CUENTOS POPULARES
Cuento popular: Quien no te conozca que te compre.
Juan Valera
No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y querernos
suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.
Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino
que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido porque lo
era en extremo.
En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar
sujeto más inocente y sencillote.
El tío Cándido tenía además muy buena pasta. Era generoso, caritativo y afable
con todo el mundo.
Como había heredado de su padre una haza, algunas aranzadas
de olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba
casado, vivía con cierto desahogo.
Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucio y muy gordo.
Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el
tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería fatigar demasiado al burro y
gustaba de hacer ejercicio para no engordar más.
Así es que había tomado la
costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás asido del
cabestro.
Ciertos estudiantes sopistas le vieron pasar un día en aquella disposición, o
sea a pie, cuando iba ya de vuelta para su pueblo.
Iba el tío Cándido tan
distraído que no reparó en los estudiantes.
Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre y sabía sus cualidades,
informó de ellas a sus compañeros y los excitó a que hiciesen al tío Cándido una
burla.
El más travieso de los estudiantes imaginó entonces que la mejor y la más
provechosa sería la de hurtarle el borrico.
Aprobaron y hasta aplaudieron los
otros, y puestos todos de acuerdo, se llegaron dos en gran silencio,
aprovechándose de la profunda distracción del tío Cándido, y desprendieron el
cabestro de la jáquima.
Uno de los estudiantes se llevó el burro, y el otro
estudiante, que se distinguía por su notable desvergüenza y frescura, siguió al
tío Cándido con el cabestro asido en la mano.
Cuando desaparecieron con el burro los otros estudiantes, el que se había
quedado asido al cabestro tiró de él con suavidad.
Volvió el tío Cándido la cara
y se quedó pasmado al ver que en lugar de llevar el burro llevaba del diestro a
un estudiante.
Este dio un profundo suspiro, y exclamó:
- Alabado sea el Todopoderoso.
- Por siempre bendito y alabado, -dijo el tío Cándido.
Y el estudiante prosiguió:
- Perdóneme usted, tío Cándido, el enorme perjuicio que sin querer le causo. Yo
era un estudiante pendenciero, jugador, aficionado a mujeres y muy desaplicado.
No adelantaba nada. Cada día estudiaba menos.
Enojadísimo mi padre me maldijo,
diciéndome: eres un asno y debieras convertirte en asno.
Dicho y hecho. No bien mi padre pronunció la tremenda maldición, me puse en
cuatro pies sin poderlo remediar y sentí que me salía rabo y que se me alargaban
las orejas.
Cuatro años he vivido con forma condición asnales, hasta que mi
padre, arrepentido de su dureza, ha intercedido con Dios por mí, y en este mismo
momento, gracias sean dadas a su Divina Majestad, acabo de recobrar mi figura y
condición de hombre.
Mucho se maravilló el tío Cándido de aquella historia, pero se compadeció del
estudiante, le perdonó el daño causado y le dijo que se fuese a escape a
presentarse a su padre y a reconciliarse con él.
No se hizo de rogar el estudiante, y se largó más que deprisa, despidiéndose del
tío Cándido con lágrimas en los ojos y tratando de besarle la mano por la merced
que le había hecho.
Contentísimo el tío Cándido de su obra de caridad se volvió a su casa sin burro,
pero no quiso decir lo que le había sucedido porque el estudiante le rogó que
guardase el secreto, afirmando que si se divulgaba que él había sido burro lo
volvería a ser o seguiría diciendo la gente que lo era, lo cual le perjudicaría
mucho, y tal vez impediría que llegase a tomar la borla de Doctor, como era su
propósito.
Pasó algún tiempo y vino el de la feria de Mairena.
El tío Cándido fue a la feria con el intento de comprar otro burro.
Se acercó a él un gitano, le dijo que tenía un burro que vender y le llevó para
que le viera.
Qué asombro no sería el del tío Cándido cuando reconoció en el burro que quería
venderle el gitano al mismísimo que había sido suyo y que se había convertido en
estudiante. Entonces dijo el tío Cándido para sí:
- Sin duda que este desventurado, en vez de aplicarse, ha vuelto a sus pasadas
travesuras, su padre le ha echado de nuevo la maldición y cátale allí burro por
segunda vez.
Luego, acercándose al burro y hablándole muy quedito a la oreja, pronunció estas
palabras, que han quedado como refrán:
- Quien no te conozca que te compre.
Fin
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