Juan Bautista Arraiza, poemas


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Juan Bautista Arraiza



LA DESPEDIDA DE SILVIA
(Fragmento)

Ya llegó el instante fiero,
Silvia, de mi despedida,
pues ya anuncia mi partida
con estrépito el cañón.

A darte el adiós postrero
llega ya tu tierno amante,
lleno de llanto el semblante
y de angustia el corazón.

Llega tú, objeto divino,
tiéndeme los brazos bellos,
que si logro yo que en ellos
dulce acogida me des,

no conseguirá el destino
el golpe que quiere darme,
porque antes de separarme
me verá muerto a tus pies.

¡Oh! si las pasiones nuestras
fueran de igual violencia,
el dolor de nuestra ausencia
se partiera entre los dos.

Mas tú un semblante me muestras
indiferente o contento,
cuando yo no tengo aliento
ni aun para decirte adiós.

Murmurando un manso río
baña el prado con sosiego,
y por fruto de su riego
bellas flores ve brotar.

Tú en silencio, llanto mío,
mi afligido pecho bañas,
y de Silvia las entrañas
no consigues ablandar.

¿Mas qué dices, Silvia mía,
con ese tierno suspiro?
¿Por qué entre lágrimas miro
tus ojos resplandecer?

cual nube que en claro día
opuesta al sol se deshace,
y el sol con sus rayos hace
brillar el agua al caer.

¿En mí los lánguidos ojos
fijas con tanta ternura?
¿Sin faltarle la hermosura
falta a tu rostro el color?

¿Vas a abrir los labios rojos,
y el sentimiento los sella?
¡Que en ti haya de ser tan bella
aun la imagen del dolor!

¡Insensato! yo pensaba
que la amarga pena mía
algún alivio tendría
si tú penaras también.

Al error que me engañaba
concede, Silvia, el perdón;
ya siento más tu aflicción
que antes sentí tu desdén.

Bien mío, por Dios te ruego,
serena el triste quebranto;
no vale tan bello llanto
cuanto el mundo encierra en sí.

Pasen por ti con sosiego
de amor las horas serenas,
y aquellas angustias llenas
que se detengan en mí.

En mí, miserable y triste,
por el cielo destinado
para soportar del hado
la bárbara crüeldad.

No en ti, que hermosa naciste
llena de un poder divino
para tener el destino
sujeto a tu voluntad.

Por él tendrás el consuelo,
mientras que mi ausencia llores,
de encontrar mil amadores
más de tu gusto que yo;

otro, a quien dispense el cielo
la fortuna de agradarte;
pero otro que sepa amarte
como yo te amo, eso no[...]

 

LA FUNCIÓN DE VACAS

Grande alboroto, mucha confusión,
voces de «Vaya» y «Venga el boletín»,
gran prisa por sentarse en un tablón,
mucho soldado sobre su rocín;
ya se empieza el magnífico pregón,
ya hace señal Simón con el clarín,
el pregonero grita: «Manda el Rey»,
todo para anunciar que sale un buey.

Luego el toro feroz sale corriendo
(pienso que más de miedo que de ira);
todo el mundo al mirarle tan tremendo,
ligero hacia las vallas se retira;
párase en medio el buey, y yo comprendo
del ceño con que a todas partes mira
que iba diciendo en sí el animal manso:
«Por fin, aquí me matan y descanso.»

Sale luego a echar plantas a la plaza
un jaque presumido de ligero;
zafio, torpe, soez, y con más traza
de mozo de cordel que de torero;
vase acercando al toro con cachaza;
mas no bien llega a ver que el bruto fiero
parte tras él furioso como un diablo,
vuelve la espalda y dice: «Guarda, Pablo.»

Síguese a tan gloriosa maravilla
un general aplauso de la gente;
uno le grita: «Corre, que te pilla»;
otro le dice: «Bárbaro, detente.»
Y al escuchar lo que el concurso chilla,
iba diciendo el corredor valiente:
«¿Para qué os quiero, pies? dadme socorro.
¿No es corrida de bestias? Pues yo corro.»

A las primeras vueltas ya se halla
el toro solo en medio de la arena;
por no saber qué hacerse, va a la valla,
a ver si en algún tonto el cuerno estrena;
mas desde allí la tímida canalla,
que estando en salvo de valor se llena,
al pobre buey ablandan el cogote,
unos con pincho, y otros con garrote.

En esto, con su capa colorada
sale a la plaza un malcarado pillo;
puesto en jarras, la vista atravesada,
y escupiendo al través por el colmillo,
dice con una voz agacharada:
«Echen, échenme acá el animalillo»;
mas viene el buey; él piensa que le atrapa;
quiere echarle la capa, pero escapa.

Hecha al fin la señal de retirada,
que en otras partes suele ser de entierro,
pues muere el animal de una estocada
o a las furiosas presas de algún perro,
sale el manso y pastor de la vacada,
y al reclamo del áspero cencerro,
la plaza al punto el buey desembaraza,
quedando otros más bueyes en la plaza.

 

LAS GRACIAS DEL BAILE

1

Hija de la inocencia y la alegría
Del movimiento reina encantadora,
Terpsícore, hoy te implora
Propia deidad mi ardiente fantasía.
Tú, que animada del impulso blando
Que siente toda ingenua criatura
Viendo a sus pies florida la llanura,
El cielo claro, el céfiro lascivo,
Vas sus fáciles saltos arreglando
Y esparces gracia en su bailar festivo;
Tú, del sagrado fuego en que me inflamo,
Diosa de juventud, serás la guía;
Tú, a quien mil veces llamo
Hija de la inocencia y la alegría.

2

¡Oh, si volviendo atrás su fugitivo
Curso la edad, me viera con presteza
De la Naturaleza
Transportado al Oriente primitivo!
¡Cómo te viera en toda tu influencia,
Oh diosa, deleitar a aquellas gentes
Que, aun sin pudor, se amaban inocentes!
Ellas, sin más adorno que las flores,
Yy su candor por única decencia,
Iban bailando en pos de sus amores,
Y sobre aquellos cuerpos que del arte
Aún no desfiguraban las falacias,
Lograbas derramarte
Tú, con todo el tesoro de tus gracias.

3

Mas ¡ay! que ruborosas de las cumbres
Se arrojaron las ninfas a los valles,
Y cubrieron sus talles
Con arte rudo, igual a sus costumbres.
Los árboles les dieron su corteza
Y sus frondosas hojas, y el ganado
Se vio de sus vellones despojado
Para cubrir las inocentes formas;
Despareció la humana gentileza;
¡Y tú, Naturaleza, te conformas!
En tus obras maestras ¡cuál ruina!
¡Y cuál, bajo la nube del misterio,
Terpsícore divina,
Perdiste lo más bello de tu imperio!

4

Tu imperio ya no luce, aunque se extiende
Sobre la airosa espalda, el alto pecho,
Y el talle a torno hecho,
Que un envidioso velo lo defiende;
En vez de aquella ingenuidad amable,
Pródiga de las gracias que atesora,
Nos vino la modestia encubridora.
No es lícito a los ojos gozar tanto;
Mas el alma sensible, ¿cómo es dable
Que no halle en la modestia un nuevo encanto?
Más interesa en el jardín ameno
La rosa que naciendo se sonroja,
Que cuando, abierto el seno,
Va dando a cada e céfiro una hoja.

5

De las lúbricas gracias el prestigio
Hermanaste el pudor de tal manera,
Que la virtud austera
Se paró, enamorada del prodigio.
El alto cielo en tu favor se inclina,
Y la Naturaleza con anhelo
Ansió la creación de algún modelo
Digno de tus lecciones: de gentiles
Miembros, de majestad alta y divina,
Incapaz de mover pasiones viles.
Tal su deseo fue; y entre millares
De bellas ninfas una fue elegida,
Cual Venus de los mares,
De la espuma del Sena concebida.

6

Alargóle Terpsícore la mano
Al desprender de la nativa espuma;
Bajo su pie de pluma
La hierba apenas se dobló del llano:
En los mórbidos miembros de Citéres,
En los tímidos ojos de Diana,
En el rubor semeja a la mañana;
Su acción con majestad voluptuosa
Anuncia, mas no brinda los placeres;
Cúbrela un manto de azucena y rosa,
Y así, dulce, sencilla, delicada
(Copia, en sin, del objeto que idolatro),
De gracias coronada,
Se ofreció de la Iberia al gran teatro.

7

El bello aspecto enajenó las almas;
Mas luego suena el populoso claustro
Cual si agitara el austro
Un bosque entero de movibles palmas.
Ella el suelo y el aire señorea,
Mostrándose fenómeno, igualmente
Del cielo y de la tierra independiente;
Mírala el vulgo con el mismo arrobo
Con que otra vez una inocente aldea
Majestuoso descendiendo el globo.
Mas de las almas tiernas entretanto,
¿Cuál aquel movimiento no sentía,
Aquel secreto encanto,
Aquel placer que llaman simpatía?

8

El sonoroso coro de instrumentos,
Como las aves a la luz del alba,
Le tributa su salva;
Mas la tímida ninfa a sus acentos
Asustada se muestra; y como pide
Su delicada acción más dulce pauta,
Sólo modula la melosa flauta.
Entonces el suavísimo sonido
Imperceptiblemente se decide
Su movimiento blando y sostenido:
Parece a Galatea cuando apenas
Su corazón palpita, y va con pausa
Sintiendo por sus venas
Aquella vida que de amor fue causa.

9

Despléganse los brazos con blandura
Y noblemente erguida la cabeza,
A rodear empieza
Los ojos desmayados de ternura;
Ya de los bellos brazos compañero
Presentase en el aire el pie divino,
Pie que la tierra no pisó más fino;
Sólo en un punto imperceptible estriba
Que al suelo toque el otro pie ligero,
y no vuele la bella fugitiva;
Ella suspensa está; también con ella
Enmudece la música; y entonces...
Una imagen tan bella
Nunca la Grecia la imitó en sus bronces.

10

Vuelve a sonar con trémulo suspiro
La querellosa flauta, y el hermoso
Cuerpo a moverse airoso
En torno de sí mismo en lento giro.
¡Cielos!, ¡oh, cuál las ávidas miradas
Van sucesivamente repasando
La flexible cintura, el brazo blando,
Del seno virginal la doble forma,
Y las demás que deja señaladas
El velo que a ceñirlas se conforma!
Mas ¡ay! que entonces un momento eterno
Nos roba de sus ojos la luz pura,
Y en el nubloso invierno
No es tan lenta la noche más oscura.

11

¿Dónde vas?, ¿dónde estás?, la flauta gime;
Y ella, como en un presto sobresalto,
Se alza en súbito salto
Y clávase de frente. La sublime
Orquesta resonando la saluda,
Cual relámpago vivo el entusiasmo
Rompe, y deshace el silencioso pasmo;
Entre el espeso rebatir de palmas
No hay una voz, no hay una lengua muda;
¡Viva!, suspiran las ardientes almas;
¡Viva!, suenan en las filas inferiores;
¡Viva!, en los palcos, relumbrantes de oro;
¡Viva!, en los corredores;
¡Viva!, repite el artesón sonoro.

12

Muestra el desnudo la indulgente falda
Que las gentiles formas determina:
Su cabeza declina
Voluptuosamente hacia la espalda;
Siempre en su rostro la modestia impera,
Más por cada deseo, compasivos
Devuelven un placer sus ojos vivos:
Placer de amor, que honestidad respira;
¡Placer de amar, necesidad primera
De un tierno corazón! ¡Cómo el que aspira
Tu llama a confundir honesta y pura
Con una liviandad torpe y ficticia,
Al pie de la hermosura
Pierde el sosiego y no halla la delicia!

13

Mas ¿qué mudanza súbita? La orquesta
Se precipita alegre, y en el aire
Con gracioso donaire
La ninfa sin cesar se manifiesta.
Como leve balón se alza y aterra:
Dijeran que debajo de su planta
La atracción de la tierra se quebranta;
O bien que, de placer, en cada salto
Suspira el seno de la madre tierra
Y vuelve hermosa a levantarla en alto.
Vaga el rosado velo en el ambiente,
Y revelado en trenzas su cabello,
Deja ver claramente
La afectuosa posición del cuello.

14

Ni el presto pensamiento seguiría
La fuga de los pies; no es por el cielo
Tan fugitivo el vuelo;
Por el agua sin riesgo correría;
Si el uno se detiene, el otro en tanto,
Como paloma que agilita el ala,
Con batido halagüeño le regala;
Ya abandonan el suelo, y se restaura
Su aérea posición; ¡celeste encanto,
Que de inmortalidad respira el aura!
Presta para ganar dulces despojo,
Y luego huir por las etéreas salas,
En sus pies y sus ojos
Lleva de Amor las flechas y las alas.

15

No abuses de ellas, no, mi ninfa, espera;
Ni así girando en círculo voluble
Esa imagen ligera
En un hermoso vértigo se nuble,
Como se turba el río cristalino
Alrededor del hoyo que le veda
Su curso, y se revuelve en remolino.
Nuestro amor la ofendió, sí; pues ya queda
Fija su planta, y veo en su hermosura
La expresión del dolor y la ternura;
Como niña que en siestas amorosas,
De su querido amante, incauta siente
Junto a sus frescas rosas,
En vez del labio el atrevido diente.

16

Ninfa gentil, serena los enojos.
Isbel..., ¡ay cielos!, que en mi propio agravio
Huyó tu nombre de mi ardiente labio
Como tu imagen de mis tristes ojos.
Tú, que a la esfera del amor te subes
¡Brinco amoroso de las gracias bellas,
Como ellas ágil y fugaz como ellas!
¿Cómo te ofende nuestro justo incienso,
Tú, que has nacido para hollar las nubes
Que andan vagando por el cielo inmenso?
¿Cómo tú misma la pasión no halagas,
Si cual abeja variando flores,
De pecho en pecho revolante vagas,
Vertiendo gracias y cogiendo amores?

17

Divina Isbel, tu cuerpo con molicie
En las auras parece se recuesta;
Tan frívola tu planta como presta,
Halaga la terrena superficie;
Fresca hermosura, juventud riente
Tus nobles actitudes hermosea;
Y tal es tu decoro, que ni el aire,
Cuando bailando tu ropaje ondea,
Audaz se ve que tu pudor desaire.
Sublime Isbel, ese país, que ha dado
A Venus, y a Diana honra divina,
Venus, menos que tú dulce y graciosa,
Menos casta Lucina,
Vuela, písale tú, serás su diosa.

18

Mas tú sigues risueña, y perfilando
El cuerpo celestial, libras su peso
Sólo en un pie, travieso
El otro al aire con los brazos dando.
Sólo tu rostro veo de soslayo,
Sólo de tus mejillas una rosa,
Y de tus vivos ojos sólo un rayo,
Todo me anuncia un atrevido vuelo;
Sí, linda Isbel; esa postura airosa,
Imagen de la paz y del consuelo,
No anuncia que te lances fugitiva
Del alto Jove a transportar la copa,
Sino a lograr la venturosa oliva,
Que está anhelando la infeliz Europa.

19

¿Quién goza, sino tú, el poder divino
De franquear la tierra, hender los vientos?
Pronto tus movimientos
Vuelo serán, los aires tu camino.
Tú, cual eres gentil, serás sensible;
Que nutrirse unos ojos tan fogosos
Con el hielo del alma es imposible;
Parte, y verás los hombres venturosos;
Vuela del Norte a los primeros climas,
Sube a los Alpes; sus nevadas cimas
Blanquean del candor de la inocencia;
De allí descubrirás el ara santa,
Que ya tal vez levanta
A la paz la feliz beneficencia.

20

A tu mano, a tu frente de alabastro,
Dará la paz su bienhechora oliva;
Tú partirás, Isbel, rauda y altiva,
Y de serenidad serás el astro.
Las artes, con los ojos aún no enjutos,
Alfombrarán las rosas tu carrera;
Tú ni sus hojas doblarás siquiera
Con tu rápido pie: valles y montes,
Que la guerra dejó yermos de frutos,
Traspondrás, y en los bajos horizontes
Alzará el arador la frente ansiosa,
Ennoblecida de sudor, y al verte
Tan bella y luminosa,
Presentirá su venturosa suerte.

21

¡Cuántos tributos de ternura y gozo
Te ofrecerán en tu glorioso giro!
La viuda ausente su último sollozo,
El padre anciano su postrer suspiro.
Mas cuando atenta a serenar los mares
Por el cristal del agua atravesares,
Huye del agua tú, Náyade bella;
Huye del agua tú, sigue mi aviso;
Que si como un amor te ves en ella,
Tú serás en amor como Narciso.
Así lleves la paz al hemisferio,
Desde el Ibero hasta el Britanio solio,
Del uno al otro imperio,
Y desde el Louvre al alto Capitolio.

22

Perdona, Isbel, perdona el extravío
De un entusiasmo que su bien presagia;
¿Qué puede producir la noble magia
De tu baile gentil, el señorío
De aquellas actitudes, do presiden
El amor, la belleza y la decencia,
Sino estas ilusiones de inocencia?
Y tú, divino origen de este encanto,
Terpsícore, perdona mi embeleso
Por una ninfa que proteges tanto;
No juzgues, ¡ay!, por eso, arte divina,
Que mis inciensos en tu honor rebajen,
Que a ti la gloria sólo se encamina
Del loor dado a tu perfecta imagen.

 

SONETOS

1

El jugador

Éste sí que es el modo verdadero
de aprovechar el tiempo; ésta si es brava
ocupación, en la que ayer estaba
con sus sentidos cinco un hombre entero.

Decía yo, a la izquierda del banquero
caerán el as y el tres: no lo acertaba
¿Parece que la cosa no importaba?
Pues importó todito mi dinero:

Y aún mas, que mi palabra es muy segura,
y sobre ella también quiso fiarme
el otro, que fiaba en su ventura.

Perdí, me sofoqué; y al retirarme
me dio un aire, cogí una calentura,
y no tuve después con qué curarme.

2

A los que con sólo una tintura de gramática creen poder juzgar
En toda la literatura, aplicándoles la sentencia de Apeles:
Ne sutor ultra crepidam

Ante los ojos del concurso Griego
puso Apeles un rasgo de su mano;
era la copia del Pastor Troyano,
causa fatal del memorable fuego.

Consultaba el Pintor con blando ruego
los votos de uno y otro ciudadano:
censura la sandalia un artesano,
y el divino pincel la enmienda luego.

Entonces lleno de soberbia el necio
pretende hacer ridículo aparato
de todo su saber, y en tono recio

Censuró lo más bello del retrato;
pero Apeles volviendo con desprecio
le dice: Zapatero a tu zapato.

3

En el día de San Fernando el deseo inútil

Canta, me dice un natural deseo
de obsequiar en su día al Soberano:
calla me dice Apolo, que es en vano,
pues yo la lira no te di de Orfeo.

Pero este gozo que en los rostros leo,
este ansioso postrarse al Solio hispano,
este amor al delirio tan cercano,
¿se ha de entregar, sin canto, al vil Leteo?

¿No está, responde Apolo, en compañía
del Rey la excelsa Amalia a quien ni escaso
su llama dio el Amor, ni yo la mía?

Pues de su labio en prosa, o verso acaso,
vale más «ten, Fernando, un feliz día,»
que todos los elogios del Parnaso.

4

En el mismo día al río que pasa por Aranjuez

Tajo, tú que el furor de las pasiones
remedas en cascadas rumorosas,
y luego espejo claro entre las rosas
nos retratas de Amalia las facciones;

alza la frente a mis alegres sones,
de la dorada arena en que reposas,
y oye cual tus orillas venturosas
resuenan en aplauso y bendiciones.

A Fernando su pueblo las ofrece,
y hoy se venera su bondad propicia,
que tanto, oh río, a ti se te parece;

pues como tu corriente su justicia
con los soberbios riscos se embravece,
y a las sencillas flores acaricia.

5

Oyendo anunciar las campanas las exequias del dos de mayo

Al anual luto, de un tirano insulto
centra la lealtad de un pueblo entero,
hoy nos llama con eco lastimero
el metal hueco, en religioso culto.

Lagrimas pide el sentimiento oculto
que aún guarda el corazón de hecho tan fiero:
lágrimas ya; que sangre ¡harta el acero
vertió en venganza al infeliz tumulto!

Siete giros dio el sol antes que viera
la espada deponer, con que lidiando
fatigó al corso la nación Ibera.

¡Gloriosa lid, pues terminó lanzando
al ancho mar la coronada fiera,
y volviendo a su trono al Rey Fernando!

6

En el aniversario de la entrada del Rey nuestro Señor en Madrid
a su vuelta de Francia

Católico Monarca, que has vencido,
siendo escudo a la fe de tus mayores,
mas que del fiero Marte los rigores
las perfidias de un siglo corrompido.

Tú que Fernando y español nacido
colmaste nuestros votos y clamores,
doblando así la afrenta a tus traidores
con dos títulos más de ser querido:

Hoy renueva, Señor, Madrid el gusto
de haberte visto regresar triunfante
de la opresión de un invasor injusto.

¡Cuánta gloria no encierra un solo instante,
pues da a tu sacra sien lauro el más justo,
y al pueblo ibero palma de constante!

7

En el día del cumpleaños de la Reina nuestra Señora

Vuelve, Aurora feliz, que la tormenta
con que nos afligió discordia impía
no permitió a la España hasta este día
tranquila ver, ni saludar contenta.

Luce serena ya, y el brillo aumenta
con que sirves al sol de hermosa guía:
dando a mi Reina, en años de alegría,
cuantos de amargo afán momentos cuenta.

Muéstrala que no siempre rodeado
el hispano dosel se halla de susto;
ni siempre hay penas de Fernando al lado:

sino que en paz ya gozarán del gusto,
que solo a su alma bella es adecuado,
de hacer el bien, y de premiar al justo.

 

IDILIOS

1

La impresión primera o el pescador

Orillas del mar tendido
un pescador a sus solas,
como la roca a las olas y
así burlaba a Cupido:
no pretendas, dios traidor,
que te doble la rodilla,
mi tesoro es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.

Cuando algún incauto pez
entra en mis redes, le digo:
tal quisiera hacer conmigo
el amor alguna vez:
pero no espere el traidor
un vasallo en esta orilla;
que mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.

Yo vi de Nerina ingrata
al amante, ¡pobrecillo!
Que no vi ningún barquillo
a quien más la mar combata:
¿y me ofrecerás, traidor,
una ley que tanto humilla?
No: mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.

La bella Silvia, que en tanto
por la ribera venía,
oyó cómo repetía
el marinero en su canto:
«nunca mandarás, traidor,
en mi voluntad sencilla:
que mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.»

Entonces Silvia le mira,
y el corazón le penetra:
él va a repetir su letra,
y en vez de cantar suspira.
Adiós pobre pescador,
adiós red, adiós barquilla;
que ya no hay en esta orilla
sino vasallos de amor.

2

La declaración

Dulce posesora
del corazón mío,
a quien nunca fío
mi tierna pasión,
Las ansias, que un frío
silencio devora,
oye, posesora
de mi corazón.

Hoy a declararte
mis penas me arrojo;
preveo tu enojo,
mas vano será;
Que irás a vengarte,
y el mísero labio,
que te hizo el agravio,
ya frío estará.

Muriendo, en mis ojos
de lágrimas llenos
los tuyos serenos
verán la ocasión.
Dirante muriendo
que el alma te adora,
¡Cruel posesora
de mi corazón!

Si me amas, al cielo
tu gloria es subida,
pues dasme la vida,
milagro de un dios:
al mundo modelo
de dichas seremos,
envidia daremos
si me amas los dos.

Si no, pues me mata
sentencia tan dura,
será en tu hermosura
mi sangre un borrón:
¿y quieres, ingrata,
mas ser destructora
que dulce señora
de un fiel corazón?

¿Qué logra una rosa
cerrando el capullo,
cuando con orgullo
se abren otras mil?
Ceder a rigores
de insectos inmundos
los besos fecundos
del aura gentil.

No imites, hermosa,
su ejemplo y desgracias;
cede tantas gracias
a tanta pasión.
¡Ay! cédelas luego,
y sé desde ahora
feliz posesora
de mi corazón.

Poeta

Cuando Amor con Flora
su imperio partía,
turbó su alegría
sola esa canción:
por amor naciendo
ganados y flores,
sólo por amores
muriendo Damón.

Con amor hermoso
cuanto el triste mira:
cuanto ve suspira
de amorosa unión:
sin amor hermosa,
sin amor ufana
sólo la tirana
de su corazón.

Ya en lúgubres modos,
ya en llanto se explica,
y en ecos replica
todo a su canción.
Que amar saben todos:
mas de amar ignora
sólo la pastora
de su corazón.