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Ana Isabel Illueca
Arribo, por
Ana Isabel Illueca
Era un pequeño dios
terso y lozano.
¿Mi primer hijo?...
¿El último bebé
de un aguinaldo?...
Era un pequeño dios
que vino al mundo
para ser de su madre
el soberano.
Si Yo Fuera Hombre, por
Ana Isabel Illueca
Si yo fuera hombre, sería aventurero
sediento de mundo, ansioso de amor;
me hartaría de mares, de tierra y de cielo
y entre mil placeres ahogaría el dolor.
Si yo fuera hombre nunca tendría vallas...
Nadie me diría:"No puedes pasar"...
Saltando los fosos, borrando las rayas
seguiría adelante sin jamás cesar.
Si yo fuera hombre, la fuerza que traba
esta rebeldía que tengo en mi ser,
sería cual seda, de sutil y vaga,
que mi recia mano podría deshacer.
Yo envidio tu cuerpo fuerte y resistente...
tu caja toráxica ancha y varonil...
tu brazo de atleta...tu mano potente
que estrecha la mía, sincera y gentil.
Te miro...te miro...Mis ojos se alargan
de ansias de ser hombre como lo eres tú...
Tener la grandiosa cualidad del agua
del mar, que revienta con furia la barra
y arrulla la arena con su blanco tul.
Si yo fuera hombre, yo me haría tu hermano,
partiría contigo sueño y realidad...
viviría la vida sin este desgano
y esta sed de muerte y de eternidad.
El Montuno, por
Ana Isabel Illueca
¿Serrano?... ¿Montañés?... ¿Llanero?...
Montuno...
Hijo del pueblo...
masa de labradores...
de boyeros...
que tiene de esperanza
el horizonte
y de techumbre
el cielo
que derrama el maná
de sus estrellas
como lluvia de amor
sobre sus pechos.
La chola lo vistió
con algodón nativo
sembrado por sus manos
en el huerto;
hiló la fibra blanca
con los gruesos cordones
de sus dedos,
y en el telar de cañas
entretejió los hilos
amarillos y espesos
para hacer el calzón
y la camisa
de su hombre... el labriego;
y luego con la gracia
de su alma hecha de aromas
y gorjeos,
le adornó la pechera
y los puños
y el cuello
con puntadas de cruz,
simulando avecillas
y ramajes... y aleros.
El cuero de la bestia
que pateó la sabana
y se hartó de potreros,
le sirvió para hacerse
las cutarras
que defienden sus plantas
de la brasa candente
de su suelo;
y la mochila
que sesgó en su hombro
para guardar la pipa y la merienda,
junto con el "brillante"
que cubre su cabeza,
forman del orejano
la agreste vestimenta.
¿Serrano?... ¿Montañés?... ¿Llanero?
Montuno.
Hijo del campo, del sol y del potrero...
El machete
es tu arma de combate:
Con él limpias el suelo,
entierras la semilla,
cortas el fruto bueno
que alimenta los hijos
que dejaste en el rancho
dormidos por el río
y mecidos de tarde
por el viento.
Sobre tu piel bronceada
el sol tostó
con el verano al Tiempo;
y te quemó las plantas,
y te puso rojizos
los cabellos,
y tu carne fue brasa
de una hoguera
que se agota en silencio...
No hay un grito de angustia
en esos labios secos...
Sólo hay una "saloma"
que parte en dos los nervios...
Tú conoces la lluvia
del tropical invierno...
Ese gotear constante
que se cala en los huesos
y adormece la carne lastimada
con su golpear intenso...
No hay un grito de angustia
en esos labios yertos.
Sólo hay una "saloma"
que parte en dos los nervios...
Nadie aún compadece tu fatiga...
Para ver tu bregar
todos son ciegos...
Nadie busca los medios
de hacerte suave el peso,
y sin embargo
tu eres el labriego
que manda a las ciudades
el pan que han de comerse
esos hambrientos
que no saben de soles,
ni de lluvia,
ni de luchas,
ni de arrancar del suelo
el grano que humedecen
los sudores
De los hombres del campo
a través del espacio y de los tiempos.
Montuno... orejano...
¡Pedazo de mi carne
y de mis huesos!...
Lanza un grito furioso
para que te oigan
y te vean los ciegos
que en la hamaca de juncos
se adormecen con tu "saloma"
que rasgó mis nervios.
Chola, por
Ana Isabel Illueca
Chola:
He venido a tu rancho;
pobre choza de pencas
en cuya abierta puerta
hace alto el centinela
del pilón...
-corazón de madera-,
que muele con sus manos
arroz tostado,
espaldas y pulmón.
Chola:
Hasta el agua
que llena la tinaja
nos habla de labor...
sobre tu hombro cansado
vino en jarras de barro
del claro surtidor.
Yo conozco tu rancho:
sobre esteras,
en el duro jorón,
pretendes a tu cuerpo
magullado
dar fuerzas y tesón;
cuando te esperan
el maíz blando
que en piedra
has de amasar...
y la leche cortada
que en queso
has de tornar...
y las ropas del hombre
que en río
con espuma y manduco
has de blanquear.
Chola:
Bestia de carga
eres en el rancho,
y aún más bestia
te harán en la ciudad...
Si eres fea
ya tienes esa suerte:
te salvó de la caída
tu fealdad;
pero si eres bonita
serás carne de ultraje
del hijo del patrón,
que, sin piedad,
te dará un hijo paria
que luego negará
(porque negar
el hijo de una chola
es moneda corriente
en la heredad).
Chola:
Flor de tragedia,
la vida te castiga
si cumples tu misión...
No hay leyes para ti
desde que hay clases...
no hay normas
que te brinden protección...
Para ti sólo hay cárceles
si yerras...
Para ti no existió la compasión,
Chola poblana
de mis verdes llanos,
hija del rancho,
hermana del riachuelo...,
compañera del chuío
y la torcaz;
una mujer de la ciudad
por ti habla
reclamando tenaz
tu derecho de ser buena
y respetada...;
tu derecho de ser buena
de los hombres
que en la tierra fecunda
plantarán
la esmeralda sin par
de los maizales,
el abanico del cañaveral
y el huerto perfumado
por las frutas
del suelo tropical.
Chola:
Mártir incógnita,
heroína callada
de la maternidad...,
tu vientre es un crisol
de labradores,
sin padres y sin pan,
que rumian, cual tortilla,
la miseria,
sin quejarse jamás,
porque esperan
la voz de la Justicia
que presto se alzará.
Patria, por
Ana Isabel Illueca
Patria mía: Tú no eres el recuerdo.
Eres la realidad clara y escueta
de una tierra horadada en sus entrañas
sin permiso a poner sobre esa grieta
la gasa tricolor de su bandera.
Estás aquí, pletórica de penas,
déjame oír tu queja en la saloma
desde los montes y las sementeras,
donde en tonadas y entre socavones
derrama el campesino sus endechas.
Estás en las estatuas de los próceres
que te hicieron surgir radiante y bella;
en el grito de reto de los jóvenes,
en la voz de los niños de la escuela;
y en el coraje de las panameñas.
Estás en la campiña interiorana
que espera redención para sus tierras;
en la mansión de gente adinerada;
en el cuarto mordido de miseria
y en la ciudad que se levanta enhiesta.
Y aunque eres pequeñita, tú eres grande
a pesar de que un istmo representas;
porque uniendo las costas de dos mares
tu canal es un lazo hecho de piedra
que a los pueblos del orbe los acerca.
Serás grande a través del patriotismo
de los hijos nacidos en tu predio.
No tendrás más caínes que te hieran
con palabras falaces ni con yerros,
ni judas que te vendan por dinero.
Serás grande a través del patriotismo
de los hijos nacidos en tu predio,
porque la juventud tiene tu Istmo
incrustado en las fibras de sus nervios
y sabrá a toda costa defenderlo.
Serás grande porque hemos de empinarte
con el valor que siempre da el derecho,
más allá de la fuerza y la potencia
que quiere socavar ideales viejos.
Más allá de la fuerza están los hechos!
Patria mía: pequeña cual orquídea
que incuba tus ideales en su seno,
y grande en los anhelos que se incuban
con ardiente fervor entre los pechos
de todos los que somos panameños.
Patria mía: Tú no eres el recuerdo.
Eres la realidad clara y escueta
de una tierra horadada en sus entrañas
sin permiso a poner sobre su grieta
la gasa tricolor de su bandera.
Mi Pollera, por
Ana Isabel Illueca
No me pidas
ni sedas ni gasas
para ornar esta noche
mi talle...
noche de carnaval...
¿Qué panameña
reemplaza su pollera
por un traje?...
Mi pollera!...
Tú sabes,
yo la hice
con delgados olanes,
donde el encaje
a punto de "mundillo"
una abuela
tejió con manos hábiles;
y luego a los arrullos
de la tarde,
con la aguja enhebrada
en tonos suaves,
marcamos
en la blusa y en la enagua,
las hojas y la flor
de los maizales.
Tú no sabes
la gracia que ella pone
cuando ciñe mi talle
ni el rubor
que se siente en las espaldas
al roce del encaje
que recogen
los hilos de la lana
en bombas circulares.
Ni has visto mis zapatos:
estuchitos de raso
que cobijan
mis pies chicos y ágiles
cual los de las mujeres tropicales.
Mi cabeza es la noche:
en ella cual estrellas,
titilan los tembleques luminosos
desde el negro
azabache de mis trenzas
que sujetan,
dobladas en la nuca
las doradas peinetas.
Y frente a las orejas,
como dos rosas blancas,
asoman las "mosquetas"
que engalanan la cara;
mientras al cuello penden
el rosario de perlas
o el collar
de escuditos coronados
de épocas añejas...
cuando el oro
corría como fuente
por las colonias
plenas de leyendas...
Deja que me atavíe
con mi hermosa pollera;
y que vaya
a cantarte una tonada
allá en la rueda
donde se oyen "pujar"
los "tamboritos"
y la "caja" parlera
que recuerda,
en su rítmico sonido,
los cholos asoleados de mi tierra;
y mientras palmotean
y corean mi canto las morenas,
yo saldré
con el mozo más fornido
al centro de la rueda,
a bailar
la tonada más sentida
de mi patria pequeña;
y al ritmo
de los aires nacionales
de la tierruca istmeña,
mientras hacen
mis pies mil filigranas
al son de sus cadencias,
se abrirá cual dos alas,
mi pollera
que desquite con garbo
la lluvia de sombreros
y monedas.
No me pidas
que cambie mi vestuario
por gasas ni por sedas.
Ninguna panameña
cambiaría
por nada, su pollera.
Saloma, por
Ana Isabel Illueca
Como un lamento lejano
resuena entre los peñascos
la voz que se hace sollozo
para decir su quebranto.
Como el bramido del toro
que ve la muerte a su paso;
como el llanto de los niños
que quedaron en el rancho;
y como el venado herido
que los perros van husmeando;
así rasgó la saloma
todos los montes y llanos
y se fue hacia los confines
como un lamento lejano.
Se encrespa entre los machetes
que el ejido va limpiando;
hace cabriolas y pasa
con el viento por los árboles;
abanica con sus sones
todo el verdor de los pastos;
se mece entre los ciruelos
y las ramas del guayabo;
y cuando baja hasta el río,
resuena entre los peñascos.
Es estímulo en la junta;
en el embarre, alborozo;
clarinada de alegría
en el tambor bullicioso.
En las siembras de los campos
es lenguaje entre los mozos.
Y cuando el dolor les hinca
su colmillo doloroso,
se retuerce en su garganta
la voz que se hace sollozo.
Saloma . . .Saloma tienes
Sabor amargo de llanto. . .
Alegría pasajera
en los momentos gozados;
pero hay una honda tristeza
en tu sonido quebrado:
el dolor que hay en la vida
del campesino olvidado
que saloma adolorido
para decir su quebranto.
Flor Simbólica, por
Ana Isabel Illueca
A la Flor del Espíritu Santo,
flor nacional
Eres flor o eres ave
que entre la fronda umbría
con rayos de la luna
y espumas de la mar,
construyó tan fantástica
y pura alegoría
para incubar ensueño
en nido sin igual?. . .
Eres flor o eres ave?. . .
De los frutos te nutres
o jugos de la tierra
corren por tus canales. . .
aromas la espesura
o trinas en los árboles. . .
te embelleces con pétalos
o con plumones suaves. . .
Maga flor de mis selvas:
entre el verde ramaje,
escondida en los bosques
sombríos y tropicales,
surgiste a la existencia
con lumbre de celajes,
con blancura de espuma
y aroma de follajes. . .
Una aureola de luces
diáfanas y brillantes
como el nácar que esconden
nuestros límpidos mares,
forman tu alba corola
donde anida la grácil
paloma del Espíritu
Santo, de alas frágiles.
Flor simbólica: eres
en los sacros altares
de mi patria querida,
la mensajera amante
que trae hasta nuestro suelo
mensajes celestiales. . .
sólo aquí tú floreces
como en justo homenaje
a una tierra que sabe
cumplir misiones grandes.
Entre todas, el Istmo
te aclama soberana,
capaz de cobijarnos
bajo tus níveas alas
cual lo hacen las bravías
y gigantescas masas
que con canción de olas
aduermen nuestras playas.
Flor del Sagrado Espíritu;
orquídea inmaculada:
desde los bosques vírgenes
que cubren las montañas
continúa prodigándonos
tus corolas de nácar,
en donde se ha alojado
esa paloma blanca
que incuba los destinos
de nuestra patria amada.
Edgar Allan Poe Cuento Bon-Bon