1973

 

 

 

Dame, dame la noche del desnudo...

Dame, dame la noche del desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.

Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento, bullidor y rudo.

Dame, dame la siesta de tu boca,
dame la tarde de tu piel, tu pelo:
sé lecho, sé volcán, sé desvarío.

Que toda plenitud me sepa a poca,
como a la estrella es poco todo el cielo,
como la mar es poca para el río.

 

 

 

Deshojar un recuerdo se convierte...

Deshojar un recuerdo se convierte
en un trabajo lleno de rocío,
como un campo de lirios y cerezos
donde me vieras sin estar conmigo.

Dócilmente te tiendes a mi lado,
extiendes tu cabello, abres al lino
interiores de concha y amaranto:
el alba fija tus contornos tibios.

Yo repaso el silencio suavemente,
fluyen las horas, y en su claro signo
ponemos un común astro de besos,
y damos los recuerdos al olvido.

Todo lo que anhelé, tú me lo has dado;
todo lo que viví, por ti está vivo;
lo que no fuiste tú, sombra es de un sueño
y no esta flor quemándose en tu brillo.

Tus alas puras lo tocaron todo
Y aún vuelas en mi gesto pensativo.
Oh, no levantes más recuerdos yertos.
Déjame en ti gozosamente hundido.

 


Después que me miraste

Oigo tu voz muy remota:
¿Me llamas por la alameda
al fondo, donde las hojas
o fulgen de brisa o tiemblan?

¿O me llamas desde arriba,
desde mi memoria, desde
tu propio silencio, íntima
delicia de conocerte?

¿Por qué me llamas, si sabes
que me tienes, que nos somos,
que después que me miraste
desde tu voz te respondo?

 

 



Después que me miraste, 22

Cuéntase de un zagal heroico antiguo
tal singular hazaña: consiguió
dominar preciadísimo caballo
asustadizo de su sombra

guiándolo hacia el sol; obtuvo, así,
loa y acatamiento de los hombres.
Pero mayor hazaña fue la tuya
después que me miraste
pues mi pasión e instinto condujiste
a la luz de la vida y hoy me miro
en el espejo de tus ojos puros
dócil corcel de amor.

 

 

 

Duérmete ahora, sentimiento mío...

Duérmete ahora, sentimiento mío.
Déjame en esta paz que me regalan
la silenciosa habitación, las suaves
luces, las tenues llamas.

Ya sé que ayer fue dura la congoja
y no sé cómo el corazón mañana
soportará romper con estos lazos,
con estas quietas brasas.

Pero no me perturbes esta noche
en que mi terca sangre se acompasa
al fluir de otras vidas más serenas,
al soplo de otra gracia.

Y tú, indiscreto pensamiento mío
pájaro equivocado de sus alas,
duerme también y deja que la noche
me abrigue, limpia, el alma.

De "Miradas sobre el agua"

 

 

Ebriedad de sol

Vente conmigo a esta caliente fosa,
al hueco en que un arcángel nunca anida:
es foso de leones o manida
de sangre, no de pétalos de rosa.

Aquí los huesos silban, y qué hermosa
es su canción de besos y de herida.
El relámpago apenas tiene vida
en tanta huesa amante y cavernosa.

Ay, ven conmigo. Duérmete a mi lado.
El gusano no puede con el sueño,
vino es la muerte de metal fundido.

Tierra en la tierra ya, nuestro costado
será un arpa que tañe el Sol -su dueño-
para darle al Amor nuestro sonido.

"Serenata y navaja"  1973

 

 

 

El amor busca plumas clandestinas  

Nació bajo la luz de una tarde de estío.
Súbitamente herido,
por calles, por tranvías, por geranios, por trajes,
liquen de labios, desplegó sus alas.

Rodó por archipiélagos de madreselva húmeda,
por vinos aromados y miradas furtivas,
pero temió las cárdenas navajas
que al inocente acechan.

Por la tronera trémula del pino
podían dispararse cerbatanas,
flechas extintas como espejos sucios.
...Súbitamente herido.

El amor busca plumas clandestinas,
rodando por los nombres de los meses,
errando las ambiguas direcciones,
bares de moho, pensativas lunas,
súbitamente herido.

Tenía grandes alas, como fuentes,
como cedros, crepúsculos, alondras;
iba por avenidas y jardines
encorvado de piedras y deseo...
Súbitamente herido.
Oh los deseos que en el tiempo anidan,
que incuban sus estrellas, sus acíbares,
y sobre el campo hostil dejan cristales,
nácar de empuñadura de navaja,
caparazones de marfil, diademas
de sangre sexual. Buscaba plumas
clandestinas, covachas, paraísos
terrenales, ocultos, donde el hombre
no acosa como hiena, como hombre,
como sonrisa cómplice, ni escándalo.
¡Qué escándalo de plumas! Centinelas
de la certera soledad prendían
hachones en la noche
por barrancos, colinas,
por cactos polvorientos, por yacijas
donde el amor inventa su mínima aventura,
súbitamente herido.
         
          El amor se resiste a los acosos,
súbitamente herido,
          tiene oídos nocturnos, grandes ojos.
súbitamente herido,
          las alas cubren con temor su torso,
súbitamente herido,
          y es feliz con sus plumas de abandono,
súbitamente herido.

Acacias, gritos, campanadas, sombras,
buzones, fechas, compasión, sollozos:
para que su rumor no desvele a los bosques,
pasa el amor con la noche en los hombros.

 

 

 

El deseo es un agua

I
Siempre vive, pervive, sobrevive y asciende,
como un astro y sus luces, el deseo a los cielos,
sin confundirse nunca con el cuerpo logrado,
sin renunciar jamás al clamor de la sangre,

a las yemas feroces donde mana
una mano las nieves sin estrépito,
boca que sigue el trazo de las aves
más allá de la noche y su sospecha.
Abierta noche insomne cuyos dientes
tiñen la sangre de un rumor perplejo,
tacto de mineral, cristal y lágrima
que el mar bebiera y en la luz se cumple
abrasadoramente, ardidamente
por donde el tiempo yergue sus promesas.

Siempre en silencio perseguido y dúctil,
resbalando por montes de corales tranquilos,
superviviente frágil que sobrenada el canto
último en que los barcos naufragaron sin día,
recubierto de arenas marchitas y de pétalos
para perder los labios donde la luna insiste,
resiste. Donde el hierro, carmín rozado, frente
de otro pesar sin nubes se desliza convulso
como serpiente muda que las sombras escruta
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
musgos frescos, saladas
márgenes, sonorosas
pulpas hendidas, siempre
perseguidora inmune
al sudor del estío,
al frescor de unos ojos
palpitantes de lábiles
corpúsculos de aurora,
nunca dormida, nunca
cubierta por las alas mullidas
del olvido.

II
La sangre, hierro convexo, pegajosa brasa
sin renuncias, mana y no cubre, fluye
y reclama vasos, céspedes hondos, cuellos
por donde el aire resuena
con cansancios de oboe
henchido con el cuerpo que le negó la aurora,
buscando el lecho estéril y la sombra baldía,
fingiendo la planicie,
la suave piel sin fechas,
forma de fruto y pecho
desnudo de latidos,
y el pedernal lo gime.

¡Oh cosechas vencidas, oh simientes
siempre más generosas que los ojos,
más ofrecidas a las chispas súbitas
que la lengua convulsa de mentiras,
volved, volved al suelo, y la amapola
cante en las primaveras de otros sueños,
otro rumor de latidos acordes,
un desvanecimiento de los labios ardidos,
mordidos, mientras gime
la serpiente en la pulpa
borrascosa, sumida
en su propio deseo,
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
perseguidora inmune
al sudor del estío,
mientras la sangre consta,
mientras vuelve, revuélvese, se disuelve y desciende
como liquen sin luces el sopor a los cuerpos,
manteniéndolos siempre sobre el duro equilibrio
de una luz prometida que nunca, nunca alcanzan,
y una sombra perenne que los ata y los ciega!

III
No es el azul ni distante-ni irónico,
ni en las puertas perplejas que entreabren
una posible llama donde el jazmín crepite
cuelgan los ramos tristes,
las pupilas, la fría
mueca por la que pierden su sollozo
quienes nunca lograron confundirse en la noche,
quienes nunca lograron que la niebla
tiñera los jardines del deseo
con otra luz que su rencor no hubiere,
mientras en las orillas, por la nube
primera, como frutos destronados
por la estrella rival y melancólica,
surten los barcos de enramadas velas,
la proa hacia los reinos de la llama,
inocente e inmune
al cierzo muerto, al austro
perseguidor de yeguas y leones,
de corzos con la lengua estremecida
por las hierbas recientes de rocío
junto a la nieve y el azul que ríen.

Porque se supo siempre
que nos habita el hálito
de un alma nunca nuestra,
víctimas de los límites
que las sombras imponen
al cuerpo y al deseo.

Porque siempre nos queda
una duda en racimos
de sed, una serpiente
de lava que si aflora
castigamos con dura
resolución de niebla,
siempre fingidos, nunca
con resplandor de carne
abrasadoramente
entregada a los vientos
que la muevan, fecunden
de pájaros y abejas,
la miel, el vuelo, el canto
por el azul extenso,

y nos llama la sombra,
no la llama, no el río
con su rumor frondoso,
su luz y su clemencia,

y el vano giro y la inventada roca
que rueda y vuelve a su lugar nativo
no los miramos como ser podrían,
concreciones de piel, sed y silencio
que como pulpa blanda entre los rígidos
y amenazantes dedos de la noche
promete siempre abrasadoramente
la nueva floración, la sangre virgen
negada por los ángeles
hipócritas que cubren
su torso con las capas
del rencor y la envidia,

nunca para dar paz, nunca para que el gozo
de la piel amanezca sobre aquellas mejillas
donde una vez pusimos la mirada y los labios,
tan ardorosamente, tan gozosos, tan ebrios
de un primer resplandor, de un desplegado
astro en sus luces sobre el mar dormido.

IV
¿De qué pútridas huellas
se yergue este perplejo
sinsabor de unos muros
para la luz cansancio,
para la sed derrota,
calumnia del rocío?

Desplegaba la tarde sus desdenes
en el ocre frenético, en el cisma
de un sol de labios húmedos,
de un hondo respirar que el sueño oprime,

y el invicto deseo
golpeaba los vidrios
de aquella luna, cima
de la desolación,
hierro concreto y linde
donde el pájaro abate
todo el candor de sus plumas hendidas,
el despliegue inconstante de la rica, la grácil
persecución de un pecho
donde anidan espejos,
simulacros de un vino
que hace vivir las algas,
las espumas rocosas
donde el beso se extingue
casi con claridad de esperanza o de culmen.

Pero el muro no basta
para torcer el curso
de las alas, los labios, las yemas, los cansancios
que fustiga la sangre y recorre el silencio
como una desplegada resplandeciente copa.

Beber y hundir los ojos, con las sienes
golpeadas por núbiles enloquecidos potros,
puentes hacia el extremo poniente sin rencores,
allí donde nos consta,
donde canta el deseo.

V
El deseo es un agua
retenida en los ojos,
resbalada en los labios
que en la sombra sugieren
lentas lunas amargas,
fulguración y súplica y suplicio,
dura omisión de resplandor silvestre,
terrestre, con escamas como días,
como fechas impuestas a los súbitos
relámpagos insomnes, a la carne
que sabe cierto el límite y el trémulo
deshacerse en la luz que así la nutre,
incorporarse a un borde sin semillas.

El deseo es un agua que persigue
álamos blancos, valles y riberas,
un horizonte despejado y quieto,

alma región luciente donde fluye
una canción con labios que la dicen,
nutritiva plegaria, cuerpo solo
en que arder y vivir fueran la dicha,
el gozo, el vuelo, el silbo, el aire, el sol.

 

 

 

Hacia las cumbres iba...

Primer acorde. Alhambra

Hacia las cumbres iba,
hacia las verdes cumbres, su deseo.
Allí aprendió que la melancolía,
cuerpo lento del tiempo,
cuerpo del agua frágil detenida
en los vasos secretos,
a conformar empieza la memoria. 

Lleno de suaves algas y de pétalos
sumergidos, de platas indecisas
y de leves luceros,
allí esperó que la frescura nítida
y los blandos oreos
condujesen su sed, su amor, su dicha 
sin nombre hasta los cielos,
las visiones perfectas, la precisa
iniciación del vuelo
y supo allí que la belleza efímera
es de toda verdad fuente y espejo.

 

 

 

Idilio

Dicen todos: Ellos son,
ellos cantan, ellos miran
la aurora de las acequias,
el ruiseñor que origina
tristezas de amor, extrañas
y suaves melancolías.
¡Cuánta flor han deshojado,
cuánta mirada cautiva,
cuánto encaje de hilo limpio,
cuánto beso sobre el día
que como un pozo de brasas
se enciende y los aniquila!

...no son ellos; ya no son
más que tórtola en la encina,
más que el agua del venero,
más que la flor de alegría,
más que una vara de nardos
llameante a maravilla,
el torso bello y desnudo,
la boca que les destila
ámbares, rosas, jazmines
y una palabra no dicha,
palabra sola que son,
amor, amor... Y la brisa
los lleva, blancos y puros,
los lleva a las altas cimas,
los lleva a las luces ebrias,
hacia las estrellas fijas...

 

 

 

La música en viana

                                                         A Guillermo González

Evocar la palabra con que formé mis labios,
las palabras, la música de un surtidor tendido:
Pérfidos, jaspes, mármoles, columnas derribadas,
capiteles y sueños, jazmines y celindos.
¿Y el azahar? ¿Y el aire que duele como un agua
equivocada y tensa por las veras del río?
y el pez de la memoria deslizándose, yéndose
por palabras perdidas, con su rumor de niño.

La más humilde de todas,
la más silente,
no es el grosero alelí,
no es la violeta campestre,
sino el geranio, tan duro,
sino el geranio que mueve
sus ofrecidas umbelas
entre el viento y las paredes.
Tanto color en la flor,
y las hojas cómo huelen.

Amenos valles, ríos
de salud, sonrosados
cielos de tarde -el ángel
protector, más hermoso
que la salud, sonríe-.
La súbita ceguera
se puebla de recuerdos.
Es un dolor: Dejadme
con la música a solas,
que me vuelva la tierra
del sol: que me despierte
con la miel en los labios
y la salud del alma.

¡Oh flor de España!, ¿qué
no es flor en ti, si piedra,
si estuco, si rocío,
si muralla, si hiedra?
toda interior, tú, patio
de la vida serena.
(Fantasía) No es canción ni lamento ni murmullo:
trino que el corazón hiciera suyo.
Trino sin voz, pero con alma y vuelo,
las densas manos de un amor sin duelo.
Las densas manos que desgranan ecos
de espesos sueños y de pechos secos.

Guadalquivir abajo la agonía
de un sol todo memoria y melodía.

Guadalquivir arriba suena un árbol
gota de llanto que resbala en mármol.

No es blanco ni verde
ni amarillo ni anaranjado; vence
en blancura al jazmín,
en tiempo a la magnolia,
en fuego al querubín.
Azahar, azahara,
azahares sin fin.

Esta música, el ansia de más vida,
¿qué viola del cielo la ha vibrado?
¿Qué pensamiento entre la carne herida
abrió su triste pétalo morado?

Qué corcel de rumor sin voz ni brida
para su pétreo paso desbocado
galopa por un cielo equivocado,
neutra la estrella turbia o escondida?

Esta música llena de añoranza
que no alcanza a colmar una esperanza,
que tiene nombres pero está vacía

de presente, de amor, ¿qué melodía
íntima la sostiene, qué sosiego
quiere alcanzar, entre el dolor y el fuego?

El rumor de los pozos,
negro en lo blanco,
el rumor de los pozos,
fresco en los labios,

el rumor de los pozos,
Córdoba madre,
el rumor de los pozos,
negro en el aire.

Guillermo, estas palabras se alimentan
de un recuerdo de música y jardines.
Tú pusiste la música, que estaban
los jardines soñándote, esperándote.

Gracias por tanta luz, por la belleza
que tu pasión, que tu conocimiento,
elevan como triunfo -doble arcángel:
Albéniz, Falla-, en Córdoba, en mi vida.

 

 

 

La somnolencia

A determinada edad
pero imprecisa fecha,
he descubierto en mí
-como, un día, al mirarnos en el espejo, percibimos
una peca, muy diminuta, muy subrepticia
pero constante- una extraña
compasión. No se trata de un ángel
vestido de penumbras, de una palabra apasionada
y ruborosa, de un acuciante clarinete
que se abre paso entre la cuerda como un gato entre petunias:
no es una congoja
ni la esponjosa sensación del pecho cuando encontramos a
      un amigo;
pero algo más cotidiano, quizá más displicente,
un comunicativo interés por los hombres, que no es curiosidad,
tal vez no es simpatía, no, desde luego, adhesión,
sí una sorpresa, al comprobar que un grupo
de hombres es tan sedante como alameda rumorosa,
tan excitante como los truenos, tan sencillo como el río.

Entro en los bares y ya no es sed lo que allí me conduce,
ni un dejarme arrastrar, ni una imaginación novelesca
lo que me distrae.
Ya no espectador, sino una somnolienta prolongación
de los murmullos,
uno más entre todos, porque no diferente.
Viejas palabras gastadas,
atropellados lugares comunes,
cordialidad, cifra de céfiros,
adquieren irisaciones atractivas, y la pana
de las chaquetas es tan acariciadora como el musgo,
fértiles las corbatas como las rosas, novísima
una dentadura intacta, como el amanecer.
Y como arrullado y como sumergido
en imprecisa blandura tibia,
y como somnoliento, bebo y charlo
con éste o con aquél, sin elección, sin otro
compromiso
que el pasar este rato que llenará mi vida
con no sé qué soñada página de mi historia
social; no con intimidad, pero con cierta
familiaridad risueña que me indica
que se vivir y tengo compañeros.

De "Siesta en el mirador"

 

 

 

Madrigal de otro estío

Dudé si compararte
con la nube o la luna:
Agua fugaz para mi sed, caricia
de luz distante en sombra íntima y única.

Ramas cansadas, últimos delirios
esperaron en vano que la antigua
costumbre de los astros me alumbrara;
dádivas de la nunca
previsible constancia de los meses
mi sien tocaran con sus manos húmedas.

Toda mi piel gozó tu piel un día,
toda mi noche se encendió en tu púdica
palabra sin futuro.
Sé que un agua
de juncias densa y clara se me oculta
y me llama y no sé si de mi sed
se burla o, para ser, mis labios busca.

Compararte pudiera a los oasis
-no a la nube inconstante, no a la luna
mudable-, pero sólo oigo mis pasos,
no de tus palmas la envolvente música. 
 

 

 


Mejor que una punta fina...

Mejor que una punta fina
para herirte sin remedio,
la filigrana perdida
en laberintos de sueño.

Y mejor, los gavilanes
que se posan en tu mano
como suspiro de alfanjes
entre la flor y los ramos.

O, mejor, la paz del día
que no necesita espada
sino una flecha encendida
de sol entre lentas ramas.

 

 

 

Narcisos

                                      A Elena Martín Vivaldi

Bocas de vidrio, esbozos de penumbras.
Adelantados o doblados
o pertinaces en su insomne palidez
de vientos como llamas, los narcisos
entregan su aroma, luna de invierno.

Florecer y morir, qué triste júbilo.
Su dispersa agrupación conmueve
el corazón del hombre, pues conoce
que la armonía existe, mas tenerla
sometida no puede a su dominio.

Todo es renuncia: de tanto aroma
nada se percibe, como en la muchedumbre
de los besos tantos pierden relieve,
sólo el beso inicial y el postrero
perduran.

Hanse abierto en los días
cálidos de febrero, largamente esperados,
interludio suavísimo
entre la agria orquestación del otoño
y el ascenso difuso y orgiástico del polen.

Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es cuasi monacal, como si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en la sabiduría de la entrega.

En las columnas del incienso,
en el cavado resonar del órgano
suspenso, en el ilustre bisbiseo
latino de letanías, hay la misma floración
angustiosa de los narcisos,

algo intacto que pasa, y no relámpago;
algo que es luz y, al tiempo, materia deleznable;
algo que llena el pecho de veneno y promesas.
Algo como una nube que transita en silencio.

De "Siesta en el mirador"
 

 

 

Nevando está en la sierra de María...

                                                                            A Manolo Gil

Nevando está en la sierra de María,
en Vélez ha cesado la llovizna.
He tomado café. Recuerdo versos
que escribí en los momentos de otra dicha.

Hablaban de un otoño a borbotones
destellantes, que iba y que venía,
con su copa de aromas desbordados
súbitamente rota en sacudidas.

Y preguntaba entonces: ¿un tormento
el amor, o suavísima alegría?
Lo preguntaba entonces y no tengo
una respuesta en que acoger mi vida.

Lo que sí puedo recoger ahora
es que al tomar café sin compañía
me ha quedado en la boca un mal regusto
de viejos versos y precoz ceniza.

 

 


Noche entre dos labios

La noche, entre dos labios distendida,
víctima iridiscente de la aurora,
con lluvia canta o gime o duda o llora
sobre la huella que dejó la herida.

Difícilmente abril lanza encendida
la corola dudosa de una hora;
clama en la lluvia el viento, el agua implora
cauce a su curso y lágrima vencida.

Pero dos manos limpias, delincuentes 
porque recogen sólo la bellaza, 
dejan los labios quietos y sombríos.

¡Oh caricias soñadas e infrecuentes,
con la misma pasión e igual tristeza 
que llevan a la mar llanto y rocíos! 

 

 

 

Noviembre

                                                                          A mi padre

Me acodé en el balcón:
las estrellas giraban,
musicales y suaves, como los crisantemos
de las huertas perdidas.
Toda la noche tiene manos inmaculadas
que pasar por las sienes que el cansancio golpea,
húmedos labios trémulos para tantas mejillas,
corazones acordes al par de sus silencios.

Me acordaba de ti,
del que no fueras nunca,
casi flor, casi germen, casi voz, casi todo
lo que nombra un deseo.
Aquél que hundió en la tierra su planta generosa,
los olivos que ceden su fruto a las escarchas;
el que alzaba su mano como si fuera un grito
poderoso y maduro sobre el marchito júbilo.

Me acordaba de ti,
como en noches pasadas,
tanto amor que se logra pero no se consuma
por no sé qué misterio,
y el corazón, tan lleno de flor y flor perenne,
de estrella y lunas fijas, de campo y campo abierto,
abría sus balcones hacia un paisaje oscuro
de paciencia y de adiós, de clemencia y de olvido.

 

 

 

O no suspires por su nombre...

                                              Ven, Amor, si eres Dios, y vuela.
                                                                              Luis de Góngora


O no suspires por su nombre
o no reclames su presencia;
que si llega a escucharte, te abrasa; 
que si llega a abrazarte, te quema. 

No es un dios el Amor, pero vibra; 
no es abeja el Amor, pero vuela:
vibra, músico, en todos los cuerpos;
tiembla, cándido, en todas las nieblas.

Y si pone en los labios rocío,
una gota de sangre se lleva.
Que le gustan los labios si rojos 
y por blanca la blanca azucena,
y vuela.

 

 

 

Otra vida, otro mar

álzate a mí, a mi boca, galvánico Amor mío,
terriblemente impuro bajo un sol de justicia,
revolcado en la muerte, como el furioso río
empapado de rayos, de tierra de inmundicia.

Retuércete en mis ingles, provoca un desafío
entre amargo orgullo y la casta caricia,
y desata los vientos, y el témpano más frío
para asolar el único vergel de la delicia.

Y asfíxiame en el fango, y hazme sombra de nada,
como un volcán de envidia, como una injusta mano,
como un diente roído que en la fruta se encona.

Y después de estar sucios y con la carne helada,
¡vamos al agua quieta donde fulge el verano,
vamos al mar sereno que nunca nos traiciona!

De "Extravagante jerarquía" 1981

 

 

 

Palabras en la piedra

                                                                    Sunt lacrimal rerum

La morbidez de un seno
adelantado hacia la mano, toca
esta cueva de mosto, este veneno
placentero y feroz, une tu boca
a su agresiva punta, sorbe, acaba,
nos pide. Así la piedra
busca un calor de labios o de lava
y, para completar nuestro delirio,
o nos enlaza en víboras de hiedra
u obscena eleva entre su puño un lirio.

La proa sepulcral
desarrolla un cartel: Son de las cosas
lágrimas. Tú, venera
estos restos que fueron manantial
de hazaña tanta. Si al tocar, piadosas,
tus manos estas losas, no sintiera
tu corazón pavor, que tu mirada
nunca vea la luz. Fui desdichado
porque nací. Feliz, pues he vivido.

Bellos, mas sin sonido,
proclaman los clarines la esperada
resurrección del cuerpo. Ha reclamado
en piedra la palabra luz futura.
Procaz el muslo cuanto quieto extiende
su frígida cascada;
sátiro, no de un bosque, ya no apura
vino marmóreo insípido; no enciende
ni la horrible amenaza
compasión. Sólo vibra la coraza
de un tal cadáver que fue hombre y quiere
andar entre los hombres, en la plaza,
y habla y nos oye y nos acecha.
                                                         Y muere.

 

 

 

Paraíso final

Luchando, cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras
y es fuego de mi carne la flor de tu mejilla.
El beso en su volumen iguala a la semilla
que brota verdemente con dos hojas primeras.

En la concha del ámbar manan las primaveras
un arroyo sereno de miel y manzanilla.
Tiene la tierra plumas de mirlo y abubilla;
pían en nuestro abrazo canarios y jilgueras.

El nácar se disuelve en manantial de leche,
en torrente de vino, de aceite y de resina:
No hay nada como el lirio que tanto nos estreche.

Hay en cueva de nata paladar de paloma
y en jardines cerrados para el sol que declina
paraísos abiertos del tacto y del aroma.

De "Tigres en el jardín"

 

 

 

Pasión

Con estos mismos labios que ha de comer la tierra,
te beso limpiamente los mínimos cabellos
que hacen anillos de ébano, minúsculos y bellos,
en tu cuello, lo mismo que el pinar en la sierra.

Te muerdo con los dientes, te hiero en esta guerra
de amor en que enloquezco. Sangras. Y pongo sellos
a las heridas tibias, con besos, besos....Ellos
que han de quedar comidos, mordidos por la tierra.

Tal ímpetu me come las entrañas, que sorbo
tu carne palmo a palmo, cerco de llama el sexo,
te devoro a caricias, y a besos, y a mordiscos.

Ni la muerte, ni el ansia, ni el tiempo son estorbo.
El abrazo es lo mismo si cóncavo o convexo,
y yo soy un cordero que trisca en tus apriscos.


 

 

 

Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida...

Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida
que esta maravillosa libertad de quererte.
Ser libre en este amor más allá de la herida
que la aurora me abrió, que no cierra la muerte.

Porque mi amor no tiene ni horas ni medida,
sino una larga espera para reconocerte
sino una larga noche para volver a verte,
sino un dulce cansancio por la senda escondida.

No tengo sino labios para decir tu nombre;
no tengo sino venas para que tu latido
pueda medir el tiempo sin soledad un día.

Y así voy aceptando mi destino, el de un hombre
que sabe sonreírle al rayo que lo ha herido
y que en la tierra espera que vuelva su alegría.

 

 

 

Poema final

                                                          A Mari Paz Muros y Juan Carlos Lazúen

                                                            "Dejó un cuadro, un puñal y un soneto."
                                                                                                         Manuel Machado


Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.

El puñal me lo llevo entre los dientes
porque morder las frases más mordientes
es caridad, si no cautela humana.
¿Qué os dejo? Mi palabra agradecida
y nada más. Si acaso, una manzana

que en vuestras bocas suene a fresco fruto.
Iré a otra luz. La luz no guarda luto
por quien la amó en el arte y en la vida.

 

 

 

Poemas de Valparaíso, XV

Vine por un camino de rosas y trigales,
mi corazón saltaba como un corzo en la aurora,
mis labios te decían desde lejos los nombres
de las más cotidianas y más sencillas cosas.

Los ecos y las huellas bajo el sol florecían,
los jilgueros cantaban por no dejarme a solas,
cuando al volver un codo del camino a mi lado
se emparejó la muerte muda silente y hosca.

Bajo la luz tranquila se me nubló la frente,
se doblaron de tristes las nuevas amapolas:
«Espérame a la vuelta». y seguí mi camino
por trigos espigados y olivares y rosas.

Ascendí a tu morada y allí gocé tu cuerpo,
y allí bebí la muerte y sólo vi la aurora,
tus ojos en el fondo de un mar de nácar puro,
y tus besos tallados como cristal de roca.

Te apreté entre mis brazos, te confundí en mi sangre,
me hundí en tu pecho tibio y entre veras y bromas,
pasó la luz del día, pasó la noche densa
con olor de jazmines y canciones de ronda.

Los álamos, más altos que nuestra blanca torre,
se meneaban de pájaros como un libro de horas.
Pero aún era pronto para dejar los besos
y ese sopor tranquilo de la penumbra ociosa.

Bebimos vino añejo escanciado en las manos,
ebrias de tanto amor y claras como copas;
en el huerto encontramos las primeras cerezas.
Pasó de nuevo el día, pasó otra vez la sombra.

Salimos por el campo confundidos en uno,
tocaba con tus manos, hablabas por mi boca,
éramos un incendio de amor en la mañana,
a nuestro paso ardían los celajes, las frondas.

Al doblar un recodo nos detuvo la muerte,
me llamó por mi nombre y me dijo: «Ya es hora».
Mas no logró arrancarme de tu abrazo. A lo lejos
los álamos cantaban con el sol en las hojas.

 

 


 

Por la escalera arriba...

Por la escalera arriba
mi tedio te seguía,
un tedio de magnolia
que el aliento marchita.

Por la escalera abajo,
cubierta de glicinias,
la tarde era más tarde
porque yo te seguía.

Te volviste a mirarme,
pero no me veías.

Ya sé que no me amabas,
lenta luz de mi vida.

 

 

 

Si fueras un crisantemo...

Si fueras un crisantemo
-flor del amor en Japón-
trasplantado entre mis brazos,
te habría quemado mi amor.

Si fueras una azucena
-flor del amor en San Juan-
trasplantada entre mis brazos,
qué lento y dulce espirar.

Pero has sido flor de cuerpo
y alma entregada en la flor
y me has llevado a tus brazos
y me has quemado de amor.

 

 

 

Sierpe profana

Quien tanto te adoró, muerde tu pecho
y desata torrentes carmesíes;
tiene en las sienes pulsos colibríes
y undoso el pelo como el crespo helecho.

Dardo de luz acomodé en tu lecho,
duras palpitaciones y rubíes.
¡Y qué fundirse nardos y alhelíes
culmen mi cuerpo de tu cuerpo y techo!

Labios que te invocaron, como a diosa,
bajo tu vientre ya volcán obsceno,
sobre tu piel serpientes de zafiro,

azules de pasión -no de veneno-
sorben, caliginosos, tu ebria rosa
e, hidrópicos de anhélito, el suspiro.

 

 

 

Siesta en el mirador

Sólo para tus labios mi sangre está madura,
con obsesión de estío preparada a tus besos,
siempre fiel a mis brazos y llena de hermosura,
exangües cada noche, y cada aurora ilesos.

Si crepitan los bosques de caza y aventura
y los pájaros altos burlan de vernos presos,
no dejes que tus ojos dibujen la amargura
de los que no han llevado el amor en los huesos.

Quédate entre mis brazos, que sólo a mí me tienes,
que los demás te odian, que el corazón te acecha
en los latidos cálidos del vientre y de las sienes.

Mira que no hay jardines más allá de este muro,
que es todo un largo olvido. y si mi amor te estrecha
verás un cielo abierto detrás del llanto oscuro.

"Tigres en el jardín" 1968

 

 

 

Tigres en el jardín

Como un ascua de odio te hemos visto en la aurora,
como un trigal de cielo derramado en la vega,
y hemos sorbido el agua que tu contacto dora
y ese aroma de rosas que nos cerca y anega.

En este huerto el lirio es feliz. Sólo implora
libertad nuestra sangre, mientras la nube llega,
se riza y, leve, pasa. Da el chamariz la hora,
y el gozo de la sombra, como un rencor, nos niega.

Solos entre las dalias, entre cedros y fuentes,
tanto nos asediamos que nos cala hasta el hueso
este amor sin futuro y esta luz de los dientes.

Tigres somos de un fuego siempre vivo e ileso,
y te odiamos por libre, recio sol, mientras puentes
de plata ha levantado la muerte a nuestro beso.