Estanislao del Campo
"Por ti fue mi dulce suspiro primero Por ti mi secreto, constante anhelar". C. Gómez de Avellaneda.
Toldada está por el pesar sombrío, Y las amargas lágrimas que vierte Son, Lucila, sus gotas de rocío Halla quien nace bajo estrella amiga, Florida primavera en su existencia, Y hasta el cielo, propicio, le sonríe Del éter tras la clara transparencia. Tú de mi amante corazón conoces El secreto, Lucila, doloroso: Aunque sólo de lejos, has oído Su gemido profundo y angustioso. Tú no sufriste ni lloraste nunca: Tu vida, solo ha sido una alborada Teñida, cual las plumas de un flamenco, Por una luz dulcísima y rosada. El fuego del amor que por ti siento, Voraz, inextinguible, ya ha tornado En cenizas las flores de mi alma. ¡La lava del volcán invadió el prado! Tus amores de niña sólo fueron Blandos gorjeos de canoras aves, Brisas del sentimiento, juguetonas, de las flores del alma, aromas suaves. Tú, en el romance de la vida mía, De mi existencia en la novela triste, Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro, Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste. Yo pasé por el cielo de tu vida Como una nube que arrebata el viento, Sin dejar un recuerdo en tu memoria, Sin despertar en tu alma un sentimiento. Tú eres el agua que me roza el labio, La fruta que el sentido me enajena, Y un Tántalo yo soy que en vano agito Los anillos de mi áspera cadena. Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos, Estrellas de brillantes resplandores, Más bien que tu amador, un jardinero De quien recibes con desdén las flores. Tú eres la inconmovible y desdeñosa, Aunque gentil y bella castellana; Yo, el trovador que canta al pie del muro Sin que se abra a su acento tu ventana. Tú eres el astro que en el cielo gira Derramando su lumbre refulgente: Yo, el satélite humilde, condenado A seguir ese giro eternamente. Tu eres la llama que la brisa leve Hace ondular, apenas, cariñosa; Yo, la víctima triste de ese fuego, la pobre, enamorada mariposa. Tú, las aguas tranquilas de tu vida Surcarás dando el lino al blando viento, Como el céfiro corre entre las flores, Como cruza la luna el firmamento. Yo, el desierto, Lucila, de la mía Recorreré infelice peregrino, Mojando con el llanto de mis ojos Las espinas y piedras del camino. Yo, en ese largo, fatigoso viaje, En mi alma llevaré tu imagen bella. Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo Un rayo de luz para mi huella! ¡ADIÓS!
(A Lucila, antes de ir a un duelo) De pesar una lágrima sentida No brote, no, de tus hermosos ojos: ¿Por qué llorar mi muerte si mi vida Era un erial de espinas y de abrojos? No puede ser mi luz el dulce brillo Que derrama en efluvios tu pupila, Y es mi infierno el que irradia del anillo Que otro en tu mano colocó, Lucila. ¿Qué iba a hallar este pobre peregrino A un desierto sin término lanzado? ¡Adelfas y cicuta en su camino? ¡Oh, no las hay en el sepulcro helado! En el mar proceloso de la vida El amor es el puerto de bonanza; ¿Y a dónde guiar mi nave combatida Si mi amor es amor sin esperanza? ¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte Sobre mi frente, amenazante oscila; Y en la mansión oscura de la muerte La paz recobre el corazón, Lucila!
CANTARES Cuando yo tomo la pluma Y saco a luz mi cuaderno, Hagan de cuenta que agarro Mi guitarra por el cuello Para ver si soy poeta Fíjate, niña, tan solo En que lloro cuando canto Y que canto cuando lloro. Yo mojo en llanto mi pluma; ¡Sarcasmo de hado funesto Que siendo mi alma tan blanca Me ha de servir de tintero! En tu casa me aborrecen Sin más que porque te quiero: Es decir que si te odiara Me querrían con extremo. Dicen que soy horroroso: Por la lisonja, mil gracias: Mirá tú mi corazón Y prescinde de mi cara La cicatrices del rostro Poco me importan, o nada; las que me importan, y mucho, Son las que tengo en el alma. Se me figuran que son Tus lindos ojos, morena, Dos legunas de azabache En que la luna rïela. ¿Qué tienen, niña, tus labios, Que cada vez que los miro Siento, con sorpresa grande, Que se me estiran los míos? Mira: ---si fuera pastor Y si tú, pastora fueras. Me parece que andarían Mezcladas nuestras ovejas. Cuando te veo cavilo En el contraste tremendo Que hace tu vestido blanco Con tu corazón tan negro. Es tu ventana un altar, Una deidad tu persona, MI amor un ardiente culto, --- ¿Podré contar con La Gloria? Me enviaste un día una cruz Y desde entonces me digo: --- ¿Significa esto Fe O querrá decir Martirio? Ella vino en un pañuelo De Cambray de hilo bordado; ¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces Enjuagué con él mi llanto!
ÚLTIMA LÁGRIMA
"Consumatum est!" Jesu-Cristo ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho Por un instante con mi mano oprima, Dejad que el llanto de mis ojos corra, Dejad que mi alma sollozando gima. Es, señora, mi llanto postrimero, Llanto del triste corazón herido, Es mi último sollozo en este mundo, Es en la tierra mi postrer gemido. Llorar al pie de un tumulto, señora, Nunca del noble corazón fue mengua; Pues con el llanto el sentimiento dice Lo que decir no puede con la lengua. La antorcha que encendieron en el ara, A cuyo pie fijasteis vuestra suerte, A mis ojos, señora, sólo ha sido El amarillo cirio de la muerte. En la blanca guirnalda, que al cabello Prendieron vuestras manos delicadas, Mis ojos sólo han visto flores tristes Sobre el paño de un féretro arrojadas. En el Sí que dijeron vuestros labios Sólo oí el estertor de una agonía, El rechinar del enmohecido gozne De un helado sepulcro que se abría. ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho Por un instante con mi mano oprima, Dejad que el llanto de mis ojos corra, Dejad que mi alma sollozando gima. ¡No lloro ya!... la piedra funeraria para siempre cayó pesada y fría... ¡Las losas de las tumbas nunca lloran, Y una tumba es, señora, el alma mía!
EPÍLOGO (Llorando la muerte de un mártir) Ahora sí que eres mía... En el sepulcro Puedo llorarte solo mi Lucila. Te envenenó el gusano, rico, enfermo, Pero tu estrella para mí rutila. En las joyantes noches del estío, Cuando era tu vivir una alborada teñida cual las plumas de un flamenco Por una luz dulcísima y rosada; Tu amor fue mi perfume, mi esperanza, La novela de mi alma, mi alegría, Cuando tú me decías: Mi poeta, Me inundabas de luz y de poesía. Y cuando te entregaron al gusano Yo lloré en el altar del firmamento, Pero si a mí me mata tu partida ¡Cómo los matará el remordimiento! Yo he pedido el perdón para tus culpas Y pido para Ti, toda delicia... Tú eres, entre el rayo de la luna El plateado fulgor que me acaricia. TÚ Y YO "Por ti fue mi dulce suspiro primero Por ti mi secreto, constante anhelar". C. Gómez de Avellaneda. El alma del que sufre es noche triste: Toldada está por el pesar sombrío, Y las amargas lágrimas que vierte Son, Lucila, sus gotas de rocío Halla quien nace bajo estrella amiga, Florida primavera en su existencia, Y hasta el cielo, propicio, le sonríe Del éter tras la clara transparencia. Tú de mi amante corazón conoces El secreto, Lucila, doloroso: Aunque sólo de lejos, has oído Su gemido profundo y angustioso. Tú no sufriste ni lloraste nunca: Tu vida, solo ha sido una alborada Teñida, cual las plumas de un flamenco , Por una luz dulcísima y rosada. El fuego del amor que por ti siento, Voraz, inextinguible, ya ha tornado En cenizas las flores de mi alma. ¡La lava del volcán invadió el prado! Tus amores de niña sólo fueron Blandos gorjeos de canoras aves, Brisas del sentimiento, juguetonas, de las flores del alma, aromas suaves. Tú, en el romance de la vida mía, De mi existencia en la novela triste, Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro, Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste. Yo pasé por el cielo de tu vida Como una nube que arrebata el viento, Sin dejar un recuerdo en tu memoria, Sin despertar en tu alma un sentimiento. Tú eres el agua que me roza el labio, La fruta que el sentido me enajena, Y un Tántalo yo soy que en vano agito Los anillos de mi áspera cadena. Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos, Estrellas de brillantes resplandores, Más bien que tu amador, un jardinero De quien recibes con desdén las flores. Tú eres la inconmovible y desdeñosa, Aunque gentil y bella castellana; Yo, el trovador que canta al pie del muro Sin que se abra a su acento tu ventana. Tú eres el astro que en el cielo gira Derramando su lumbre refulgente: Yo, el satélite humilde, condenado A seguir ese giro eternamente. Tu eres la llama que la brisa leve Hace ondular, apenas, cariñosa; Yo, la víctima triste de ese fuego, la pobre, enamorada mariposa. Tú, las aguas tranquilas de tu vida Surcarás dando el lino al blando viento, Como el céfiro corre entre las flores, Como cruza la luna el firmamento. Yo, el desierto, Lucila, de la mía Recorreré infelice peregrino, Mojando con el llanto de mis ojo s Las espinas y piedras del camino. Yo, en ese largo, fatigoso viaje, En mi alma llevaré tu imagen bella. Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo Un rayo de luz para mi huella!
C. Gómez de Avellaneda.
El alma del que sufre es noche triste: Halla quien nace bajo estrella amiga, Tú de mi amante corazón conoces Tú no sufriste ni lloraste nunca: El fuego del amor que por ti siento, Tus amores de niña sólo fueron Tú, en el romance de la vida mía, Yo pasé por el cielo de tu vida Tú eres el agua que me roza el labio, Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos, Tú eres la inconmovible y desdeñosa, Tú eres el astro que en el cielo gira Tu eres la llama que la brisa leve Tú, las aguas tranquilas de tu vida Yo, el desierto, Lucila, de la mía Yo, en ese largo, fatigoso viaje, upar.gif (979 bytes) ¡ADIÓS! De pesar una lágrima sentida No puede ser mi luz el dulce brillo ¿Qué iba a hallar este pobre peregrino En el mar proceloso de la vida ¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
CANTARES Cuando yo tomo la pluma Para ver si soy poeta Yo mojo en llanto mi pluma; En tu casa me aborrecen Dicen que soy horroroso: La cicatrices del rostro Se me figuran que son ¿Qué tienen, niña, tus labios, Mira: ---si fuera pastor Cuando te veo cavilo Es tu ventana un altar, Me enviaste un día una cruz Ella vino en un pañuelo
ÚLTIMA LÁGRIMA "Consumatum est!" Jesu-Cristo ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho Es, señora, mi llanto postrimero, Llorar al pie de un tumulto, señora, La antorcha que encendieron en el ara, En la blanca guirnalda, que al cabello En el Sí que dijeron vuestros labios ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho ¡No lloro ya!... la piedra funeraria
EPÍLOGO (Llorando la muerte de un mártir) Ahora sí que eres mía... En el sepulcro En las joyantes noches del estío, Tu amor fue mi perfume, mi esperanza, Y cuando te entregaron al gusano Yo he pedido el perdón para tus culpas
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