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LOS 3 CERDITOS by pvidal





Alicia en Wonderland Scene 10



Érase un acreditado comerciante que vivía con su mujer y poseía grandes riquezas.

Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, cosa que deseaban ambos ardientemente, y para ello pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un niño que les hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez y heredase sus bienes y rezase por sus almas después de muertos. Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue; además de esto, idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo.

El puente costaba mucho dinero; pero a pesar de ello el comerciante llevó a cabo su proyecto y lo concluyó, en su afán de hacer bien a sus semejantes. Una vez el puente terminado, dijo a su mayordomo Fedor:

— Ve a sentarte debajo del puente, y escucha bien lo que la gente dice de mí. Fedor se fue, se sentó debajo del puente y se puso a escuchar. Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos hablando entre sí, y decían: — ¿ Con qué recompensaríamos al hombre que ha mandado construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que diga se cumpla y todo lo que le pida a Dios le sea concedido. El mayordomo, después de haber oído estas palabras, volvió a casa. — ¿ Qué dice la gente, Fedor ? — Le preguntó el comerciante. — Dicen cosas muy diversas: según unos, haz hecho una obra de caridad construyendo el puente, y según otros, lo has hecho sólo por vanagloria.

Aquel mismo año la mujer del comerciante dio a luz un hijo, al que bautizaron y pusieron en la cuna. El mayordomo, envidioso de la felicidad ajena y deseoso del mal de su amo, a media noche, cuando todos los de la casa dormían profundamente, cogió un pichón, lo mató, manchó con la sangre la cama, los brazos y la cara de la madre, y robó al niño, dándolo a criar a una mujer de un pueblo lejano.

Por la mañana los padres se despertaron y notaron que su hijo había desaparecido; por más que lo buscaron por todas partes no pudieron encontrarlo. Entonces el astuto mayordomo señaló a la madre como culpable de la desaparición. — ¡Se lo ha comido su misma madre! — Dijo—. Mira, todavía tiene los brazos y los labios manchados de sangre. Encolerizado el comerciante, hizo encarcelar a su mujer sin hacer caso de sus protestas de inocencia. Así transcurrieron algunos años, y entre tanto el niño creció y empezó a correr y a hablar. Fedor se despidió del comerciante, se estableció en un pueblo a la orilla del mar y se llevó al niño a su casa. Aprovechándose del don divino del niño, le mandaba realizar todos sus caprichos diciéndole: — Di que quieres esto y lo otro y lo de más allá. Y apenas el niño pronunciaba su deseo, éste se realizaba al instante. Al fin un día le dijo:

— Mira, niño, pide a Dios que aparezca aquí un nuevo reino, que desde esta casa hasta el palacio del zar se forme sobre el mar un puente todo de cristal de roca y que la hija del zar se case conmigo. El niño pidió a Dios lo que Fedor le decía, y en seguida, de una orilla a otra del mar, se extendió un maravilloso puente, todo él de cristal de roca, y apareció una espléndida población con suntuosos palacios de mármol, innumerables iglesias y altos castillos para el zar y su familia.

Al día siguiente, al despertarse el zar, miró por la ventana, y viendo el puente de cristal, preguntó:

— ¿ Quién ha construido tal maravilla? Los cortesanos se enteraron y anunciaron al zar que había sido Fedor.

— Si Fedor es tan hábil — dijo el zar—, le daré por esposa a mi hija. Con gran rapidez se hicieron todos los preparativos para la boda y casaron a Fedor con la hermosa hija del zar. Una vez instalado Fedor en el palacio del zar, empezó a maltratar al niño; lo hizo criado suyo, lo reñía y pegaba a cada paso, y muchas veces lo dejaba sin comer.

Una noche hablaba Fedor con su mujer, que estaba ya acostada, y el niño, escondido en un rincón oscuro, lloraba silenciosamente con desconsuelo; la hija del zar preguntó a Fedor cuál era la causa de su don maravilloso. — Si antes sólo eras un pobre mayordomo, ¿cómo conseguiste tantas riquezas? ¿ Cómo pudiste en una noche hacer el puente de cristal?

— Todas mis riquezas y mi poder mágico — contestó Fedor— las he obtenido de ese niño que habrás visto siempre conmigo, y que le robé a su padre, mi antiguo amo.

— Cuéntame cómo — dijo la hija del zar.

— Estaba yo de mayordomo en casa de un rico comerciante al que Dios había prometido que tendría un hijo dotado de tal virtud que todo lo que dijera se realizaría y todo lo que pidiese a Dios le sería dado. Por eso, apenas nació el niño yo lo robé, y para que no se sospechase de mí, acusé a la madre diciendo a todos que se había comido a su propio hijo.

El niño, después de haber oído estas palabras, salió de su escondite y dijo a Fedor:

— ¡ Bribón! ¡ Por mi súplica y por voluntad de Dios, transfórmate en perro! Y apenas pronunció estas palabras, Fedor se transformó en perro. El niño, atándole al cuello una cadena de hierro, se fue con él a casa de su padre. Una vez allí dijo al comerciante:

— ¿Quieres hacerme el favor de darme unas ascuas?

— ¿Para qué las necesitas? — Porque tengo que dar de comer al perro.

— ¿Qué dices, niño?

— Le contestó el comerciante—. ¿Dónde has visto tú que los perros se alimenten con brasas?

— ¿ Y dónde has visto tú que una madre se pueda comer a su hijo? Has de saber que soy tu hijo y que este perro es tu infame mayordomo Fedor, que me robó de tu casa y acusó falsamente a mi madre. El comerciante quiso conocer todos los detalles, y ya seguro de la inocencia de su mujer, hizo que la pusieran en libertad. Luego se fueron todos a vivir al nuevo reino que había aparecido en la orilla del mar por el deseo del niño. La hija del zar volvió a vivir en el palacio de su padre y Fedor se quedó en miserable perro hasta su muerte.

FIN



Caperucita Roja y el Lobo Feroz


EL GATO CON BOTAS, cuento popular

Un viejo molinero en el lecho de muerte, consciente de que había llegado su fin, llamó a sus tres hijos y se apresuró a repartir sus pertenencias: al primogénito le lego el molino, al segundo de sus hijos le dejó un burro, y al más pequeño un triste gato que era lo único que le quedaba. Y antes de que el muchacho pudiera protestar por tan injusto proceder, el anciano expiró.


Los dos mayores continuaron con su rutinaria vida dedicándose a explotar su herencia, mientras el hijo menor del molinero, obligado a abandonar la casa familiar que ya no le pertenecía, calzó a su gato con unas viejas botas y juntos partieron en busca de mejor vida.


Muy pronto comprendería que el legado de su padre, no era nada despreciable, un atardecer, después de una interminable jornada caminando, el joven, agotado, se quedó profundamente dormido, el gato aprovecho entonces para cogerle una de los bolsas vacías que llevaba atada a la cintura y la camufló entre las hierbas a modo de trampa, en seguida un conejo curioso se metió en ella, inmediatamente el gato tiró de la cuerda quedando el pobre animalejo atrapado dentro del talego.

Con tan suculento trofeo se dirigió a palacio presentándose ante el rey como embajador del Marqués de Carabás:


-Majestad vengo a traer este presente de parte de mi amo y señor el Marqués de Carabás. El rey aceptó encantado el regalo y muy agradecido por tan noble gesto.
Con esta argucia, que se sucedía con harta frecuencia, el sagaz e inteligente felino estaba al corriente de cuantos pormenores acontecían en palacio. Un día se entero de que el rey tenía preparado viajar junto con su bella hija, además del itinerario a seguir, rápidamente trazó un plan que si llegaba a buen término acabaría para siempre con sus precarias vidas.


Cogió a su dueño y lo llevó hasta el borde de un río contiguo al camino por donde iba a pasar la carroza real, y le ordenó que se despojara de los raídos andrajos y se metiera en el agua.


Aunque el muchacho desconocía los motivos del atrevido mandato del animal, obedeció confiado. porque no tenía nada que perder y el gato con botas le había dado sobrados motivos de lealtad.
Cuando el astuto gato vio que se acercaba el regio carruaje, seguido de una ostentosa comitiva, comenzó a gritar: -Socorro!, ?auxilio...!, al ladrón, a los ladrones...!
Al oír los desesperados gritos, el rey mandó al gato, (que tan familiar le era), que le explicara lo sucedido.


-¡Majestad!, mientras mi amo se estaba bañando unos ladrones le han robado todas sus ropas, así como algunas monedas que llevaba encima.
Al instante el monarca ordeno que le proporcionaran vestimenta adecuada para un noble, además de ofrecerle un sitio en su carroza. Tan bien lucía el joven panadero las ricas galas que dejó hondamente impresionada a la bella princesita.


Mientras esto ocurría el gato se adelantó al monarca y su cortejo y fue avisando a todos los campesinos que encontraba a su paso de que el rey estaba a punto de pasar por allí, y que en el supuesto de que se interesara por el dueño de aquellas ricas tierras, respondieran sin titubeos, que pertenecían al Marqués de Carabás.
Como estaban más que hartos de la tiranía a la que continuamente les sometía su amo, que no era otro que el malvado ogro del lugar, prometieron obedecerle.
Ahora solo faltaba una sola cosa, la más difícil: conseguir un aposento adecuado, acorde con el título. Se dirigió veloz hasta el castillo del poderoso ogro y consiguió ganarse su confianza a base de halagos y adulaciones:
-Es cierto, -según dicen por ahí- que tienes poderes para transformarte en cualquier animal?.
-Naturalmente -respondió el Ogro, hinchado de orgullo-.


-Me harías una demostración convirtiéndote en león?.


Y al instante el ogro se transformó en una terrible fiera melenuda.
-Bien, -continuo el felino- eso es fácil para ti, que eres un ser enorme, pero quizás no lo consigas si tratas de cambiar a un animal pequeño.


-Elige y veras -respondió el ogro un tanto ofendido-.


-¡Qué tal en un ratón!, serás capaz de conseguirlo.¿ El perverso pero ingenuo ogro cayo en la trampa convirtiéndose en un insignificante roedor que al instante cazó y engulló el gato con botas, pasando sin pérdida de tiempo a tomar posesión de todos sus bienes en nombre del marques de Carabás.


Satisfecho de su hazaña, salió orgulloso a recibir la carroza real y todo su acompañamiento, invitándoles a pasar a la mansión del Marqués de Carabás a la vez que hacía una seña de complicidad a su asombrado dueño, que no tardó en comprender que era una treta más de su inteligente y sagaz gato y de nuevo el hijo del molinero supo actuar como lo exigía su rango.


Tan impresionado quedó el rey de las cualidades y pertenencias (que superaban incluso las suyas) del muchacho, que le ofreció la mano de su hija, propuesta que fue del agrado de todos, incluida la del gato con botas, que desde entonces y para la buena marcha de las cosas, no se hizo cosa alguna sin contar con su aprobación.


FIN


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LOS 3 CERDITOS


 

 

 

 

 

 

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