Había una vez un niño llamado Luis que soñaba con comerse el Sol porque él pensaba que era una grande y jugosa naranja. En sus sueños vivía en el Sol y jugaba con Pepe, su mejor amigo, el cual estaba hecho de melón, con ojos de limón y orejas de plátano.
Luis sólo se preguntaba cómo podría atrapar al Sol. Pensaba que tal vez con la lengua, así que miró hacia arriba y con todo su esfuerzo estiró la lengua, y por más que la estiraba y la estiraba, no podía. Lo intentó varias veces hasta que ya la lengua le dolía, y con tristeza vio cómo el sol poco a poco se iba escondiendo muy lejos de él.
Pero entonces pensó: —¿ Y si mañana me levanto muy temprano y atrapo al Sol justo cuando vaya asomándose?
Y Luis, muy convencido de que esta vez sí podía lograrlo, se levantó muy temprano, caminó y caminó hacia el cerro donde el día anterior el Sol se había escondido. Y cuando llegó, se sentó a esperar. Y ya cuando se estaba cansando de tanto esperar, vió que una pequeña luz aparecía y corrió hacia ella con los brazos extendidos, listo para atraparlo, y sacó de su bolsillo una bolsa de plástico, todo estaba bien planeado, pero cuando la abrió, descubrió que la bolsa era muy chica. El Sol era enorme, gigante, demasiado grande para cualquier bolsa.
Y Luis, al darse cuenta de que el Sol era un poquito difícil de atrapar, entonces, muy decidido, regresó a su casa, tomó un gran pedazo de cartulina, la coloreó, le puso mucha, pero mucha diamantina y así construyó el Sol más hermoso y brillante que ningún niño había hecho. Descubrió que en ese Sol que había hecho, no solamente podía caber su amigo Pepe, sino también Carlos, un nuevo amigo que tenía cuerpo de sandía, ojos de mandarina y boca de tamarindo.
Fin
FIN
Videocuento "Los tres cerditos", con dibujos originales de Pedro Vidal