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John Donne, American Poetry
John Donne
.
Algunos títulos
Aire y ángeles
Al romper el día
Alquimia de amor
Amor negativo
Canción
Constancia de mujer
El corazón roto
El jardín de Twicknam
El mensaje
El sueño
El testamento
Elegía XIX. Al acostarse
Epístola heroica: Safo a Filenis
La aparición
La prohibición
La pulga
La salida del sol
Los buenos días
Por quién doblan las campanas
Seducción
Si los venenosos minerales, y si este árbol
Información biográfica
Nombre: John Donne
Lugar y fecha nacimiento: Londres (Inglaterra), 21 de enero de 1572
Lugar y fecha defunción: Londres (Inglaterra), 31 de marzo de 1631 (59 años)
Aire y ángeles
Dos o tres veces te habré amado
Antes de conocer tu rostro o tu nombre;
Así en una voz, así en una llama informe
A menudo nos afectan los ángeles, y los adoramos;
Y aún así, cuando adonde estabas me acerqué,
Vi una espléndida y gloriosa nada.
Mas, puesto que mi alma, cuyo niño es el amor,
Precisa miembros de carne y hueso
O nada haría si ellos,
Más sutil que el padre el amor no ha de ser,
Sino también ha de encarnar un cuerpo;
Por consiguiente, invoco quién y lo que eras,
Y al amor insto, y en este mismo instante,
A que se aloje en tu cuerpo, y consienta
Que en tu labio, ojo y ceja se instale.
(...)
En tal caso, como un ángel, con rostro y alas
De aire, no tan puro éste, pero que puramente lleva,
De este modo pueda tu amor ser mi angélica esfera.
Justamente igual desemejanza
Como impera entre la pureza de los ángeles y la del aire,
Como siempre existirá entre el amor
Del hombre y de la mujer.
Al romper el día
Es cierto, es ya de día, ¿y a nosotros
Qué nos importa? ¿Piensas levantarte
De nuestra cama? ¿Por qué, porque hay luz?
¿Nos acostamos porque anochecía?
Amor, que aquí nos trajo a pesar de la noche,
Debiera mantenernos juntos pese al día.
La luz no tiene lengua, es toda ojo;
Si hablar pudiera como puede espiar,
Lo peor de que podría ser testigo
Es de que, estando bien, querría quedarme
Y de que tanto amé a mi corazón y honor
Que no acepté alejarme de su dueño.
¿Te debe alejar tu trabajo de mí?
Oh, ése es el más cruel mal del amor:
El pobre, el falso, el flojo aceptan
Amar con calma, no el hombre ocupado.
Quien tiene trabajo y seduce a una dama perjura
Igual que un hombre casado que corteja a otra.
Alquimia de amor
Algunos que más hondo que yo en la mina del amor han excavado
Dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
Yo he amado, y poseído, y relatado,
Mas, aunque hasta la ancianidad amara, poseyera y refiriera,
Ese misterio escondido no habría de encontrarlo.
Todo, ¡ay!, es impostura.
Y como ningún alquimista obtuvo aún el elixir,
Mas su marmita repleta glorifica
Si por casualidad
Algo odorífero o medicinal le sobreviene,
Así un deleite pleno y prolongado sueñan los enamorados,
Para obtener una noche de estío, de apariencia invernal.
Por esta vana sombra de burbuja ¿habremos de entregar
Nuestro bienestar, esfuerzo, honor y vida?
¿En esto amor termina? ¿puede cualquiera
Tan feliz ser como yo si soportar puede
La burla breve de una representación de novio?
Ese infeliz amante que asegura,
No es la médula del cuerpo; es de la mente,
Lo que él en ella angelical encuentra,
Igual jurar podría que escucha en el rudo,
Crudo, griterío de ese día, las esferas.
No esperes hallar inteligencia en la mujer: a lo sumo,
Dulzura e ingenio; momias, sólo, poseídas.
Amor negativo
Nunca tanto me abatí como aquellos
Que en un ojo, mejilla, labio, hacen presa;
Rara vez hasta aquellos que más no se remontan
Que para admirar virtud o mente:
Pues sentido e inteligencia pueden
Conocer aquello que su fuego aviva.
Mi amor, aunque ignorante, es más audaz.
Fracase yo cuando suspire,
Si he de saber qué desearé.
Si es simplemente lo perfecto
Lo que expresarse no se puede
Sino con negativos, así es mi amor.
Al todo que todos aman digo no.
Si quien descifrar puede
Aquello que desconocemos, a nosotros, conocer puede,
Enséñeme él esa nada. Este, por ahora,
Mi alivio es y mi consuelo:
Aún cuando no progreso, fallar no puedo.
Canción
Ve y atrapa una estrella errante,
Ve, ya fecundada, en busca de una raíz de mandrágora,
Dime, dónde están los años que se fueron,
O quién quebró las patas del diablo,
O enséñame a escuchar las canciones de las sirenas,
O evita que nos hiera la envidia,
Y encuentra
Qué viento
Ayuda a que prospere una mente honrada.
Si sabes tolerar las miradas extrañas,
Ver las cosas invisibles,
Cabalga diez mil días y sus noches,
Hasta que la edad convierta en blanca nieve tus cabellos,
Y, ya marchita, cuando vuelvas, me contarás
Todas las extrañas maravillas que te sucedieron,
Y jurarás
Que en parte alguna
Vive una mujer hermosa y fiel.
Si encontraras alguna, házmelo saber,
Dulce me sería ese peregrinar;
Pero no, yo no iría,
Aunque en la puerta contigua pudiéramos hallarla,
Aunque hasta el instante de hallarla ella haya permanecido fiel
Cuando estés escribiéndome tu carta,
No obstante ella,
Sería infiel, antes de que yo llegara, a dos, o tres.
Constancia de mujer
Un día entero me has amado.
Mañana, al marchar, ¿qué me dirás?
¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho?
¿O dirás que ya
No somos los mismos que antes éramos?
¿O que de promesas hechas por temor reverente
Del amor y su ira, cualquiera puede abjurar?
¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos,
Así los contratos de amantes, a imagen de los primeros,
Atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata?
¿O es que para justificar tus propios fines
Por haber procurado falsedad y mudanza, tú
No conoces sino falsedad para llegar a la verdad?
Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo
Argumentar, ganando, si lo hiciera.
Pero me abstengo,
Porque mañana puede que yo así también piense.
El corazón roto
Loco de remate está quien dice
Haber estado una hora enamorado,
Mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que
Puede a diez en menos plazo devorar.
¿Quién me creerá si juro
Haber sufrido un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
Que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?
¡Ay, qué insignificante el corazón,
Si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio
A otros pesares, y para sí reclama sólo parte.
Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra,
Y, sin masticar, engulle.
Por él, como por bala encadenada, tropas enteras mueren.
El es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.
Si así no fue, ¿qué le pasó
A mi corazón cuando te vi?
Al aposento traje un corazón,
Pero de él salí yo sin ninguno.
Si contigo hubiera ido, sé
Que a tu corazón el mío habría enseñado a mostrar
Por mí más compasión. Pero, ¡ay!, Amor,
De un fuerte golpe lo quebró cual vidrio.
Mas nada en nada puede convertirse,
Ni lugar alguno puede del todo vaciarse,
Así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos
Esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos muestran
Cientos de rostros más menudos, así
Los añicos de mi corazón pueden sentir agrado,
Deseo, adoración,
Pero después de tal amor, de nuevo amar no pueden.
El jardín de Twicknam
Con vendavales de suspiros y anegado en lágrimas
Aquí vengo a buscar la primavera,
Y en mis ojos y oídos
Recibo esos bálsamos que lo restañan todo.
Mas, oh, traidor de mí mismo, traigo también
La araña del amor, que todo transubstancia,
Y el maná convierte en bilis,
Y para que este lugar pueda imaginarse
Un verdadero paraíso, he traído también a la serpiente.
Sería más sano para mí que el invierno
Oscureciera el esplendor de este lugar
Y que la grave escarcha prohibiese
Que estos árboles rían y se burlen en mi cara;
Pero, Amor, para que esa desgracia no soporte,
Ni deje todavía de amar, déjame ser de este lugar
Algún pedazo que no siente.
Hazme una mandrágora, así puedo crujir mi lamento aquí,
O una fuente de piedra, que llora todo el año.
Venid aquí amantes con frascos de cristal
Y tomad mis lágrimas, que son vino del amor,
Probad las de vuestras amantes en casa
Y veréis que son falsas aquellas que no saben como las mías.
¡Ay! Los corazones no brillan en los ojos
Ni mejor puedes juzgar los pensamientos femeninos por las lágrimas,
Que por su sombra o lo que lleva puesto.
Oh perversa condición de la mujer, donde nadie es sincero sino ella,
Que sincera siendo, con su verdad me mata.
El mensaje
Devuélveme mis ojos largamente descarriados,
Pues es ya mucho el tiempo que han estado sobre ti;
Mas ya que tales males allí han aprendido,
Tales conductas forzadas
Y apasionamiento falso,
Que por ti
Nada bueno
Pueden ver, quédatelos para siempre.
Devuélveme mi corazón inofensivo,
Que pensamiento indigno no podría mancillarlo,
Pero si el tuyo le enseñara
A burlarse
Del amor;
A quebrantar
Palabra y juramento,
Quédatelo, porque mío no será.
Pero devuélveme mi corazón, mis ojos,
Que pueda ver y conocer tu falsedad;
Que pueda reírme y gozar
Cuando te angusties,
Cuando languidezcas
Por aquel
Que no querrá,
O, como tú ahora, falso sea.
El sueño
Amor, debido a nada excepto tú
Habría roto este sueño feliz, una imagen
A la razón destinada, en exceso
Potente para ser sólo un fantasma,
Es sabio de tu parte despertarme,
Por tanto, mas mi sueño no interrumpes
Sino que sigues: eres tan verdad
Que el pensamiento de ti es suficiente
Para volver verdad sueños, ficciones, historias;
Entra a estos brazos, ya que decidiste
Que no soñara mi sueño completo, actuemos el resto.
Como un relámpago, o luz de una vela
Me despertaron tus ojos, no el ruido que hiciste;
Al principio creí
(Pues amas la verdad), que eras un ángel,
Hasta que vi que veías por dentro
Mi corazón y mi mente, mejor que los Ángeles pueden hacerlo,
Y que sabías qué estaba soñando, y sabías
En qué momento me despertaría el exceso
De gozo, y viniste, confieso que entonces
Habría sido herejía creer
Que tú fueras otra que tú.
Venir y quedarte conmigo te reveló tú,
Mas levantarnos me hace preguntarme
Si tú eres aún tú.
Es débil el amor si enfrenta al miedo,
Ya no es espíritu puro, valiente,
Si en él se mezclan miedo, vergüenza y honor.
Tal vez como antorcha que debe estar lista
Para apagar y encender si hace falta,
Así me tratas tú, pues viniste a encenderme,
Te vas para venir.
Entonces yo soñaré esa esperanza
Una vez más, o si no moriré.
El testamento
Antes que exhale mi último suspiro, deja, Amor,
Que revele mi legado. Es mi voluntad legar
A Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver.
Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego;
A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos;
A mujeres, o a la mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado
Al hacerme amar a aquella que a veinte más tenía,
Que a nadie debía dar, sino a quien tenía demasiado.
Mi constancia entrego a los planetas;
Mi verdad, a quienes viven en la Corte;
Mi ingenuidad y franqueza
A los jesuitas; a los bufones, mi ensimismamiento;
Mi silencio, a quien haya estado fuera;
Mi dinero, al capuchino.
Tú, Amor, me has enseñado, al instarme a amar
Allí donde amor no es recibido,
A dar sólo a quienes tienen incapacidad probada.
Mi fe entrego a los católicos;
Mis buenas obras, todas, a los cismáticos
De Amsterdam; mis mejores modales,
Mi cortesía, a la universidad;
Mi modestia doy al soldado raso.
Compartan los jugadores mi paciencia.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar
A aquella que dispar mi amor entiende,
A dar sólo a quienes tienen por indignos mis regalos.
Sea mi reputación para aquellos que fueron
Mis amigos; mi industria, para mis enemigos.
A los escolásticos hago entrega de mis dudas;
De mi enfermedad, a los médicos, o al exceso;
A la naturaleza de todo lo que en rima tengo escrito,
Y para mi acompañante sea mi ingenio.
Tú, Amor, cuando adorar me hiciste a aquella
Que antes este amor en mí engendrara,
A hacer como si diera, me enseñaste, cuando restituyo sólo.
A aquel por quien tocan las campanas,
Mi libro doy de medicina; mis pergaminos
De consejos morales sean para el manicomio;
Mis medallas de bronce, para quienes tienen
Escasez de pan; a quienes viajan entre
Todo tipo de extranjeros doy mi lengua inglesa.
Tú, Amor, al hacer que amara a quien
Considera su amistad justa porción
Para jóvenes amantes, haces mis dones desproporcionados.
Así, pues, no daré más, sino que el mundo
Destruiré al morir, pues el amor muere también.
Tu hermosura, toda, menos entonces valdrá
De lo que el oro en la mina, sin que haya quien lo extraiga
Y de menos tus encantos, todos, te servirán,
De lo que puede un reloj de sol dentro de una tumba.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme
Amar a aquella que a ti y a mí desdeña,
A ingeniar esta manera de aniquilar a los tres.
Elegía XIX. Al acostarse
Ven, ven, señora, mi fuerza se opone al descanso,
Me esfuerzo intensamente hasta esforzarme.
El enemigo a menudo, teniendo
El enemigo a la vista, se cansa
De no luchar. Descíñete la faja,
Resplandeciente como las esferas
Celestes, pero puesta en torno
De un mundo más hermoso. Desabrocha
El peto rutilante que te pones
Para que allí se detengan los ojos
De los ineptos. Desanúdate,
Suelta los lazos que te atan, esas campanadas
Me dicen con tonos armónicos: llegó la hora
De ir a acostarse. Sácate el corsé,
Que me da envidia, por estar inmóvil
Tan cerca tuyo. Revelan tus ropas
Al ir cayendo un terreno hermosísimo,
Como cuando las sombras se retiran
De una pradera en flor. Arroja lejos
Esa guirnalda que te cubre y deja
Tan sólo en tu cabeza la guirnalda
Del pelo que sobre ella crece. Arroja
Lejos también tus zapatos, penetra
Así sin miedo en el templo sagrado
De nuestro amor, en esta blanda cama.
Así, de blanco, los Ángeles eran
Por hombres recibidos;
Tú, Ángel, me traes contigo este cielo
Que se parece al de Mahoma, y aunque
De blanco van los espíritus malos, es fácil
Por esto distinguirlos de estos otros:
Nos paran los pelos en vez de la carne.
Dale permiso a mis manos, déjalas correr
Delante, atrás, entre, arriba y abajo.
¡Oh América mía! Continente hallado,
Mi reino habitado por un habitante tan solo, y por eso seguro, mi
Mina de piedras preciosas, mi imperio,
¡Qué afortunado soy al descubrirte!
Entrar en tus amarras es soltarse
De todo lazo, allí donde mi firma
Está posada inscribiré mi sello: ¡oh desnudez
Entera! A ti se debe todo goce:
Igual que el alma que abandona el cuerpo
Para gozar ya sin impedimento
Así se libra el cuerpo de sus ropas.
Las joyas que revisten las mujeres
Son como las manzanas de Atalanta, distracciones
Para los tontos, cuya vista en ellas
Se pierde, desviando el deseo.
Como pinturas, portadas alegres de libros
Para atraer ignorantes, se arreglan así las mujeres;
Que son en sí mismas un libro sagrado, que sólo a nosotros
(Dignos debido a la gracia otorgada)
Se debe revelar. Permite entonces,
Para que yo conozca, que aparezca
Tu cuerpo libremente, como ante
Una partera: despójate entonces
De todo el blanco lino que te cubre:
Pues no hay aquí penitencia ninguna, inocencia
Ninguna. Me desnudo yo primero
Para enseñarte: qué falta te hace
Entonces más cobertura que un hombre.
Epístola heroica: Safo a Filenis
¿Dónde está el fuego sagrado que dicen
Que tiene el verso? ¿Ha decaído acaso
Su fuerza encantadora? El verso, que
Naturaleza retrata, de acuerdo
A la de la naturaleza ley, no puede
A ti, su mejor obra, retratarte.
¿Han apagado mis lágrimas el fuego
Que ardía en mis poemas, por qué entonces
No han apagado también el deseo?
Mis pensamientos, hijos de mi mente,
Suelen estar conmigo, pero yo,
Su creador, quisiera liberarlos.
Sólo tu imagen habita mi pecho,
Pero es de cera, y fuego la rodea.
Arrebatada por mis fuegos, por
Los tuyos atraída, quedo sin
Retrato, sin corazón ni sentido:
Me queda sólo la odiosa memoria,
Que por igual se aflige al mantener
O al extraviar, sin cesar repitiéndote
Cuán alta es tu hermosura. Tan hermosa
Que si a los dioses te comparo, honor
Más a los dioses que a ti, y para hacer
Que vean los hombres ciegos el aspecto
Que tiene un dios, diría que se te asemeja.
Pues si decimos que es cada hombre un mundo
En miniatura, ¿qué de ti diremos?
Tú no eres suave, clara, esbelta, hermosa
Como lo son plumas, estrellas, cedros
Y lirios, pero tu mano derecha
Y tu mejilla derecha y tu ojo
Derecho se asemejan a tu otra
Mano y a tu mejilla y a tu ojo;
Tal como fue mi Fao por un tiempo
Y nunca más, como tú eres, fuiste
Y acaso para siempre sigas siendo.
Juran aquí los mejores amantes
Que soy así, palidezco de pena,
Pero no tanto, no sea que la pena
Me vuelva menos hermosa, y por tanto
Indigna de tu amor. Cuando tú juegas
Con un amable muchacho, algo falta:
Que un sentimiento recíproco endulce
Su disparejo y espinoso rostro.
Un natural paraíso es tu cuerpo
Donde se da todo placer, sin que haga
Falta cultivo alguno, o se requiera
Perfeccionar alguna cosa, ¿para
Qué permitir, por tanto, que algún torpe
Y rudo hombre te are, si, como ladrones
Que roban cuando hay nieve, por sus huellas
Se los atrapa, por lo que ellos dejan
Tras sí al pasar se nota su pecado,
Mientras que nuestro retozo no deja
Más rastro que los peces en el agua
O que los pájaros surcando el aire,
Y entre nosotras hay cuanta dulzura
Pueda desearse, cuanto proporciona
Naturaleza, o cuanto añade el arte?
Mis labios, ojos, caderas, difieren
Tan sólo de los tuyos, cuanto ellos
Difieren unos de otros, tanta es
La semejanza ¿por qué no tocar
Ser recíprocos entonces unos a otros?
Mano con mano ajena, labio a labio,
Sin nada ya negarse, por qué no
Pecho contra otro pecho, muslo a muslo
Juntado, tan extraña auto-indulgencia
La semejanza genera, que creo,
Cuando te toco, tocarme a mí misma.
Beso mis propias manos, y me abrazo
Y me agradezco a mí misma por ello.
Me llamo tú a mí misma en el espejo
Pero ay, si quiero besarte se nublan
Mis ojos, y el espejo. Esta locura
Enamorada cura, nuevamente
Regrésame a mí misma, te lo pido,
Tú mi mitad, mi todo y mi aún más.
Supere el escarlata la rojez
De tus mejillas, venza su blancura
A la de la galaxia, y tu hermosura
Impresionante en todas las mujeres
Produzca envidia, y amor en los hombres,
Y estén de ti la enfermedad y el cambio
Tan lejos como están de mí contigo.
La aparición
Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,
Y libre te creas ya
De todos mis asedios,
Vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
Y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.
Parpadeará entonces tu enfermiza llama,
Y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,
Si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará
Que pides más,
Y en sueño simulado te rehuirá,
Y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
Te bañarás en gélido sudor de azogue,
Espectro más real que el mío propio.
Lo que diré no he de decirlo ahora,
No vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor,
Antes quisiera verte con dolor arrepentida
Que, por mis amenazas, inocente.
La prohibición
Guárdate de quererme.
Recuerda, al menos, que te lo prohibí.
No he de ir a reparar mi pródigo derroche
De aliento y sangre en tus llantos y suspiros,
Siendo entonces para ti lo que tú has sido para mí.
Pues goce tan intenso consume al punto nuestra vida.
Así, a fin de que tu amor frustrarse no pueda por mi muerte,
Si tú me amas, guárdate de quererme.
Guárdate de odiarme,
O de excesivo triunfo en la victoria.
No es que yo a mí mismo haga justicia,
Y me resarza del odio con más odio,
Pues tú el título perderás de conquistador
Si yo, tu conquista, perezco por tu odio.
Así, a fin de que mi ser a ti en nada perjudique,
Si tú me odias, guárdate de odiarme.
Mas ama y ódiame también.
Así ambos extremos la función de ninguno cumplirán.
Ámame para que pueda morir del modo placentero.
Ódiame, porque tu amor es excesivo para mí,
O deja que los dos mutuamente, y no a mí, se destruyan.
Viviré entonces para apoyo y triunfo tuyo.
Así, para que tú a mí, a tu amor y odio no destruyas,
Déjame vivir, pero ama y ódiame también.
La pulga
Mira esta pulga, y mira cuán pequeño
Es el favor que tú, cruel, me rehúsas;
Me picó a mí primero; luego, a ti.
Y en esta pulga tu sangre y la mía
Se han confundido; ¿puede declararse
Que hay en tal hecho pecado, vergüenza,
O pérdida de la virginidad?
Pero este insecto disfruta,
Sin matrimonio, y el muy consentido
Con nuestras sangres se atiborra. En cambio
Tal cosa no se nos es permitida a nosotros.
Detente, no la mates salva nuestras
Tres vidas perdonando a este insectillo,
En quien nosotros casi nos casamos:
Sirva esta pulga de lecho nupcial, sea templo
De nuestras bodas, por mucho que gruñan
Tus padres y tú, ya ha sido consumado
Adentro de este insecto nuestra unión.
Por más que matarme, mi amor, acostumbres,
No añadas suicidio a ese crimen,
Ni sacrilegio, tres faltas en una.
Cruel, despiadada, ¿has manchado tus manos
Con sangre inocente? ¿Qué culpa
Puede esta pulga haber tenido, excepto
La gota que sustrajo de tus venas?
Pero sobreviviste al robo, y me señalas
Que tú ni yo menos vivos estamos;
Ello es verdad: ¿no te parece entonces
Que falsos son tus miedos?, si te entregas
A mí tanto honor perderás como vida
Con la picada de pulga perdiste.
La salida del sol
Viejo estúpido y rebelde, atareado Sol,
¿Por qué en esa forma
A través de ventanas y cortinas nos visitas?
¿Deben apresurar tus movimientos las estaciones de los amantes?
Descarado, pedante miserable, ve y engaña
A los escolares rezagados, a los huraños principiantes,
Ve y diles a los cazadores de la Corte que el Rey cabalgará,
Diles a las hormigas del campo que inicien su cosecha;
El amor, de todos modos, no sabe de estaciones, ni tampoco de clima,
Ni de horas, días o meses, esos andrajos del tiempo.
¿Tan fuertes y temidos imaginas tus rayos?
Yo podría eclipsarlos y nublarlos con un guiño,
Pero así perdería demasiado tiempo sin verla:
Si sus ojos no han cegado los tuyos,
Mira, y mañana, al caer la tarde, dime,
Si las Indias de minas y de especias
Están en su justo sitio o yacen aquí, conmigo,
Pregunta por los Reyes que ayer viste
Y habrás de escuchar: el Universo yace aquí en un mismo lecho.
Ella es todos los Estados y yo todos los Príncipes,
Nada más existe.
Príncipes hay pero nos engañan; reflexiona sobre esto:
Todo honor es teatro, toda riqueza alquimia.
Tú, Sol, arte a medias, serías tan feliz como nosotros
Si en tal forma se redujera el mundo;
Tu edad pide reposo, y ya que tu deber es
Calentar el mundo, en nosotros ese deber lo cumples, nos calientas.
Brilla aquí por nosotros, y tu arte reinará en todas partes;
Este lecho es tu centro, estas paredes tu esfera.
Los buenos días
¿Qué hicimos, a fe mía, hasta el instante de amarnos?
¿Apenas habíamos empezado a vivir hasta entonces?
¿Absorbíamos puerilmente los placeres encendidos del campo?
¿O roncábamos en la cueva de los siete durmientes?
Así fue; pero eran fantasías todos esos placeres.
Siempre que descubría alguna belleza
Y la deseaba, eras tú a la que anhelaba en mis sueños.
Y ahora buenos días a nuestras almas que despiertan,
Que se observan una a otra no sin miedo;
Por amor todo amor sobre otras miradas prevalece,
Y construye un pequeño refugio en cualquier parte.
Que los descubridores de mares visiten nuevos mundos,
Que mundos sobre mundos a otros los mapas les enseñen,
Déjennos conquistar un mundo;
Cada uno posee el suyo, y es sólo uno.
Mi rostro en tus ojos, en los míos el tuyo,
En los rostros descansan los fieles corazones;
¿Dónde podríamos encontrar dos hemisferios tan perfectos
Sin el Norte glacial, sin el agonizante ocaso?
Aquello que muere no está debidamente amalgamado;
Si son nuestros amores uno, o si nos amamos
Sin desmayo, de ningún modo moriremos.
Por quién doblan las campanas (fragmento)
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
Como si fuera un promontorio o la casa de uno de tus amigos o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad;
Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Seducción
Ven a vivir conmigo, y sé mi amor,
Y nuevos placeres probaremos
De doradas arenas, y arroyos cristalinos;
Con sedales de seda, con anzuelos de plata.
Discurrirá entonces el río susurrante
Más que por el sol, por tus ojos calentado,
Y allí se quedarán los peces enamorados,
Suplicando que a sí puedan revelarse.
Cuando tú en ese baño de vida nades,
Los peces todos de todos los canales
Hacia ti amorosamente nadarán,
Más felices de alcanzarte, que tú a ellos.
Si los venenosos minerales, y si este árbol
Si los venenosos minerales, y si este árbol,
Cuyo fruto trajo la muerte a los inmortales,
Si las cabras lascivas, si las serpientes envidiosas
No pueden ser condenadas, ay, ¿por qué lo seré yo?
¿Por qué la voluntad o la razón, que son parte de mí,
Harán que un mismo pecado sea en mí más abyecto?
Y si es fácil la gloria y la piedad para Dios,
¿Por qué su cólera severa me querrá amenazar?
Pero, ¿quién soy yo, Dios mío, para discutir
Contigo? Haz de tu sangre, la única elevada,
Y de mis lágrimas, un celestial Leteo
Y ahoga en él la negra memoria de mi culpa.
Otros claman y piden que también los recuerdes.
Yo preferiría la misericordia que supone tu olvido.