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Hermann Hesse
Hermann Hesse
Algunos títulos
Anochecer en la aldea
De noche (fragmento)
Demian (fragmento)
Días del destino (fragmento)
Enseñanza
Esbozos
Hoja marchitada (fragmento)
Huida de la juventud
Lamento
Letras
Libros
Lobo estepario
Reflexión
Siddharta (fragmento)
Vida de una flor
Información biográfica
Nombre: Hermann Hesse
Lugar y fecha nacimiento: Calw, Württemberg (Alemania), 2 de julio de 1877
Lugar y fecha defunción: Montagnola (Suiza), 9 de agosto de 1962 (85 años)
Anochecer en la aldea
Entra el pastor con sus ovejas
Por callejuelas silenciosas,
Dormir desean las casuchas
Y cabecean en la sombra.
Entre los muros donde estoy
Me siento solo y extranjero,
Mi corazón apura el cáliz
De mi dolor con pesadumbre.
Donde el camino me llevó
Siempre una lumbre daba abrigo,
Pero yo nunca conocí
Qué son una patria y un hogar.
De noche (fragmento)
De noche lentamente andan por el campo las parejas, las mujeres sueltan su pelo, cuenta su dinero el comerciante, los ciudadanos leen con temor las novedades en el diario de la tarde, niños con los pequeños puños cerrados honda y suficientemente duermen. Cada uno hace lo único verdadero, sigue una misión sublime, lactante, ciudadano, parejas: ¿y yo, en cambio, yo no? ¡Sí! También mis nocturnos actos cuyo esclavo soy, no pueden escapar al espíritu del mundo, ellos también tienen sentido. Y voy así, de un lado para otro, bailo íntimamente, susurro tontas canciones callejeras, a Dios alabo y a mí mismo, bebo vino y fantaseo, como si fuera un bajá, siento en los riñones unas molestias, sonrío, bebo más, a mi corazón digo sí (mañana es imposible), tramo a partir de pasados dolores un poema, como jugando, veo rodar la luna y las estrellas, intuyo su sentido, siento como si viajara con ellas, no importa a dónde.
Demian (fragmento)
Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque creen que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino que elige la mayoría.
Días del destino (fragmento)
Cuando los tristes días amanecen y fríamente hostil nos mira el mundo, retraída se encuentra tu confianza y totalmente sobre ti descansa. Mas, relegado solamente a ti y por viejas las alegrías lejos, vas divisando nuevos paraísos que a tu creencia se dirigen todos. Como aquello más propio reconoces lo que ayer te pareció hostil y extraño, y con un nuevo nombre denominas tu destino, que libremente aceptas. Y lo que amenazaba sofocarte espíritu respira y es amigo, es para ti un guía, un mensajero que lo más alto enseña y te señala.
Enseñanza
Algo más, algo menos, mi querido muchacho,
Las voces de los hombres son todas un engaño;
Sólo somos honestos cuando niños,
Y ya después en el sepulcro.
Yacemos luego junto a los que nos precedieron,
Sabios al fin y llenos de fría claridad,
Y, con huesos blancos, crujir hacemos la verdad,
Y alguno mentiría, otros preferirían una vez más vivir.
Esbozos
El viento del otoño crepita frío entre los juncos secos,
Envejecidos por el anochecer;
Aleteando, las cornejas vuelan desde el sauce, tierra adentro.
Un viejo solitario se detiene un instante en una orilla,
Siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve que se acercan,
Desde la orilla en sombras mira la luz enfrente
Donde entre nubes y lago la línea de la costa más lejana
Todavía refulge en la cálida luz:
Áureo más allá, dichoso como el sueño y la poesía.
La mirada sostiene con firmeza en la fulgurante imagen,
Piensa en la patria, recuerda sus buenos años,
Ve palidecer el oro, lo ve extinguirse,
Se vuelve y, lentamente, se dirige
Tierra adentro desde aquel sauce.
Hoja marchitada (fragmento)
Cada flor tiende a ser fruto, cada mañana tiende a convertirse en noche, nada hay eterno en esta tierra, excepto el cambio o la huida. También el verano más hermoso quiere sentir alguna vez el otoño y lo marchito. Permanece, hoja, quieta y con paciencia, si intenta el rapto alguna vez el viento. Juega tu juego sin nunca defenderte, deja que tranquilamente ocurra, y por el viento que te arranca déjate soplar hacia tu casa.
Huida de la juventud
El estío, cansado, inclina la cabeza
Para verse surgir, amarillo, del lago.
Hago mi camino cansado y polvoriento
Por las alamedas en penumbra.
El viento titubea y corre entre los álamos.
A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.
Delante de mí tengo el miedo de la noche.
Y crepúsculo. Y muerte.
Hago mi camino cansado y polvoriento,
Y detenida y dudosa queda tras de mí
La juventud, que baja su hermosa cabeza
Y se niega a acompañarme.
Lamento
El ser no nos ha sido dado. Somos un río solo
Y dócilmente en toda forma confluimos:
Tanto la noche como el día, catedral o caverna,
Todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.
Así llenamos forma tras forma sin descanso,
Y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
Siempre de viaje, huéspedes para siempre,
No nos llaman el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.
Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.
Él juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
Enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
Es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.
¡Ser convertido en piedra alguna vez!
Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
Mas también queda siempre un temeroso escalofrío
Y nunca se hace pausa en nuestro sendero.
Letras
En ocasiones solemos coger la pluma
Y escribimos sobre una hoja en blanco,
Signos que dicen esto y aquello: todos los conocen,
Es un juego que tiene sus reglas.
Si viniera, en cambio, algún salvaje o loco,
Y, curioso observador, acercase sus ojos a
Una de esas hojas con su campo rúnico,
Otra imagen del mundo -extraña- ahí observaría.
Acaso un salón de mágicos retratos;
Vería la A y la B como un hombre o animal
Moverse, como los ojos, cabellos y miembros,
Allí pensativos, impulsados aquí por el instinto;
Leería como en la nieve las huellas de las cornejas,
Correría, reposaría, sufriría y volaría con ellas
Y vería trasguear entre los signos negros, fijos,
O deslizarse entre los breves trazos,
De cualquier creación las posibilidades.
Vería arder el amor, el dolor contraerse,
Y se admiraría, reiría, lloraría, temblaría,
Pues tras las mejillas de aquella escritura
El mundo entero, con su ciego impulso,
Pequeño se le antojaría, embrujado, exiliado
Entre los signos que, con rígida marcha,
Avanzan prisioneros y tanto se asemejan
Que impulso vital y muerte, deseos y pesares,
Fraternizan hasta hacerse indiscernibles
Gritos de intolerable angustia lanzaría
Finalmente el salvaje, atizaría el fuego y,
Entre golpes de frente y letanías,
La blanca hoja entregaría a las llamas.
Luego, tal vez adormilado, sentiría
Cómo ese no-mundo, ese espejismo
Insoportable lentamente retorna
A lo nunca-sido, al ningún-lado,
Y suspiraría, sonreiría, sanaría.
Libros
Ninguno de los libros de este mundo
Te aportará la felicidad,
Pero secretamente te devuelven
A ti mismo.
Allí está todo lo que necesitas,
Sol, luna y estrellas,
Pues la luz que reclamas
Habita en tu interior.
Ese saber que tú tanto buscaste
Por bibliotecas resplandece
Desde todas las lágrimas,
Puesto que ese libro es tuyo ahora.
Lobo estepario
Yo, lobo estepario, troto y troto,
La nieve cubre el mundo,
El cuervo aletea desde el abedul,
Pero nunca una liebre, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
Eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
Devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
Bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
Y luego aullaría toda la noche, solitario.
Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
Una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
Apenas puedo ver con cierta claridad,
Y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con ciervos,
Troto y sueño con liebres,
Oigo soplar el viento en noches invernales,
Calmo con nieve mi garganta ardiente,
Llevo al diablo hasta mi pobre alma.
Reflexión
Divino es -y eterno- el Espíritu.
Hacia él, cuya imagen e instrumento somos,
Conduce nuestro camino, y es nuestro entrañable anhelo
Llegar a ser como él, fulgurar con su luz.
Mas del barro y mortales nacimos
E inerte pesa en nosotros -criaturas- la gravedad.
Aunque amor y cuidados maternales nos brinde natura,
Y la tierra nos nutra y sea cuna y tumba,
La paz no nos otorga;
Paternal y próvida, deshace
La chispa del Espíritu inmortal
De natura el amoroso encanto:
Hace hombre al niño, diluye la inocencia
Y nos despierta a la lucha y la conciencia.
Así, entre padre y madre,
Así, entre cuerpo y espíritu,
Vacila el hijo más frágil de la Creación:
El hombre de alma temerosa, pero capaz de lo más
Sublime: un amor más fiel y esperanzado.
Arduo es su camino, la muerte y el pecado lo alimentan,
Se extravía con frecuencia en las tinieblas
Y más le valdría a veces no haber sido creado.
Eternamente fulge, sin embargo,
Sobre él su misión y su destino: la luz, el Espíritu.
Y sentimos que es a él, desamparado,
A quien ama el Eterno especialmente.
Por ello nos es posible amar,
Erráticos hermanos, aún en la discordia.
Y ni condenas ni odios,
Sino amor resignado
Y amorosa paciencia
Nos acercan a la meta sagrada.
Siddharta
Siddharta.- ¿Cuántos años crees que tiene el más anciano de los samanas, nuestro venerable profesor?
Govinda.- Quizá tenga unos sesenta.
Siddharta.- Tiene sesenta años y no ha llegado al nirvana. Tendrá setenta y ochenta años, como tú y yo los tendremos, y seguiremos con los ejercicios y ayunaremos y meditaremos. Pero nunca llegaremos al nirvana. Ni él, ni nosotros. Govinda, creo que seguramente ni uno de todos los samanas llegará al nirvana. Ni uno. Encontramos consuelo, alcanzamos la narcosis, aprendemos artes para engañarnos. Pero lo esencial, el camino de los caminos, éste no lo hallaremos.
Vida de una flor
Por la verde ronda de hojas ya se asoma
Con temor infantil, y apenas mirar osa;
Siente las ondas de luz que la cobijan,
Y el azul incomprensible del cielo y del verano.
Luz, viento y mariposas la cortejan; abre,
Con la primera sonrisa, su ansioso corazón
Hacia la vida, y aprende a entregarse,
Como todo ser joven, a los sueños.
Mas ahora ríe toda, arden sus colores
Y en su cáliz asoma ya el dorado polen;
Aprende a sentir el calor del mediodía
Y, agotada, se inclina al lecho de hojas por la tarde.
Labios de mujer madura con sus bordes,
Donde las líneas tiemblan por la edad ya presentida.
Cálida florece al fin su risa, en cuyo fondo
Amarga caducidad y hastío anidan.
Pero ya se ajan y reducen los pétalos,
Ya cuelgan pesadamente sobre las semillas.
Palidecen los colores como espectros: el gran
Secreto envuelve ya a la moribunda.