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Hilarión Cabrisas,

poesias cortas

 


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Hilarión Cabrisas

A Safo

Porque eres canallesca, porque eres exquisita,
y porque eres perversa, y porque eres fatal,
mi carne pecadora tu carne necesita
para libar las mieles de las flores del Mal.

Porque tiene tu vientre albor de margarita,
y tus piernas, columnas de tu templo carnal,
guardan el Tabernáculo de mi hostia maldita
y ocultan el secreto de mi anhelo sensual.

Porque tus ojos glaucos, para el hombre inconstantes,
brillan faunescamente, lesbianos, inquietantes,
cuando pasa una núbil doncella junto a ti,

anhelo pecadora, tu lascivo contacto
para la complicada consumación del Acto,
¡Con la santa lujuria que está latente en mí!

 

 

 

De profundis

¡Te perdí para siempre! El torbellino
de la ciudad, te arrebató inclemente.
Ya nunca volveré a besar tu frente
ni beberemos juntos nuestro vino.

La vida bifurcó nuestro camino;
ya no vamos del brazo alegremente,
ni apaga nuestra sed la misma fuente,
ni tú oyes mi canción, ni yo tu trino.

¡Y no hubo ni un adiós! Fue lo insondable:
el silencio... el dolor... lo irremediable...
¡la atroz sonrisa y la fingida calma..!

Después, cargué mi amor rígido y yerto.
Lloré mucho; recé, velé a mi muerto,
¡y me enterré el cadáver en el alma..!

 

 

 

La lágrima infinita

¡Esa!... La que en el alma llevo oculta;
la que no salta afuera ni se expande
en la pupila; la que a nadie insulta
en un alarde de dolor: la grande, 

la infinita, la muda, la sombría, 
la terca, la traidora, la doliente 
lágrima de dolor, lágrima mía, 
que está clavada en mí profundamente! 

La que no da una tregua ni un consuelo 
de dulce sollozar. La que me hiere, 
y me punza, y me obsede, y pone un velo 
turbio en mis ojos; la que nunca muere 

ni nace a flor de rostro; la que nunca 
refrena su latir; la que no intenta 
asomarse a la faz y queda trunca, 
y hace la pena interminable y lenta... 

Cántaros secos, áridos, mis ojos; 
páramos sin frescura ni rocío; 
febricitantes de escrutar los rojos 
límites, del espacio y del vacío... 

¡Esa!... La que no llega, ni ha llegado, 
ni llegará a los ojos nunca... ¡nunca!... 
Mi lágrima tenaz que no ha mojado 
el Sahara estéril de mi vida trunca, 

¡Ésa... no la verás, porque en la calma 
de mis angustias, se ha trocado en perla! 
Para verla hace falta tener alma; 
y tú, ¡no tienes alma para verla!...

 

 


Mar sin orillas

Un dolor se me va y otro me arredra;
ola que se marchó y ola que viene
a batirme, y apenas se detiene
sobre mi viejo corazón de piedra.

Ola que llega, y rompe, y salta y medra
del dolor de la roca, y se mantiene
sólo el instante aquel que le conviene
para arrancarle hasta su airón de yedra.

Lucha sorda y tenaz; mudo combate
de la ola que se va, vuelve y se abate
en el peñón que su ira desafía...

Dolor perenne, inextinguible, intenso,
rudo y fiero combate en este inmenso
mar sin orillas de la vida mía...


 

 


 

Sed de ti

¡Qué sed tengo de ti!  Eres la fuente
que corre cristalina ante mis ojos,
y son inútiles mis brazos flojos
para hacer que se tuerza la corriente.

Inútilmente domo mis antojos,
y trato de olvidarte inútilmente:
sueña mi mente con tu tersa frente
y con el vino de tus labios rojos.

¿Qué daño habré hecho yo, que en mi camino
todo me llega tarde? Si es mi sino
cargar el fardo de mi vida trunca,

¡que no te vuelva a ver! Yo te lo pido
por Dios... ¡Cuánto mejor hubiera sido
que no te hubiera conocido nunca!

 

 

 

Síntesis

Vive tu vida y ámala, sea buena 
o mala para ti: ese es tu sino. 
Si te punzan las zarzas del camino 
haz un yambo votivo de tu pena.

Ten tu copa de amor bullente y llena, 
y embriágate de amores y de vino, 
Baudelaire te lo dijo: haz un divino 
canto a PAN DE TU VIDA ardiente y plena.

Musicaliza todo : tus dolores, 
tus placeres, los páramos, las flores, 
vive en perenne Domingo de Ramos.

Y espera anacreóntico la muerte 
diciendo ante el enigma de la suerte 
como Rubén: -¡Señor!... ¿A dónde vamos?...

 

 

 

¡Sólo entonces sabrás cuánto de quise!

Cuando yo muera... -ha de llegarme el día
antes que a ti-  al cerrar mis ojos yertos,
piensa que si aún hay vida entre los muertos,
te seguiré queriendo todavía.

En mi ansiedad suprema de agonía,
mis labios secos, torpes y entreabiertos,
aun sin calor, se moverán inciertos
por balbucear tu nombre, amada mía.

Ése será tu triunfo. En esa hora
tú, de mi vida absurda embrujadora,
sabrás, al fin, cuánto te amé y sufrí...

Y dirás:  "A las otras mintió amores;
pero ninguna le causó dolores
de amor, porque no amaba sino a mí..."