Pedro Calderón de la Barca

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Pedro Calderón de la Barca



SONETOS 1

A las flores Éstas que fueron pompa y alegría despertando al albor de la mañana, a la tarde serán lástima vana durmiendo en brazos de la noche fría. Este matiz que al cielo desafía, Iris listado de oro, nieve y grana, será escarmiento de la vida humana: ¡tanto se emprende en término de un día! A florecer las rosas madrugaron, y para envejecerse florecieron: cuna y sepulcro en un botón hallaron. Tales los hombres sus fortunas vieron: en un día nacieron y espiraron; que pasados los siglos, horas fueron. 2 A las estrellas Esos rasgos de luz, esas centellas que cobran con amagos superiores alimentos del sol en resplandores, aquello viven, si se duelen dellas. Flores nocturnas son; aunque tan bellas, efímeras padecen sus ardores; pues si un día es el siglo de las flores, una noche es la edad de las estrellas. De esa, pues, primavera fugitiva, ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere; registro es nuestro, o muera el sol o viva. ¿Qué duración habrá que el hombre espere, o qué mudanza habrá que no reciba de astro que cada noche nace y muere. 4 A un altar de Santa Teresa La que ves en piedad, en llama, en vuelo, ara en el suelo, al sol pira, al viento ave, Argos de estrellas, imitada nave, nubes vence, aire rompe y toca al cielo. Esta pues que la cumbre del Carmelo mira fiel, mansa ocupa y surca grave, con muda admiración muestra süave casto amor, justa fe, piadoso celo. ¡Oh militante iglesia, más segura pisa tierra, aire enciende, mar navega, y a más pilotos tu gobierno fía! Triunfa eterna, está firme, vive pura; que ya en el golfo que te ves se anega culpa infiel, torpe error, ciega herejía. 5 A San Isidro Los campos de Madrid, Isidro santo, emulación divina son del cielo, pues humildes los ángeles su suelo tanto celebran y veneran tanto. Celestes labradores, en cuanto son amorosa voz, con santo celo vos enviáis en angélico consuelo dulce oración, que fertiliza el llanto. Dichoso agricultor, en quien se encierra cosecha de tan fértiles despojos, que divino y humano os da tributo, no receléis el fruto de la tierra, pues cogerán del cielo vuestros ojos, sembrando aquí sus lágrimas, el fruto. up.gif (987 bytes) OCTAVAS A San Isidro Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta medroso esparce hasta el segundo oriente. El viento con suspiros se levanta; présaga España su desdicha siente: y en tanta confusión, en pena tanta Filipo al fatal golpe está obediente: ¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento! Tema España, el sol llore, gima el viento. Mas cese el sentimiento, cese el llanto, y en vez, España, de funesto luto, fiestas publica, que te ensalce cuanto te oprimió de los ojos el tributo; pues ya Madrid piadosa a Isidro santo vuelve a sus campos a coger el fruto que sembró de piedad y desengaños al fin dichoso de quinientos años. Ya más gloriosa con humilde celo vuelve, piadosa al Labrador divino, a ver el prado, el río, fuente y suelo, donde a la tierra y cielo abrió camino, porque de nuevo en ella obligue al cielo, en tanto que su Rey sujeto es digno a su piedad, volviendo a su porfía Sol a España, al sol luz, a la luz día. Dichosa, insigne villa, y más dichosa cuanto por más piadosa te señalas, vuele tu fama al viento licenciosa; sirviendo a tu piedad de amor las alas, vive, ¡oh! más que la muerte poderosa, pues no sólo el arado al cetro igualas, pero aun exceden por divinas leyes tus pobres labradores a tus reyes. up.gif (987 bytes) CANCIÓN A San Isidro Coronadas de luz las sienes bellas, conduce el sol su luminoso coche a la estación donde madruga el día; quitó el prestado honor a las estrellas, y en campañas de luz venció a la noche con los ardientes rayos que regía; castigo a su osadía la tierra fue, que nuevo sol le opuso, esfera de verdor, campo de fuego. Cuando en sus rayos ciego, querúbicas deidades vio confuso sembrar por rubios granos esmeraldas, por espigas coger verdes guirnaldas. Los campos de Madrid ya cielos bellos y los cielos del sol campos hermosos eran con los opuestos resplandores; porque asistiendo o cultivando en ellos, ya labrador, ya espíritus dichosos, campos de estrellas son, cielo de flores: vestida de esplendores acredita la tierra al sol desmayos, que paga el sol en rayos a la tierra; y en luminosa guerra, espigas compitieron a sus rayos, porque el cielo y la tierra en sus fatigas mieses de rayos son, globos de espigas. El viento, entre los varios arreboles del resplandor, Madrid, que a ti reduces cielo humano te vio, divino suelo: dudó dos cielos y creyó dos soles, admirando, confuso entre dos luces, brillando el campo y cultivando el cielo; que con santo desvelo Isidro le labraba con el llanto, ángeles con su gloria le ilustraban, y el viento, que abrasaban mansos eclipses, en abismo tanto ignora a quién incline su destino, a ángel cultor o a labrador divino. Este pues en su espíritu dichoso, arrebatado hasta los cielos sube (que bien la tierra por el cielo olvida) y espíritus del trono luminoso, rayos de luz en abrasada nube, bajan al suelo a darle nueva vida. La tierra, agradecida al favor de los cielos soberano, sin esperanzas del abril florece: tanto, tanto agradece el beneficio de la culta mano; y estrellas produjera entonces bellas, si nacieran sembradas las estrellas. Rompe la tierra el paraninfo alado y el rústico instrumento que la oprime, nunca más dulce, nunca más süave a la mano obediente, no al arado, el surco estima que en su centro imprime celeste autor de su esperanza grave. ¿Quién habrá que te alabe, ángel o labrador, si ofrece el suelo a celestial cultor humano fruto, y celestial tributo a humano agricultor ofrece el cielo? Y aunque use el hombre angélico ejercicio, ¿quién vio al ángel usar rústico oficio? ¿Quién más dichoso está, quién más ufano? ¿Con ángeles el suelo en este día o con un labrador, no más, el cielo? Más gloria tiene el cielo soberano, pues humildes dos ángeles envía que próvidos por él labren el suelo: tanto pudo tu celo, tanto, Isidro, tu amor maravilloso, tanto tus oraciones celestiales. Por dos ángeles vales: dos suplen tu descuido virtuoso; y pues de flores ver los campos llenos, porque se aumenten más trabaja menos. Deje de mi pluma el vuelo, mi torpe acento el canto, mi voz aliento tanto; que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo; y es bien que a tanto empleo se presuma suave voz, dulce acento y veloz pluma. up.gif (987 bytes) TERCETOS A Felipe IV ¡Oh tú, temprano sol que en el oriente de tus primeros años has nacido coronado de luz resplandeciente, salve! Y en tanto que a tu grato oído de mi voz, por cantarte, los acentos labios son de metal contra el olvido, con presagios de ilustres vencimientos escucha el fin que a tu principio encierra, rendidos a tus pies los elementos. La tierra te consagra el que a la tierra sujetó, cuando, próvida en su celo, los líquidos tesoros desencierra, y, lloviendo al revés, salpicó el cielo, desangrando a Neptuno en rica fuente por venas de cristal sangre de hielo. El mar te rinde aquel cuyo tridente tantas veces venció su orgullo fiero, segunda vez a límite obediente, aquel del mar Neptuno verdadero, que en varias partes no se distinguía cuándo segundo fue, cuándo primero. Del dulce viento la región vacía favorable te ofrece aquella ave que en éxtasis de amor vientos bebía. Ave amorosa, pues, que con süave pluma llegó hasta el sol, en su sosiego volando dulce y suspendiendo grave. El fuego te asegura el que del fuego nombre tomó, y el luminoso espacio arrebatado vio, turbado y ciego. Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio, pues a tu admiración el cielo atento, la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio, Francisco el mar, cuando Teresa el viento. up.gif (987 bytes) ROMANCES 1 Romance amoroso a una dama ¿No me conocéis, serranos? Yo soy el pastor de Filis, cera a su pecho de acero, esclavo a sus ojos libres. Huésped en vuestras riberas, oponer de amor me visteis a las armas vencedoras resistencias invencibles. Mas ¡ay! yo muerto, serranos; ¡ay, amor, ya me venciste!; los incendios de mis hielos tus poderes acrediten. Para matarme tus ojos, Filis, el amor elige; que a mayores vencimientos bastan los rayos que viste. A cuyo imperio süave, a cuya fuerza apacible no hay libertad que se exente, no hay exención que se libre. A tu beldad las beldades desconocidas se rinden, desde las que el Tetis beben, hasta las que el Ganges viven. Cuyo nombre el Gata ufano gloria le da más felice que sus arenas al Tajo, que sus imperios al Tíber. En tu alabanza mi efecto, entre efectos imposibles epiciclos fatigara; mas temo que espumas pise. Retírase, pues, cobarde, y tanta empresa remite, o de un águila a los vuelos o a los acentos de un cisne; que una voz ronca no puede ni puede una pluma humilde ultrajarte; que te ignora quien se atreve a describirte. Mis deseos igualmente que por divina te admiten, como a deidad te veneran y como a deidad te piden, así, pues, el tiempo nunca en ti con mudanza triste las rosas aje del rostro ni del cuello los jazmines; a la primavera hermosa que en tus mejillas asiste, en siempre floridos mayos goce perpetuos abriles; que admitas unos deseos, que una voluntad estimes, como atrevida en quererte, acordada en elegirte. Si tienes dueño, a tu dueño te hurta: mi mal te obligue, para que mi ardor aplaques, nieve a que a mi cuello apliques. Yo vi que hurtados a un muro a que pudieran asirse, le repartieron abrazos a un árbol unos jazmines. Tú verás que a mis deseos solicitan persuadirte yedra que dos olmos trepa, vid que dos álamos ciñe. Prisiones rompe el capullo avaramente sutiles el clavel, y fuera dellas con púrpura el aire tiñe pues te incitan sus ejemplos, Filis, sus ejemplos sigue; que si tú mi amor retornas, cierto estoy que Amor me envidie. 2 Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa En la apacible Samaria, hacia donde el sol se pone, en túmulo de esmeraldas yace un gigante de flores. Verde Atlante de los cielos, tanto su beldad se opone, que, siendo cielo en la tierra, parece en el cielo monte. Cerrándole al viento el paso, sube hasta la esfera, donde pedazo del cielo fuera, a ser unas las colores. Sin que el sol se albergue en ondas se le niega el horizonte, y hace anochecer el día cuando amanecer la noche. Aqueste pues cuyas plantas, aun en variedad conformes, son cultura celestial de aquel jardinero noble, de aquel venerable sol, que en más luminoso coche, por eclíptica de viento planeta de fuego corre, de aquel que rigiendo rayos quemó los vientos veloces, cuando abrasado el Carmelo, eclipse vio de dos soles, éste en las más eminente punta que en su luz se esconde, virgen rosa planta bella porque del sol se corone. Casta azucena o jazmín süave, cuyos colores en viva aroma los cielos piadosamente recogen. Santo Carmelo, tu planta es Teresa, porque logres su hermosura, sin que el viento o la marchite o la borre. 3 Penitencia de San Ignacio Con el cabello erizado, pálido el color del rostro, bañado en un sudor frío, vueltos al cielo los ojos, más muerto que vivo, haciendo de gemidos y sollozos los suspiros una esfera, las lágrimas dos arroyos, a Ignacio su mismo cuerpo, helado, sangriento y roto, desta manera le dice con voz baja y pecho ronco: -No te espantes si te trato, como ajeno de ti propio, que es bien que como otro hable, pues ya contigo soy otro, no es mucho ignore quién eres, si el mismo que soy ignoro; que tal tu rigor me ha puesto, que aún a mi no me conozco. Siete días ha que muero, pues vivo sin saber cómo, y a mi torpe natural forzosas leyes le rompo. Negando lo que te pido, siete días ha que sólo agua de lágrimas bebo y pan de dolores como. Duros abrojos tres veces castigan mis perezosos miembros: tan estéril tierra ¿qué ha de tener sino abrojos? Gastadas tengo las piedras donde las rodillas pongo, y porque cabales vivan cubro de sangre los hoyos. Vivo cadáver me dejas, y en tu espíritu dichoso vas a gozar dulces gustos, a gustar süaves gozos. Todo en amor te transformas, porque vivas en Dios todo, con una gloria amorosa, y con un amor glorioso. Al alma sólo regalas: quejas justamente formo, pues a tus gustos mis penas son manjar dulce y sabroso. Dueño soy de los sentidos: ¿qué importa si no los gozo? Pues sin alma ¿qué me sirven boca, manos, oídos ni ojos? Yo sus contentos no gusto, yo sus gustos no los toco, sus regalos no los veo, sus dulzuras no las oigo. Mira no se ofenda Dios, que cargues sobre mis hombros murallas de penitencia, siendo el cimiento tan poco. Una llama soy que vivo obediente a un fácil soplo, humilde barro, y al fin fuego y humo, tierra y polvo. 4 A una dama que deseaba saber su estado, persona y vida Curiosísima señora, tú, que mi estado preguntas, y de moribus et vita examinarme procuras; quienquiera que eres, atiende, y en cómico estilo escucha; que he de decirte un romance para quitarte la duda. Va de retrato primero; luego, si quieres la musa, irá de costumbres, bien que habré de callar alguna. Sea lámina el papel, matiz la tinta, la pluma pincel; quiera Dios que salga parecida mi pintura. Yo soy un hombre de tan desconversable estatura que entre los grandes es poca y entre los chicos es mucha. Montañés soy; algo deudo allá, por chismes de Asturias, de dos jueces de Castilla, Laín Calvo y Nuño Rasura; hablen mollera y copete: mira qué de cosas juntas te he dicho en cuatro palabras, pues dicen calva y alcurnia. Preñada tengo la frente sin llegar al parto nunca, teniendo dolores todos los crecientes de la luna. En la sien izquierda tengo cierta descalabradura; que al encaje de unos celos vino pegada esta punta. Las cejas van luego, a quien desaliñadas arrugas de un capote mal doblado suele tener cejijuntas. No me hallan los ojos todos, si atentos no me los buscan (que allá, en dos cuencas, si lloran una es Huéscar y otra es Júcar); a ellos suben los bigotes por el tronco hasta la altura, cuervos que los he criado y sacármelos procuran. Pálido tengo el color, la tez macilenta y mustia desde que me aconteció el espanto de unas bubas. En su lugar la nariz ni bien es necia ni aguda, mas tan callada que ya ni con tabaco estornuda. La boca es de espuerta, rota, que vierte por las roturas cuanto sabe; sólo guarda la herramienta de la gula. Mis manos son pies de puerco con su vello y con sus uñas; que, a comérmelas tras algo, el algo fuera grosura. El talle, si gusta el sastre, es largo; mas si no gusta es corto; que él manda desde mi golilla a mi cintura; de aquí a la liga no hay cosa ni estéril ni oculta, sino cuatro faltriqueras que no tienen plus ni ultra. La pierna es pierna y no más, ni jarifa ni robusta algún tanto cuanto zamba pero no zambacatuña. Sólo el pie de mi te alabo, salvo que es de mala hechura, salvo que es muy ancho, y salvo que es largo y salvo que suda. Este soy pintiparado, sin lisonja hacerme alguna; y, si así soy a mi vista, ¡ay, Dios, cuál seré a la tuya! Dejemos en este estado mi levantada figura y vamos, de mis progresos, a la innumerable chusma; que hoy, en tu servicio, tengo de cejar hasta la cuna la memoria de mis años; ¡oh, no me aflige, entre burlas! Nací en Madrid, y nací con suerte tan importuna que hasta un Ventura de Tal conocí (¡no más ventura…!). Crecí, y mi señora madre, religiosamente astuta, como dando en otra cosa dio en que me había de ser cura. El de Troya me ordenó de la primera tonsura, de cuyas órdenes sólo la coronilla me dura. Bachiller por Salamanca también me hice luego, cuya bachillería es licencia que en mil actos me disculpa. La codicia de un bolsico en la literaria justa de Isidro me hizo poeta; ¿quién no ha pecado en pecunia? Con lo cual, Bártulo y Baldo se me quedaron a escuras, pues en vez de decir leyes hice coplas en ayunas. La cómica inclinación me llevó a la farandula: comedias hice; si malas o buenas, tú te las juzga. Desde letrado a poeta pasé; y viendo cuánto acusan a la poesía unos viejos de impertinencia machucha, traté de mudar estado; y, por más estrecha y justa religión, la de escudero me recibió en su clausura. Aquí discurra el lector (si es que hay lector que discurra) cuáles son, para seguidos, los pasos de mi fortuna: Gorrón, poeta, escudero he sido y seré. ¡Oh suma paciencia de Job!, ¿tuviste más calamidades juntas? Con estas tres profesiones, ¿quién imagina, quién duda que habré sido el «no en mis días» de cualquier suegra futura? Y así, soltero hasta hoy me quedé; y hoy más que nunca por razones de que el duque, mi señor, tiene la culpa; que, como caballerizo me hizo su excelencia augusta, huyen todas, por no ser caballeriza ninguna. De este desaire de todas me despico con algunas que me sufren mis defectos porque los suyos les sufra, si bien el día de hoy está, con las grandes lluvias, el tiempo tan apurado que hasta amor pena penuria; más, como ajustarse al tiempo dice un sabio que es cordura, siendo congrua de mi amor tres damas, con dos se ajusta: dos damas tengo, no más; que en la compañía más zurda por fuerza ha de haber quien haga primera dama y segunda; y, como al fin, por el troppo variar bella es la natura, de las dos con que me hallo, una es morena, otra rubia; una es dama de alta guisa con su poco de aventura; de baja guisa es la otra, que una es clara y otra culta; una es fea, y otra, y todo; que en esto sólo se aúnan porque yo más quiero dos fealdades que una hermosura. A entrambas las quiero bien; que aunque allá Platón murmura que el que quiere a un tiempo a dos no quiere bien a ninguna, miente Platón; porque ¿qué es querer bien a una criatura sino querer su salud, sus galas y sus holguras? Pues si yo quiero que tengan mucha salud, fiestas muchas y muchas galas, aunque… up.gif (987 bytes) ELEGÍAS 1 A la muerte de la señora doña Inés Zapata Sola esta vez quisiera, bellísima Amarili, me escucharas, no por ser la postrera que he de cantar afectos suspendidos, sino porque mi voz de ti confía que esta vez se merezca a tus oídos por lastimosa, ya que no por mía. No tanto liras hoy, endechas canto; no celebro hermosuras, porque hermosuras lloro; quien tanto siente que se atreva a tanto, si hay alas mal seguras que deban a su vuelo esferas de oro sin pagar a su vuelo ondas de llanto. ¡Ay, Amarili!, a cuánto se dispuso el afecto enternecido, mas si el afecto ha sido dueño de tanto efecto, enmudezca el dolor, hable el afecto; si pudo enmudecer o si hablar pudo retórico dolor y afecto mudo. ¿Diré que el cierzo airado, verde ladrón del prado, robó el clavel y mal logró la rosa? Mas no, porque era Nise más hermosa. ¿Diré que obscura nube, nocturna garza que a los cielos sube, borró el lucero, deslució la estrella? No, porque era más bella. ¿Diré que niebla parda la vanidad del sol tanto acobarda que muere al primer paso y el oriente tropieza en el ocaso mintiéndonos el día? No, porque Nise más que sol ardía. ¿Diré que el mar violento hidrópico bebió, bebió sediento, la fuentecilla fría que en su orilla nacía, siendo cuna y sepulcro, vida y muerte? Mas no, que en Nise más beldad se advierte. ¿Diré que rayo libre, ya fleche sierpes, ya culebras vibre, en cenizas desate el edificio que en los brazos del viento nos da indicio de que en sus hombros el zafir estriba? Mas no, que aún era Nise más altiva. ¿Pues qué diré que mi dolor avise? Diré que murió Nise. Sí, pues murió con ella deshecha flor, desvanecida estrella, día abortado, mal lograda fuente, y torre antes caduca que eminente, fingiéndose la muerte en un desmayo el cierzo, niebla, nube, mar y rayo. Nise murió. Dura pensión del hado que no tenga en el mundo la belleza, por belleza siquiera, algún sagrado. Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza! ¡Oh ley del hado dura, decretado rigor, fatal violencia, que no tenga en el mundo la hermosura, por hermosura, alguna preeminencia! Nise murió. ¡Qué extraña desventura que no goce el ingenio por divino privilegio en las cortes del destino! Todos a su despecho, a mayor majestad rindan el pecho; el pecho, en esta ley determinado, tercera vez dura pensión del hado. A tres Gracias tres Parcas combatieron, y las Gracias vencieron, que su rigor a profanar no atreve tanta luz, tanta rosa, tanta nieve. Y aunque Nise quedó muerta y rendida, dejó despierta en su beldad la vida; y así las Parcas lágrimas lloraron, las Parcas su sepulcro acompañaron, esfera breve donde la luz se eclipsa, el esplendor se esconde. A cuya sepultura un mármol consagraron que dijera: «Aquí debajo de esta losa dura la hermosura naciera, si naciera sembrada la hermosura». Pero siga el consuelo al llanto, a la tristeza, a la alegría; corra la niebla el velo y a la noche suceda alegre el día. La noche muestre ya la estrella hermosa, llama el Aura el clavel, bebe la rosa, pues Nise coronada de nueva luz, la Nise laureada, la adama el sol, y en trono de diamante está pisando estrellas, imagen ya de aquellas luces bellas, carácter ya de aquellos otros puros que bordan paralelos y coluros. Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento trueca en gusto, en invidia el escarmiento, pues la tierra sabiendo que tenía dos soles, y uno apenas merecía, liberal con el cielo quiso partir y te dejó en el suelo a ti, porque más bella fénix ya del amor, venzas aquella competencia dichosa, pues ya sola en el mundo eres hermosa. 2 A la muerte del Príncipe Don Carlos ¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío, y en lágrimas y quejas desatado, al mar corra y al viento, que bien fío del mar hoy y del viento mi cuidado, pues patrimonio son del mar y el viento, a un tiempo, lo gemido y lo llorado. ¡Oh! rompa ya mi pena el sufrimiento y en lágrimas y quejas dividido, dignísimo Fernando, mi lamento llegue (o bien de las ondas repetido o mal restituido de las peñas) piadosamente a merecer tu oído. Lisonjas, y lisonjas no pequeñas, hace al dolor el que al dolor engaña con voces, con suspiros o con señas. Tú, de la gran metrópoli de España que con arenas y átomos de oro pródigo dora el Tajo y el sol baña, purpúreo Atlante; tú, cuyo decoro desde lejos saludan dulcemente dos cisnes, éste mudo, aquél canoro. Ya que al Cuarto Planeta en otro oriente sustituyes la luz, suples el día, lucero habilitado dignamente, bien como en la celeste monarquía virrey del sol es el mejor lucero de quien el alma de sus rayos fía, engaña tu dolor (no porque espero que rústica mi voz te obligue a tanto) sino porque mi llanto lisonjero, las lágrimas mezclando con el canto en destempladas cláusulas, ignora aun él mismo si fue música o llanto. No por vencer tu sentimiento agora mi acento sulca ni mi pluma vuela (si bien harto le vence quien le llora). Con inútil retórica consuela al triste el que su mal le facilita; pues al son que le aduerme, le desvela. Llore el que de su llanto necesita, que en su principio a un accidente extraño fuerzas le da quien lágrimas le quita. Una pena dorada de un engaño o cobra la razón o pierde el brío y aquél es sólo repetirle el daño. Así quejas y lágrimas te envío, ¡Oh, rompa ya mi pena el sufrimiento! ¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío! Aunque mejor la fuerza de un tormento sabe sentirse que decirse sabe, porque en la voz no cabe el sentimiento, que en el silencio solamente cabe. Mas ya que a tanto la pasión me obliga, quejas escucha (o con acento grave la voz las calle o el callar las diga). De aquella son, y con razón de aquella dos veces, y de todos enemiga fatal deidad, cuya triunfante huella, sin que el respeto ni el temor la impida, alcáceres supremos atropella. A cuyo carro la ambición asida arrastra las coronas que antes fueron los ídolos humanos de la vida. Aquella a quien en vano previnieron defensa, ni la pluma ni la espada, que el valor y el ingenio se rindieron. Alcaide de la vida, que a su entrada registro es nuestro el libro de la muerte, partida por partida señalada. Con condición que ha de morir advierte, que entra a vivir el que nacer procura echado a los umbrales de la suerte. No el poder la venció, no la hermosura; que ésta ni aquél pasó sin que primero con llanto no firmase la escritura. Luego, ¡oh rigor! (iba a decir) severo, por cuenta le da el aire con que vive, que aun no es suyo este soplo más ligero. ¿Quién vive, pues, sabiendo que recibe tan contado el vivir, que siempre atenta la muerte por los márgenes escribe una vez que respira, otra que alienta, y vez ninguna alienta ni respira que no adelgace el número a la cuenta? ¿Quién no se pasma aquí, quién no se admira y quién sin miedo en desventura tanta de que se cumple el número suspira? ¡Oh, cuánta es hoy nuestra miseria, cuánta! Que aunque siempre lo fue, considerando que hoy la muerte los plazos adelanta, parece que es mayor porque antes, cuando bozal y torpe en su principio estaba de sí misma ella misma hería temblando. Un siglo entonces en poner tardaba la flecha; un siglo entonces prevenía el golpe; y tras dos siglos aún le erraba. Mas hoy, que diestra la hizo la porfía, ni un instante el vivir deja seguro, que el día menos cierto es cualquier día. No el sagrado dosel, no el fuerte muro, la edad florida, ingenio el más perfecto, la generosa sangre, el lustre puro, la heroica majestad, el real sujeto, todo adornado de gallardo brío, temor la causan ni la dan respeto. Todo lo postra, todo a su albedrío, Carlos lo diga (y cuando a Carlos nombra ¡oh, rompa ya el silencio el dolor mío!). Dígalo pues su voz, que muda asombra, y débale suspiros a la muerte ver tanta luz desvanecida en sombra. ¿Si sagrado dosel?, ¿si muro fuerte? ¿Qué muro fuerte, qué dosel sagrado el sol ciñe, el mar cerca, el cielo advierte ya luciente, ya nuboso, ya estrellado, aquél vuele, aquél corra y éste ande, que mirarse merezca reservado como el Alcázar de Felipe el Grande, cuando piadoso el hado un edificio privilegiar de sus rigores mande? Si lustre puro ¿qué mayor indicio de esplendor y de lustre que ser rayo de tanto sol? (No aquí delire el juicio porque un rayo de sol sienta un desmayo, que no deja de ser rey de las flores porque una flor se le malogre al mayo.) ¿Si majestad heroica? Sus mayores triunfan hoy en las lides del olvido, nunca vencidos, siempre vencedores. El águila alemana les dio nido, el león de España albergue, que absoluto término fue a su vuelo y su bramido. Todo el orbe pagándoles tributo, de una cuna del sol hasta otra cuna, Emperatriz el ave y Rey el bruto. ¿Si real sujeto? Aun siendo siempre una, su fama se excedió tal vez, pues sella ésta con más aplausos la fortuna. Felipe santo y Margarita bella sus padres fueron de tan alta planta, que humana flor no es hoy divina estrella. ¿Si claro ingenio? Manzanares canta conceptos suyos y conceptos llora: tanta en la fuerza de un afecto, tanta, que con la voz que al gusto hoy se enamora, quizá el pesar se llorará mañana, que aun una voz a lo que nace ignora. ¿Si edad florida y juventud lozana? Apenas cinco veces, cinco, era cumplido el curso en que veloz devana con hilos de oro el sol nuestra carrera, cuando por medio enmarañando el hilo, le cortó inexorable la tijera. No llegó al fin su fin; con nuevo estilo hoy se acabó y hoy se quedó pendiente. ¡Oh!, ¿para cuándo era embotarse el filo? ¿Si brío gallardo y ánimo valiente? Dígalo el mar que le rindió oportuno en pequeño bajel más diligente. Por Príncipe los reinos de Neptuno y en cortes de agua Príncipe jurado votaron todos y faltó ninguno. De esperanzas entonces coronado le vio la paz y le aclamó la guerra; sólo a la tierra le costó cuidado, pues celosa de ver que se destierra del centro natural al centro frío, en sus entrañas le escondió la tierra. ¡Oh sacrílego amor! ¡Oh amor impío, que a tu costa tus celos has vengado! ¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío! Y ya que tanto mérito postrado, humano al fin reparo no previno a la infalible indignación del hado, al enojo infalible del destino, vamos a ver si le previene el celo en la piedad del mérito divino. Iba pues de la noche el negro velo borrando los matices con que había al temple bosquejado tierra y cielo el doctísimo artífice del día, y el sol, depositado en luces bellas espejo hecho pedazos parecía, que pedazos del sol son las estrellas; y así, cuando su luz se quiebra hermosa, es un pequeño sol cada una dellas. Declarose la noche temerosa, y tropezando perezoso el sueño en la que iba arrastrando falda umbrosa, salió mostrando el arrugado ceño, que más horrores que cabellos vierte de ciprés coronado y de beleño. Y como medio hermano de la muerte al mundo medio muerto sepultaba cuando aun al sueño hicieron que despierte. Voces que sólo el eco articulaba, porque todas a un ¡ay! las reducía y errando el pueblo (si por dicha erraba, aunque confusamente discurría) al Monte de piedad llegó, al Erario en uno y otro templo de María. No perdonó devoto santuario que no solicitase a aquella hora, uno en la fe y en el efecto vario; pues aunque dos imágenes adora, es sola una deidad: y así, en lo oculto, de noche en dos orientes vio una aurora. Con poca pompa, el venerado bulto (si ya no fueran pompas las querellas, que querellas de fe también son culto) llegó a palacio; y mudas las estrellas, con muestras de dolor extraordinarias (quizá por ser de Carlos una dellas) acompañaron, aunque en luz contrarias, las antorchas conformes en belleza, unas y otras nocturnas luminarias. Madrid, viendo que plebe y que nobleza igualmente se inclina, igual se mueve al llanto, a la piedad y a la tristeza, quiere que suyos dos mensajes lleve: por la nobleza un Duque de Gandía y un labrador humilde por la plebe. Francisco, pues, y Isidro ante María, a un tiempo en cielo y tierra están postrados alma y cuerpo gloriosos aquel día. ¡Oh! ¿No parece aquí que con candados están los cielos? Pues abridlos, cielos: mirad qué implican cielos y cerrados. ¿Tantos suspiros? ¿Tantos desconsuelos? ¿Tan sincero clamor? ¿Llanto tan pío? ¿Tantas penas, Señor, tantos desvelos, solamente os merecen un desvío? ¿Cuándo la voz no fue del cielo llave? ¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío. Mas ¡ay! que en la mayor, en la más grave pena, aunque sabe el que afligido llega que ha de pedir, qué ha de pedir no sabe, que el hombre es liberal con quien le ruega, por lo que a quién le ruega le concede, y Dios es liberal por lo que niega. Tanto con él la voz o el llanto puede, que por agradecer la voz o el llanto, tal vez negando su poder excede. Luego tanto retiro, enojo tanto, pareciendo rigor, será clemencia, pues siempre es liberal el cielo santo. ¡Oh, quién de parte de la providencia hoy estos dos extremos careara, aquí el dolor y allí la conveniencia! Porque al mundo el examen consolara cuando en sombras y lejos percibiera el daño que otro daño le repara. Qué alegre entonces, si la piedad viera disfrazada en rigor del mismo cielo, otra vez sus desdichas le pidiera. Pues si ignorante pide nuestro celo, y docto él nos mejora la fortuna, sírvanos el castigo de consuelo. Y pues del ataúd y de la cuna, líneas en que nacemos y morimos, una es la forma y la materia es una, y de un sepulcro a otro sepulcro fuimos (polos en que el pequeño mundo estriba), muriendo desde el punto en que nacimos, dichoso aquél que de vivir se priva; pues si a morir viviendo el hombre nace, muriendo bien no hay más para qué viva. Ninguna acción al dueño satisface tanto, que la atención escrupulosa no la enmiende después, con que se hace más perfecta, más noble o más hermosa: sólo el morir esta elección no tiene, siendo el morir la más dificultosa. Luego a aquél que la muerte le previene con avisos de un día y otro día, no llorarle, envidiarle nos conviene. Suceda, pues, al llanto la alegría, pues para que al morir perfeccionase, murió Carlos sabiendo que moría. Y ya que el cielo quiere que hoy abrase las plumas, siendo pira el monumento de quien su luz entre cenizas pase a otro centro, a otra esfera y a otro asiento, y dejando a la tierra sus despojos es ya estrella añadida al firmamento, pasen también nuestros turbados ojos de un objeto a otro objeto su sentido, que dichas podrán ver quien pudo enojos. Vean que en prendas hoy de un bien perdido dos los cielos eternos aperciben que aun mal está el consuelo repetido. Felipe y Baltasar felices viven, cuyo nombre los hados respetando, con letras de oro en láminas escriben. Que nunca el tiempo alcanzará volando, porque aun el tiempo parará primero. ¡Oh! vivan pues; y tú, noble Fernando, ya Marte religioso, ya guerrero Apolo, con la espada y con la pluma, de tantas esperanzas heredero, al mar sujeta la rizada espuma, postra a la tierra la cerviz altiva y haz que el mar y la tierra te presuma luz que del Sol Felipe se deriva; y pues de ti tantos aplausos fío, mientras tu nombre, ¡oh gran Fernando!, viva, no rompa ya el silencio el dolor mío. up.gif (987 bytes) PANEGÍRICO Al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla Mil veces sea repetido el día, Señor Excelentísimo, en que vea quieta España su heroica Monarquía. Repetida la luz mil veces sea, Señor Excelentísimo, en que Francia los desengaños de su orgullo crea. De una y otra fortuna la distancia fausta y infausta piedra la señale, blanca al valor, y negra a la arrogancia. ¿Qué aplauso habrá que tanto triunfo iguale?, ¿qué triunfo habrá que iguale tanta gloria si una sola por todos juntos vale? Roma lo diga, acuérdenos la historia la variedad de honores que tenía para quien la añadía una victoria. Mural corona ufana prevenía al que contrarios muros asaltaba por las brechas que abrió la batería. Cívica aquella era que se daba al que en la lid tanto valor mostrase que socorriese al que en peligro estaba. Vallar se concedía al que ganase las trincheras y fosos que tuviese el enemigo donde se amparase. Triunfal la antigüedad quiso que fuese la que ilustrase al que morir expuesto en campal lid a cinco mil venciese. Obsidional la que al peligro opuesto hiciese levantar al enemigo sitio que ya una vez tuviese puesto. Pues siendo así, señor, que hoy es testigo el mundo de que todo lo habéis hecho, todos los triunfos que os aclaman digo. Todos os apellidan, satisfecho cada cual de que él es el conseguido del real valor, de vuestro ilustro pecho. Mural facción vuestra facción ha sido, puesto que al enemigo habéis hallado en regulares muros defendido. Por asalto fue dellos arrojado, luego ganado por asalto el muro, mural corona de oro habéis ganado. Cívica también es de roble duro, puesto que a otro socorristeis cuando aun de si mismo no vivía seguro. Can la hambre, el tiempo y el francés lidiando, ya desahuciada de su valentía, en brazos de la muerte agonizando estaba la leal Fuenterrabía el día que feliz la socorristeis, que aun fue con el valor preciso el día; luego si vida al casi muerto disteis, la invasión de la patria asegurada, la cívica corona conseguisteis. No menos la vallar, apellidada así de los vallados en que se hacen el foso, la trinchera y la estacada; si éstas a vuestro impulso se deshacen, y llenas de despojos justamente animo hoy y codicia satisfacen, más gloriosa, señor, más dignamente el esplendor de la vallar corona los rayos ceñirá de vuestra frente. Pero en vano sus méritos abona a preferir atenta cada una. Si la triunfal de su laurel blasona, mejor derecho tiene que ninguna, mejor acción por ser en sus empleos la dádiva mayor de la fortuna. Sólo aquel que ceñido de trofeos de cinco mil triunfó en campal batalla, con ella satisfizo sus deseos. Luego en vos, gran señor, para logralla, no solamente el número cumplido pero excedido el número se halla. Diez y ocho mil son los que habéis vencido de poder a poder en la campaña que tumba de cadáveres ha sido. ¡Oh! mire el sol con novedad extraña triunfales pompas en España el día que entre en su corte el defensor de España. Mas no, que tanta pública alegría aun es bastarda voz de vuestra fama, mudo clarín de vuestra bizarría. La obsidional corona es la que os llama, quien desciñó por el laurel el oro, ahora el laurel desciña por la grama. Rústica plante es, pero no ignoro que fue de humana púrpura teñida, de los Césares último decoro. Esta diadema a todas preferida (de muchos con afecto deseada, de pocos con efecto conseguida) para vos, héroe invicto, está guardada en el templo de Marte, donde yace más verde cuanto más ensangrentada. De las ruinas en quien silvestre nace para don, el sitiado la tejía, (que al don el celo, y no el valor le hace) al que le desitiaba la ofrecía, siendo el mayor blasón de todos cuantos la premiadora antigüedad tenía. Entre los dioses colocaba santos al que entre el sitio y sitiador entraba, noble despreciador de riesgos tantos, si un ejército pues desalojaba y si un pueblo dejaba asegurado, semidiós uno y otro le aclamaba. A tanta dignidad habéis llegado, puesto en huida el sitiador lo diga, dígalo en libertad puesto el sitiado. Pero no un premio a otro contradiga, que quien todos a un tiempo los merece, todos a un tiempo es bien que los consiga. Y así cuantas guirnaldas os ofrece hoy la inmortalidad de vuestra fama, que a nunca ser mayor por puntos crece, ceñid iguales y una y otra rama, a vislumbres descubra entretejida el oro entre el laurel, el roble y grama. No es modestia la gloria conseguida recatarla, demás que siempre ha sido la modestia virtud no agradecida. Pues habéis cinco glorias conseguido, cinco triunfos lograd; no se nos quede por pereza con ellos el olvido. Fiscalice la envidia que no puede un hombre merecer, por más que un hombre verá que sí, él mismo a sí se excede. ¿Qué virtudes le dan alto renombre a un general para vencer glorioso antes que con la espada con el nombre? ¿Ilustre sangre? ¿Espíritu brioso? ¿Feliz fortuna? ¿Prevención prudente?, ¿pródiga mano y celo religioso? Pues si tantas virtudes igualmente caben en un sujeto, en un sujeto tantos lauros cabrán precisamente. Perdonalde, señor, hoy a mi afecto la ociosidad de ver que a cargo toma haceros ejemplar deste concepto. Si ilustre sangre ¿qué cerviz no doma lo Enríquez en los Reyes de Castilla lo Colona en los Césares de Roma? Si ánimo invicto, ¿qué poder no humilla ardimiento que en todas ocasiones desenvaina el primero la cuchilla? Si prudente gobierno, ¿qué blasones no adquiere desvelada una cordura que obra tantos aciertos como acciones? Si fortuna feliz, ¿qué más segura que aquella que a pesar trae de los hados obediente a su arbitrio la ventura? Si generosidad, ¿qué más probados argumentos que ver entre despojos vos volvéis pobre y ricos los soldados? Y si celo católico, ¿qué enojos no os cuesta algún insulto, desatando iras el pecho y lágrimas los ojos? ¡Oh! enmudezca la envidia, confesando silogismos que ya negar no puede porque está la verdad argumentando, y pues la misma envidia los concede, vivid, venced, triunfad, sin que ninguna acción al tiempo contra vos le quede. Y si por dicha se volviere de una, que es decir que en el mar no habéis tenido, Señor, de vuestra parte a la fortuna, estad de la respuesta prevenido, y no la general de que el acaso siempre avisa después de acontecido. Particular razón en este caso hay, sin aquella de que no amancilla al valor la violencia del fracaso. Y es que siendo desde una hasta otra orilla vos general del mar, por la gloriosa dignidad de Almirante de Castilla, celoso el mar de ver vanagloriosa con ejércitos vuestros a la tierra amotinó su saña procelosa. Y desatando cuanta furia encierra ningún socorro que os llegase quiso por medio suyo para hacer la guerra. Venganza sin cordura y sin aviso, pues hizo más osado el vencimiento cuanto el número hizo más remiso. No advirtió que sobraba vuestro aliento aun para conseguir mayores glorias a despecho de mar, de fuego y viento. Ni es la primera vez que las historias acordarán que en el cantabrio suelo deben a vuestra casa sus victorias. Esa plaza, esa misma al desconsuelo rendida de otra gálica violencia, empresa fue de vuestro invicto abuelo. Su libertad os viene por herencia, y hoy con mayor ventaja, cuanto ha sido la mejor redención la providencia. Más tiene que estimar el socorrido antes de verse padecer el daño que no después del daño padecido. Luego claro probó este desengaño que os debe más a vos, hoy defendida la plaza, antes de riesgo tan extraño, que al que después la vio restituida. pues la habéis socorrido vos sitiada si vuestro abuelo la cobró perdida. Tanta victoria pues, tan señalada facción, tan grande hazaña, tan altiva empresa, gloria al fin tan celebrada, siempre inmortal a par del tiempo viva. Con voz la fama de metal la cante y con letras de oro el sol la escriba. Siendo para que dure más constante un bronce repetido cada acento, cada lámina un libro de diamante, que yo, muda la voz, torpe el aliento, ya reconozco, gran Señor, que en suma ha menester tan generoso intento, mejor voz, mejor plectro y mejor pluma. up.gif (987 bytes) DÉCIMAS 1 A la Muerte ¡Oh tú, que estás sepultado en el sueño del olvido, si para tu bien dormido, pata tu mal desvelado! Deja el letargo pesado, despierta un poco, y advierte que no es bien que desa suerte duerma, y haga lo que hace quien está desde que nace en los brazos de la muerte. Da lugar al pensamiento para que discurra, y veas y que lo más que tú deseas no es más que soplo de viento. No labres sin fundamento máquinas de vanidad, pues la mayor majestad en un sepulcro se encierra, donde dice, siendo tierra: «Aquí vive la verdad…». Mira cómo pasó ayer, veloz como tantos años: evidentes desengaños del limitado poder. Lo que fue dejó de ser, y no quedó dello más del ha sido: tú, que vas por este mundo inconstante, mira que el que va adelante avisa al que va detrás. La corona y la tiara que tanto el mundo estimó ¿qué se hizo?, ¿en qué paró sino en lo que todo para? ¡Oh mano del mundo avara! Si tanto bien nos limitas, ¿para qué, di, nos incitas a aspirar a más y más, si lo que despacio das tan de prisa nos lo quitas? Si te engaña el propio amor para que no veas el daño, la muerte, que es desengaño, sirva de despertador. Hoy nace la tierna flor y hoy su curso se termina; todo a la muerte camina: la estatua del más bizarro, como está fundada en barro, la deshace cualquier china. ¿En qué piensas o a qué aspiras cuando tras tu gusto vas, pues dél no te queda más que enemigos que conspiras? Si es que adelante no miras, mira la vida pasada, que si en tan corta jornada lo más pasa desa suerte, hasta llegar a la muerte, ¿qué te queda? Poco o nada. Desde el nacer al morir casi se puede dudar si el partir es el parar, o el parar es el partir. Tu carrera has de seguir: y pues con tal brevedad pasa la más larga edad, ¿cómo duermes y no ves que lo que aquí un soplo es es allá una eternidad? Mira el tiempo volador cómo pasa, y considera cómo va tras la carrera desde el menor al mayor. El esclavo y el señor corren parejas iguales, que como nacen mortales, iguales van a la hoya, de cuya deshecha Troya aún no quedan la señales. La juventud más lozana ¿en qué paró?, ¿qué se hizo? Todo el tiempo lo deshizo y anocheció su mañana, la muerte siempre es temprana y no perdona a ninguno: goza del tiempo oportuno, granjea con tu talento, que aquí dan uno por ciento y allí dan ciento por uno. ¿Qué eternidades te ofrece la más dilatada vida, pues que apenas es venida cuando se desaparece? Hoy piensas que te amanece y es el día de tu ocaso. ¡Término breve y escaso! Mas ¿qué mucho, si volando te va la muerte buscando cuando tú vas paso a paso? La dama más celebrada, lazo en que todos cayeron, ella y ellos, di, ¿qué fueron sino tierra, polvo y nada? ¡Oh limitada jornada, oh frágil naturaleza! La humildad y la grandeza todo en nada se resuelve: es de tierra y a ella vuelve, y así, acaba en lo que empieza. ¿De qué te sirve anhelar, por tener y más tener, si eso en tu muerte ha de ser fiscal que te ha de acusar? Todo acá se ha de quedar; y pues no hay más que adquirir en la vida que el morir, la tuya rige de modo, pues está en tu mano todo, que mueras para vivir. 2 A Lope de Vega Carpio Aunque la persecución de la envidia tema el sabio, no reciba della agravio, que es de serlo aprobación. Los que más presumen son, Lope, a los que envidia das, y en su presunción verás lo que tus glorias merecen; pues los que más te engrandecen son los que te envidian más. 3 A San Isidro Ya el trono de luz regía el luminoso farol, el fénix del cielo, el sol, cuya edad es sólo un día. Ya desde la tumba fría en su fuego vuelve a ser hoy lo mismo que era ayer; que, si en todo es de sentir que nace para morir, él muere para nacer. Veloz la vida se quita, con que más gloria se adquiere, pues cuando en el agua muere, en el fuego resucita. Las aves, a quien incita la luz de sus resplandores, cantando dulces amores, eran, con belleza suma, al campo flores de pluma cuando al viento aves de flores. Entre las rosas cantaban y el aura que las movía solamente conocía por aves las que las volaban. Todas a Isidro esperaban, cuando el labrador dichoso se quedaba perezoso de su trabajo olvidado: ¿quién vio vicioso al cuidado y al descuido virtuoso? Antes de labrar el suelo (¡oh tardanza de amor llena!) en la Virgen de Almudena labraba piadoso el cielo; y como su santo celo en el sol le suspendía de la celestial María, divertido, no pensaba; como siempre, al sol miraba, que pudo pasarse el día. up.gif (987 bytes) SOLILOQUIOS (De Segismundo) 1 Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber, para apurar mis desvelos (dejando a una parte, cielos, el delito de nacer), ¿qué más os pude ofender para castigarme más? ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que deja en calma; y teniendo yo más alma ¿tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas -gracias al docto pincel-, cuando atrevido y cruel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto: ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le da la majestad del campo abierto a su huida; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera arrancar del pecho pedazos del corazón: ¿qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegio tan suave, exención tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? (De "La Vida es Sueño") 2 Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte! ¿Que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte? Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. (De "La Vida es Sueño")






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