Hoy hará una trasnochada
apretando el imprentero,
y allá al rayar el lucero
piensa acabar mi versada.
Siendo ansí, a la madrugada
le echaré en la población;
pero antes hago intención
(se lo alvierto por si acaso)
de ir a pegarle un albazo
llevándosela, patrón.
Por ahora voy a largar
solamente el primer trozo,
y hay otro más cosquilloso,
que después le he de atracar
hasta hacerlo corcoviar
a ese conde Palmetón;
y le asiguro, patrón,
que no desprecio a otro inglés,
más que a ese maula, y después
a otro de un zaíno rabón.
Conque, va sabe, temprano,
mañana al venir el día,
me cuelo en la imprentería
de Hernández el Valenciano,
y me agarro mano a mano
a cimarroniar con él:
y en cuanto acabe el papel
dándomelo, de ahi mesmito,
me guasquiaré, patroncito,
a su casa de tropel.
Verá, señor, con qué esmero
ha pintao la estampería,
que le ha hecho a mi versería
Musiú Lebas, el santero.
¡Ah, francés, lindo!, ansí quiero
pagarle muy rigular;
y ansí tienen que alumbrar
los que pretiendan libritos,
con diez y ocho vintencitos
al tiro y sin culanchear.
Su amigo, Luciano Callejas.
ADVERTENCIA a los uropeos cosquillosos
Van tres gauchos liberales
a quejarse, con razón,
de una floja y ruin aición
de dos gobiernos desleales.
Siendo gauchos, como tales,
se explicarán sin rodeos,
sin que dentre en sus deseos
ni un remoto pensamiento
de hacer en el fundamento
agravio a los uropeos.
Dedicatoria
Señor conde Palmetón:
a usté por lo bien portao,
y el haberse acreditao
¡tan lindo en su Intervinción!
Callejas, de refilón,
a nombre de la gauchada,
le dedica esta enflautada
celebrando entre otras cosas,
¡que en ancas le largue Rosas
por el Harpy una ensilgada!
¿Sabe lo que es ensilgada?
Es una vaina, patrón,
sin grano, y ¡con su perdón¿
que jiede a bosta quemada:
medio aceitosa, y buscada
en los pagos del Tandil
y propia para el candil
de cualesquier baladrón;
conque, atráquele, patrón,
esa mecha a Mistre Pil.
La encuhetada
Sorpresa del gaucho Morales al recibir a su amigo Olivera en su rancho junto a las trincheras de Montevideo.
Marcelo
¡Cristo!... ¿Si será verdá
lo que dudo en la ocasión?.
Cabal... no es una ilusión...
que es él mesmo... ¡voto-va!
lleguesé, amigo Olivera:
¿Diaónde sale? ¿Qué anda haciendo?
Olivera
¡Tristemente consumiendo
la vida, hasta que Dios quiera!
Así caigo a su presencia
dichosamente, aparcero,
pues acá soy forastero
sin la menor conocencia.
Marcelo
Debe serlo, me hago el cargo,
como que de Maldonao
presumo que habrá llegao,
y, habrá padecido largo...
Olivera
¡Largo y fiero!... mesmamente:
y toda laya de penas,
tanto mías como ajenas,
que es mejor que ni las mente
porque el corazón, lueguito
que dentro a considerar,
se me oprime de pensar
y se me hace chiquitito.
Marcelo
¡Infeliz viejo Olivera!
¡lagrimiando!... sientesé;
aunque no tengo, ya ve,
ni un triste tronco siquiera.
Ansí, amigaso, en el suelo
crucesé sobre este ijar,
a bien que no ha de extrañar...
Olivera
¡Qué he de extrañar, ño Marcelo!
después que me han baquetiao,
ocho años de sacrificios
tan crudos, que hasta los vicios
¡sin sentir he olvidao!
Marcelo
Dejuradamente lo creo:
porque yo en el mesmo caso
de infelicidá y atraso
con la familia me veo.
Ahora mesmo mi Pilar
cogió y fue desesperada
a vender una frezada,
ganosa de yerbatiar.
Olivera
¿Conque, Dios se la conserva
alentada?...
Marcelo
Y trajinista,
mientras la salú le asista:
ya verá como trai yerba,
y tabaco y aguardiente,
y en ancas puede que traiga
la frezada, sin que la haiga
ni empeñao siquieramente.
Por lo tanto, a prevención
voy a mandar hacer fuego,
cosa que, en llegando, luego
tomemos un cimarrón...
Con su licencia... ¡Agapito:
vení, llená la caldera!...
Agapito
¡La bendición, ño Oliveral
Olivera
¡Que Dios te haga un santo, hijito!
¡Temeridá que ha crecido
el muchacho!... y memorista:
en cuanto me echó la vista
al golpe me ha conocido.
Vení, largáme un abrazo,
rubio amargo... ¿cómo estás?
Y decíme... ¿te acordás
de tu potrillo picazo?...
Agapito
¿Cuál?... ¿Aquel bellaco viejo?
Me lo ajeniaron cuantuá
en las puntas de Aceguá
junto con otro azulejo.
Que yo le puse collera
y se lo prendí al picazo,
porque como era malazo
presumí que se me juera.
Y ni bien se aquerenció
cuando cierta madrugada,
con la yunta y la manada
una partida se arrío.
Marcelo
Vaya un recuerdo prolijo
del tiempo de don Echagua
pero de calentar agua,
¿a que no te acordás, hijo?
Aunque... alvierto a ño Severo
ganoso de hablar con vos;
así, quédense los dos,
que voy y vuelvo ligero.
Olivera
Bueno, paisano... ¿Conque,
Agapito, ahora andarás
como andamos, a cual más
atrasao, pobre y a pie?
Agapito
Pobre, a veces suelo andar,
y ansí mesmo siempre yo
me amaño, creameló,
y agenceo qué ensillar.
Luego verá, ño Severo,
un potrillo pangaré,
lindo, que le trajiné
a un inglés, que fue chasquero:
Y salía cola alzada
ajuera continuamente,
y de ahi volvía caliente
a presumir en la Aguada:
Aonde se apea y se cuela
atrás de cualquier muchacha,
a pesar que tiene facha
de más zonzo que su agüela...
Olivera
¡La del inglés, Agapito!...
¡barajo!... no te turbés...
Agapito
¿Cuál quiere que sea, pues?
La del bisquete mesmito:
ese maula que cruzaba
lo mesmo que autoridá,
del Cerrito a la Ciudá,
y aquí nos menospreciaba...
Tanto, que a mí en la avanzada,
porque le pedí un cigarro,
si no ando vivo, en el barro
me arronja de una pechada.
¡Ahijuna!... y se la juré.
Ansí un día que salió
de manabita y volvió
trayendo el tal pangaré,
Dije entre mí... "si te pillo
hoy en pedo lo verás,
matucho, si te me vas
golpio y sin el potrillo!"
Olivera
¡La Purísima, el muchacho,
que es propio para un descuido!
Me alegra que haigás salido
alentao y vivaracho.
Proseguí, no te parés,
que recién me va gustando.
Agapito
Pues, como le iba contando,
resolví dende esa vez
no darle alce ni cuartel,
y sobre el rastro ahí no más
largármele por atrás,
¡y que se me iba el infiel!
Advierta, señó Severo,
que dende que lo seguí,
y aun antes, ya conocí
que el pingo era pajarero.
De suerte que en cuanto entró
en el pueblo esa mañana,
le dio al potrillo la gana
de espantarse, y se tendió;
Y ya por el costillar
lo echó al hombre de cabeza,
y en colmo de la maleza
medio lo empezó a arrastrar.
Porque al cair, en la estribera
de una pata lo enredó,
fortuna que reventó
el ojal de la arcionera.
Entonces echó el caballo
a disparar como flecha
por esa calle derecha
del Veinticinco de Mayo.
Y yo atrás dél me largué,
hasta que allá entre las tiendas
se enredó fiero en las riendas,
se sofrenó y lo agarré.
Severo
Mira el diablo ...¡de manera
que en cuanto lo asiguraste,
de ahí mesmo ya enderezaste
a media rienda hasta juera!
Agapito
Al contrario, le aflojé
la cincha, y bajo la silla
el tronco de una costilla
de punta le acomode.
Luego le cinché flojito,
dejando el cuhete tapao,
y el pingo, por de contao,
comenzó a lomiar lueguito.
Últimamente, tirando
volví a trairselo al inglés,
al cual lo encontré otra vez
aliento y renegando.
Y después que le arreglé
el estribo como pude,
dije entre mí: ¡Dios te ayude!...
y el potrillo le arrimé.
Conque, patrón... ¿cómo se halla?
le pregunté medio en broma;
y él me contestó en su aidioma:
"¡Marchi diabli la caballa!"
Y al verlo en disposición
de montar, cuasi me río;
porque... cuándo... ¡Cristo mío,
se aguantaba el chapetón!
Mesmamente la acerté.
El hombre apenas montó,
y ni bien se acomodó,
¡la gran... punta el pangaré!
Cuando le asentó la nalga
a la inglesa, y con el peso
le hizo tomar gusto al güeso,
se encogió, y ¡Cristo le valga!
Conoció al jinete tierno,
y al pingo se le hizo robo
aliviarse, y de un corcovo
echó la carga al infierno...
Olivera
¡Oiganlé al matucho inglés!
¡Cómo aflojó de un tirón...
y tan altivos que son
en sus barcos!... y ¿después?
Agapito
Hasta frente a un conventillo
que le llaman de Pozolo,
siguió guasquiándose solo
y corcoviando el potrillo:
Tanto, que al fin se quedó
en pelos completamente,
y como era consiguiente
entonces se sosegó.
Ahi mesmito lo agarré;
y... "¡ahora sí, lo verás, laucha,
si has de pelar esta chaucha!"
le dije, y me le senté.
Y dende allí cachetiando
y meniándole talón,
me fui a golpiar del tirón
a la Aguada disparando.
Y como hasta hoy en el pago
ni el inglés me lo ha cobrao,
que lo habrá descogotao
es la cuenta que yo me hago.
Conque ansí, señó Olivera,
supuesto que se halla a pie,
disponga del pangaré
como guste y cuando quiera...
¡Voto alante, ño Marcelo!
por su tardanza ha perdido
de oir cómo me ha divertido
su Agapito, que es un cielo,
y gaucho crudo y a macho.
Marcelo
Y prosista más que todo;
si no, repare del modo
con que a mí me largó el guacho
de hacer fuego y calentar
la agua que yo le mandé.
¡Ah, diablito!... pero... che,
¡velay, acá está Pilar!...
Pilar
¡Aparcero ño Olivera,
gracias a Dios que lo veo!
¿y ña Petrona, y Mateo?...
Olivera
A su mandao, aparcera.
Marcelo
¡María Santísima! Amigo,
perdone si he olvidao
el haberle preguntao
por su mujer... pucha digo.
Olivera
Recién se acaba de apiar,
y ya quería venir;
pero no puede salir
hasta medio pelechar.
Pilar
¡Por vida!... y ¿cómo les ha ido
en tanto apuro o redota?
Olivera
¡Hágase cargo!... en pelota,
y en montón hemos venido.
Pues mandaron embarcar
de un modo tan redepente,
que fue rejuntar la gente,
y al momento de mandar,
como aguacero a la costa
la botería acudió,
y el criollaje ahí se juntó
como manga de langosta.
De ahí empezaron a echar
viajes al barco a menudo,
y en el bordo como pudo
nos hizo desparramar...
Del pértigo a la culata
de un barcazo roncador,
ñato viejo y rodador
a impulsos de una fogata:
Cosquilloso a una ruedita
que de atrás un marinero
se le prendió a lo carnero,
como haciéndole colita.
Pero, paisana... ¡qué cosa
de barco tan maquinal!
y grandote el animal
de una manera asombrosa.
Oiga, le relataré
la laya de barco que era,
que no es fácil, aparcera;
pero, en fin, me amañaré.
Era un barco... ¡tamañazo!
de madera de mi flor,
y tendría de largor
como dos tiros de lazo.
En la barriga tenía
un pozo, donde se apiaba
la gente que trajinaba
en pura carbonería.
Arriba los comendantes
rodeaos de la oficialada,
y mucha marinerada,
con sombreros relumbrantes,
Abajo había cuarteles
y corrales y galpones;
y encima grandes cañones
con rondanas y cordeles.
Y un cañuto ¡temerario!
enterrao yo no sé cómo
en lo más ancho del lomo,
y más allá un campanario.
Y luego en cada costao
una rueda con aletas,
que no he visto ni en carretas
de esa laya de rodao.
Viese, aparcera, al montar,
¡qué julepe y qué jabón
nos pegó una quemazón
que abajo entró a reventar!...
Y ver salir apuraos
como avestruces corridos...
los hombres, que a unos chiflidos
subían todos tiznaos.
Yo me empecé a refalar
el poncho para aliviarme,
y estuve por azotarme,
como carpincho, a la mar.
Pero supe que de intento
prendían abajo el fuego,
y vi a un oficial que luego
se puso a vichar atento.
Y en cuanto por el cañuto
vido salir la humadera,
le aflojaron, aparcera,
y echó a correr ese bruto.
A dos laos, y relinchando,
campo ajuera salió al mar,
aonde empezó a bellaquiar:
y ya nos juimos echando.
Luego nomás, en tendales
quedó todito el hembraje,
y atrasito entró el machaje
a rodar como costales.
Al momento una fatiga
y un asco tal nos entró,
que a todos nos revolvió
tan de-una-vez la barriga...
Que con los ojos saltaos,
haciendo juerza bramaban
los criollos, y gomitaban
quedando despatarraos.
Y sin poder aguantar
a semejante alboroto,
hasta el último poroto
nos hizo desembuchar.
Ansí he cruzao el camino
con todito ese trabajo,
y he venido cuesta abajo
a entregármele al destino.
Marcelo
¿Ha visto cuán rigoroso
el nuestro nos ha salido,
que a todos nos ha sumido
en un abismo espantoso?
¿Y cuánta sangre y estrago
aun devora nuestra tierra?
sin terminarse esta guerra,
porque hay hombres...
Pilar
Eche un trago;
y arme, aparcero: velay
papel, tabaco y facón,
pues alvierto en la ocasión
que usté ni cuchillo trai.
Olivera
Cabal, paisana: ni quiero
negarle que traigo apenas
muy poca sangre en las venas,
y ojales por todo el cuero.
Marcelo
¿Y cuándo, amigo, al remate,
de esta custión llegaremos?
¡Por Cristo! que ya debemos
tener juicio y...
Agapito
Velay mate.
Marcelo
¿Será posible que siendo
tan poquitos los paisanos,
como fieras entre hermanos
nos sigamos destruyendo?
Usté que tiene experencia
profunda, y conocimiento,
y en cada razonamiento
el poder de una sentencia,
Diga, si por desventura
nos ha condenao el cielo
a tener el desconsuelo
de cair a la sepultura.
Sin que logremos jamás
bendecir a cualesquiera
que a nuestros hijos siquiera
les ponga su tierra en paz...
Olivera
Sí, amigo: no desespere
de que esta calamidá
puede terminarse ya
si la Virgen y Dios quiere.
Pues ya sabe que en la vida
no hay cosa que no termine,
por más que el hombre imagine
de que no tiene medida.
Marcelo
Con todo eso, van ocho años
de ruina que hemos tenido;
¡y en la guerra hemos sufrido
tan amargos desengaños!...
De ambición en los de acá
hasta asigurar el mono,
y a lo último de abandono
y perfidia en los de allá...
¿No ha visto de Ingalaterra
y de Francia lo que han hecho
con nosotros, que hasta el pecho
nos han metido en la guerra?
Haciendo al principio roncha
con tanta alianza y promesa,
y a lo último con vileza
juir y meterse en la concha...
Queriéndonos entregar
después de sacrificaos
por esos mesmos aliaos
que nos han hecho matar
¡Malditos sean... ahijuna,
ciertos monarcas del mundo,
a quienes odio profundo
les juro y piedá ninguna!
Y de corazón, quisiera
que cierto rey reculao
algún día ande arrumbao
y con las tripas de juera.
Pues, si algún criollo no sale
a sacarnos de este infierno,
será nuestro mal eterno,
¡y cairse muerto más vale!
Olivera
Dejuro, tiene razón
de quejarse y renegar;
pues a eso ha dado lugar
la ruinosa entrivención:
Que la figura más ñata
con fantástico poder,
es lo que ha venido hacer
en el Río de la Plata.
Ansí es, paisano Marcelo,
que me alegro de que Rosas
a esas potencias famosas
hoy las humille hasta el suelo.
Sin que ninguno le ladre
de esos diablos coronaos,
que de miedo y sobajeaos
lo están haciendo compadre:
Y le quitan el bocleo
como diciendo: "nos vamos,
y velay que te entregarnos
por junto a Montevideo".
Aonde nos echan bravatas
a nosotros, pero a aquél,
al tirano Juan Manuel
lo saludan con fragatas.
En fin, usté me ha templao,
y malo es que me caliente;
pero... déme el aguardiente,
y luego me oirá, cuñao.
Marcelo
¡Ah, viejo terne!... de balde
lo traquea la vejez,
se conserva cada vez
con más letras que un alcalde.
Sí, amigo: me ha de gustar
oirlo a usté, y oir a Callejas;
casualmente hacen parejas
en el modo de pensar.
Olivera
¿Conque, mi amigo Luciano,
también anda por acá?
me alegro. Y ¿cómo le va?
Marcelo
Rigularmente, paisano.
Hoy ha venido un ganao
que lo están desembarcando,
y allí lo dejé enlazando
por seis pesos y un asao.
Y ahí mestizo me asiguró
que viene a hacer medio día
conmigo, y que me trairía
vino duro, ¡y qué sé yo!
De suerte que comeremos;
y luego con mi patrona
a traer a será Petrona
al cuartel nos largaremos.
Pero... ¿usté está cabeciando?
Mal dormido.. ya se ve...
Olivera
Es verdá...
Marcelo
... Pues echesé
vaya medio dormitando.
Y... andá, Pilar, por favor,
mientras duerme ño Severo,
ve si te empriesta el pulpero
un vaso y el asador.
Y en cuanto llegue Luciano,
la venida de Olivera
celebraremos siquiera
con un pedo soberano.
Ansí, aprontáte, mujer,
como para cocinar;
que yo voy a trajinar
más leña, que es menester.
Vos, Agapito, por la olla
andá al muelle, ya sabés...
Agapito
¿Y si me topa el inglés?
Pilar
Sumíle, hijito, la bolla.
Agapito
Entonces, por si lo pillo,
y me atropella Balija
para irme más a la fija
voy a llevar mi cuchillo.
Pues, si me atraviesa el zaino
en que ahora anda, y con la tranca
me ataja, y volea la anca
ahi mesmo le desenvaino...
Marcelo
Salí... maula... farolero:
si te ronca, ¿qué has de hacer?
Agapito
Nadita... aunque... puede ser
¡que le haga sonar el cuero!
ISIDORA, LA FEDERALA Y MAZORQUERA
Relación que del embarque, del viaje y del fin trágico de la Arroyera le fue remitido desde el campamento de Oribe al gacetero Jacinto Cielo, por su amigo Anastasio el Chileno, el cual andaba de bombero de los patriotas entre los sitiadores de Montevideo.
PRIMERA PARTE
La Isidora regordeta
se va a embarcar al Buseo:
¡vieran con qué zarandeo
va arrastrando una chancleta!
Que lleva un pie desocao
de resultas de un fandango,
en que le rompió el changango
en la cabeza a un soldao;
Y en esa noche con Brun
bailando la refalosa,
anduvo poco mañosa
queriendo hacerle el betún.
Sabrán que esta moza al fin,
no es porteña, es arroyera,
pitadora y guitarrera
y cantora del Tin tin.
Que vino de la otra banda
junto con los invasores,
y que sabe hacer primores
por todas partes donde anda;
Y que hace mucho papel
como güeña federala,
pues se refriega en su sala
con la hija de Juan Manuel.
En fin, dicen que esta dama
del Miguelete se aleja,
y a mis paisanas les deja
los recuerdos de su fama.
También dicen de que al borde
ha estado de perecer,
y se quiere reponer
porque ha perdido el engorde
Pues no le asientan los pastos,
y luego con la escasez
que hay por ajuera, esta vez
se ha fundido en hacer gastos.
Así es que bien trasijada
se retira la infeliz,
echando por la nariz
como suero de cuajada.
Un ojo le lagrimea,
del aire, dice Garvizo;
que para él es un hechizo
otro que le centellea.
El Andaluz se hace almiba
por agradar a Isidora,
que es muchacha seguidora
y nunca se muestra esquiva.
Así es que a la despedida
la acompaña una patrulla,
marchando sir, hacer bulla
come gente dolorida.
Pero la Isidora marcha
sin demostrar sentimiento,
con un semblante contento
y más fresca que la escarcha.
Lleva el rebozo terciao,
airoso, a lo mazorquera,
y en la frente de testera
luce un moño colorao.
Marcha con aire gitano,
y una mano en la cadera,
que sacude sandunguera
con un garbo soberano.
Para lucir los encajes,
viste a media pantorilla
un vestido de lanilla
colorao y sin follajes.
Ella no gasta bolsita
como gasta una pueblera;
pero carga una jueguera
y también su barajita.
Todo el cortejo se empeña
en complacerla al partir,
pero ella se quiere dir
y a todo bicho desdeña.
Casi se cai de barriga
el cirujano, en mala hora
se le clavó a la Isidora
el cuchillo de la liga...
Que lo levanta el galán
trompezando, y cariñoso
se lo presenta gustoso
a la prenda de su afán.
La Isidora lo recibe,
y exclama: - ¡Cristo me valga!
antes perdiera una nalga
que no esta prenda de Oribe.
Con la cual he de volver
y a todas las unitarias,
de balde han de ser plegarias,
yo las he de componer.
¿Ha visto, dotor tuertero,
estas zonzas de orientalas,
que a todas las federalas
nos tratan como a carnero?
Esas mesmas que ahi están
faroliando en el Cerrito,
y haciéndole asco al moñito,
no sé lo que pensarán.
Pues mire, ¡a fe de Isidora,
me voy con sangre en el ojo!
y, he de volver por antojo
con mi comadre Melchora;
Y a toda la que se piensa
que me ha de andar con diretes,
le he de cruzar los cachetes
y le he de cortar la trenza.
¡Moño grande! que se vea,
se han de poner a la juerza:
y a la que medio se tuerza
se lo he de pegar con brea.
¡Caray! si me da una rabia
el ver que a mí ¡a la Isidora!
quieran ganarle a señora
porque tienen mejor labia.
¡Y porque gastan corsé,
y gorras a la francesa,
ni levantan la cabeza
a saludar! -Ya se ve...
Aun no están acostumbradas
a la mazorca y tin tin,
pero de todas, al fin,
me he de reír a carcajadas.
Deje nomás que entre Oribe
y tome a Montevideo,
que hemos de tener bureo
como Rosas me lo escribe.
Conque ansina, dotorcito,
a todas digamelés,
que he de volver otra vez,
¡que me anden con cuidadito!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En esta conversación
hasta la playa llegaron,
y en el momento mandaron
los rosines un lanchón.
Era preciso llevarla
cargada para embarcarse,
por no dejarla mojarse,
que eso podía resfriarla.
Entonces de la cadera
se la prendió el Andaluz,
y ella le gritó: ¡Jesús!
¡No me ruempa la pollera!
Con todo se la echó al hombro,
y hasta el lanchón la llevó;
y al dejarla suspiró
el tal Garvizo, ¡qué asombro!
Conque ansina desde ahora
es bueno que se prevengan,
y las orientalas tengan
¡cuidado con la Isidora!
SEGUNDA PARTE
Por un duende que ha venido
y que estuvo en lo de Rosas,
ésta y otras muchas cosas
diz que Anastasio ha sabido;
Porque me escribe el Chileno,
con respeuto a la Isidora,
de que tuvo la señora
un viaje pronto y muy güeno;
Pues la tarde del embarque
alzó moño la Palmar,
y a Güenos Aires fue a dar
con la Arroyera y su charque.
Y con viento rigular
amaneció la Boleta,
frente de la Recoleta
aonde empezó a sujetar.
Por supuesto, en la cruzada,
la muchacha se almareó,
y cuasi, cuasi largó
la panza y la riñonada.
Pero le dieron giniebra
que cura la indigestión;
y diz que sopló el porrón,
y se lo limpió de una hebra.
Luego le ofrecieron té;
pero ella dijo: -No quiero
ningún remedio extranjero,
como no sea el culé...
O mate de manzanilla
junto con flor de mosqueta,
que cuando estoy indigesta
¡me asienta a la maravilla!
Quién sabe al fin si tomó
a bordo esa medicina;
pero luego en la cocina
de golpe se amejoró:
Comiéndose allí una tripa
que le brindó el cocinero,
con más de medio carnero
y de galleta una tipa.
Últimamente llegaron
hasta dentro con el barco,
y en lo más hondo del charco
a soga larga lo ataron.
Y al echar un bote al río
le dijeron a Isidora:
Venga a embarcarse, señora,
con su petaca y su avío.
Mesmamente la embarcaron
en la culata del bote,
y más ligero que al trote
hasta la orilla llegaron.
De allí la montó a babucha
un marinero fornido,
que llegó a tierra rendido
y soltó a la camilucha:
Cuando llegó un adecán
flauchoncito y muy viejazo,
que al soltarle ella un abrazo,
le dijo: ¡Che, Corbalán!
¿Cómo estás? ¿Y Juan Manuel?
¿siempre con salú? contáme,
o más bien acompañáme,
voy a platicar con él.
¡Isidora de mi vida!
díjole el viejo moquiando;
¡pues no! vamos disparando
y que sea bien venida.
Y ya también la sacó
de bracete acollarada;
que salió medio trabada
desde el punto en que partió.
¡Qué de noticias traerás
-le dijo- de esos parajes!
Y ¿se aguantan los salvajes
Rivera y el manco Paz?
Nada te puedo contar
ahora, dijo la Arroyera,
pues se me anda la vedera
y ya me voy por echar.
Apuráte por favor:
vamos ligero, viejito,
y lleguemos, hermanito,
a lo del Restaurador.
Llegó la yunta, y adentro,
en la puerta de la sala
ya tuvo la federala
su primer feliz encuentro.
Pues salió la Manuelita,
y en cuanto la divisó;
luego vino y se abrazó
de firme con su amiguita,
Queriéndola comer
con los besos que le dio,
hasta que le preguntó:
-¿De dónde salís, mujer?
¡Mirá que sos una ingrata!
pues ni de mí te acordás
queriéndote mucho más
que lo que me quiere tata.
-Salí, porteña pintora,
federala zalamera;
que si yo no te quisiera,
velay, ¡dijo la Isidora!...
No te trujera esta lonja
que le he sacao a un francés,
para vos, ahi la tenés:
esto es querer, no lisonja.
Ansí es que me acuerdo yo,
tomá, y dejáte de quejas;
juntalá con las orejas
que Oribe te regaló.
-Ya no las tengo, hermanita,
le respondió la pichona
pues como eran cosa mona
se las regalé a tatita.
Ahora mesmo las verás
en su cuarto, adonde tiene
todo lo que lo entretiene:
vení, mujer, te reirás.
Entonces se despidió
Corbalán de Isidorita:
que a un tirón de Manuelita
para el cuarto cabrestió.
Se colaron, ¡Virgen Santa!
en ese cuarto que espanta
de pensar que vive en él
el tirano Juan Manuel,
restaurador de las leyes,
entre jeringas y fuelles,
puñales, vergas, limetas,
armas, serruchos, gacetas,
bolas, lazos maniadores
y otra porción de primores;
pues lo primero que vió
Isidora en cuanto entró,
fue un cartel,
con grandes letras sobre él,
y una manea colgada
de una lonja bien granada:
y el letrero
decía así: "¡Esta es del cuero
del traidor Berón de Astrada!
lonja que le fue sacada
por unitario salvaje,
en el paraje
del Pago Largo afamado,
donde fue descuartizado!"
-Con razón:
por malvao y salvajón,
dijo la recién venida.
Y en seguida,
miró encima de una mesa,
y entre un nicho, una cabeza
cortada,
y con la lengua apretada
mordida,
y la vista ennegrecida
y con rastros de llorosa.
Al pie tenía una losa
escrita, y decía así:
" Zelarrayán
Los salvajes temblarán
cuando se acuerden de ti".
¿Pues no?
la Arroyera dijo: y vio
ahi nomás, en seguidita,
colgada en una estaquita
una cola o cabellera:
y al preguntar de quién era
pudo ver sobre un papel
esta letra: "¡De Marciel!
Esta es la barba y bigote,
que con lonja del cogote
le manda al Restaurador:
Oribe, su servidor".
- ¡Qué bonito,
dijo Isidora, el versito!
Y agarró
un puñal, que reparó
en diez o doce que había,
que sobre el cabo tenía
en la chapa este letrero:
"Yo soy el verdadero
recuerdo en homenaje
del infame salvaje
Manuel Vicente Maza.
Si salgo de esta casa,
¡tiemble algún Presidente
que no sea obediente,
y, altanero se oponga,
cuando Rosas disponga!".
-¡Qué receta para Oribe,
dijo Isidora, que vive
sirviéndole a Juan Manuel,
y queriendo hacer papel
de Presidente legal,
cuando en la Banda Oriental
tan sólo el restaurador
debe ser amo y señor,
aunque el diablo se sacuda
las orejas!... ¡Ah, mujer!
hacéme al momento ver
las de Borda: ¿dónde están?
¿Qué sequitas no estarán?
Entonces la Manuelita
las sacó de una cajita,
y cuando se las mostró,
la gaucha las escupió,
y pensó hacer otras cosas:
pero en esto dentró Rosas
en camisa y calzoncillos
golpiándose los tobillos,
con la cabeza amarrada,
una cara endemoniada,
y en la cintura una verga.
Tendió en el suelo una jerga,
puso al lado una botella,
y se acostó cerca de ella
sin soltar una expresión...
y cuál fue la confusión
de Isidora y Manuelita
al sentir que su tatita
redepente dio un bramido
como tigre enfurecido,
y echando espuma se alzó,
y estas palabras soltó:
"¡En la Horqueta del Rosario!
¡Flores, salvaje unitario!
¡Núñez, salvaje traidor!...
Entonces le dio un temblor,
y rechinando los dientes,
y con gestos diferentes:
"¡Asesina!" le gritó
a Isidora; y la mandó
degollar con sus soldaos,
que acudieron asustaos.
Cayó entonces desmayada
la Arroyera, y arrastrada
fue por dos indios; y al rato
degollada como un pato.
Cuando la iban a matar,
Manuela se echó a llorar
a los pies de Juan Manuel,
suplicándole, pero él
dijo: "¡Muera la ovejona!
pues, si no, sale y pregona,
que ya tengo convulsiones,
de ver que los salvajones,
se lo limpian a Alderete;
y después, que lo sujete
el demonio al Pardejón,
que viene, y en un cañón
de taco me hace meter,
y ahí nomás lo hace prender;
cosa que en cuanto reviente
¡a los infiernos me avente
donde con vergas y fuelles
vaya a restaurar las leyes!...
Luego pidió una botella
de bebida, y se arrimó
a Isidora; la miró,
y de ahí se sentó sobre ella.
¡Fría estaba y desangrada!
Pero Rosas, con todo eso,
se agachó, le pegó un beso,
y largó una carcajada.
Luego acabó de beber
muy ufano, y se paró,
y a los indios les gritó:
"Saquen de aquí esta mujer;
llevenlá a la sepultura;
vamos, prontito, al instante,
y que venga y la levante
el carro de la basura".
Ansí la triste Arroyera
un fin funesto ha tenido,
sin valerle el haber sido
federala y mazorquera.