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"El Lobo estúpido".
Sucedió esta historia allá en la antigüedad, cuando Jesucristo andaba todavía sobre la tierra con los apóstoles. Iban un día por un camino, un ancho camino, cuando se cruzaron con un lobo.
— Señor —dijo el lobo—, tengo hambre.
—Ve y cómete una yegua —contestó Jesucristo. El lobo corrió en busca de una yegua. Cuando encontró una, se acercó y le dijo:
— El Señor me ha mandado que te coma, ¿sabes, yegua?
— ¡Qué va! No está permitido comerme a mí. Incluso tengo un
certificado que así lo atestigua, sólo que lo llevo bien guardado.
—Pues, enséñamelo.
— Ponte más cerca de mis patas traseras.
El lobo se acercó, y la yegua, de una coz en los dientes, lo despidió a tres sazhenas* de distancia, mientras ella escapaba.
El lobo fue a quejarse a Jesucristo:
—Señor: la yegua ha estado a punto de matarme.
—Ve y cómete un carnero.
El lobo corrió en busca de un carnero y le dijo:
—Voy a comerte, carnero. Lo ha ordenado el Señor.
—Bueno, pues cómeme. Pero, verás: lo mejor será que te pongas al pie de esta cuesta y abras bien las fauces; entonces yo bajaré corriendo desde arriba y me meteré derechito en tu boca.
El lobo se colocó al pie de la cuesta con las fauces abiertas. El carnero, entonces, tomó carrerilla desde lo alto de la cuesta y, ¡zas!, le pegó un testarazo, tirándole al suelo, y él se escapó.
Cuando el lobo se puso en pie, miró a todas partes, pero el carnero había desaparecido.
De nuevo fue a quejarse a Jesucristo:
— Señor —le dijo—: el carnero también me ha engañado y por
poco me mata.
—Ve y cómete a un sastre.
El lobo fue en busca de un sastre. Cuando le encontró, le dijo:
—Voy a comerte, sastre. Lo ha mandado el Señor.
— Deja, por lo menos, que me despida de mi familia.
— No; ni siquiera te permitiré que te despidas.
— ¡Qué se le va a hacer! Cómeme, pues. Pero aguarda primero a que te mida para ver si quepo dentro de ti.
— De acuerdo.
El sastre dio una vuelta alrededor del lobo, le agarró del rabo, se lo enrolló bien alrededor de la mano y se puso a plancharle el espinazo. El lobo se revolvió y se debatió hasta que, por fin, escapó dejando el rabo en manos del sastre. Iba corriendo a todo correr, cuando se encontró con siete lobos.
— ¡Oye! ¿Cómo andas sin rabo, lobo gris? —le preguntaron.
— Me lo ha arrancado un sastre.
— ¿Y dónde está ese sastre?
— Allá va por el camino.
—Tenemos que darle alcance.
Y se lanzaron detrás del sastre.
El sastre se dio cuenta de que le perseguían y. viendo que aquello se ponía feo, trepó hasta lo más alto de un árbol y allí se quedó.
Los lobos llegaron hasta el árbol y dijeron:
—Amigos, tenemos que echarle la garra al sastre. Tú, rabón, colócate debajo de todos, y nosotros nos iremos subiendo uno encima del otro, hasta que le alcancemos.
El lobo rabón se tendió en el suelo, otro se subió encima, luego otro, y otro... llegando cada uno más arriba. Subía ya el último, cuando el sastre, viendo que no tenía salvación y que iban a alcanzarle sin remedio, gritó desde arriba:
— El que va a quedar peor parado es el rabón.
Este, que le oyó, se escabulló como pudo y ¡venga a correr! Los siete lobos, que cayeron al suelo por culpa suya, se lanzaron tras él, le dieron alcance y le acometieron a feroces dentelladas.
En cuanto al sastre, se bajó del árbol y volvió a su casa.
FIN
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