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René Char,

poesias cortas

 


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René Char

 

Artina


                                                                      Al Silencio de aquella que permite soñar

En la cama que me prepararon había: un animal sanguinolento y maltrecho 
del tamaño de un bollo, un caño de plomo, una ráfaga de viento, un molusco 
helado, un cartucho sin pólvora dos dedos de un guante, una mancha de aceite; 
no había una puerta de prisión, pero sí el sabor de la amargura, un diamante
de vidriero, un pelo, un día, una silla rota, un gusano de seda, el objeto robado, 
una presilla de sobretodo, una mosca verde domesticada, una rama de coral, 
un clavo de zapatero, una rueda de ómnibus.


   Ofrecer un vaso de agua al paso de un caballero que se lanza a rienda suelta en un 
hipódromo invadido por la multitud supone, de una y otra parte, una falta absoluta 
de habilidad; Artina traía a los espíritus que visitaba esa aridez monumental.

   El impaciente se daba perfecta cuenta de la clase de sueños que en adelante 
frecuentarían su cerebro, sobre todo en el dominio del amor cuya actividad 
voraz se manifestaba de ordinario fuera de la época sexual. La asimilación 
alcanzaba su desarrollo en la noche profunda de los invernaderos herméticamente 
cerrados.

   Artina cruzó sin dificultad el nombre de una ciudad. Es el silencio que hace surgir 
el sueño.

   Los objetos designados y reunidos con el nombre de naturaleza-concreta forman 
parte del escenario en el cual se desarrollan los actos de erotismo de las series fatales, 
epopeya cotidiana y nocturna. Los ardientes mundos imaginarios que circulan sin interrupción por la campiña 
en la época de las cosechas tornan el ojo agresivo y la soledad intolerable para aquel que dispone del poder de destrucción. 
En los cataclismos extraordinarios, resulta directamente preferible apelar sin reservas a ellos.

   El estado de letargo que precedía a Artina suministraba los elementos indispensables 
para la proyección de impresiones sorprendentes sobre la pantalla de ruinas flotantes: edredones llameantes 
precipitados en el insondable abismo de tinieblas en perpetuo movimiento.

   Artina conservaba a despecho de los animales y de los ciclones una inagotable frescura. 
Al andar adquiría una transparencia absoluta.

   Por más que surja en medio de la más activa depresión el aparejo de la belleza de Artina, 
los espíritus curiosos no dejan de ser espíritus furiosos, los espíritus indiferentes, espíritus 
extremadamente curiosos.

   Las apariciones de Artina superaban el marco de esas comarcas de sueño donde el pro y el
pro están animados de igual y asesina violencia. Ellas evolucionaban en los pliegues de una
seda quemante poblada de árboles con hojas de ceniza.

   El carruaje de caballos lavado y renovado superaba casi siempre al departamento tapizado 
con salitre cuando se trataba de acoger en una velada interminable a la multitud de los
enemigos mortales de Artina. El semblante de leña muerta era particularmente odioso. La carrera jadeante 
de dos enamorados al azar de los grandes caminos se volvía de golpe una distracción suficiente para permitir 
que el drama se desarrollara, de nuevo, a cielo abierto.

   A veces una maniobra imprudente hacía caer sobre la garganta de Artina una cabeza que no era la mía. El enorme 
bloque de azufre se consumía entonces lentamente, sin humo, presencia de por sí e inmovilidad vibrante.

   El libro abierto sobre las rodillas de Artina sólo era legible en los días lóbregos. A intervalos regulares los héroes acudían 
a informarse de las desgracias que de nuevo se abatirían sobre ellos, de las sendas múltiples y terroríficas por las cuales 
sus irreprochables destinos se empeñarían nuevamente. Sólo preocupados por la Facultad casi todos tenían un aspecto 
agradable. Se desplazaban lentamente, se mostraban poco locuaces. Expresaban sus deseos mediante amplios e imprevistos movimientos  de cabeza. Parecía además que se ignoraban totalmente unos y otros.

   El poeta ha asesinado a su modelo.
                                                                                                                                                             Artine

Versión de Aldo Pellegrini

 

 

 

Bailemos en Baronnies

Vestida con falda de olivo

                                              la Enamorada

había dicho:

                      Cree en mi muy infantil fidelidad.

                                    Y desde entonces,

un valle abierto

                                                            una cuesta que brilla

un sendero de alianza

                               han invadido la ciudad

donde el libre dolor se halla bajo las aguas vivas

Versión de Jorge Riechmann

 

 


 

Bebedora

Por qué seguir entregando las palabras del propio porvenir
ahora que toda palabra hacia lo alto es boca ladradora de
cohete, ahora que el corazón de cuanto respira es caída 
hedionda?
      Para que puedas exclamar en un soplo: "¿De dónde 
vienes, bebedora, hermana con las uñas quemadas? ¿ Ya quién
satisfaces? Nunca hallaste albergue entre tus espigas. Mi guadaña
lo jura. No te denunciaré, yo te precedo."

Versión de Jorge Riechmann

 

 

Bienvenida

¡Ojalá vuelvas a tu desorden, y el mundo al suyo. La asimetría 
es juventud. No se mantiene el orden más que el tiempo que se tarda en odiar su carácter de mal. Entonces se avivará 
en ti el deseo del porvenir, y cada peldaño de tu escalera desocupada y todos los rasgos inhibidos de tu vuelo te llevarán, 
te elevarán con un mismo sentimiento gozoso. Hijo de la oda ferviente, abjurarás del gigantesco enmohecimiento. 
Los solsticios cuajan el dolor difuso en una dura joya adamantina. El infierno a su medida que se habían esculpido 
los limadores de metales volverá a bajar vencido a su abismo. Delante del olvido nuevo, la única nube en el cielo 
será el sol.
Mintamos esperanzados a quienes nos mienten: que la inmortalidad inscrita sea a la vez la piedra y la lección.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

Consuelo

     Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa
a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el
que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en
verdad le amó?

     Mi amor busca su semejanza en la promesa de las
miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja
la esperanza y en seguida la desprecia. Prevalece sin
tomar parte en ello.

     Vivo en el fondo de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro. Es el gran meridiano 
donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.

     Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa 
a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi
amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:
¿quién en verdad le amó y le ilumina de lejos para que
no caiga?

 

 

 

Cuatro edades

I
El otoño para la hoja
El agua hirviendo para el cangrejo
Y el favorito el zorro
Ebrio sobre los hombros luminosos de la Actriz

Adherido al balcón naranja
Un ventisquero de rizos
Acampa en la ansiedad de mi corazón.

II
He estrangulado a mi hermano
Porque no gustaba de dormir
Con la ventana abierta
Hermana mía
Dijo antes de morir
Pasé noches enteras 
Mirándote dormir
Inclinado sobre tu brillo en el cristal.

III
Apretados los puños
Rotos los dientes
Con lágrimas en los ojos
La vida
Apostrofándome empujándome y riendo a medias
Yo espiga anticipada de las siegas de agosto
Distingo en la corola del Sol
Una yegua
Me abrevo en su orina.

IV
Mi amor es triste
Porque es fiel
No interpela el olvido de los demás
No cae de la boca como un diario del bolsillo
No es flexible en la angustia que en común se arremolina
No se aísla en las rompientes de la península simulando
pesimismo
Mi amor es triste
Pues está en la naturaleza turbada del amor ser triste
Como la luz es triste
La dicha triste
No has pasado libertad tus correas de arena.

Versión de Jorge Onfray
 

 


Curso de las arcillas

Mira, portero agudo, de la mañana a la mañana,
Largas, adujando su chorro, a las zarzas frenéticas,
Cómo la tierra nos acucia con su mirada ausente,
Cómo el dolor se embota, grillo de canto parejo,
Y cómo un dios no brota sino para aumentar la sed
De aquellos cuya palabra se dirige a las aguas vivas.

Por tanto alégrate, querida, del destino siguiente:
No clausura esta muerte la memoria amorosa.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 


Desherencia

Antigua era la noche
Cuando la entreabrió el fuego.
Igualmente mi casa.

No se mata a la rosa
En las guerras del cielo.
Destierran a una lira.

Mi pena persistente 
De una nube de nieve 
Gana un lago de sangre.
La crueldad ama vivir. 

Oh fuente que mentiste
A nuestros destinos gemelos,
Del lobo trazaré
Este único retrato pensativo.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Dyne

Dejando atrás al hombre extensible y al hombre traspasado
llegué ante la puerta de todos los júbilos, la del Verbo desellado
de sus restos mortales, formando lo nuevo, creando fuego
a partir de la verdad, y fortalecido por mi verde fe llamé.
     Así llegarás tú al país lavado y desierto de tu desafío. Hasta
entonces, sin fechas fijas, lo irás edificando. ¡Severa vanidad!
¿Pero quién hubiera apostado y optado por ti, desde los parajes
inmemoriales hasta la lira fugitiva del padre?

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

El beso

Maciza lentitud, lentitud martillada;
Humana lentitud, lentitud forcejeada;
Desierta lentitud, desanda tus ardores;
Sublime lentitud, sube desde el amor;
Que la lechuza ha vuelto.

Versión de Jorge Riechmann

 

 


 

El desnudo perdido

Llevarán ramos aquellos cuyo aguante pueda desgastar la 
noche nudosa que precede y sigue al relámpago. Su palabra 
recibe existencia del fruto intermitente que la propaga 
dilacerándose. Son los hijos incestuosos de la cortadura y del signo,
que alzaron hasta los brocales el círculo florido de la tinaja
de la adhesión. La furia de los vientos los mantiene aún desvestidos. 
Contra ellos vuela una pelusa de noche negra.

Versión de Jorge Riechmann
 


 

El juicio de octubre 

Mejilla contra mejilla dos pordioseras en su desamparo rígido;
La helada y el viento no las han instruido, las han ignorado;
Niñas de intrahistoria
Caídas de las estaciones que dejan atrás, y allí apretadas de pie.
No hay labios que las traspongan, la hora pasa.
No habrá ni rapto ni rencor.
Y el caminante pasa sin mirada ante ellas, ante nosotros.
Dos rosas perforadas por un anillo profundo
Ponen en su extrañeza algo de desafío.
¿Se pierde la vida de otro modo que por las espinas?
Claro que sí: por la flor, los largos días lo supieron.
Y el sol ha dejado de ser inicial.
Una noche, el día bajo, todo el riesgo, dos rosas,
Como la llama a cubierto, mejilla contra mejilla con quien 
la mato.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

El molino

Un ruido largo sale por el techo
golondrinas siempre blancas
agua que salta, agua que brilla
el grano salta, el agua muele
y el recinto donde el amor se arriesga
centellea y marca el paso.

Versión de Jorge Teiller
 


 


El refugio maltratado

Siempre me ha gustado la proximidad, sobre un camino de tierra,
de un hilillo de agua caída del cielo que viene y va persiguiéndose
a sí mismo, y la tierna torpeza de la hierba mediana a la que una carga 
de piedras detiene -igual que un revés oscuro pone fin al pensamiento.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

En las alturas

Espera aún a que yo venga
A romper el frío que nos retiene.

Nube, en tu vida tan amenazada como la mía.

(Había un precipicio en nuestra casa.
Por eso hemos partido y nos hemos establecido aquí).

 

 

 

Gozo

¡Con cuánta ternura ríe la tierra cuando la nieve se despierta encima de ella! Día tras día, yacente besada, llora y ríe. 
El fuego que la evitaba se casa con ella apenas desaparece la nieve.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Hambre roja

Estabas loca.

¡Qué lejos queda!

Moriste, con un dedo delante de los labios,
En noble movimiento,
Para atajar la efusión;
En el sol frío de un reparto verde.

Estabas tan hermosa que nadie se dio cuenta de tu muerte.
Más tarde, era de noche, te pusiste en camino conmigo.

Desnudez sin desconfianza.
Pechos podridos por tu corazón.

A sus anchas en este mundo circunstancial,

Un hombre, que te hab+ia estrechado entre sus brazos,
Se sentó a la mesa.

Estate bien, no existes.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Juego mudo

Con los dientes
Apresé a la vida
Sobre el cuchillo de mi juventud.
Con los labios hoy,
Con mis labios solamente...

Corta advenediza,
La flor de los taludes,
El dardo de Orión
Ha vuelto a aparecer.

 


 


La compañera del cestero

Yo te amaba. 
Amaba tu rostro de manantial abarrancado por la tormenta y la cifra de tu dominio que cercaba mi beso. 
Hay quien se confía a una imaginación redonda. A mí me basta ir. 
He traído de la desesperación un cestillo tan pequeño, amor mío, 
que ha sido posible trenzarlo con mimbre.

 



 

La eternidad en Lourmarin

                                                                                                                                               A Jean-Paul Samson


       No subsiste línea recta ni carretera iluminada hacia un ser que nos ha dejado. 
¿Dónde se aturde nuestro afecto? Un anillo de árbol tras otro, si se acerca es para hundirse al punto. Su rostro a veces viene a apretarse contra el nuestro, sin producir otra cosa que un relámpago helado. El día que alargaba la dicha entre él y nosotros 
no se halla en ningún sitio. 
       
       Todas las partes -casi excesivas- de una presencia se han dislocado de golpe. Rutina de nuestra vigilancia... Sin embargo 
ese ser suprimido persiste en algo rígido, desierto, esencial que en nosotros hay, donde nuestros milenios juntos alcanzan exactamente el espesor de un párpado cerrado.

       Hemos cesado de hablar con el que amamos, y sin embargo no reina el silencio. ¿Qué es de él, entonces? Sabemos, o creemos saber. Pero solamente cuando el pasado que significa se abre para darle paso. Aquí le tenemos a nuestra altura, más lejos, 
por delante.
En el momento, de nuevo contenido, en que interrogamos a todo el peso del enigma, súbitamente comienza el dolor, 
el de compañero a compañero, que esta vez el arquero no traspasa.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

La libertad

Vino por esta línea blanca que puede significar la salida del alba 
o la palmatoria del crepúsculo.

Pasó los arenales maquinales; pasó las cimas destripadas.

Fin de la renunciación de rostro cobarde, la santidad de la mentira, 
el alcohol del verdugo.

Su verbo no fue un ciego ariete sino la tela donde se inscribió mi aliento.

Detrás de la ausencia, con pasos que no la extraviaron, cisne sobre la 
herida, vino por esta línea blanca.


Versión de Jorge Riechmann


 

 

 

La lujuria

El águila ve como se borran gradualmente las huellas de la memoria helada
La extensión de la soledad hace apenas visible la presa que huye
A través de cada una de las regiones
Donde uno mata donde a uno lo matan libremente
Presa insensible 
Proyectada indistintamente
Más acá del deseo y más allá de la muerte

El soñador embalsamado en su camisa de fuerza
Rodeado de utensilios efímeros
Figuras que se desvanecen apenas formadas
Su revolución celebra la apoteosis de la vida que declina
La desaparición progresiva de las partes lamidas
La caída de los torrentes en la opacidad de las tumbas
Los sudores y malestares que anuncian el fuego central
Y finalmente el universo con todo su pecho atlético
Necrópolis fluvial
Después del diluvio de los rabdomantes

Ese fanático de las nubes
Tiene el poder sobrenatural
De desplazar a considerables distancias
Los paisajes habituales
De romper la armonía acumulada
De tomar irreconocibles los lugares fúnebres
Al día siguiente de los homicidios provechosos
Sin que la conciencia originaria
Se cubra con el deslizamiento purificador del suelo.

De "Le Marteau Sans Maître"
Versión de Aldo Pellegrini



 

La rosa de roble

Cada una de las letras que componen tu nombre, 
oh Belleza, en el cuadro de honor de los suplicios, 
desposa la llana simplicidad del sol, se inscribe 
en la frase gigante que cierra el cielo, y se asocia 
al hombre encarnizado en engañar a su destino 
con su contrario indomable: la esperanza.

 

 

 

Las murallas y el río

No querría marcharme precediéndote, semejante a una hierba
segada, a llamarte contra Thouzon desierto y su corazón
no destruido.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Lied de la higuera

Heló tanto que las ramas lechosas
Importunaron a la sierra, se rompieron en las manos.
la primavera no vio verdecer a las graciosas.

La higuera pidió al amo del yacente
El arbusto de una fe nueva.
Pero la oropéndula, su profeta
-Su retorno calentaba al alba-,
Al posarse sobre aquel desastre
En vez de morir de hambre lo hizo de amor.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Los parajes de Alsacia

¡Te he enseñado La Petite Pierre, la dote de su bosque, el cielo 
          que nace en las ramas,
La amplitud de sus pájaros cazadores de otros pájaros,
El polen dos veces vivo bajo la llamarada de las flores,
Una torre que se iza a lo lejos como la vela del corsario,
El lago que ha vuelto a ser la cuna del molino, el sueño de un
          niño.

¡Allí donde me oprimió mi cinturón de nieve,
Bajo el saledizo de una roca moteada de cuervos,
He dejado la necesidad de invierno.
Nos amamos hoy sin más allá y sin prole,
Ardientes o difuminados, diferentes pero juntos,
Apartándonos de las estrellas cuya naturaleza estriba en 
          volar sin llegar a destino.

El navío se encamina hacia la alta mar vegetal.
Con todas las luces apagadas nos acoge a bordo.
Estábamos levantados desde antes del alba en su memoria.
Albergó nuestras infancias, lastró nuestra edad de oro,
El llamado, el hospedero itinerante, mientras sigamos 
creyendo en su verdad.

Versión de Jorge Riechmann

 


 


Los soles canoros 

La desapariciones inexplicables 
Los accidentes imprevisibles 
Los infortunios quizá excesivos 
Las catástrofes de todo orden 
Los cataclismos que ahogan y carbonizan 
El suicidio considerado crimen 
Los degenerados intratables 
Los que se enrollan en la cabeza un delantal de herrero 
Los ingenuos de primera magnitud 
Los que colocan el féretro de su madre en el fondo de un pozo 
Los cerebros incultos 
Los sesos de cuero 
Los que ivernan en el hospital y conservan la embriaguez 
                                                                           de las ropas desgarradas 
La malva de las prisiones 
La ortiga de las prisiones 
La higuera nodriza de ruinas 
Los silenciosos incurables 
Los que canalizan la espuma del mundo subterráneo 
Los enamorados en éxtasis 
Los poetas excavadores 
Los que asesinan a los huérfanos tocando el clarín 
Los magos de la espiga 
Imperan temperatura benigna alrededor de los 
                                           sudorosos embalsamados del trabajo.

De "L’Action de la justice est éteinte"
Versión de Aldo Pellegrini

 

 

 

Ni eterno ni temporal

¡El trigo verde en una tierra que todavía no ha sudado, que no ha
hecho más que tiritar! A distancia feliz de los soles precipitados
de los fines de la vida. Rasante bajo la larga noche. Saciado de agua 
encima de su luminoso color. Como guardia y viático dos puñales
de cabecera: la alondra, el pájaro que se posa, el cuervo, el espíritu 
que se graba.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Permanente invisible de cazas codiciadas...

Permanente invisible de cazas codiciadas,
Cercano, cercano invisible tan cercano a mis dedos,
Oh presa mía distante la noche en que me inclino
Para un novel cuerpo a cuerpo.
Beber friolentamente, ser brutal restablece.
Sobre este jardín doble se redondea tu tapa.
Tienes la densidad de la rosa que se hará.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Redoble

Sobre la mediana de la tarde, el bamboleo intermitente, el
malecón iluminado de una dársena, y su rechazo del sueño.
      El rostro de la muerte y las palabras del amor: el tálamo
de una playa interminable con olas que lanzan a ella guijarros
-interminablemente. Y la lluvia atemorizada haciendo puente,
para no apaciguar.

Versión de Jorge Riechmann

 

 


Remanencia

¿Qué te hace sufrir? Como si se despertara en la casa sin ruido
el ascendiente de un rostro al que parecía haber fijado un agri0 espejo. Como si, bajadas la alta lámpara y su resplandor 
encima de un plato ciego, levantaras hacia tu garganta oprimida la mesa antigua con sus frutos. Como si revivieras tus fugas 
entre la bruma matinal al encuentro de la rebelión tan querida, que supo socorrerte y alzarte mejor que cualquier ternura. 
Como si condenases, mientras tu amor está dormido, el pórtico soberano y el camino que lleva a él.
¿Qué te hace sufrir?
Lo irreal intacto en lo real devastado. Sus rodeos aventurados cercados de llamadas y de sangre. 
Lo que fue elegido y no fue tocado, la orilla del salto hasta la ribera alcanzada, el presente irreflexivo que desaparece. 
Una estrella que se ha acercado, la muy loca, y va a morir antes que yo.

Versión de Jorge Riechmann

 


 

Septentrión

He paseado a orillas de la Folie.
A las preguntas de mi corazón,
Si no las planteaba,
Mi compañera cedía
-Así de imaginativa es la ausencia.
Y sus ojos decrecientes como el Nilo violeta
Parecían contar interminablemente sus ganancias que se extendían
Bajo las piedras frescas.

La Folie se tocaba con largas cañas cortantes.
En alguna parte aquel riachuelo vivía su doble vida.
El oro cruel de su nombre, súbitamente invasor,
Acudía a presentar batalla a la fortuna adversa.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 

Textos en colaboración con André Breton y Paul Éluard

Página blanca

El mármol de los palacios es hoy más duro que el sol
Primera  proposición

La segunda es algo menos estúpida
El ayuno de los vampiros tendrá como consecuencia la sed que
          alienta la sangre de ser bebida
La sed que tiene la sangre de desposar la forma de los arroyos
La sed que tiene la sangre de brotar en los lugares desiertos
La sed que tiene la sangre del agua fresca del cuchillo

El cuerpo y el alma se reúnen en un abrazo

Tercera proposición ésta de carácter deshonesto
Porque el cuerpo y el alma se comprometen juntos
Porque se sirven de excusa el uno al otro

Ralentur traveaux

* * * * *

Bajo palabra

Hay llamas
Más vistosas que las manos que hacen rodar las pesadillas
Sobre la memoria

Se llega al sol por encantamiento
El amor tiene un acentuado sabor a vidrio
Es el coral que surge del mar
Es el perfume desaparecido que vuelve al bosque

Es la transparencia que paga su deuda
Es siempre esa cabeza
De labios deliciosamente entreabiertos
De este lado del muro
Y del otro lado quizás en la punta de una pica

Ralentir traveaux
Versión de Aldo Pellegrini

 

 


Último escalón

Almohada roja, almohada negra,
Sueño, con un seno de costado,
Entre la estrella y el cuadrado
¡Cuántas banderas en ruinas!

Cortar, acabar de una vez con vosotros,
Como el mosto se halla en la cuba
Esperando labios dorados.

Cubo del aire fundamental
Que endurece el agua de las marismas blancas,
Sin sufrir, sin sufrimiento al fin,
Admitido en el verbo friolento
Diré: "sube" al círculo cálido.

Versión de Jorge Riechmann

 

 

 


Yvonne

La sed hospitalaria

Quién la oyó nunca quejarse?

Nadie más que ella hubiera podido beber las cuarenta fatigas
          sin morir,
Esperar, muy adelantada, a quienes venían después;
Desde el alba hasta el crepúsculo era su esfuerzo viril.

Quien ha excavado el pozo y sube el agua yacente
arriesga el corazón en la separación de sus manos.

Versión de Jorge Riechmann