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Mihaï Beniuc,

poesias cortas

 


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Mihaï Benuic

Antes del invierno

Este es mi tiempo, el otoñal, el último. 
Ataré mi caballo del tronco de algún árbol 
en el lindero de la selva oscura 
y me extraviaré por los campos que huelen 
a lentas flores tristes, a frases muy maduras, 
a hierbas marchitadas por la helada nocturna. 
Podré escuchar al grillo que intermitentemente, 
solitario, afligido, guarda su violín. 
Golondrinas, halcones y grullas se marcharon, 
ya no hay más resplandor que el de la estrella 
de la tarde, en el cielo como un lar apagado. 
La alta cima, de un día a otro, estará nevada, 
y yo, cerca del fuego, en mi retiro, 
me pondré mi zamarra de piel, amortajando 
en los recuerdos el hogar del alma. 

Cual si perteneciera a la edad de la piedra, 
tanto se amontonaron, con los años que pasan, 
tristezas, aventuras y residuos de sueños. 
Este es mi tiempo, el otoñal, el último. 
El lago está más claro, pero más fría la onda. 
y la hoja verde, enrojecida, gualda, 
se balancea y cae como antes lo hacía. 
Voluptuoso juego este de ir al descenso 
en los racimos de uvas que han guardado la fuerza 
y la miel de la tierra en su granos pesados. 
Se canta en los lagares y cuán hermosas son 
las mujeres que hacen la vendimia riendo. 
Sobre el lago azulado el viento se estremece 
y un inquieto temblor se extiende por las aguas 
como el que al primer beso aparece en los ojos 
cuando al prender la fina cintura de la amada 
se siente que el gran Eras te ha vencido. 
¿Todavía el otoño tiene tales encantos 
cuando ves en las cumbres la nieve deslumbrante? 
¡Ah!, el otoño, el otoño es aún mucho más rico, 
más denso de secretos y también más profundo, 
con días cual lagartos que pasean al sol, 
noches de terciopelo y brillantes estrellas 
que parecen aún más altas y lejanas 
de este globo terrestre, cuya pequeña barca 
gira rápidamente alrededor del sol, 
al tiempo que nosotros, entre tantos aromas, 
somos, presos del vértigo y locos de entusiasmo, 
como niños que montan caballos 'de madera. 
Pronto de todos modos va a descender la noche 
y hacia las casas vamos llorosos, pues los padres 
-o el destino- nos tienen prohibido 
dar vueltas en la feria también después de muertos. 
Otoño, otoño, ay, mi estación bien amada, 
cuánto, cuánto te quise, pero ya envejecí 
y si en los caballitos de madera 
no puedo montar más, es ciertamente signo 
de que les llegó a otros el turno y la ocasión 
de que el gran torbellino los lleve en su locura.

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966

 

 

 

Caminos     (fragmentos)

Yo vestiré de negro 
de arriba abajo 
mi soledad. 
Igual que en el mes de agosto, 
lloraré estrellas a montones. 
Altivo dolor mío, 
da tu voz, desde ahora, a las fuentes del canto, 
hondamente encerradas en mi alma 
como en el corazón de una montaña. 
Que el cuerno de la muerte resuene nuevamente 
a través de mis versos. 
Os deshojáis así, os deshojáis, 
últimos sueños míos, 
en la magnificencia del otoño. 

* * * * *

Con mis pasos ansiosos de caminos, 
devano el ovillo de la distancia. 
El decir "a lo lejos" me es tan caro 
como una mujer. 
Para mí el horizonte mueve velos de nubes, 
y las cimas de las montañas me sonríen 
con sus dientes de nieve. 
Los bosques acarician mis mejillas 
con sus dedos de ramas. 
Y la onda espumosa de los ríos, 
igual que un perro amigo, 
mueve a mis pies la cola, 
ladrando alegremente. 
Mi corazón celebra, campana de la boda, 
la gran fiesta del Siglo 
cuando el alba despliega banderolas 
de llamas y de sangre. 
La savia sube, rica, por los tallos, 
nuncio de una gloriosa primavera. 

En el fértil y rico 
terreno de mi alma, 
he trasplantado 
el árbol no terreno del amor entre los hombres, 
y en un inmenso abrazo 
rindo el espíritu y grito: 
¡Vida, vida!

* * * * * 

¡Oh, vosotros, los siglos, montones de ruinas!, 
¿he de esperar aún el tiempo venidero, 
pavo real de púrpura en lo alto de la casa, 
cuando todo va a hervir, se va a quemar 
y, flotando carteles y banderas, 
va a transformar en lava las masas victoriosas? 

Yo vestiré de negro 
de arriba abajo 
mi soledad. 
Igual que el mes de agosto, 
lloraré estrellas a montones. 
Altivo dolor mío,
da tu voz, desde ahora, a las fuentes del canto, 
hondamente encerradas en mi alma 
como en el corazón de una montaña. 
Que el cuerno de la muerte nuevamente resuene 
a través de mis versos. 
¡Volad, volad 
en la magnificencia del otoño, 
volad, sueños dorados 
de las primaveras que se avecinan!

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966


 


 

 

Canción de amor

Ven, canción de amor, 
desde el corazón de los elementos 
sobre el ala de la tormenta 
con el aullido de la tempestad, 
ven desde los abismos de la noche, 
a caballo sobre los torbellinos 
con el hervor de las aguas profundas, 
que te llevan los pastores del aire 
en tropeles de estrellas 
ladradas por el trueno. 
Ven, torbellino de fantasmas, 
carro de nubes 
fustigado por el relámpago 
roto sobre el espinazo 
de las tinieblas. 
Ven, toro del crepúsculo 
rasgado por el diente de la luna, 
hoz surgida de las encías del celo. 
Ven, 
conmoción de la aurora 
con la aureola del sol sobre la cabeza, 
despierta 
al nenúfar del lago, 
la tórtola en el nido, 
la voz de la fábrica en su pecho de metal, 
el niño en los brazos del sueño, 
desliga a los borrachos de las heces del vino, 
las enamoradas de los enlazamientos de la carne, 
las abejas 
del calor del panal. 
Ven sobre mil senderos, 
nieves fundidas, 
lluvias mezcladas de sol, 
hierbas invasoras, esplendor de los campos, 
hojas caídas, 
racimos vendimiados, aplastados en el lagar, 
balbuceo del mosto en los toneles, 
y cristalízate de un golpe 
en tres palabras 
murmuradas por el hombre al oído de la amada, 
envueltas en el beso, 
apenas comprendidas, 
frágiles y cálidas: 
Estoy cerca de ti.

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966
 

 

 

 

De la sombra

Un día, por encima de los años, mi cuerpo 
abandonará penas, alegrías, 
la sed de ser, el sueño y los ensueños, 
y despojándome de todo igual que la serpiente 
de su vieja piel, 
me deslizaré entre la hierba de los grandes silencios 
fantasma de sátiro difunto, 
y desde la insondable sombra veré la vida, 
ella -con mozas gráciles y labios jóvenes, 
y yo- con una copa destrozada en la mano. 
Mis canciones, sonoras caracolas, 
sin mí se quedarán en el ribazo, 
amarillas, azules, rojas, blancas, 
las finas espirales agudas hacia arriba. 
En algunas, quizás, 
los cangrejos de blandas espaldas 
se acurrucarán 
dejando sus tijeras cortadoras afuera, 
temiendo a las estrellas de mar. 
Otras, sin embargo, 
los niños, dando saltos en la arena, 
las alzarán al sol, resplandecientes, 
y tal vez 
sobre una, 
alguna niña 
apoyará el oído 
para escuchar el son profundo de lo eterno,
en tanto que el ardiente ímpetu del futuro, 
de una orilla a la otra, 
sobre los continentes, 
tejerá sus canciones nuevas sobre las ondas. 
¡Ay! Y yo no estaré allí 
y de los agujeros de mis órbitas 
se escurrirán grandes granos de oscuridad. 
Pero las caracolas rojas, gualdas, azules, 
que los niños harán danzar al sol, 
brillarán más hermosas, 
y una muchacha encantará su oído 
con la sonora caracola 
oyendo el porvenir.

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966 
 

 

 


 

En mi sangre

Nada más tengo que decir, 
que vengan otros, si así quieren, 
a pescar en esta agua turbia. 
Yo he vuelto las espaldas al poniente. 

Como una peonía de corola arrancada, 
miro el árbol gigante con asombro: 
Veo un hombre pender de cada rama. 
Yo no hubiera querido -¡no!- combatir aquí. 
Vosotros, insaciables de las guerras, 
¡venid, gustad sus frutos! 

Sobre el mapa, el Espíritu del Mal está inclinado, 
mordido en las entrañas de una sed insaciable 
de espacio y sangre joven. 
"¡Venid!", aúlla, oscura, la boca del abismo. 

Nada más tengo que decir. 
Hierven charcos de agua corrompida, 
a cada paso yace alguno, 
alguno del levante o del poniente. 

¡Oh, hermanos míos, en mi sangre 
llora la historia de mi tiempo!

1942

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966 
 

 

 

 

La guerra

Están los que juegan con su propia cabeza,
como una pelota única,
lanzada al alto,
contra la tierra,
atrapada en la mano,
golpeada con el pie,
pero no mas que una sola pelota.

Otros juegan con las cabezas ajenas,
con muchas cabezas a la vez, con todas.
Las agarran al vuelo, las tiran al aire
diestramente, sin que caiga ninguna,
tan bien que el horizonte se llena de cabezas
y el cenit
y los puntos cardinales.

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966


 

 


 

La huida

Ten cuidado, no pierdas un instante, 
el más terrible perseguidor 
de ti eres tú mismo. 
Huye, huye, huye de ti, huye con todas tus fuerzas 
porque nada puede haber más terrible 
que sentir que nos agarramos nosotros mismos, furiosos, 
por los hombros, por la cintura. 
¡Detente! ¿A dónde vas? Porque tú has robado 
y derrochado sobre todos los caminos 
todas las monedas del amor, del orgullo. 
¡Responde! ¡No huyas! Aturdido 
te miras en tus propios ojos como en un espejo. 
Quisieras mentir, pero ninguna mentira 
es posible ante tu propio yo 
cuando en verdad yo ignoro si hay alguna ventaja para ella en tales circunstancias 
y para el que la dice, para aquel que la escucha, 
aunque fuese mejor comprendida que en otro momento. 
¿O conoces quizás otra salida? Párate, de pronto, 
porque tu yo te adelanta 
a fuerza de correr a tus talones, 
y vuélvete de prisa y da marcha atrás.

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966


 


 

 

La naturaleza habla 

Cuando lloras, soy prado cuajado de rocío, 
cuando tú ríes, soy la más feliz cascada, 
a la noche, yo soy para ti luna nueva, 
soy viñedo, en otoño, de sazonado fruto. 
Si tú llamas, respondo lo mismo que la gruta 
con una voz en ondas repetidas; 
de cuanto tú me dices no olvido una palabra, 
hasta cuando parezco a veces estar muda. 
Cuando tu boca está cargada de amargura, 
sobre tu labio exprimo el dulzor de las flores; 
cuando tu corazón es un carbón, 
yo pongo en tu deseo los diamantes 
que cortan el cristal de las tinieblas 
que te cercan y hacen levantar 
una llama en las cimas de la nieve, 
para que al subir veas y oigas cómo se calla 
la eternidad velando tu camino 
cuando estás explorando el universo. 
Yo soy la cuna de tu infancia y soy 
la urna de la hora de la angustia, 
esa última que queda 
cuando del hoy te pasas al mañana. 
Sé tú el vuelo que sube de la arcilla, 
sé tú la antorcha que en sí misma arde, 
sé tú canto e impulso hasta el final, 
sé tú el alba sin desfallecimiento 
que escoge en su crepúsculo los nuevos 
ojos que miran ante sí guardando, 
sé tú venablo de estrellada punta 
que va el amor llevando por el mundo.

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966


 


 

 

La sombra de Hiroshima 

Grabada en los peldaños hay la sombra de un hombre. 
Estampada en la piedra estará para siempre. 
Ha sido inscrita allí por los dueños del átomo. 
Como cuando a la muerte un perro aúlla, 
así el recuerdo ladra entre los muros, 
aúlla hacia una torre negra, triste y quemada. 

El hombre ya está muerto, pero la sombra grita: 
¿En dónde está mi hombre? ¿ Quién lo ha matado? 
Las ruinas se callan, un alambre se enreda 
en un cerezo que entreabrió sus flores. 
Quiere la primavera, con las piernas quebradas, 
lanzarse impetuosa fuera de los escombros, 

¡Hiroshima! ¡Quemados, bellos senos 
de mujer, en el centro de las llamas, sangrantes! 
Tus niños están huérfanos. La sombra grita: "¿ Dónde 
están los despiadados que llevando 
antorchas cegadoras descendieron 
y destruyeron cunas, libros, palas y padres?" 

¡Hiroshima! La sombra de un hombre está grabada 
sobre una roca, y siempre estará ya en la piedra. 
Crece la hoja, luego cae del árbol, 
solamente la sombra no puede separarse. 
Queda. No se acostumbra a esta ausencia de un hombre 
entre los calcinados escombros de las ruinas.

"¿Eres mi hombre, dime?", les pregunta 
a todos los que pasan a su lado. 
Y ensombrecidos todos le responden: 
"No sé, mi pobre sombra, no soy yo... " 
Y la sombra contempla, mira siempre 
a todo aquel que pasa cerca de ella...

Pasan los transeúntes con su sombra, 
unos veloces, otros lentamente. 
Queda, sola, la sombra, sin premura. 
Miradla, ya sin hombre que la lleve al trabajo. 
¡De todos estos seres no hay ninguno 
que bajo el sol camine sin su sombra!

La sombra, centinela, está en su puesto, 
para siempre jamás está velando 
a fin de que no vuelva lo pasado, 
de que jamás estalle la tormenta, 
de que la llama nuclear no queme 
la flor de nuestra humana primavera.

1956

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966 
 

 


 

 

Las llaves

He llegado a ser tu caja de caudales, 
tu caja de secretas cerraduras, 
y me has llenado de años, 
moneda a moneda. 

Ábreme, tiempo, 
toma tus años, 
todos, 
o al menos algunos, 
los últimos, 
algunas decenas. 

Yo te ofrezco a cambio 
la plata de mis sienes, 
las ricas pinturas 
sobre los muros de mi alma, 
mis sufrimientos 
petrificados como en Pompeya, 
bajo la lava, bajo las cenizas ardientes 
de mi corazón, 
las estatuas de mármol 
-recuerdos de mujeres amadas-.
Yo te hago el don 
de Castalia, 
de mis lágrimas no lloradas, 
y de todo, 
a cambio de algunas docenas de años
que tú me has confiado, 
y yo te ruego 
de rodillas 
que me los tomes de nuevo... 

¿Por qué este silencio? 
Parece como si no escuchases nada, 
ni siquiera me miras... 
En definitiva, esos años son los tuyos, 
no los quiero; 
tú me conoces, no soy un usurero, 
no me gustan las riquezas. 
¿Odié a los ricos 
por ser yo 
tan rico.... 
Abre, 
vuelve a tomar los años, 
vete, no te pido ningún alquiler, 
aunque los haya alojado 
en mi carne... 
Tiempo, ¿estarás sordo? 
¿Ya no comprendes el rumano? 
No finjas, yo tengo bastante 
con ser el depositario 
de los centavos 
de los años... 
¿Pensaste que no los iba 
a contar? 
Pues bien, no. Al principio, 
cuando todo me parecía 
una burla, sí; 
hoy estoy harto, 
tus años pesan cada vez más, 
su metal es cada día más sombrío, 
su canto dentado hiere, 
el águila tiene el aire de una fiera, 
con cabeza de muerto. 
No quiero nada más. 
Me pongo de rodillas, 
beso los bordes de tu eternidad, 
me humillo ante ti: 
no me abandones, 
vuelve a tomar tus años, 
no me hagas levantar la voz, 
escúchame, 
¡ábreme! 

¡ Ah, miserable, 
has perdido las llaves!

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966

 

 

 

Tapiz

Los tapices de mis recuerdos están hechos 
de lágrimas, de estrellas y de sangre. 
Yo los tejí, bordándoles a través de los tiempos 
ramajes con retoños de flores y de espinas, 
y entre las hojas, en calientes nidos, 
eduqué ruiseñores y tuve nuevos cantos. 
Mis raíces tomaron, como garras, la arcilla 
y al final busqué a tientas en lo desconocido 
salpicado de astros y busqué 
con paso alado entre las tempestades. 
Yo soy como una arena de fósiles, de conchas, 
de indescifrables y olvidadas páginas, 
un cementerio de tumbadas piedras 
con los nombres grabados en idioma extranjero. 
Yo soy la queja que se esparce al viento 
cuando la piedra pesa ya sobre el ataúd. 
Soy el montón informe de vasijas quebradas 
allí donde habitaron los más antiguos hombres. 
Soy la gruta manchada por imágenes 
que retratan la fauna de otro tiempo. 
Con crueldad mis abuelos abatieron las bestias 
trazando con los sueños y la sangre un camino 
que del fondo del tiempo marcha hacia no sé dónde, 
pero que sin embargo debe desembocar 
en el claro de un bosque donde haga calor siempre... 
Pero el rastro es muy largo y viene de muy lejos. 
y parece que el claro, de pronto, está y no está, 
sobre la boca abierta de una roca escarpada. 
Hemos robado al sol el fuego y su secreto, 
que se torna en pesada carga para nosotros 
lo mismo que un peñasco suspenso en el camino 
del muchacho y la joven que en sí llevan 
tentadores placeres en la carne 
igual que en los toneles reposan las soleras. 
¿Aplastará la roca la vida y en los campos 
floridos dejaremos que persista la niebla? 
¿La geometría de las nuevas fábricas 
consentiremos luego que se hunda 
sobre los mismos que la construyeron? 
La fe, con sus encantos incansables, trabaja 
el llano de la duda. Hemos mandado ya 
cohetes a la altura que se embriagan 
con los espacios cósmicos y han ido a buscar nuevas 
pruebas de que la vida ya no tiene poniente 
para el hombre impulsado a vencer combatiendo. 

Aquellos que en tu rostro han escupido, 
se tragarán la afrenta. Fuiste dado 
a innumerables hombres, te ofreciste 
por su felicidad y por tu gloria, 
¡tú, agudo acero, tú, mi flor suave! 
Los tapices de tantos recuerdos has sembrado 
de resedas, haciéndolos florecer para mí.

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966

 

 

 

Tú gritas

Tú gritas hacia el hombre que se esconde en ti, 
él no vuelve la cabeza. 
Tú le agarras por el hombro, 
él sigue hacia adelante. 
Tú vienes a su encuentro por caminos disimulados, 
sus ojos te miran ciegos. 
¿Adónde va el hombre en mí escondido? 
No responde, pero sigue hacia adelante, 
por un camino sin camino, 
a paso igual, 
a paso rápido 
y coge con su mano 
alguna estrella caída de tus párpados, 
que traga sin masticar 
y sigue hacia adelante. 
Tú le pones un obstáculo, 
tropieza pero no se detiene. 
Tú le cavas un foso en su camino, 
sin mirarlo alarga el paso 
y sigue más lejos. 
Tú haces rodar piedras sobre él 
desde tu cima rocosa y calva. 
El cae, se levanta 
y continúa andando. 
Tú le dejas partir solo 
y lo miras alejarse 
hasta perderse de vista. 
Pero siempre tú oyes el ruido de sus pasos 
seguro, infatigable 
en la cadencia de tu corazón. 
Tú corres detrás de él 
sin alcanzarle. 
Tú no oyes más que sus pasos, nada más que sus pasos 
trotando dentro de ti a través de la noche. 
¿Dónde estás, hombre mío? 
Espérame, yo te sigo. 
Tengo miedo, detente, 
no puedo dejarte solo, 
iré donde tú vayas, 
no importa adónde, 
no importa cuánto tiempo. 
Hasta si no es a ninguna parte, 
hasta si es para siempre. 
Quiero ayudarte, 
en tus ojos ciegos 
encenderé las llamas de mis miradas, 
a tus oídos pasaré mi oído, 
acostumbrado a oír la tormenta a través de los silencios. 
Y yo te cantaré 
canciones de embriaguez y de amor, 
canciones viejas, 
las más nuevas canciones 
para expulsar tu tedio 
a través de tu viaje sin fin. 

Espérame, no me dejes en estos parajes, 
llévame contigo. 

¿Se detuvo?
Yo posé la mano sobre mi corazón,
apenas si latía.

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966

 

 

 

Un día 

Un día nos llamaremos, sin oírnos,
uno de nosotros no responderá más,
un pájaro caerá, el ala muerta,
y mirará, el ojo temeroso,
hacia el bosque callado.
Vuelas para alcanzar el nido,
un ala sin fuerza lame la tierra,
y de la otra caen tibias gotas-coral.
Huyes para esconderte, más, ¿de quién?
Estás solo en la soledad,
y sin embargo, un corazón latía junto al tuyo.
¿Por qué no late ya?
¡Oh, si aún nos hubiésemos querido más,
entonces puede ser...!
Te sorprendes hablando solo,
el vacío te invita,
el silencio te escucha.
¿Quién ha cubierto el espejo con un velo negro?
En la mesa dudarás,
Tal vez mañana,
sin tomar la cuchara con la mano,
pero la silla quedará vacía,
oh, tú lo sabes.
Las rutas del otoño se volverán más largas,
sin ningún deseo de llegar hasta el fin,
sin ningún deseo de regresar a casa.

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966 

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966 
 

 

 

 

Un hombre espera el alba

Libreta militar, diploma de doctor 
y algunos líricos tormentos. 
Sobre la colina, 
tranquilo, 
el molino de viento. 
El espejo del lago 
se ensombrece en la tarde. 
En una casa abandonada 
llama el mochuelo. 
Están lejos las estrellas. 
Frescor. 
¡Qué gran dicha es a esta hora 
reunirse con los suyos 
a la mesa 
bajo la luz del quinqué! 
A un extraño que pasa ladra un perro. 
Solo. 
Incluso los caminos llevan a las tinieblas. 
Silencio. 
Con diamantes -las estrellas- rasgan 
el vidrio azul de la noche. 
y el campo está desierto. 
Un muro inacabado. 
El barbecho, perfume de cicuta. 
Aquí el maestro albañil 
no enterró un alma en los cimientos. 
Y mañana
saldrán al sol los lagartos 
sobre las piedras calientes. 
¡Mañana! 
¡El sol! 
Aquí hay un hogar de fuego. 
Bajo cenizas, la brasa. 
Viejos ramajes 
avivan la llama. 
El pasado es un tronco abatido de árbol 
donde está sentado un hombre 
con el rostro iluminado 
por la llama. 
Con el rostro iluminado, 
un hombre 
espera el alba.

1955

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966


 

 

Van andando... 

Con un paso ya lento o más apresurado, 
sobre un camino pavimentado de milenios 
se van los muertos, los vivos, 
se van los vivos y los muertos. 
A veces un vivo se detiene 
para surgir como un muerto cerca de ti, 
para marchar como un muerto junto a ti. 
A veces los vivos están más muertos que los muertos, 
a veces los muertos están más vivos que los vivos, 
pero todos cantan 
y los muertos más alegremente 
porque no tienen ningún miedo a la muerte, 
y los vivos más alto, 
para darse valor antes de morir. 
Los muertos van ligero, sin equipaje, 
todo lo más una canción, 
una palabra buena, 
un hermoso recuerdo, 
un pensamiento en un libro. 
Los vivos por el contrario arrastran detrás de sí objetos domésticos, 
un platillo de café, 
pucheros, cucharas, 
los libros polvorientos, más viejos o más nuevos, 
sus manuscritos hasta la última hoja. 
Además, algún vivo 
se carga también con ideas, 
con versos, con invenciones de otros, 
muertos o vivos, 
dándolos por suyos, 
y hay quien en esta faena 
se mata trabajando, 
teme a los ladrones 
o teme que los muertos le pongan algún pleito. 

Pero los muertos hacen alegremente sonar sus esqueletos, 
bajo la lluvia, el sol o la luna, 
y siguen su camino 
y dejan brotar como bandera 
algún girón de vida. 
Al frente va el abanderado 
conocido como un gran porta-estandarte, 
a su lado los generales, 
con los mapas y las brújulas, 
los gemelos y otros utensilios para buscar la cima más lejana 
llamada porvenir. 
Y la cima aparece -desaparece-, 
se yergue y se retrae, 
danza, se desploma, 
unas veces alegre, otras sombría. 
Y parece siempre alejarse. 
En la columna están también los retrasados, 
los que se paran bajo los árboles 
por las manzanas, por las nueces, por los gorriones. 
Pero ninguno intenta fugarse 
porque detrás está sólo el pasado, 
ilusiones cercadas por un cerco de ilusiones 
y nadie querría extraviarse entre fantasmas 
pues cada uno quiere ver con sus ojos el Porvenir.

1966

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
Ediciones Era, S.A. 1966